Capítulo 8
El fin de semana pasó bastante rápido para todos, cada uno con sus quehaceres, sus reuniones y sus planes familiares. El domingo efectivamente, tal y como pronosticó Nadia, más de uno estuvo de acuerdo con la idea de Manu, de ir a ver a tita Nadia.
Tal y como había predicho, Irene y Miguel Ángel no se lo iban a perder. También María, que tenía el domingo libre por obra y gracia de Aída, que se quedaba a cargo de la tetería y que, en opinión de la propia María, estaba bastante rara últimamente.
Pasaron todo el día en Júzcar, al que ahora se le conocía más como el "Pueblo pitufo". Belén alguna vez les había contado que, para la promoción de la película Los pitufos, puesto que los personajillos vivían bajo las setas, habían elegido dicho pueblo porque era el que más variedad de setas tenía, por lo que pintaron todo el pueblo de azul en honor a los pequeños seres. El pueblo vio el filón económico y consiguió mantener el color, por lo que aún seguían llegando turistas para visitarlo por dicha característica.
Manu estaba encantado, correteando por las calles del pueblo y siendo el modelo perfecto para la cámara de Nadia, que no paraba de hacerle fotos. Él se dejaba hacer, había sacado esa facilidad para las poses de su padre, no así de su madre que renegaba y a la que casi había que arrastrar cada vez que se decía de echarle una foto.
Ernesto y Nadia habían evitado el vino la noche anterior y se habían acostado a horas normales, pues sus amigos amenazaban con llegar temprano ya que querían aprovechar el día. Si tenían que hacer casi dos horas de camino desde Málaga, iban a amortizar el viaje.
Volvieron a su infancia, donde iban con sus padres a visitar pueblos o hacer acampadas. Visitar calles, pasear, comer cosas típicas, hacer fotos... en definitiva, estar juntos.
Miguel Ángel llevaba a Manu sobre sus hombros, que lo miraba todo con emoción. Todos iban charlando y bromeando, recordando los viejos tiempos, cuando ellos eran algo más grandes que Manu, pero los que correteaban y jugaban por todos lados. Al menos los que se conocían desde niños, como Nadia, Irene, Víctor, Ernesto y Laura, que tuvieron la suerte de vivir esa época juntos. Los que habían entrado más tarde al grupo se divertían con las historias que contaban y aportaban las suyas propias, por lo que entre risas y batallitas, el tiempo se les pasó volando.
Pero el domingo no fue tan bueno para todos. Mientras que en Júzcar parecía que todos se olvidaron, al menos momentáneamente, de sus problemas -incluida Nadia de la conversación nocturna que tanto le taladraba- hubo quien no pudo aparcar nada por más que quisiera.
Había intentado no ir a buscarla, pero no se había podido resistir. No se estaba portando bien, que no estaba siendo justo lo sabía, pero no había podido actuar de ninguna otra forma. Había ocurrido simplemente y ahora no sabía cómo continuar. Él siempre era racional, menos cuando dejó de serlo.
―¿Qué haces aquí? ―le preguntó ella con acritud.
―Vengo a hablar contigo.
―Creo que ya lo has dejado todo bastante claro, Nacho. No sé qué más quieres decir.
Ella intentó irse, aunque él fue más rápido y le cogió de la mano, parándola en seco.
―Por favor ―pidió―. No sé... no... Tómate un café conmigo.
―¿Para qué? ―se zafó de él―. ¿Qué más quieres decir? Fue un calentón, eso es todo.
―Yo no he dicho eso nunca ―dijo con voz contenida.
―No, sólo lo insinuaste.
Sabía que ella no iba a ceder. Tampoco tenía ningún derecho a pedirle nada. Todo había ocurrido una noche en la que había bebido. No demasiado como para no estar en pleno uso de sus facultades, pero sí lo suficiente para hacer lo que en otro momento no se habría planteado. No porque no quisiera, si no por no hacerle daño ni a ella, ni a sus hermanas ni a él mismo. No se consideraba cobarde, pero sin duda lo era.
―Fue un error ―volvió a decir ella―. Tú mismo lo dijiste, dejémoslo ahí.
―No quise decir eso.
―Pues eso dijiste. Fue un error, no quiero hacer daño a mis hermanas, mejor lo olvidamos...
―Ya... ―interrumpió―. Ya sé lo que dije... Pero no quise...
Se pasó la mano por la cara, en señal de desesperación.
―Es difícil ―retomó Nacho, ante el silencio de ella―. Mis hermanas...
―Tus hermanas no tienen nada que opinar aquí ―interrumpió ella tajante―. Tampoco creo que lo hicieran.
―Ellas opinan de todo se les pregunte o no.
―¿Me lo dices o me lo cuentas?
―Ya sé que lo sabes pero... ¡joder! No quiero hacer daño a nadie, eso es todo.
―Pues te has lucido, Nachete. Te has lucido.
Se marchó, y él se quedó solo y de pie, mirando por donde ella se había ido. Cabizbajo, con peor sensación que cuando llegó, se marchó a su casa, con ganas de que el fin de semana acabase y de que el trabajo absorbiera todos sus pensamientos en toda la semana, el mes o puede que el año.
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