Capítulo 38
Llevaba un fin de semana bastante tranquilo. Nadia estaba relajada en su casa, viendo y ordenando fotos que había encontrado en una vieja maleta que había aparecido, como por arte de magia, en la mudanza y que, por tanto trabajo que había tenido, no había podido tocar antes.
Su madre había insistido en que fuera a comer a su casa, donde sí estarían sus hermanos, pero no tenía muchas ganas y prefería estar tranquila, antes de incorporarse por completo al trabajo, del que se había tomado unos días de descanso. Sus alumnos, por suerte, no habían puesto muchas pegas.
Para no tener que ponerse a cocinar había sacado una fiambrera con comida de su madre. Aunque la necesidad había hecho que aprendiera a cocinar, ella insistía en guardarle raciones de sus comidas favoritas. Nadia nunca las había rechazado y, en momentos como ese, que tenía tan pocas ganas de hacer nada, le iba de maravilla.
Estaba observando algunas fotos de su estancia en Madrid, cuando fue a visitar por primera vez el templo de Debod. Estaba absorta, fijándose en los detalles, cuando sonó el teléfono sacándola de su ensimismamiento. De nuevo su madre, que no podía evitar preocuparse por su niña y quería cerciorarse de que se alimentaba. Justo cuando le iba a repetir lo mismo por quinta vez, pegaron al timbre, consiguiendo la excusa para colgar a su madre sin sentirse mal por ello.
―¡Ernesti! ―dijo contenta, aunque algo sorprendida―. ¿Qué haces por aquí?
Nadia se hizo a un lado dejándole paso. Él entró, algo tímido.
―Hola ―dijo escueto.
―¿Estás bien? ―Se notaba preocupación en su voz.
Efectivamente, él no tenía muy buena cara. Un tanto pálido y con ojeras, debido a las pocas horas de sueño que había conseguido conciliar en esa última semana.
―Sí, claro ―contestó poco convincente.
―¿Quieres tomar algo? ¿Vino? ¿Una cerveza?
―No, da igual. Me da miedo volverme adicto ―dijo esto último en apenas un susurro.
Nadia lo escuchó farfullar algo, pero no pudo distinguir lo dicho. No le cabía la menor duda de que estaba bastante raro, pero no pensaba cuestionarle pues tampoco ella había estado muy habladora en aquellos días.
Ella sí que fue a la cocina a por una copa de vino. De cualquier forma, también llevó con ella la botella y una copa vacía, por si finalmente le apetecía a su, hoy callado, amigo.
―Me estás preocupando, Ernesti ―dijo de nuevo, sentándose a su lado en el sofá―. ¿Estás bien?
Él la miró, girándose un poco para verla más de frente. Le quitó la copa de las manos y se bebió casi todo el contenido de una vez.
―Mal día para dejar de beber* ―comentó él cuando se dio cuenta de que ella lo miraba perpleja―. No estoy bien ―asumió finalmente.
Nadia se quedó callada, esperando paciente lo que tuviera que decir. Ernesto respiró hondo, como si se estuviera preparando mentalmente para decirlo. Sabía que, para cualquier otra persona, no era algo tan trascendental, pero por alguna extraña razón, se volvía a sentir como el chiquillo de diecisiete años que una vez fue. Cuando pasaron unos escasos segundos, que le parecieron una eternidad, se decidió a hablar de nuevo.
―Te quiero, Nadia ―dijo sin más preámbulos.
Ella respiró aliviada, algo que lo desconcertó.
―Joder, Ernesti, qué susto me has dado. Yo también te quiero, idiota ―contestó sonriente.
Ernesto cerró los ojos y apretó los dientes. Se le marcaban los huesos de la mandíbula debido a la presión ejercida. Nadia, que lo veía tenso, le puso la mano en la rodilla queriendo tranquilizarlo, aunque lo que consiguió fue que él diera un respingo y se pusiera de pie de un salto.
―¡Ernes! ―espetó ella, poniéndose también de pie.
―¿Sabes qué? Yo... no... yo... ―titubeaba, andando errático por el salón, hasta que se paró justo delante de ella, le puso las manos en los hombros y la miró fijamente―. Yo... no entiendo... No entiendo cómo eres tan tonta a veces ―concluyó.
Nadia se quedó con la boca abierta, un tanto desconcertada, otro tanto ofendida por la afirmación. Iba a reprocharle sus palabras cuando, sin siquiera verlo venir, Ernesto se abalanzó hacia ella, cubriendo sus labios con los propios. La agarró de la cintura, no queriendo dejarla escapar. Unos breves segundos fueron los necesarios para que Nadia respondiera el beso.
Ernesto esperaba que se separara, que lo torteara, que se pusiera a gritarle e, incluso, que lo echara de su casa. Pero sólo en sus más placenteros sueños ella le respondía como lo estaba haciendo.
Fue un beso bastante inocente, Ernesto no quería sobrepasarse y tentar más su suerte. Aunque no quería terminarlo, necesitaba hablar dejar las cosas claras. Se separó lentamente de ella que aún mantenía los ojos cerrados, viendo su expresión. Quería grabar ese momento en su memoria, para poder revivirlo tantas veces como quisiera, sobre todo en el caso de que todo fuera mal.
Nadia abrió también los ojos y se quedó mirándolo fijamente, aunque en algún breve momento su mirada se desvió hacia sus labios, que esbozaban una leve sonrisa. Él seguía con los brazos alrededor de ella quien, por otra parte, no hizo ningún amago de separarse, para su gran regocijo.
―Me has besado ―dijo quedamente.
―Me has devuelto el beso ―contestó él en el mismo tono obvio.
―Era por no dejarte mal. Imagina la incomodidad que hubieras sentido.
Ernesto no pudo más que soltar una carcajada. De pronto, se sentía liviano, sentía que podría superar cualquier obstáculo que se le pusiera por delante. La liberó de su agarre y ambos se separaron un poco. Algo más tranquilos, volvieron a sentarse en el sofá. Sabía que ella, de un momento a otro, volvería a actuar como ella misma y se lo pondría difícil, pero la obligaría a escucharle. Las palabras de Dani resonaban en su cabeza infundiéndole ánimos.
―Te quiero ―repitió, deseando que ahora sus palabras fueran entendidas de la manera correcta―. Por eso te he besado.
Ella apretó los labios, sabiendo lo que quería decir, pero no estando segura de nada.
―Ernes, yo... ―titubeó.
―Espera, espera, espera ―le interrumpió impaciente―. No rechaces esto, lo que quiera que sea, aún. Sé lo que me vas a decir. Tienes tus miedos, que son los mismos que los míos, Nadia, créeme pero...
Se calló, frustrado, no sabiendo cómo decir lo que quería. Toda su verborrea habitual había desaparecido, como por arte de magia.
―Ernesto ―intentó comenzar de nuevo―. Ya no es solo que seas mi mejor amigo y que no quiera perder eso. No me lo puedo permitir. Como tampoco puedo permitir que tengas una carga en tu vida. Además, ¡hostia puta! ¡Estás con Beatriz! ―Se puso de pie de un salto, un tanto indignada―. ¡La hemos engañado! Parece buena niña, no se merece...
―¡Aguanta el genio ahí! ―la calló de nuevo, pues veía que estaba desatada.
Ernesto la sentó de nuevo antes de continuar.
―Lo dejé con Bea hace más de tres semanas. En serio no sé cómo no te das cuenta de las cosas. Efectivamente es muy buena niña, no se merecía que continuara con ella estando enamorado de ti.
Nadia respiró de nuevo, aliviada. No se sentía bien siendo la tercera en discordia ni ser desleal a quienes le importaba. La presión que se había instaurado en su pecho unos segundos antes, se había aflojado. No obstante, sus últimas palabras volvieron a hacerla temblar.
―No puedo... ―susurró.
―¡Chorradas! ¿Crees que si nos damos una oportunidad vas a terminar siendo una carga? ―Esperó hasta que ella asintió confirmándolo para continuar―. Pues tengo una noticia para ti: vas a serlo igualmente.
―¡¿Pero qué carajo...?!
―¡Piénsalo, so idiota! ―interrumpió por enésima vez en lo que llevaban de tarde―. ¿Crees que solo siendo amigos no voy a estar ahí para ti? ¿Crees que te voy a dejar pasar por todo sola? ¿Crees que no me va a doler cualquier cosa que te pase?
―¿Crees que tú llamándome idiota vas a convencerme de algo? ―contestó ella tras la pausa.
Puede que Ernesto tuviera que sentirse un tanto avergonzado por sus palabras, sin embargo, la conocía lo suficiente para saber que, poco a poco, lo estaba consiguiendo. Decidió presionar un poco más, sabía que si se marchaba de allí y se conformaba con el no que tenía en ese momento, no lo volvería a intentar.
Se bajó del sofá, de pronto le pareció que estaba mucho más lejos de lo que quería, se puso de rodillas en el suelo y se arrastró en esa postura, hasta que estuvo justo delante de ella. Se puso entre sus piernas, para estar un poco más cerca. Nadia no se apartó. Ernesto apoyó sus manos en las rodillas de ella, siendo ahora él, el que quería transmitir tranquilidad.
―Nadia, pequeña ―comenzó con voz suave―. Lo intenté una vez a los diecisiete y no me entendiste.
Ella frunció el ceño, confusa. Iba a preguntar pero él no dejó que pronunciara una sola palabra.
―Lo intenté. Y me fui de tu casa no sabiendo cómo hacer las cosas. Ahora necesito que me entiendas. Necesito que sepas que no eres una carga. No lo serás. Al menos, no lo serás más de lo que podré serlo yo. No sabemos quién será una carga para quién, pero me queda claro que, si a mí me pasara algo mañana, tú estarías para mí. Yo quiero estar para ti, y quiero sobre todo eso estar contigo. Nadia yo... tú... ―volvió a titubear, nervioso.
Ella lo miraba con los ojos brillantes. El ver cierta emoción, hizo que Ernesto se acercara un poco más. Le tocó la cara suavemente y continuó, intentando superar su tartamudeo nervioso.
―Tú... tú... Nadia, tú... eres todo lo que nunca supe que siempre quise.
De pronto, la expresión de ambos cambió. Primero Nadia entrecerró los ojos con sospecha. Esto provocó que él se pusiera aún más nervioso, alejando la mano de su cara y poniéndose bastante rojo.
―¿Acabas de usar una frase de "Solo los tontos se enamoran"?
Intentaba parecer enfadada, pero realmente se la veía bastante divertida. Ernesto notó el matiz en su voz y su cara volvió a su color habitual. No quiso demorar más lo que quería volver a hacer, así que volvió a besarla. No pudo resistirse más a ello, ni quería hacerlo. Por lo visto, ella tampoco iba a poner muchas pegas. Su cerebro volvió a conectarse en ese momento e hizo funcionar sus manos, que llevó hacia el cuello de él, enredando sus dedos en su nuca. Esta vez fue ella la que se separó, manteniendo sus frentes pegadas.
―Solo a ti se te ocurriría soltarme una frasecita de película.
Sus manos acariciaban suavemente su pelo, dándose cuenta ahí de que lo tenía más largo que de costumbre. Él disfrutaba de las caricias y tardó un poco en responder. Abrió los ojos y la miró, ahora más serio, queriendo mostrar que no era un capricho ni algo poco meditado. Queriendo que su mensaje terminara de calar en ella.
―Me obligaste a verla tantas veces que la tengo en el subconsciente, aunque lo cierto es que es mentira. ―Nadia se separó un poco confusa, pero él continuó rápidamente para evitar que su mente pensara cosas que no eran―. Porque tú sí eres todo aquello que siempre supe que siempre quise. Te quiero, Nadia Espinosa. Grábatelo en esa testaruda cabeza tuya.
Entonces fue Nadia quien no se puso resistir y lo besó. Lo atrajo hacia sí, no queriendo soltarlo nunca. Él cayó un poco recostado sobre ella, cambiando la postura que le estaba matando las rodillas. El beso ya no tenía nada de inocente como lo habían sido los anteriores. Alguna lágrima furtiva se escapó de los ojos de Nadia, perdiéndose en la barba de él que, sin soltarla, limpió con sus pulgares el camino dejado por las mismas. Se separó, sonriendo, pues quería escuchar aún que le dijera algo.
―Nadia, cariño, ¿qué significa...?
Ella le tapó la boca con una mano, callándolo. Notaba su sonrisa a través de sus dedos y no pudo más que sonreír también ella.
―Ya me tenías con el hola** ―dijo entonces, con diversión en la voz.
Ernesto puso cara de falsa indignación, antes de estallar ambos en carcajadas. Cuando se tranquilizaron un poco, Nadia le acarició la barbilla, notando la rasposidad típica de su barba de pocos días.
―Va a ser complicado ―comentó seria.
―Nunca lo hemos hecho fácil ―contraatacó.
―Me cabrearé con el mundo a menudo.
―Llevas toda la vida haciéndolo.
―Mi familia es rara. Y rompe cosas ―añadió.
―Tu familia me adora. Y yo a ella.
―Voy a...
―Deja de hablar de tonterías que ya sé y di que me quieres.
―Ya te lo dije antes ―contestó evasiva.
―¿Ni ahora vamos a dejar de discutir?
Ella sonrió, de pronto no podía dejar de hacerlo.
―Me lo dirás ―afirmó pagado de sí mismo.
Ambos seguían recostados sobre el sofá, él intentando no dejar su peso en ella. Lo agarró un poco más fuerte y lo acercó a su cara.
―No te quepa la menor duda―susurró, justo antes de unir sus labios una vez más.
*"Mal día para dejar de beber" es una frase de la película Aterriza como puedas.
**"Ya me tenías con el hola" frase de la película Jerry Maguire.
Nota de autora: ¡El momento tan esperado por muchas ha llegado! No sé si alguien se lo ha imaginado, pero estamos tan en la final que este es el penúltimo capítulo. Uno más para cerrar esta historia con la que he disfrutado más de que lo creía. Gracias a quienes me animaron a hacerla. En cuanto wattpad despierte lo dedicaré como procede, pero mientras este capítulo como todo el libro, está dedicado a Azzaroa, que siempre está ahí para todo y sé que es su capítulo favorito.
Os dejo con una canción que creo que refleja mucho la relación entre mis dos locos favoritos.
https://youtu.be/tZH0iW7Ic2Q
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