Capítulo 7
Eran las ocho de la mañana y alguien en la casa había decidido que no se podía dormir más, a pesar de ser sábado, así que fue hacia la cama de sus padres y les saltó encima con poca delicadeza.
―¡Mamos, papá! ―gritó Manu cogiéndole la cara entre sus pequeñas manos.
―Peque ―dijo su padre con dificultad.
―Manu, deja a papi descansar, anda ―dijo ahora Laura―. No ves que es un dormilón.
―La que va a hablar ―consiguió decir cuando se zafó de las manos de su hijo. Luego, se dirigió a él, en un audible murmullo―. Cosquillas a mami.
―No, no, no, no, no ―intentó advertir ella.
La traviesa cara de Manu se iluminó y, junto a su padre, se lanzó hacia ella.
Cuando Laura por fin se rindió, consiguió parar la guerra de cosquillas. Todos se levantaron para desayunar. Ese día tenían planes para ver a los abuelos, por lo que tenían todo el sábado ocupado. Iba a ser un día agotador, pero Manu disfrutaba mucho con su familia por ambas partes, y lo cierto es que ellos también, así que era un agotamiento feliz como ellos mismos decían.
―Mamá, ¿tita Nania? ―preguntó Manu.
―La tita no está este fin de semana, cariño ―le explicó―. Hoy vamos a casa de los abuelos. Y mañana podemos ver a los padrinos, ¿quieres? ―le preguntó refiriéndose a Irene y Miguel Ángel.
Laura tenía claro que quería que la madrina de su hijo fuera Irene, no concebía que fuera de otra manera siendo su amiga desde que tenía uso de razón. Dani, por su parte, quería que fuera Miguel Ángel. El que posteriormente fueran pareja fue una mera casualidad.
―¡Síiiiiii! ―jaleó el niño, que adoraba también a sus padrinos―. ¿Y tita Nania?
Dani sonrió, ante la insistencia de su hijo.
―Peque, tita Nadia está fuera.
―¿Mamos?
―La tita quiere tener un día tranquilo ―le volvió a explicar―. Esta semana la volverás a ver, impaciente.
―¡No!
―No montes un berrinche, Manu ―le dijo más serio―. La tita no está en Málaga. Se ha ido de viaje.
Manu hizo un pequeño puchero.
―¿Mamos viaje? ―repitió más calmado y poniendo su mejor cara de pena.
Tanto Laura como Dani reprimieron una carcajada. Ella se tuvo que poner una mano sobre la boca.
―Vamos a hacer una cosa ―dijo Laura finalmente―. No tenemos ningún plan mañana, así que vamos a llamar a tita Nadia a ver si no se ha ido muy lejos y comemos juntos... pero mañana, hoy no ―insistió para que su hijo lo entendiera, señalándolo con el dedo en señal de advertencia.
Era cierto que era un niño con el que se podía dialogar, tan acostumbrado a estar entre adultos que le podían explicar las cosas, pero no dejaba de ser un niño. Él sonrió ampliamente estando de acuerdo con lo que había conseguido.
―¡Vale! ―aceptó. Se quedó mirando fijamente a sus padres, mirando de uno a otro, intermitentemente.
―¿Qué pasa ahora, peque? ―le preguntó Dani, que no podía resistir demasiado "esa" mirada de su hijo.
―No pretenderás que la llame ahora, ¿no? ―contestó Laura, en su lugar, entendiéndolo perfectamente.
Manu volvió a sonreír.
―Son las ocho y media, Manu. La tita nos odiará si la llamo... ―Ella paró su alegato y se quedó pensando durante escasos segundos―. No, vale, está bien. La llamamos.
―Pero, Lauri, que es muy temprano.
―Su sobrino no va a parar. No pienso estar todo el día con el de la plumita detrás.
―¿El de la plumita? ―preguntó confuso.
―El pesado de tu hijo ―contestó como si fuera de lo más obvio―. ¡Vamos! ¿Nunca lo has escuchado?
―¡No!
―Pues en mi familia se dice mucho. No me preguntes el porqué, que te veo venir. Da igual ―finalizó esa conversación para seguir con su hijo―. Llamaré a tu tía y tú hablas con ella. Se lo explicas tú, a ver lo que entiende.
Cogió su móvil y marcó el número de Nadia, poniéndolo en altavoz, para saber qué iba diciendo. Cuando ya creían que tendrían que volver a intentarlo, una somnolienta voz se escuchó al otro lado.
―Espero que sea algo urgente, Laura.
―¡Tita Nania! ―respondió feliz Manu.
La voz de Nadia pareció aclararse rápidamente. Normalmente, cuando Manu quería hablar con ella, ya lo había hecho previamente con Laura o Dani y no sin presentación previa, por lo que por un momento pensó que sí que había pasado algo en casa y el niño había pulsado su número al azar.
―Enano, ¿qué pasa? ¿Estás bien? ¿Dónde están los papis?
―Tranquila, Missing ―se apresuró a hablar Laura, para tranquilizar a su amiga―. Simplemente tu sobrino, el friki de tita Nania, quiere pedirte algo.
―Jo... lín ―se corrigió rápidamente antes de tener un desliz―. ¡Qué susto! Ya sé que puede ser el de la plumita. Dime, enano ―Laura se rio por el entendimiento con su amiga.
―Tita Nania, ¿mamos? Ñana, no hoy. Hoy welos.
―A lo mejor necesito que alguien me aclare un poco ―pidió sabiendo ahora que Laura escuchaba.
Dani rió, por lo que Nadia supo que ambos estaban a la escucha y supuso que más que divertidos por la situación.
―¡Tita! ―se desesperó Manu―. ¡Ñana mamos! ―exigió finalmente.
―¿A dónde vamos mañana, enano?
―¡Contigo! ―dijo con tal cara de obviedad, ayudado por sus propios gestos que, finalmente, los padres allí presentes rompieron a reír.
Nadia notó la voz demandante de su sobrino favorito, al que ayudaba que fuera el único, y también sonrió. No lo estaba viendo pero sabía la cara que tendría y no quería enfadarlo más.
―Vaaaaale ―dijo lentamente―. Bien, mañana nos vemos entonces, ¿no?
―¡Síííí!
―Manu ―le llamó su madre―. No le has pedido permiso.
―¿Po favoooooo?
Nadia, al otro lado de la línea, soltó una carcajada.
―Claro que si, enano. Chicos ―dijo ahora refiriéndose a Laura y Dani―. ¿Venís vosotros para acá o nos vemos para comer por algún sitio? Esto es genial, podríais venir y echamos el día en Júzcar, está chulísimo el pueblo pitufo pero si es muy lejos para Manu...
―Nadia, Nadia ―le interrumpió Dani―. Te vamos a echar por tierra tu finde tranquilo. Nosotros iremos. Y si se hace largo para el pesado éste ―se metió con su hijo―, que se aguante.
―Eso ―confirmó Laura―. Que lleva desde que se despertó dando calor con ver a tita Nania. No sé qué le das a mi hijo.
―Los caprichos que tú no.
―Eso me temía.
―Vale, pues os mando ubicación ahora y nos vemos mañana ―luego se dirigió a Manu―. ¡Nos vemos mañana, Manu!
―¡Mieeeeeeen!
Todos se despidieron, hasta el día siguiente. Manu, con una radiante sonrisa, se tomó por fin el zumo que llevaba un rato olvidado en la mesa.
Eran casi las nueve de la mañana y no iba a poder seguir durmiendo. Su exigente sobrino se había encargado de ello. Aprovecharía el tiempo para salir a tirar más fotos. Le dolía un poco la cabeza por el vino de la noche anterior y por las pocas horas de sueño, pero nada que un café y una pastilla no pudieran quitar.
Ahora que se daba cuenta, también había algo más que ocupaba su cabeza. Las palabras de Ernesto de pronto retumbaban en su mente. Intentó sacarlo ahí, no necesitaba un motivo más para que el dolor le taladrara.
―El olor del café no falla ―dijo Víctor, que aparecía en ese momento por la cocina.
―Buenos días ―contestó ella sonriente―. ¿Qué tal te has levantado?
―Bien, yo caí con la primera copa. ¿Y tú qué tal?
―Bueno, me gustaría haber caído con la primera copa ―contestó sinceramente.
Víctor hizo un gesto como pregunta, pero ella sólo negó con la cabeza. Se entendían, ambos sabían que no era el momento.
―¿A quién se le ha ocurrido no parar de reír esta mañana? ―preguntó Ernesto, que entraba en la cocina con todo el pelo revuelto y bastante mala cara.
―Si te refieres a mí, eso fue hace al menos quince minutos, así que no te he podido despertar ahora.
―¡Shhhhh! ―pidió cogiéndose la cabeza con ambas manos―. ¿Podrías ser menos ruidosa?
―Perdone usted, señor ―susurró ella en respuesta.
―Toma, anda ―le dijo Víctor dándole una pastilla con un vaso de agua.
―¿Por qué vosotros tenéis buena cara? ¿Acaso sólo bebí yo?
―Casi. Éste se durmió a las primeras de cambio, y a mí no me cundía tanto como a ti. ¿Café?
―Te adoro ―respondió.
Era una frase bastante normal en Ernesto, no tenía ninguna connotación más allá de expresar, muy exageradamente, su agradecimiento por algo. Pero ahora, Nadia lo escuchaba de forma distinta, aunque él no parecía haber cambiado nada.
―¿Estás bien? ―le preguntó Víctor, que sí había notado cómo ella se tensaba.
―Sí, claro ―le tendió una taza a cada uno.
Cogió la suya propia y se fue hacia el pequeño salón. Se sentó en el sofá y se lo comenzó a beber pausadamente.
Sus dos amigos la siguieron por mera inercia y para estar más cómodos. Víctor se sentó junto a ella y Ernesto, aún pareciendo más un zombi que una persona, en el sillón individual que estaba justo enfrente.
―Recuérdame que no beba nunca.
―Como si alguna vez nos escucharas ―contestó Víctor.
―¡Shhhhh! ―repitió―. Ahora os escucho demasiado. ¿En serio tenéis que ser tan ruidosos?
―Bueno, señor ninja ―dijo ahora Nadia―. Descansa esta mañana y nos vemos para comer, a ver si estás más recuperado. Yo me voy a desayunar algo al bar, que aquí sólo hay café y luego me voy con mi amiga Nik por ahí ―concluyó refiriéndose a su cámara.
―De eso nada. Me doy una ducha rápida, me quito esta cara de muerto y voy también. Hemos venido para ver pueblos, ¿no? Veámoslos.
―Como quieras, aunque yo me ducharé primera, que tardo menos que vosotros, so tardones.
Ernesto hizo un gesto con la mano echándola de allí, y Víctor le sacó la lengua infantilmente.
―El que os comportéis como niños me recuerda que mañana iremos a Júzcar y vienen Dani, Laura y el enano. Seguramente venga más gente cuando se lo diga a mi hermana. ¿Crees que podrás no tener resaca mañana?
―Ja, ja. Me parto contigo. Vete ya, anda. Pero vete despacito.
Nadia sonrió maquiavélicamente y fue pisando fuerte hacia la habitación, cerrando de un portazo cuando estuvo dentro.
―¡Dios! ―susurró―. ¡Qué mala leche tiene cuando quiere!
Víctor se rió de él. Miró que la puerta estuviera efectivamente cerrada, antes de hablar en voz queda con Ernesto.
―¿Estás bien?
―¿No ves que no? Vic, tío, cada vez estás peor.
Víctor se apretó el puente de la nariz con dos dedos e inspirando hondo.
―No, idiota. Aparte de la resaca. Por cierto que ya te vale, ¿qué tienes? ¿Quince años? Bah, da igual ―continuó hablando viendo que Ernesto iba a contestar a su pregunta retórica―. Nadia está rara, y tú bebiste demasiado. ¿De qué hablasteis? ¿Qué le dijiste?
―¡Yo qué sé! ¡De nada! No tengo ni idea, Vic ―se rindió apretándose las sienes―. ¿Qué se supone que le diga?
―Cualquier cosa podría ser. Procura que no haya sido nada fuera de lugar.
―Sí, mamá.
Víctor se levantó, no sin lanzarle una mirada de advertencia.
―¿Y qué carajo crees que le he dicho? ―preguntó antes de que Víctor se metiera en su habitación―. ¿Cuándo he dicho yo algo fuera de lugar?
―¿En serio quieres que conteste a eso?
―No, la verdad es que no. Vete mejor a preparar tu ropa ―concluyó recostándose en el sillón y cerrando los ojos.
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