Capítulo 5


Nueva patinadora...





Pasaron muchos días, y no puedo decir que el clima cambió mucho al contrario, empeoró.
Las tormentas se incrementaron y el aire bajó algunos grados más.

Pero pasó algo bueno de todo esto, más chicas llegaron y el número de habitantes aumentó. Bueno para ser sincera no sé si esto sea bueno

Hubo dos ocasiones en la que la caja subió con más de cinco chicas, así que tuvimos al rededor de quince chicas en solo dos meses.

Algo bueno o malo dependiendo de la forma en la que lo viéramos. Para mí era tanto bueno como malo. Entre más personas estuvieran aquí sería más fácil el día a día, pero eso significaba también que más vidas inocentes se sacrificaban al enviarlas aquí.

Era un tema oscuro y nada agradable, pero tratabamos de sobrellevarlo viendolo de forma positiva, al menos así lo interpreto yo.
Ahora estaba sentada en el frío suelo, probando la comida de Naolla. A decir verdad, exquisita comida de Naolla.

— ¡Ey! ¡Carmen! — volteé al escuchar mi nombre. Era Carla, que venía emocionada hacia mí — ¿Como te fue hoy? — se recargó en la mesa en la que estaba a punto de terminar.

— Ya sabes, hielo, hielo y más hielo — respondí neutral con comida en la boca.

— ¿Ningun problema con las sombras? — más que pregunta parecía una afirmación.

— Ninguno... El día de hoy estuvo limpio —

La chica frente mío pataleó y dió pequeños brinquitos en su propio lugar.
— ¡Me encanta tu trabajo! — la observé en silencio viendo su gran sonrisa — dime, ¿Por qué no puedo ser patinadora como tú? — formó una pequeña muñeca sin cambiar su sonrisa.

— Allá afuera es un mundo totalmente diferente al nuestro — la chica se sentó frente mío de piernas cruzadas — siempre alerta, sin distracciones... En silencio — recalco la última palabra viendo fijamente sus ojos azules.

Ella sonrió nerviosa llevándose una mano hacia la nuca. Sí, la chica frente mío no era la más silenciosa, ni atenta... Ni inteligente.

— ¡Puedo cambiar, deberas! —

— Cuando me demuestres madurez en el tema del laberinto, tal vez lo piense... Tal vez — repetí la última frase para advertirle y no darle esperanzas.

— Ya es avance ¿No? — asentí a su dirección varias veces. Y mientras ella pensaba con la mirada gacha yo formaba una pequeña sonrisa en mis labios, era una buena chica, pero su hiperactividad no le ayudaba mucho.









. . .













Mi paciencia tenía un límite, y un límite muy corto.

No sabía cómo había logrado aguantar tanto tiempo sin explotar, sin dejar salir ninguna palabra hiriente hacia su persona pero cada día me sorprendo más de mis capacidades.

Y simplemente solo dejaba... ¿Cómo lidiar con alguien que se comporta como un verdadero infante?

Esa es la pregunta que más me hacía, y después de tanto tiempo sigo esperando a ver si el destino me da la respuesta.

Carla. Esa era la causa de todos mis problemas, no podía quedarse un tiempo en silencio sin preguntar si algún día podía ser patinadora, no sé que contestarle sinceramente, solo podía decirle “no”, este trabajo es muy peligroso y más para una chica como ella.

Sus ojos azules sufrían cada que mi respuesta era negativa y tenía el cabello como el oro, tan brillosos y dorados que deslumbraba a veces, incluso más dorado que el de Sonya, y eso ya es mundo decir.

Me lastimaba ver cómo intentaba  con tanto fervor que la aceptara,  pero aún dudaba de sus capacidades. Con el tiempo llegué a quererla como una hermana pequeña, claro que no se lo diré, pero creo que esa es una buena excusa para evitar que salga ¿No?

Es decir, Carla apenas llevaba dos meses aquí, venía en el primer grupo con más de cinco chicas, y después de que le explicaran a todas como funcionaba aquí, ella se obsesionó cuando me vio patinar hacía la única puerta que había, no pudo ser como las demás chicas y dejar su trabajo dentro del área, no, quiere salir y arriesgarse cada puto segundo afuera.

Dios, si existes allá arriba, ayúdame a encontrar la forma de hacerle entender a esta chica que no puede salir.

Porque todos los días desde hace esos dos meses no falta un día en el que no me suplique dejarla ser patinadora.



















. . .

















El grito de la chica morena y de rastas me interrumpió de la cena que estaba por tener.

— ¿Qué pasa, Harriet? — pregunté confundida.

— ¿Dónde está Carla? — su repentina pregunta me dejó impactada por varios segundos.

— ¿A qué te refieres? —

— Debería estar contigo, siempre lo hace, pero ahora la necesito para llevar unas cosas con Paulette — me explicó ayudando a quitarme la mochila que aún colgaba de mi espalda.

— No la he visto desde en la mañana, creí que ahora me dejaría un día en paz —

— En la tarde me dijo que iría a recibirte a la puerta —

— Pues no lo hizo — le dije con un sentimiento raro en el pecho.

Se quedó en silencio por segundos, girando los ojos hacia la puerta del laberinto.

Ella me miró, sus ojos reflejando preocupación y una pizca de ira.
— Búscala —

Sabía a lo que se refería con esa simple palabra, así que me levanté con prisa buscando mis patines.

Ahora agradecía siempre dejarlos en la entrada, de alguna forma me bajó la preocupación un poco.

En tiempo récord ajusté las cintas de los patines asegurándome que estubieran bien atados.

Y sin esperar siquiera alguna palabra de parte de Harriet que me veía de lejos llamando a las demás, salí lo más rápido que pude con la desesperación a mil.

Esta maldita mocosa me va a sacar canas verdes.

— ¡Carla! ¡Carla! — sentía el estómago en la boca y los pulmones en la panza — ¡Maldita huerca dónde te metiste! — gritaba como nunca lo había echo, ahora mismo no me importaba si alguna sombra se despertaba, probablemente ya lo había echo gracias a lo ruidosa que es Carla.

El aire congelado me quemaba hasta lo más profundo del alma, con cada vuelta que daba en cualquier pasillo  el hielo del piso salía volando en pequeñas escarchas símbolo de lo rápido que iba.

¿Dónde estabas maldita sea?

Un grito salió desde el fondo de la garganta de alguien, mis ojos se abrieron y el corazón me retumbó en las orejas.

Patiné, patiné como nunca antes lo había echo y al dar vuelta en el fondo del pasillo la ví corriendo hacia mi dirección asustada.

Pedazo de idiota.

— ¡Carla! —

— U-una... — tartamudeaba sin parar y no podía entender nada de lo que decía.

¡Cálmate hombre! — mi mano sin impedirlo fue hacia su mejilla, que por el impacto se quedó roja.

— Una sombra — apuntó hacia el pasillo por el que corría y la tomé del rostro.

— Escúchame — la ví fijamente al rostro asegurando que me pusiera atención — sube a mi espalda y al más mínimo ruido que hagas te tiraré en medio del pasillo y dejaré que esa sombra te coma ¿Entendiste? —con miedo asíntió sin parar.

En cuanto subió a mi espalda me tambalee un poco, pero logré estabilizarme cuando escuché un gran rugido.

Asustada volteé cuando el rugido se escuchó muy cerca.

Comencé a andar lo más rápido que podía aún con todo el peso de lo que es Carla en mi espalda y con todo el pánico que traía.

Volví a tener ese miedo en la mente, carcomiendo cada parte de mi ser.

Solo había un lugar en el que podamos volver y tal ver matar a esa cosa.

Nos siguió hasta el área, pero antes de siquiera cruzar la puerta choco por si sola, ¿Cómo?...
Estaba molesta, con cada rugido que soltaba chorreaba aceite que derretía el hielo del suelo, volaba y agitaba las alas de su espalda, podía sentir el aire darme directo a la cara, pero por alguna extraña razón la sombra esa no podía pasar, parecía una especie de escudo invisible lo que la detenía.

— ¡Carmen! — Harriet llegaba junto con un gran grupo de chicas a sus espaldas — ¿Qué caraj... — su expresión anonada me dió a entender que yo no era la única loca que veía eso.

— Ellas... — mi voz llamó la atención de todas las miradas — ellas no pueden pasar —

Y cuando menos lo esperé, El shock de recuerdos llegó a mí como una bala. Me volteé con rabia hacia Carla que temblaba asustada.
— ¿¡Qué putas pasaba por tu cabeza, huerca!? — la agitaba de un lado a otro tomando sus hombros asustada — Dime que hubiéramos echo si tú morías ¿Eh? ¡Dime! —

— Lo siento — lágrimas salieron de sus ojos — ¡Lo siento! — se lanzó a mí abrazando mi torso.

Y solo sobe sus cabellos. Aún era muy pronto para regañarla.














. . .












— Ya te dije que no, Carla — ataba mis agujetas lo más que podía. Ahí estaba de nuevo con esa maldita insistencia que me sacaba de las casillas.

— ¿¡Pero por qué no!? — su repentino grito me asustó un poco.

— Por actitudes como esas es que la respuesta es no, hace pocos días casi moría por tu maldita culpa, no esperes que te agradezca y deje que salgas solo para terminar de matarnos a todas — me levanté sin dificultad dejando que el filo de los patines me deslizara hacia ella — No es que tenga algo en tu contra, pero debes saber que solo quiero el bienestar de todas ustedes, no me obligues a decirle a Harriet que ya no te deje salir a acompañarme en la mañana —

— Tú sola no puedes con todo... —

— Pero si una mocosa atarantada de cabello rubio se mete al laberinto sin mi permiso mi trabajo no  disminuirá — me deslicé sacándole vuelta a su cuerpo.

— ¿Por qué no puedo salir? —

— Porque solo eres una mocosa inmadura — dije antes de salir disparada hacia el laberinto, justo al dar una vuelta ví por el rabillo del ojo como ella se dejaba caer y llevaba las palmas de sus manos a los ojos.

Un dolor me atravesó el corazón, talvez de esa forma deje esa estupida idea de suicidarse de esa forma, y tal vez me escuche hipócrita, pero prefiero arriesgarme yo, a arriesgar a alguien más.









. . .









Aún después de semanas, todavía seguia teniendo a una pulga rubia y saltarina atormentandome todos los días.

Su castigo por desobedece la principal regla ya se había relevado desde hace días, pero seguia y seguía insistiendo.

— Déjame en paz — hablé hacia ella.  Siempre que salía aprovechaba para hablar y hablar mientras yo ataba mis agujetas.

— Vengo a que me disculpes — suspiré abrumada.

— Ya cállate — respondí — deja de pedir disculpas cuando ya te perdoné —

— No, no lo hiciste —

— Harriet te permitió seguir viniendo aqui todas las mañanas porque yo se lo dije, pero no hagas que me arrepienta por eso —

— Solo quiero ayudarte... Cargas el peso de nuestra libertad en tus hombros, eres la única patinadora... Nadie más quiere salir a ayudarte — ví como apretó con enojo sus puños, una expresión rara en ella — ¿¡Por qué yo que quiero ayudar no puedo hacerlo!?... Tal vez no sea muy lista o muy atenta, pero puedo mejorar, lo he intentado, deberas, solo déjame ayudarte —

Suspiré después de ese discurso.

Sonreí tocando su frente delicadamente, se había agachado tanto al momento de gritar esa pregunta que formaba un ángulo de noventa grados. Su mirada ahora estaba puesta sobre mí, una mirada melancólica y llena de tristeza.

Sonreí de nuevo ahora dejando que me viera — Una compañera no me vendría mal — sus ojos se empañaron y brillaron como nunca lo había echo desde que llegó en la caja, asustada y herida.

Sí, no solo había hablado con Harriet sobre dejarla venir todas las mañanas.

Desde hace tiempo, la había visto esforzarse como nunca, actuando sería cuando llegaba a comer o haciendo ejercicio aún con algún tipo de tormenta helada.

Se lo merecía después de todo. Aún después de casi matarnos a todas.

Creo que a partir de entonces ya no seré la única que salga en las mañanas, y aunque es muy pequeña para mí, que realmente no lo es en realidad, una aprendiz también me vendría bien.

• • •

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top