Capítulo 9
Los días pasaban lentos o rápidos, dependiendo de a quién se le preguntara. Era jueves por la tarde. Irene había tenido una cansada pero fructífera semana, en la que apenas podía dormir, queriendo exprimir todas las ideas de su mente, sabiendo que su nueva historia quería llegar al final.
Hacía apenas una hora que había pulsado el punto final a su historia. Tenía que darle algún repaso, para evitar errores tontos, pero los personajes ya habían dicho lo que tenían que decir, por lo que estaba contenta. Lo primero que hizo fue marcar el número de su editora, que seguro recibiría las noticias con su alegría característica. Estaba encantada con ella. Fue la primera en creer en sus posibilidades y siempre tenía una palabra de ánimo. Sabía que si era menester le presionaba para que continuara, pero conseguía hacerlo de tal manera que hacía que Irene reaccionara.
―Tu escritora favorita ha terminado el borrador ―le dijo a modo de saludo en cuanto escuchó que descolgaban el teléfono, provocando que su editora Lydia riera.
―¿Qué te hace pensar que eres mi favorita? ―preguntó en su habitual voz suave.
―¡Oh, Lydi, vamos! Sabes que intentas hacerme rabiar pero que serlo lo soy. Ya en serio ―continuó después de las risas―, le doy una vueltecita y te lo mando. Sabes que siempre hay que mirarlo mil veces para comprobarlo todo.
―¡Mándamelo ya! No seas mala. Sabes que me tienes en ascuas desde que me diste un adelanto de la historia.
Efectivamente, Irene estaba encantada con ella. No había podido tener más suerte al cruzársela en una de tantas editoriales con las que había tratado de trabajar. Siempre le decía que era su mayor fan y, si no fuera porque su madre insistía en que era ella, seguramente así sería.
Estuvo un rato hablando por teléfono con ella, tanto del libro como de muchas otras cosas, hasta que ambas decidieron dejar la conversación hasta una próxima reunión. Sin peso ya sobre sus hombros y mucho más liviana de lo que había estado en un tiempo, decidió ir a buscar a su hermana al trabajo.
Quería hablar con ella ya que no lo hacía desde el domingo y, aunque no hacía demasiado tiempo, se había malacostumbrado desde que había vuelto de Madrid. Tampoco habían hablado por teléfono, ya que había estado inmersa por completo en su historia. De hecho, apenas había hablado con Miguel Ángel y eso que vivían juntos.
Antes de presentarse sin más en la escuela de fotografía Irene la llamó por teléfono. Le daba poco margen, pero entendía que lo suficiente.
―Hola, hermanita ―dijo cuando Nadia le contestó.
―Dime, sister.
―¿Has terminado?
―Casi, ¿por?
―Porque te quiero invitar a un crepe, que no te veo desde hace mucho.
―Claro, ¿dónde nos vemos?
―Estoy aquí abajo. Termina y vamos. Me voy a entretener mientras en la tienda de fotos.
―Vale, no tardo. Ya sabes que me puedes comprar un regalito. Déjate aconsejar allí.
Irene sólo se rio y colgó el teléfono. Fue a mirar el escaparate. Aunque no se dedicaba a ello como su hermana, lo cierto es que le encantaba también el mundo fotográfico. Su tío y su padre se lo habían contagiado a ambas, aunque ella había tomado otro rumbo.
Estuvo algo menos de quince minutos mirando los distintos equipos cuando la voz de su hermana la sobresaltó.
―¿Me has comprado ya mi regalo?
―¡Jo-der, Nadia! ―exclamó llevándose la mano al pecho―. Menudo susto.
―Tienes el corazón muy chiquito. Anda, vamos a la tetería que me quiero cobrar esa invitación, y me tengo que cobrar además el que me llamarais desaparecida.
Ambas se encaminaron hacia la tetería, que estaba allí cerca y donde según Nadia, hacían los mejores zumos del mundo.
Allí se encontraban tras la barra Aída, María y algún que otro empleado que entraba y salía para atender las distintas mesas que había ocupadas. Como cada jueves, estaba bastante animado el local.
―Hola, chicas. ¿Qué os trae por aquí? ―preguntó amablemente María, que secaba un par de vasos a toda prisa.
―Los zumos, ¿qué va a ser? ―contestó en su lugar Aída, lo que hizo sonreír a las otras dos―. Sentaos donde queráis, enseguida vamos.
Aída se marchó, dejándolas un poco confusas porque, si bien su tono no era brusco, la notaban distinta.
―Ya os dije que últimamente está un poco rara, así que no miréis con tanta extrañeza. Pero en algo tiene razón, coged una mesa anda, antes de que os ponga a trabajar.
Las hermanas no perdieron tiempo en buscar en una sala tranquila. No tenían ganas de ponerse a hacer zumos, así que se iban a sentir un poco egoístas por no ayudar, aunque sólo un poco, porque habían tenido bastante trabajo durante el día.
Poco después efectivamente, apareció Aída para tomar nota de lo que querían tomar, un mero trámite que hacía siempre, a pesar de que la mayoría de veces se pedían lo mismo desde hacía bastante tiempo.
―¿Estás bien, Aída? ―le preguntó Irene antes de que se marchara.
―Claro, todo bien ―sonrió.
Se marchó dejando solas a Nadia e Irene, que continuaban haciendo sus cábalas al respecto. No obstante, Aída cuando quería era bastante reservada, al igual que les pasaba a todas en mayor o menor medida y además, habían estado tan metidas en su propio mundo últimamente que ni se imaginaban qué le podía pasar al resto.
―Me siento mala gente ―dijo finalmente Nadia, rompiendo el silencio que se había instaurado cuando Aída se marchó dejando sus bebidas.
―¿Por? ―preguntó innecesariamente, pues la había entendido a la perfección.
―No sé qué le pasa a Aída, si es que le pasa algo, que creo que sí, que le pasa, pero no tengo ni la más remota idea de lo que puede ser.
―Ya. Hemos estado metidas en nuestras cosas, pero no por ello hay que sentirse así.
―Como si tú no te sintieras igual.
―Bueno, ella no quiere que lo sepamos, si no nos lo diría.
―Pues peor me lo pones. ¿Y si es que no confía ya en nosotras?
―No seas melodramática, Nadia. Bebe zumo anda, que eso siempre te ayuda.
―¡No te burles! Aunque te voy a hacer caso ―contestó bebiendo.
De nuevo Aída apareció, esta vez con un crepe en la mano, que dejó en la mesa.
―Esto para vosotras, cortesía de la casa ―explicó antes de que alguna preguntara―. He traído sólo uno porque os hartáis muy rápido de dulces.
Se sentó, apoyando los codos en la mesa y la cabeza en sus manos.
―En serio ―insistió Irene―. ¿Estás bien?
―No ―reconoció finalmente―. Pero lo estaré, no os preocupéis.
―¡Claro que nos preocupamos! ―dijo tajante Nadia, provocando que varias cabezas se giraran hacia donde estaban ellas.
―Vale, pues preocuparos, pero baja el tono, mujer.
―Sí, perdona ―sonrió a las mesas de alrededor―. Me exalto con facilidad. Seguid, seguid con lo vuestro ―les explicó haciendo gestos con las manos para que volvieran a lo suyo.
Irene no pudo más que reírse de su hermana.
―¿Podemos ayudarte en algo? ―le preguntó de nuevo Irene, que tomaba tranquilamente su té.
―No, pero gracias.
―¡Pero algo podremos hacer!
Esta vez Aída la mandó callar con una simple mirada, no queriendo que volviera a alzar la voz. Adoraba a sus amigas pero tendían, sobre todo Nadia, a ponerla en situaciones incómodas debido a su gran bocaza.
―Joder perdona, pero te veo rara, estás triste y si hay cualquier cosa que...
―Pero no la hay, Nadia ―la interrumpió. Luego cambió su tono, suavizándolo un poco―. En serio, vuestra preocupación no es necesaria, aunque se agradece. Ahora os dejo que he dejado todo empantanado.
―Vale, cualquier cosa... ―comentó Irene.
―Os lo diré, tranquilas ―interrumpió de nuevo.
Las volvió a dejar allí. El té se había enfriado, el zumo calentado y el helado que acompañaba al crepe se había derretido. Nada de eso les importaba, pues ahora lo que había sido una simple suposición, que esperaban fuera errónea, se confirmaba.
Aída era bastante tranquila normalmente, no se tomaba las cosas a la tremenda, por lo que les molestaba no poder hacer nada por ayudarla.
Nacho entraba poco después por la puerta, había recibido un mensaje de su hermana Irene para que se reuniera con ellas al salir del trabajo. No tenía ganas, estaba cansado y estresado. Llevaba noches sin dormir y lo que menos le apetecía era ver a nadie, pero llevaba más de una semana sin verlas y no sabía cuánto más las podría evitar.
Se acercó a la barra, tras la que vio a María. Fue lentamente hacia allí. Ésta lo vio y le sonrió, aunque la sonrisa se le fue un poco cuando vio su ojerosa cara.
―Nacho, qué mala cara tienes. ¿Qué te pasa? ―salió de detrás de la barra para darle un rápido abrazo.
―Sí, sólo ha sido una semana mala. ¿Están...?
Aída llegó en ese momento y lo interrumpió, sin controlar aún su tono de voz.
―Están arriba. En la primera sala de la izquierda.
―Gracias ―contestó escuetamente, esbozando una pequeña sonrisa que parecía más una mueca.
Se marchó igual de lento que había entrado y subió las escaleras para ver a sus hermanas. María se quedó mirando cómo se iba y cómo Aída entraba a preparar un nuevo pedido. Se fue tras ella.
―¿A ti que te pasa?
―Nada importante, ya te lo he dicho.
―Estás muy borde, nena, tú no eres así.
―Sabes que sí, que...
―No ―interrumpió―. Nadia es así. Irene puede serlo, tú eres así por algo, no es lo normal en ti. Antes con las niñas, ahora Nacho. ¿Te hemos hecho algo?
―Perdona, María. Sabes que hay malas rachas, sólo que... ―dejó la frase en el aire.
―¿Qué qué?
―No lo sé ni yo ―reconoció―. Pero dame un poco de tiempo. Se me pasará, ¿vale? Mientras, no me lo tengas en cuenta, por favor.
Nacho entró donde Aída le había señalado que estaban sus hermanas. No fue difícil ubicarlas, por suerte no eran salas grandes y no era difícil verlas. Ambas se levantaron para saludar a su hermano con dos besos en la cara. Lo vieron ojeroso y algo pálido. Él soltó su maletín en el suelo y se dejó caer en la silla, agotado.
―Joder, hermanito, menudo careto ―dijo Nadia con su tacto habitual.
Irene le dio una mala mirada, un poco en señal de advertencia, y Nadia se encogió de hombros no sabiendo qué había hecho mal. Él sonrió sinceramente, pensando que a lo mejor no había sido tan mala idea ir.
Poco después, sin haber pedido nada, Aída volvió a aparecer con una taza en la mano, que puso delante de Nacho.
―Es manzanilla ―explicó―. Me ha dicho María que estoy muy borde y que la ibas a necesitar. Ya sabéis su teoría: una manzanilla reconforta.
Él tan sólo pudo asentir con la cabeza, mientras observaba cómo ella se dirigía a otra mesa en la que la llamaron. Miró la taza, con el amarillento líquido hasta el borde. Notó, levemente, como Irene le cogía la mano que tenía sobre la mesa y le daba un apretón, un poco en apoyo, otro poco llamando su atención.
―¿Qué te pasa, Nacho? ―preguntó suavemente.
―Una semana dura de trabajo, nada más.
Trató de sonreír, pero no le salió muy bien, y sus hermanas lo conocían lo suficiente para no haberle creído.
―Bueno, ¿celebramos algo? ―cambió de tema.
―Vale, te seguiré el rollo. No se debe a nada, sólo me apetecía veros. He estado tan metida en mi libro que no he tenido tiempo de nada. Además, no te vimos el fin de semana, así que hacía bastante que no sabía de ti.
―Sí, ¿por qué no te viniste?
―Tenía mucho trabajo en el despacho.
―¿Un caso te tiene así? ―preguntó seriamente Nadia.
―Bueno, es un cúmulo de cosas, no le voy a echar la culpa a un solo caso ―respondió sincero mientras bebía lentamente su manzanilla.
―Creo que esto es un dejavú ―dijo Irene más para sí misma y luego continuó más claramente―. ¿Sabes que estamos aquí, verdad?
―Lo sé.
―No, lo sé no ―insistió―. Estamos aquí de verdad. Queremos saber que estás bien, queremos que nos digas qué te pasa y poder ayudarte. No tienes que ser siempre el hermano mayor.
―Y si hay que romper piernas, se rompen ―añadió Nadia con una sonrisa.
Nacho sonrió y siguió bebiendo. Le estaba sentando bien tanto la manzanilla, como el estar con su familia. Irene, viendo que no le iba a sacar nada, decidió hablar un poco de su trabajo, y de las ideas surgidas en la última semana y que no le habían permitido tener vida social.
No estuvieron mucho en la tetería, no estaban de ánimos para ello. Nacho se marchó primero, prometiendo a sus hermanas que descansaría y que se verían en casa de sus padres el fin de semana.
Irene aún estando cansada, no podía pasar un jueves sin ver a sus amigos. Estaba tan acostumbrada a ello que daba igual lo cansada que pudiera estar. Nadia tampoco pensaba perdérselo, así que se marcharon, pero quedando con Aída y María para verse poco después en el sitio de siempre.
El sitio de siempre tuvo también su mesa de siempre llena y rebosante de actividad. Faltaban Nacho, que dijo que necesitaba descansar, de lo que daban fe todas las que lo habían visto aquel día, y Nuria que tenía guardia en el hospital.
Nuria estaba bastante más desaparecida que de costumbre. Había empezado a salir hacía poco con un compañero, también médico, y aún estaba en su fase "luna de miel". Por horarios de trabajo aún no había podido presentárselo a sus amigos, al menos no a todos. Estaba preparando el terreno y los horarios de ambos para, además de presentarlo, poder dar una importante noticia, por lo que estaba bastante nerviosa ese jueves, pensando cómo se lo podían tomar sus amigos la semana siguiente.
Pero estaba trabajando y no se podía permitir el lujo de distraerse ya que tenía una gran responsabilidad, así que desechó todo pensamiento que no tuviera que ver con medicina, inspiró hondo, espiró despacio y se concentró en el historial que tenía delante.
―Oye ―llamó la atención de todos Paloma―. El jueves que viene lo hacemos en nuestra casa ―invitó señalándose a ella y Diego.
―¿Y eso? ―preguntó curiosa María.
―Me apetece. Así podemos estar más tranquilos, si Manu se quiere dormir lo puede hacer y Laura y Dani no se tienen que ir tan pronto.
―¿Y por qué no lo hacemos el viernes, así la mayoría no tiene que madrugar? ―opinó Ernesto―. A mí me da igual porque yo me levanto espléndido cada mañana, pero aquí hay algún blandengue.
―Bueno, eso ya que confirme Nuria, que es la que está haciendo malabares para presentarnos a su chico ―contestó Diego.
Todos de acuerdo, no cerraron fecha para la siguiente semana, pero sí el sitio donde irían. No quedaban en ninguna casa porque era mucho más cómodo cenar fuera, sin necesidad de preparación previa ni de recogida posterior. Pero alguna que otra vez sí que lo hacían, aunque no por eso de que no fuera tan descabellado, más de una intrigante mente dejó de sospechar de las intenciones de Paloma.
Normalmente se habría ido cada uno en el momento que le hubiera apetecido, pero aquel jueves, en el instante en que Laura y Dani dijeron de marcharse, los demás sin haber pactado nada, también se levantaron de la mesa. Había sido una semana dura para la mayoría de ellos, y ésta aún no se acababa, así que querían descansar.
Nota de autora: Para enmendar las sensaciones que pueden dejar un capitulo corto, aquí uno con más cositas. Y una vez más, porque siempre está ahí, este capítulo no puede ir dedicado a nadie más.
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