Capítulo 4



Irene llevó a su hermana a casa de Nacho, ya que ésta se había ido al centro en bus, no queriendo arriesgarse a llegar tarde por no poder aparcar. Subió simplemente a saludar a su hermano y se marchó a su casa alegando, con su sarcasmo habitual, que ya había escuchado la historia de Nadia y que si la escuchaba de nuevo, la mandaría de vuelta a Madrid por pesada.

Nacho saludó efusivamente a ambas, contagiado también por la actitud de Nadia, y le pidió que le contara todo con pelos y señales. Ésta no se hizo de rogar.

Irene se marchó a casa, donde se encontró a un cansado Miguel Ángel, que estaba recostado en el sofá con los ojos cerrados. No quiso hacer mucho ruido al entrar. Los lunes eran los peores días para él, en primer lugar porque se negaba a usar un día del fin de semana para descansar y, por otra parte, además de trabajar por la tarde también, ya odiaba el mero hecho de que era lunes sin más.

―Hola guapa ―saludó él sin abrir los ojos.

Ella, que creía haber sido silenciosa, se asustó al escucharlo.

―¡Dios, Migue! ―se quejó con la mano en el pecho―. ¿No estabas dormido?

―No, mujer. Sólo tenía los ojos cerrados. Ya sabes, mirando pa'dentro.

Irene sonrió y se acercó a él, dándole un suave beso en los labios y sentándose a su lado.

―¿Qué tal ha estado tu día? ―le preguntó él apretándola en un abrazo.

―Bien. Me ha cundido bastante la mañana, la verdad. Por la tarde he estado un rato con mi hermana.

―¿Y qué tal? ¿Cómo le ha ido su primer día?

―Muy bien. Está como una niña con zapatos nuevos.

―¿Sigue inquietantemente sonriente?

―¡Cómo lo sabes! ―bromeó ella incorporándose un poco―. Creo que le van a salir arrugas.

―Bueno, esas son arrugas buenas. Aunque a lo mejor es menester que le regalemos algunas cremitas ya.

―¿Y qué nos la tire a la cara? No, gracias ―contestó volviendo a arrebujarse en su abrazo.

Ambos rieron, sabiendo que aquello sería lo más probable que ocurriera.

―He hablado con Ernesto ―comentó él al rato de estar callados, cambiando por completo de tema―. Le apetece chino.

Irene rió de nuevo y se volvió a incorporar, mirándolo fijamente. Ya sabía a dónde quería llegar. Miguel Ángel tenía casi pasión por la comida china, sobre todo la de un chino concreto, donde aseguraba que comían el resto de chinos de la ciudad y donde el pollo parecía pollo.

―Sabe qué teclas tocar, ¿eh?

―No te digo yo que no. ¿Qué me dices? ¿Te apetece? ―le preguntó haciendo un tierno puchero con la boca.

―No me pongas esa cara ―se quejó ella―. Además, ¿no eras tú el que estaba mirando pa'dentro hace una mijilla?

―Vamos a ir Al Chino ―explicó haciendo gestos con las manos para enfatizar la idea.

―Como si fuéramos alguna vez... A Otro ―contestó en el mismo tono que él y usando los mismos gestos―. A mí me da igual. Tú eres el señor que odia los lunes, así que si te apetece, vamos.

―¡Bien! ―celebró cerrando un puño.

―Eso sí, si me pongo gorda por tu culpa, te aguantas. Me tendrás que querer igual ―concluyó levantándose.

Él la siguió y la abrazó por la espalda.

―Mientras me quieras tú a mí, seré feliz siempre.

Se puso delante de ella y la besó, primero suavemente, cambiando luego la intensidad de ese beso, en el que ambos se movían sincronizados. El sonido del teléfono los trajo de vuelta a la realidad, haciendo que se separaran, él soltando un gruñido de frustración y ella con una risa por su reacción.

―¿Qué? Oportuno ―contestó casi gritando al teléfono sin miramientos―. ¡Ah, sí! ―cambió el tono rápidamente―. Sí que vamos.

Irene negó con la cabeza, divertida, sabiendo ya con quién estaba hablando él y de qué. Adoraba a ese hombre. Lo hacía desde mucho antes de que él se atreviera a declararse. Se hizo indispensable como amigo y, aunque fue difícil para ella aceptar que podía sentir algo distinto a la amistad por él, finalmente, por supuesto con la ayuda de Miguel Ángel, se dio cuenta de lo que podía perder por no intentarlo.

Se sentó en la cama mirando un punto indefinido, y pensando que su hermana podía cometer los mismos errores que ella sin siquiera darse cuenta.

―¿Estás bien? ―le preguntó Miguel Ángel cuando la vio tan absorta.

Ella se sorprendió un poco, pero se repuso rápidamente, sonriendo y afirmando con la cabeza para dejarlo más tranquilo.

―Que si no te apetece...

―No seas tonto. Anda, date una ducha, que hueles mal ―bromeó empujándolo hacia el baño.

Mientras él se daba una ducha rápida, ella recibió un mensaje de su hermano, que se apuntaba al plan del chino y que los recogía. Era la manía de Nacho, cada vez que él iba a algún lado con ellas, tenía que llevar el coche. Tenía, en cierta forma, la idea de que así las protegía de los locos al volante. Su coche, lleno de airbags por todas partes, según él resistiría el impacto de un tanque por lo que no admitía discusión alguna.

Ni Irene ni Nadia le solían discutir, pues si ellas tenían alguna idea distinta, sólo la llevaban a cabo sin pedir ni opinión ni permiso. Mientras, lo dejaban disfrutar de su momento.

Ernesto se había encargado de avisar a sus amigos aunque siendo lunes, sabía que muchos o no podrían, o no tendrían ganas. A él se le había antojado comida china y sabía perfectamente por quién tendría que empezar. Así, una vez convencido Miguel Ángel, el resto fue confirmando.

Fue el primero en llegar, siendo el instigador de aquello no podía permitir lo contrario. No tuvo que esperar demasiado pues Víctor apareció poco después de él. Entraron al restaurante para ir cogiendo una mesa. No sería muy complicado ya que aquel día era bastante tranquilo. Se fueron sentando. Efectivamente, una mesa para seis no fue problema alguno. Apenas cinco minutos después, aparecieron los que faltaban por llegar, los tres hermanos y Miguel Ángel.

―Buenas, familia ―saludó alegremente Ernesto.

Las chicas dieron besos a Ernesto y Víctor, mientras que los chicos se dieron unos varoniles abrazos con sonoras palmadas en la espalda.

El camarero, de origen chino y con un pobre castellano, les tomó nota de su comida y se fue a por las bebidas que faltaban por poner.

―¿Cómo que no ha venido Bea? ―preguntó Irene de manera casual.

―Le pasa un poco como a Migue. Los lunes no puede con su vida, pero a ella no se le convence fácilmente con las palabras: chino de verdad.

―Sí, mi niño es muy facilón ―comentó, de nuevo Irene, dándole una suave palmada en la cara.

―Argh, Irene, no era necesaria tanta información ―comentó el propio Ernesto―. Un respeto a tu hermano el mayor ―finalizó señalando a Nacho que tan solo sonrió.

Irene como única contestación, le tiró un pan de gambas a la cara, que Ernesto atrapó sin dificultad y se echó a la boca, para seguir metiéndose con ella mientras los demás reían de sus tonterías.

―Vaya Migue, lo mismo no tendrías que ser tan facilón y hacerte más de valer. Mírala, dándome de comer a mí.

El camarero les llevaba platos cada dos por tres, dejando la mesa atestada de comida. Podría parecer que habían pedido demasiado, pero con Ernesto y Miguel Ángel en la misma mesa, nunca era demasiado.

Durante un rato sólo se escuchó el tintineo de los tenedores en los platos y el crujir de la masa de los rollitos de primavera o del pan chino al cortarse.

Todos disfrutaron de la compañía, sin tener la necesidad de llenar los espacios con distintas conversaciones. Habían desarrollado, a lo largo de los años, esa complicidad.

―Qué calladitos estamos ahora ―comentó Víctor.

―Mi rollito de primavera me cuenta cosas más interesantes que vosotros, así que le estoy dando prioridad ―comentó Ernesto.

―Espero que a Bea le des más prioridad que al rollito ―bromeó Nacho.

―¡Hombre! ―dijo con tono de obviedad―. Eso depende de si es el rollito de El Chino ―enfatizó apoyándose con gestos―, o un rollito cualquiera.

―¿Seguimos hablando de comida? ―preguntó ahora Irene.

Ernesto, como única contestación, sonrió de medio lado y toda la mesa estalló en carcajadas.

―Pobre chica ―comentó Nadia―. Tenerte que aguantar. Eso no está pagado.

―¡Qué dices! Si soy un encanto... ¡y lo sabes!

―Ya ―rió ella―. ¿Qué tal con ella? Te veo bien.

Ernesto, que tenía un trozo de pollo -que parecía pollo- en la boca, tragó con cierta incomodidad. Le era bastante raro hablar con ella del tema "relaciones amorosas", sobre todo cuando durante tantos años, había querido que ella fuera la única con la que mantuviera esa conversación. Tosió antes de contestar y lo hizo con total honestidad.

―Me va muy bien. Ella es genial.

―Me alegro mucho, guapetón. A ver si la conozco un poco más, que le tendré que dar el visto bueno, ¿eh? ―bromeó.

En la mesa todos estaban muy pendientes de la conversación. Era un clásico escuchar de esos dos el que tuvieran que dar el visto bueno a otra persona, aunque ninguno de ellos había tenido problema con eso, porque no habían pretendido tener nada serio o a largo plazo con nadie. No obstante, ahora Ernesto realmente se planteaba superarla y ser feliz, pues había comprendido que Nadia nunca lo vería con otros ojos.

―Claro, sí ―contestó finalmente con una leve sonrisa.

―¡Hey! Pareces asustado. ¡No voy a comérmela, hombre!

―Bueno, con que te controles un poco... ―entró en la conversación Irene.

―¿Qué me quieres decir?

―Que todos conocemos tu gran tacto. Córtate un poco, al menos hasta que ella también te conozca y no eche a correr.

Nadia la miró con los ojos entrecerrados.

―No la mires así ―la defendió Nacho―. Sabes que es cierto. Si no, cuántas veces le soltaste una de las tuyas a...

―Procura que al final de esa frase no vayas a decir Sandra ―le interrumpió Nadia seriamente―. Que esa perra merecía mucho más de cualquiera de las maravillas que le dije.

―No te digo que no ―aceptó su hermano con voz pacificadora―. Pero aún no la conocías y ya le hiciste la cruz. Resultó ser una mala perra ―añadió su hermano antes de que ella lo volviera a interrumpir―, pero tú entonces no lo sabías.

―¡Bah! A esa se le veía venir de lejos, pero tú eres muy tonto para darte cuenta.

Nacho giró la cabeza hacia Irene que era quien había hablado. Presionó sus labios y la miró, entrecerrando los ojos, como minutos antes también la había mirado Nadia. Irene en ese momento, fue aún más consciente de todo en lo que se parecían esos dos.

―Irene ―masculló finalmente―. Te das cuenta de que yo te estaba dando la razón antes y defendiendo tus argumentos, ¿verdad?

―Me doy cuenta porque no soy tonta, pero eso no quita que a Sandrita ―escupió su nombre con cierto asco―, no se le viera venir de lejos. Defiende mejor mis argumentos, abogado.

Todos volvieron a reír por la situación, incluido Nacho, que apoyaba su frente en su mano cansado de los sarcasmos y salidas de sus hermanas. Dejaron la conversación aparcada, aunque todos sabían que había quien no la olvidaría y la sacaría a relucir en cualquier otro momento.

Comieron hasta reventar y se marcharon a casa, prometiendo verse el jueves, como cada semana hacían. Nadia lo sabía por las conversaciones en Whatsapp, pero era una tradición que estaba encantada de vivir.

La semana pasó rápida para Nadia, con sus nuevos proyectos y preparando uno de los talleres de fotografía que iba a impartir. Tuvo la suerte de poder dedicarse a lo que le gustaba. Tras hacer la carrera de Arte, decidió centrarse en la fotografía y fue lo mejor que pudo haber hecho. Gracias a eso consiguió un trabajo hacía unos años en Madrid. Ese que, durante un tiempo, la mantuvo cuerda. Gracias a la fotografía también, había conocido a Toni, que cumplió con su último deseo, el de volver a casa. Definitivamente, le debía mucho a la fotografía. De ahí que disfrutara tanto de lo que estaba haciendo. De ahí que el tiempo en su recién estrenada nube, fuera a doble velocidad, por lo que el jueves llegó sin que se diera apenas cuenta.

Sólo durante sus vacaciones había podido disfrutar de quedar con sus amigos los jueves, por lo que le hacía especial ilusión estar presente sabiendo que le quedaban muchos de esos días por delante. No es que hicieran nada especial, ella lo sabía, al fin y al cabo, tenían todos un grupo de whatsapp donde hablaban de todo y se mantenía al tanto, pero sentía un cosquilleo especial en la boca del estómago.

Sabía que era algo muy tonto, pero no podía evitarlo. Esperaba que su burbuja explotara pronto, siempre había sido una persona realista y se daba cuenta de que esa especie de nirvana y éxtasis tenía fecha de caducidad, que tendría pronto que toparse con la cruda realidad, pero estaba dispuesta a disfrutarlo mientras durara.

Habían quedado a las ocho de la tarde en uno de sus sitios favoritos de Teatinos. Era la zona universitaria, donde se concentraban también bares y restaurantes de todo tipo, así como gran cantidad de heladerías y pubs donde poder tomar algo. Daba igual el día de la semana que fuera, en aquella zona siempre había gente, por lo que procuraban llegar pronto.

Estaría el grupo casi al completo, menos Alex que estaba trabajando en ese año en un pueblo de Sevilla, era maestro de Educación Física y trabajaba de interino, haciendo sustituciones allá donde lo requerían.

Aunque había visto a la mayoría de sus amigos, aún quedaban algunos por ver. Poco había cambiado su grupo de amigos después de tantos años, algo de lo que se enorgullecían todos ellos.

Echaban un buen rato juntos, charlaban, se ponían al día de la semana mientras se tomaban una cerveza y una tapa. Tenían que reservar debido a todos los que eran, por eso quedaban tan temprano, a una hora en la que aún pudieran estar tranquilos hasta que todo se llenara y, además, para que todos pudieran estar, a pesar de tener que irse pronto por el madrugón del día siguiente o por el pequeño Manu que, si bien disfrutaba como ninguno de todos sus tíos, tenía que estar en la cama a una hora razonable.

Su mesa era un jaleo de voces, risas y por supuesto, la más jaleosa de todas, de ahí que los responsables del local los pusieran, la mayoría de las veces, en una sala en la que prácticamente estaban solos.

Nadia estaba disfrutando de todos sus amigos, sobre todo de los que aún no había visto, como Paloma, Diego, Belén, Rafa, Nuria e incluso Rocío, que se había hecho parte del grupo con una amistad más estrecha con Víctor, que la había ayudado cuando se enteró de que su novio llevaba un año acostándose con Sandra, que no era otra que la ex novia de Nacho y, para que pareciera una telenovela en toda regla, la prima de la propia Rocío.

Desde entonces, se hizo mucho más apegada a ese loco grupo y, aunque no podía aparecer cada vez que ellos quedaban, sí intentaba acoplarse a los planes, pues le encantaba cómo interactuaban entre ellos.

Otra nueva incorporación al grupo parecía ser Beatriz, a la que se veía muy cómoda entre ellos. La conocían desde hacía poco, pero todos veían cómo le hablaba a Ernesto, con cariño, aceptando sus tonterías y también diciéndolas ella, a pesar de que al principio era bastante tímida. Costaba que en un grupo tan grande, alguien nuevo no se sintiera algo intimidado, pero ella había sabido en tan poco tiempo hacerse un hueco.

Nadia estaba sentada en uno de los laterales, entre Víctor y Nacho. En un momento dado, mientras las conversaciones entre unos y otros se sucedían, ella observó a su alrededor. Miró a sus amigos, las manos entrelazadas de algunos, la risa de la mayoría, los gestos, las caras. Suspiró y sonrió, echándose levemente hacer atrás en su silla.

―¿Sigues en tu burbuja? ―le preguntó sonriente Víctor, en un tono para que sólo ella escuchara.

―No te quepa duda ―contestó ella en el mismo tono.

―Conociéndote, esperarás que la realidad te golpee en cualquier momento.

―¿Qué puedo decir? Me conoces bien. Aunque disfrutaré mientras dure.

Víctor asintió y le cogió la mano por encima de la mesa, dándole un apretón. Beatriz, que estaba justo enfrente, presenció ese silencioso intercambio, miró a Nadia y le sonrió amigablemente. Ésta, algo incómoda, le devolvió una tímida sonrisa y cortó el momento rápidamente, llevándose su bebida a los labios.

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