Capítulo 39
Estaba en una incómoda postura pero no se quería mover, o no podía realmente. Llevaban allí más de dos horas y en ese momento Ernesto estaba abrazado a ella como un náufrago a un salvavidas, enroscado a su cintura sin intención alguna de moverse.
―Ernes ―lo llamó suavemente, mirando hacia su estómago, donde tenía él la cabeza―, ya creo que me puedes soltar, ¿no?
Ernesto se levantó un poco, mirándola con el ceño fruncido, lo que la hizo reír.
―¿Te vas a arrepentir? ―preguntó haciendo un puchero con la boca.
Nadia lo miró, aún con la sonrisa pintada en la cara. De pronto su mundo se había vuelto a sacudir, esta vez de muy buena manera. Aunque continuara con sus dudas y su reticencia, algo dentro de ella le decía que era lo que tenía que hacer, que no podía cerrarse a esos sentimientos que de pronto querían salir, que no podía frenarlos más. Ernesto no dejaba de mirarla, aún conociéndola como la conocía, no podía realmente saber qué se le estaba pasando por la cabeza, y seguía con el miedo de que ella, en uno de sus arranques, se echara atrás.
Él se incorporó un poco, volviendo a sentarse y permitiendo así que Nadia volviera a tener su circulación en marcha.
―Madre mía, no parecía que tu cabeza pesara tanto, cabezón ―comentó bromista, sentándose mejor en el sofá.
―¡Eeeeh! ―dijo queriendo parecer indignado.
Se quedaron un momento callados, mirándose.
―¿No te parece todo muy natural? ―preguntó ella tras ese breve silencio. Él preguntó sin palabras, por lo que continuó con su explicación―. Quiero decir... siempre he dicho que eras como mi hermano, sin embargo esto se ve normal, para nada incestuoso ―concluyó haciendo una mueca de asco.
Ernesto sonrió una vez más en lo que llevaba de tarde. No lo podía evitar porque sí, pensaba lo mismo que ella y estaba en las nubes pensando que después de tanto tiempo, estaban en el mismo punto.
Nadia le cogió la cara, con una suavidad que no solía ser habitual en ella y lo volvió a besar. Un beso demasiado corto para el gusto de él, que hizo un gruñido de frustración cuando se separó. Ella rió quedamente.
―Sí, me voy a arrepentir ―declaró sin separarse demasiado y sin soltarlo―. Por momentos te voy a querer echar, lo sabes.
Él no dijo nada y volvió a fruncir el ceño. Su amiga siempre había sido un tanto bipolar a veces, pero en ese momento lo estaba volviendo loco con sus actos totalmente diferentes a sus palabras.
―Pero te pido que hagas lo que normalmente haces, eso de pasar de todo el mundo y hacer lo que quieras, y que pases de mí ―pidió al final.
Ernesto se lanzó sobre ella, que soltó un grito por la sorpresa. Ambos quedaron tumbados sobre el sofá, él encima de ella repartiendo besos por toda su cara provocando sus carcajadas.
Sonó el timbre en la casa, lo que hizo que Ernesto dejara de hacer lo que estaba haciendo con disgusto.
―Di que eres mi novia ―dijo de pronto ignorando a quien estuviera en la puerta.
Nadia abrió mucho los ojos. No le gustaban demasiado las etiquetas, aunque realmente no sabía qué otra cosa podían ser. Hasta ese momento él era su mejor amigo, ahora de pronto era algo más, aunque no estaba segura de querer ponerle nombre aún.
―¿No quieres el posesivo? ―preguntó a tientas al notar sus dudas―. También me sirve si quieres que yo sea tu novio. Di que somos novios, di que somos algo más que amigos, di...
―Ernes ―lo interrumpió―. ¿Hay que decirlo ahora mismo? Están llamando a la puerta.
Él siguió con su retahíla ignorando lo dicho por ella y también al timbre, que volvió a sonar.
―No podemos ser follamigos, al menos no aún, tú me entiendes. ―Levantó las cejas repetidamente en un gesto pícaro, haciéndola reír de nuevo―. Di que somos novios, he esperado mucho por esto. Di que lo somos, di que lo somos, di...
―¡Vale! ―lo calló por fin alzando la voz parando las súplicas―. Seremos novios, ¿contento? ―contestó en un tono más bajo.
La besó rápidamente.
―Te quiero ―repitió una vez se separó.
Entonces, se levantó rápidamente y fue hacia la puerta, donde volvían a pegar, esta vez más insistentemente.
―Nadia, ¿estás bien? ―preguntaron del otro lado de la puerta justo cuando Ernesto abría.
Irene y Miguel Ángel, que eran quienes estaban allí parados cargados con bolsas, no se esperaban que fuera él quien les abriera, por lo que se sorprendieron bastante.
―Irene, estoy tratando de pasar un agradable momento con mi novia, te rogaría que no importunaras con tanto pegar al timbre ―dijo con una media sonrisa y con una voz bastante pomposa.
Nadia, aún en el sofá comenzó a ponerse roja, no esperaba que su, como siguiera así ex novio, lo dijera sin más preámbulos. Irene abrió la boca en sorpresa y se asomó un poco, para poder ver dónde estaba su hermana y que su cara confirmara que lo que le acababa de decir Ernesto era cierto. Al comprobar el sonrojo de ella, soltó las bolsas, que cayeron con bastante ruido y, tras el grito de emoción, se abalanzó hacia su amigo que la cogió al vuelo.
Miguel Ángel sonrió ampliamente, recogió las bolsas que había tiradas y las unió a las que ya llevaba él, entrando en la casa para ver a su cuñada. Cuando las dejó en el suelo, la levantó a ella del sofá, obviando su cara mezcla de indignación y vergüenza y también la abrazó levantándola levemente. Nadia no pudo más que volver a sonreír y agarrarse a él, devolviendo el cálido abrazo. Segundos después notó cómo sus pies tocaban el suelo e Irene también la rodeaba, mientras daba pequeños saltitos.
―Bueno, vale ya anda ―dijo finalmente Nadia cuando se cansó de tanta algarabía.
Se sentó en el mismo sitio en el que llevaba toda la tarde, haciendo un gesto a los demás para que la acompañaran, aunque no hacía ninguna falta tanta cortesía. Irene se sentó a su lado y le cogió la mano apretándola un poco.
―Va en serio, ¿no? No es ninguna broma de este ―preguntó volviendo a su cordura habitual.
Miró a Ernesto, que estaba enfrente de ella en una cómoda silla mecedora. La sonrisa de oreja a oreja de este le dio la respuesta. Llevaba unos días como alma en pena vagando y además, él no sería capaz de bromear con eso. Sería capaz de hacerles creer que había muerto antes de decir aquello tan a la ligera. No obstante, fue Nadia la que lo confirmó.
―El idiota este me ha obligado a decirle que somos novios y todo era para poder abrir la puerta y zamparlo sin más ―reprochó aunque de forma poco convincente.
Su cara de felicidad la delataba. Hacía casi un mes que no la veía así, por lo que a Irene le empezaron a brillar los ojos por las lágrimas que no quería derramar.
―¡Eh! ¿Por qué estás así? ―le preguntó su hermana cuando la vio de esa manera―. ¡Si quieres me retracto y le digo que no!
Irene rió, sobre todo al ver la cara desencajada de Ernesto, al que no había gustado la broma, y eso mismo fue lo que hizo que finalmente llorara. Volvió a abrazar a su hermana, que también tenía alguna lágrima que se le había escapado al verla así.
―¿Estás bien, Irene? ―Quiso saber al soltarse de su abrazo.
Ella tan solo afirmó con la cabeza, aún limpiándose la cara con un pañuelo que le había dado Miguel Ángel, sentado a su otro lado y que tampoco dejaba de sonreír.
―Llevo un mes queriendo que te veas como te ves ahora, hermanita ―explicó―. Estoy muy feliz por ti.
Nadia volvió a sonrojarse y su hermana se rió ahora de ella por su expresión, lo que hizo que esta le pegara un manotazo en el brazo.
―¡Eh! ¡Cuidado con agredirme! Mira que no te dejo que ejerzas de tita guay como sigas en ese plan agresivo.
Miguel Ángel sonrió más aún, cuando vio la cara de sorpresa absoluta de sus dos amigos, que tenían la boca abierta.
―Dime que has dicho lo que creo que has dicho y no es uno de esos momentos en que no tengo ni idea de lo que dices ―dijo Nadia más emocionada aún.
Irene tan solo asintió, aún con lágrimas bajando por sus mejillas. Ahora fue Nadia la que se abalanzó para abrazarla.
―Perdón, perdón ―dijo separándose rápidamente―. No te hago daño, ¿verdad?
―No, idiota ―contestó divertida.
Volvió a verse abrazada. Ernesto se levantó para abrazar a su amigo, al que dio unas cuantas palmadas en la espalda, y luego abrazó a la que ya era oficialmente su cuñada, mientras que Nadia se intercambiaba con él, yendo a por Miguel Ángel.
―¿Cómo...? Vale, a eso no contestes. ¿Desde cuándo...? ¿Qué...? ―Nadia no sabía qué quería preguntar exactamente, y no hacía más que balbucear incoherencias.
Ernesto fue a por zumo para brindar todos con lo mismo, ya que Irene no tomaría alcohol y él había tenido bastante con la copa que había tomado y le había infundido el valor. No quería tentar su suerte, ya que además se habían saltado el almuerzo mientras se besaban y hacían arrumacos. Puso cara de idiota al recordarlo.
Cuando volvió de la cocina ya Nadia había puesto en orden sus preguntas y tanto Irene como Miguel Ángel le contaban el tiempo que hacía desde que habían decidido intentar tener un niño. Irónicamente, todo el miedo o reticencia que Irene podía tener al matrimonio no la tenía al hecho de tener hijos, lo que facilitó bastante la decisión.
Nadia cogió el vaso que su amigo, o su ahora novio, le ofrecía. Le sonrió, como llevaba haciendo desde que llegó, desde que se dejó ir, desde que se permitió decir que sí. Puede que fuera el aura de emoción que se respiraba en el aire, pero no se resistió a acercarse y darle un nuevo beso, para sorpresa de Irene y Miguel Ángel, que no estaban acostumbrados a que fuera así de efusiva y que comenzaron a silbarles con sorna.
Se separó de él, quien disfrutaba sin vergüenza alguna, le dolía la mandíbula de sonreír pero no podía ni quería evitarlo. Estiró su brazo con el vaso para que los demás hicieran lo mismo y pudieran brindar. Un "por nosotros" sirvió como escueto discurso antes de que sonara el choque de cristales.
Los cuatro estaban emocionados por todas las noticias que había traído lo que parecía ser un día normal y corriente. Habían tenido momentos malos, llegarían otros seguramente peores, pero todos tenían claro que en ese momento eran puramente felices. Esos instantes, a veces efímeros y puede que demasiado breves, eran lo que conformaba la Felicidad en mayúsculas. Eso que todo el mundo desea para sí, eso que tanta gente quería tener siempre y en cada momento de forma plena sin darse cuenta de que no existe la Felicidad absoluta.
Consiguieron olvidarse de todo y disfrutar, sabiendo que tenían que guardar esos pequeños instantes y recuerdos que al final son los que se quedan grabados en la retina.
FIN
Pues ya veis que hemos llegado a la tan temida y ansiada palabra de tres letras. Espero que no os haya decepcionado y que os haya gustado tanto como a mí escribirla. Ha sido todo un placer leer vuestros comentarios y saber qué os ha parecido todo.
Gracias a quienes habéis estado ahí desde un principio animándome a seguir. No tengo más palabras para vosotras porque cualquier cosa que dijera no os haría justicia. Gracias Azza, MP, Idxa... Mil gracias por seguir en esta aventura.
https://youtu.be/-4qCQ_Abozw
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