Capítulo 4


          Misión: ¡Hacer sonreír a Paulette!...







— ¿Cómo estás, Paulette? — la chica sudaba y estaba agitada, algo raro dirían debido al clima de este lugar, pero no, Paulette era nuestra herrera, ella se encargaba de fabricar las armas que usábamos y de armar bien los patines para salir al laberinto.

Su cabaña a diferencia de la de nosotros era de metal cubierta por dentro de palos de madera.

Nosotros no podíamos entrar a su cabaña y ella rara vez salía de ahí, su cuerpo se acostumbró tanto al calor que si sale mucho tiempo al frío podría pasarle algo malo.

Y no quiero imaginarme a nosotros en esa situación, así que le hablamos por una pequeña puerta en forma de rectángulo.

— ¿Necesitas los patines? —

— Así es, hoy es un buen día para estrenarlos, ¿No crees? — le sonreí algo nerviosa tratando de que no se viera mis ansias para usarlos.

Me miró aburrida, con esos ojos grises y helados.

— Seguro — bien, ella no era tan entusiasta, de echo era muy amargada, pero aquí somos muchas chicas, cada una con una personalidad diferente.

La puertilla se abrió de repente, de ahí salieron mis patines, los tomé entre las manos con la emoción en las venas y comencé a caminar cubriendo mi boca con el pasamontañas.

Resople cansada de tanto caminar, en realidad la cabaña de Paulette no estaba lejos, pero la nieve me había enterrado en el suelo, sumado a el abrigo grueso que tenía puesto y mi falta de condición física.

Maldito clima todo baboso — murmuré bajo la tela que cubría mi boca. ¿No pudo tocarnos un clima más cálido? Digo, no es que amara el calor, al contrario, lo odiaba, pero tampoco pedía estar encerradas en un puto cubo de hielo — ¡Ay mamá! — mis ojos me dolieron por el repentino golpe en la nieve, sí, mi pie se atascó y me caí. Que suerte.

Me senté en el suelo y saqué mi bota del agujero en el que estaba. El frío caló en mi pantalón y en la calceta de mi pie.

Comencé a caminar de nuevo está vez con un poco menos de dificultad, y después de unos minutos gracias al señor llegué a la cabaña.

Saqué los patines de la mochila y me dediqué a mirarlos mejor.

— Están hermosos, pero su creadora es tan aburrida — dije para mí misma.

— ¿Otra vez peleando con Paulette? — la risa de Sonya resonó por toda la cabaña.

— Espera, ¿Cuando llegaste? — ella alzó los hombros despreocupada y sin contestarme — No es eso, ¿Esque acaso esa chica nunca sonríe? -

— Cada quien tiene su forma de ser, dejala ser — me habló simple y volvió a levantar los hombros.

— Me preocupo por ella, ¿Y si es infeliz y por eso no sonríe? —

— Te estás llendo por las nubes de nuevo, concéntrate en este lugar, recuerda que pronto sales al laberinto, no querrás que esos murciélagos horrendos te atrapen, ¿O sí? —

Esos pinches murciélagos me la pelan — me tomó de los hombros y me agitó abatida.

— ¡No hables así que no te entiendo nada! — me miraba a los ojos y los suyos estaban llorosos y afligidos. Claro, se me olvidaba que ella era muy sentimental.

La verdad no entiendo de dónde salen estás palabras tan raras, según las chicas, pero sí sé que las entiendo a la perfección, incluso mi voz cambia cuando hablo de esa forma.

—Sabes que no puedo controlarlo, se me salen solas las palabras —

— Pero no se que significa —

— Esos murciélagos no me van a hacer nada, eso dije —

— Eso espero —










. . .












Ya era tarde, el día se acabó y lamentablemente mañana tenía que volver a salir al laberinto.
Me levanté temprano como siempre, sintiendo el aire frio golpear mi cara que ya se había acostumbrado a sobre manera a eso.

Caminé un poco colocando la mochila en mi espalda, ahí tenía el almuerzo y la comida lista, y me dejé caer en la nieve que estaba a un lado de la enorme puerta.

Sí, solo había una puerta única para salir al laberinto, una gran puerta que subía kilómetros, prácticamente imposible de subir.

Suspiré abrumada y dando un vistazo como última vez hacia atrás tomé impulso para comenzar a avanzar.

Pero tan pronto como di la vuelta en el primer pasillo caí de frente golpeando mi rodilla cuando doble las piernas. La lanza que usaba de impulso salió volando y se rompió contra una de las paredes del laberinto.

Sacudí la cabeza aturdida por el golpe y agache la mirada viendo la causa de mi caída.

Los patines se rompieron...

Se rompieron... ¿Cómo? ¿Por qué?

Bueno, tal vez fue un día de mala suerte mía, lo mejor de todo es que no había avanzado mucho.

Ya había regresado, Lily me atendió y gritó mil y una cosas de las que me debería cuidar cuando saliera. Que chica.

Llegué a esa cabaña que conocía muy bien y di un pequeño golpe en la ventana. Unos ojos grisaseos y fríos me recibieron de inmediato, dejé el nervio de lado — Se rompieron de repente — cuando sus ojos se contrajeron en confusión pasé los patines por el pequeño agujero que había,  — creo que no quedaron como deberían —

— O tal vez no estás patinando como deberías — me observo con su mirada dura, sintiendo como si miles de cuchillas me atravesaran el cuerpo.

— Tienes razón, tal vez estaba distraída, ¿Puedes arreglarlo? —  asintió con la cabeza para cerrar el pequeño rectángulo en mi cara.

Okey. Eso no me lo esperaba.

Tal vez se enojó por romperlos, pero aún así fue un accidente, los accidentes pasan.

Pero conociendo a Paulette, realmente no conocías las acciones que tomaría a continuación.












. . .











Otro día más, nada raro, ningún sonido, solo el leve rayón que el filo de metal hacia en el suelo.

Todo estaba tranquilo y veía a todas partes memorizando los pasillos. Me detuve en una esquina, sacando un papel y lápiz, apresurandome para anotar el recorrido que llevaba hasta ahora.

Cuando terminé lo guardé de nuevo y comencé a patinar con más velocidad. El viento en mi rostro se sentía tan bien, y por un momento, cada que salía al laberinto podía sentir una pequeña libertad abrazarme.

Cai de frente cuando mis patines se atoraron en alguna parte del suelo.

No tuve tiempo de atravesar la manos, así que me fui de bruces contra el piso. Sentí un dolor inmenso en el pecho y cara pero lo único que pude hacer fue abrir la boca sin emitir ningún sonido. Fue una agonía silenciosa diría yo.

Me volteo quedando sentada de frente, ahí en medio del pasillo.

— Ay — me sobaba la cabeza adolorida — me dí en la madre — giré la mirada hacia abajo y me encontré con uno de los patines rotos, el filo de la parte metálica no estaba en su posición, y el golpe en el suelo fue tan fuerte que se sacaron de mis pies.

¿Otra vez?...

Todavía quedaba uno relativamente bien, aún tenía la cuchilla en su lugar, puedo regresar con un solo patín.

Levanté el zapato dispuesta a ponermelos, pero al momento de tenerlo aproximadamente a un metro de altura algo pequeño cayó al suelo seguido de otro más alto que rebotó en el piso, y parece que fuera de adrede que el eco del laberinto se escuchó en su maximo esplendor.

Por suerte el sonido no fue tan alto.  Que ilusa que soy a veces.

Escuché un chillido que resonó por todos los pasillos del laberinto.

Mis manos comenzaron a temblar involuntariamente, la respiración se atoraba en mi garganta y algo quería nublarse en mi mente.

No. Cálmate. Cálmate. Respira.

Me levanté asustada lo más rápido que pude, recogí mi mochila, ajustando mi cabello y bajando el gorro de la chaqueta que usaba.

Otro chillido se escuchó, está vez más cerca. Muevete.

Comencé a correr con todas mis fuerzas, con el inmenso sonido atacando a mis espaldas como un recordatorio de que si no iba lo suficientemente rápido moriría ahí mismo.

Las lanzas que colgaban de la mochila que llevaba en forma de X se tambalearon. Tomé una de ellas de forma apurada. La vista se me nublaba y solo quería tirarme dentro de las tortugas huecas con un vaso de chocolate en mis manos.

Una sombra atravesó mi camino Paralizandome por completo. Estoy muerta.

¡No! ¡No pienses esas cosas, pendeja!

Pero si es más que obvio...

¡Puta madre Lily ahora quiero tu positivismo!

Resbalé un poco por un charco congelado de uno de los pasillos, justo cuando sentí un gran viento en mi espalda.

No. No voltes. No voltes, estúpida.

Mi sangre se heló completamente y mis ojos se desencajaron.

¡Te dije que no voltearas!

Está vez juro que sí corrí con todas mis fuerzas, sentía el aire entrar y salir con dificultad de mi pecho, y cada respiración se sentían como fuego gracias al viento tan frio.

Un rugido resonó detrás mío, y cerré los ojos ya no queriendo imaginarme nada.

Me di la vuelta en un pasillo diferente viendo de reojo como esa criatura se golpeaba con una de las paredes.

Solté una sonrisita complacida por eso, pero esa sonrisa se borró cuando ví como encajaba sus garras en el hielo y tomaba impulso. ¡De verdad quería matarme!

¡Primero un cafecito, ¿No?! — la pared del laberinto se derritió en parte gracias al ataque de mi perseguidor.

Estaba tratando de perderlo pero no se dejaba el canijo.

Sí, era una máquina y no se cansaba ¡Pero yo sí!... Y mis piernas ya no daban para más, nunca creí que tendría que correr en el laberinto, por eso le dije a Sonya y Harriet que sería más fácil con los patines, porque la verdad mi condición física no es la mejor del mundo.

Había corrido por horas ¡Horas!, lo único que quería era perderlo, y no podía llevarlo directo a dónde estaban las demás.

— ¿¡Ya te cansaste!? — como si me entendiera, emitió un rugido que me aturdió los oídos — ¡¿No!? ¡¿Por qué no!? —

Corrí, corrí y corrí, me cansé de tanto correr sin ningún fin.

La lanza que había usado antes  tratando de herir a ese murciélago solo se encajó en uno de sus ojos, no lo suficiente para dejarlo fuera de juego

Corrí y corrí, pequeñas lágrimas escapaban de mis ojos por todo lo que pasaba. No quería hacerlo pero ya no había más opciones, al contrario, sí no lo hacia creo que moriría en cualquier segundo.

Unas cuantas vueltas, caídas y quejas de dolor bastaron para que en una esquina viera el final del pasillo. Un pasillo hacia mi paraíso.

— ¡Harriet! — mis pulmones soltaron todo el aire que tenía — ¡Harriet! — ya no podía, ya no...

Sentía la vista nublada gracias a la presión en los pulmones. La cabeza me martillaba a montones y cada sonido era un martirio para mis oídos.

Y entonces con mis últimas fuerzas grite hacia una persona, una persona que siempre está para todos, que es sincera y aconseja cuando se necesita, y que sin lugar a duda es más atenta que Harriet.
— ¡Sonya! —

Al último momento tropecé con un trozo de hielo interrumpiendo mi grito. Que pinche puta suerte.

Cuando caía en esa fracción de segundo sentí como algo cortaba mi cabello.

Al momento de voltear boca arriba para volver a correr, esa criatura me atrapó. Ahora sí estaba entre el hielo y el mounstro, literalmente.

Voltee el rostro a un lado cuando esa cosa rugió frente mío, ay mamá, por qué me pasan estás cosas a mí.

— Te recomiendo unas muy buenas pastillas para el aliento — me volvió a rugir y está vez cerré los ojos más asustada — por si te interesaban, claro — mi voz tembló y el mounstro se movió cambiando su postura a una más intimidante y abriendo la boca, su gran boca, lista para comerme — ¡Ay mamá!

Era todo. ¿Así moriría? ¿Sin encontrar una salida para las chicas?

Antes de siquiera me tocará el rostro, la bestia soltó un quejido ensordecedor.

— ¡Carmen! — la angelical voz de Sonya cayó en mis oídos, y no pude estar más agradecida de todo.

— ¡Ven por nosotros maldito murciélago! — gritó Harriet con todo el grupo de chicas a sus espaldas, todas armadas y con expresiones enojadas.

Lo único que pude ver antes de cerrar los ojos por el cansancio fue a Sonya correr con una lanza en mano para ayudar a las chicas, mientras los gritos de furia se extendían más y más.

Una lágrima cayó por mi cara cuando sentí una punzada en el corazón.

Ellas... Ellas de verdad son increíbles.










. . .









Abrí los ojos poco a poco sintiendo la poca luz calar en mis párpados. Mediante podía apreciar a mi alrededor, varias figuras se aclararon frente a mí.

Los rostros preocupados de las vivas fue lo primero que ví. Sonya, Harriet, Rachel, Paula, Lily, Gala, todas ellas., incluso a las chicas que aún no recordaban su nombre aún.

— ¿Estas bien? — guardé mi comentario sarcástico en la garganta cuando ví su preocupación bien marcada, así que solo asentí.

— Gracias, chicas — sentí el abrazo de varias y como recitaban un “no te preocupes” “no te dejaríamos morir” “te necesitamos viva, astilla”

Me sentía bien, antes de enojarse conmigo por dirigir la bestia a nuestro hogar, me entendieron y consolaron.

Ahora esa bestia de metal estaba en el suelo tirada, una gran chorrera de aceite se veía en el hielo y el humo se extendía.

Todo se acabó... Por hoy.

Algo llamó mi atención al fondo de todo esto, algo se movía y antes de que pudiera advertirles, todo nervio se fue de mi cuerpo.

La sorpresa no cabía en mí y mis ojos salieron de su órbita.

Las chicas me ayudaron a levantarme con cuidado.
Ella estaba aquí, frente a mi.

Paulette había salido de su cabaña, su cara estaba descubierta.

Retrocedí un poco cuando ella se acercó peligrosamente.

— Lo siento — abrí mis ojos sorprendida por esas palabras. ¿Enserio era esa Paulette que conocía? — en realidad era yo la que no estaba haciendo bien mi trabajo... He estado muy distraída estos días, y ahora me doy cuenta que eso pudo haberte costado la vida... Lo siento — sus labios se curvaron hacia arriba en un intento de sonrisa, una débil e invisible sonrisa, Pero que para mí era más que suficiente.

— No... No creas eso, tu trabajo es espectacular — me acerqué cortando la distancia entre nosotros — un error puede cometerlo hasta el genio más grande — Paulette estaba paralizada, no sé si iba a golpearme o dejarme en el suelo tirada, pero sin duda me sorprendió que correspondiera mi abrazo sin peros.

Bueno, si me hubieran dicho que correría por horas en el laberinto siendo perseguida por una sombra que quería matarme, solo para hacer que Paulette sonriera y mostrara cariño sin duda no lo habría echo, pero aquí estamos.





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