Capítulo 33


Otra semana evitando a todo el mundo en la medida de lo posible. Sólo iba a lo estrictamente necesario, como alguna comida o cena en casa de sus padres y poco más. Estaba inmersa en el trabajo y necesitaba mantener su cabeza lo más ocupada posible. Pero era jueves y si no aparecía una vez más, sus amigos no lo iban a pasar ya por alto.

No tenía ganas de que nadie le preguntara dónde había estado tanto tiempo sin dar señales de vida, o que le vieran en la cara que no estaba bien. No es que no tuvieran ninguna noticia de ella pues la tecnología permite estar siempre comunicados, pero no participaba demasiado en el grupo de Whatsapp, donde realmente trataban cosas triviales y sin importancia, ya que para otras cosas preferían verse en persona.

Se sentía mala amiga por no estar al tanto de lo que le ocurría a cada uno, pero no tenía fuerzas para nadie. Tenía llamadas perdidas de todos y su mensaje en respuesta siempre era el mismo: «Estoy bien, tranquilo. Mucho trabajo. En cuanto termine nos vemos». De cualquier forma, no esperaba que ninguno se lo creyera.

Esa noche los vería. Esa noche acabaría su encierro absurdo. Esa noche enfrentaría todo. Todo lo que tuviera fuerzas para enfrentar. Pero eso sería esa noche...

―¿Preparada? ―le preguntó Irene sacándola de su mente.

Tenía cita médica y, aunque quería ir sola, su hermana no lo iba a permitir. Una noche tuvo que llamar a Irene para que la llevara a urgencias porque volvió a perder visión, aunque lo notó más que en veces anteriores. Fue entonces cuando la tomaron en serio e incluso, cuando la ingresaron dos días para hacerle pruebas. Tiempo que además estuvieron tratándola con cortisona. Hasta entonces, ninguna de las veces anteriores que había ido al centro de salud, la habían tomado en serio, achacando cualquier síntoma al estrés que no tenía o a una inexistente depresión.

Sólo consintió que lo supieran Irene y Miguel Ángel, pues sabía que su hermana no se lo iba a ocultar. Ni a su hermano mayor ni a sus padres quería preocupar innecesariamente, cosa que costó que Irene la mirara con reproche durante bastante tiempo, aunque apretó los labios y no dijo nada.

Nadia sabía que los médicos ya sabían lo que tenía, aunque querían tener la confirmación de todo antes de darle el diagnóstico. Le habían mandado una resonancia el día anterior, pero ella sabía que era un mero trámite.

Cogió su móvil y sus llaves y lo metió todo en el bolso, como única contestación a la pregunta de su hermana. Irene le pasó un brazo por encima del hombro y le sonrió.

―Vamos a por el toro, anda.



Nadia salía decidida de la consulta médica, Irene al lado sin dejar de mirarla de reojo, preocupada por su falta de expresión.

―Nadia...

Ésta la paró, para que no dijera nada, negando con la cabeza.

―Estoy bien, Irene.

―No lo estás ―replicó parándose en seco en mitad de la calle―. Y es normal que no lo estés, así que deja de decirlo. Aún así, eso no quita que no lo estarás.

―Vale, no lo estoy ―continuó andando―. Pero no quiero hablar de ello. Estoy en mi fase de negación.

Irene la siguió, manteniéndose callada. Estando ya casi al lado del coche volvió a hablar.

―Vamos a...

―¡Ya vale, Irene! ―explotó Nadia, interrumpiéndola de nuevo y parándose en seco―. No digas vamos a superarlo o algo así. Quiero enfadarme, quiero pensar que la vida es una mierda. ¡Déjame un momento para estar cabreada, por favor!

Irene hizo un extraño gesto con la cara. Sabía cómo era su hermana y no se lo tendría en cuenta, sobre todo porque lo único que también quería ella era enfadarse.

―Estoy de acuerdo ―contestó con calma―. Sólo iba a decirte que vamos a desayunar.

Nadia cerró los ojos un instante, odiándose una vez más por sus reacciones. Luego miró alrededor y vio el escalón alto de un portal donde fue a sentarse. Volvió a cerrar los ojos, esta vez tapándose con una de sus manos. Irene fue tras ella y se sentó al lado, sin llegar a tocarla. Quería darle espacio y no volver a agobiarla, pero fue la misma Nadia la que buscó ese contacto, apoyando la cabeza en su hombro.

―Perdona ―susurró―. Estoy nerviosa.

―Y cabreada, triste, algo perdida... Y yo te entiendo, pequeña. Porque estoy igual que tú.

Nadia levantó la cabeza y la miró, con ojos brillantes.

―Hoy.

Nadia frunció el ceño, no sabiendo que quería decir su hermana, que la miraba con intensidad.

―Hoy cabréate, enfádate, pega, grítale a quien quieras, sé borde, aunque ya lo eres normalmente ―añadió, haciendo reír a Nadia―. Sé una mala perra si quieres, pero sólo hoy.

―¿Sólo hoy? ―preguntó ya sin ningún atisbo de humor―. Resulta que tengo la puta esclerosis múltiple, por el amor de Dios, ¿y sólo puedo estar enfadada hoy?

―Sí, sólo hoy ―insistió también seriamente.

Nadia la miraba como si le hubieran salido tres cabezas.

―¡En serio! Sólo hoy. Porque podrán pasar muchas cosas: puedes deprimirte por una enfermedad de mierda; puedes encerrarte en casa o en ti misma; puedes elegir muchas y variadas deprimentes cosas, Nadia, pero nadie tiene la culpa de ello. Ni yo, ni papá o mamá... Bueno, ellos no sé, porque no sé cuánto influyen los genes, habrá que investigarlo. ―Hizo una pausa casi hablando para sí misma. Luego prosiguió antes de divagar más―. Pero nadie tiene la culpa. Y vas a tener tanta gente alrededor que te va a apoyar en lo que sea, hermanita, que para que te cabrees, grites o te encierres en ti misma, sólo te voy a dar hoy.

―¿Ya está? ¿No puedo tener ningún día malo? Tú ya decides que yo desde hoy estaré bien.

―¡Por supuesto que tendrás días malos! Cualquiera de nosotros los tiene. Pero tu día de negación o autocompasión, o en lo que carajo debas caer será hoy. Porque a partir de mañana la autocompasión te la quitaré a hostias.

Nadia asintió, con un gesto sarcástico.

―Eres de gran ayuda, Irene.

―¡Oh, créeme! Lo seré. Porque no te pienso dejar caer en esa mente pesimista tuya.

―Realista ―corrigió de mala gana.

―Riilisti ―se burló―. Llámalo equis. Pero hoy, Nadia. Sólo. Será. Hoy ―concluyó entre pausas, poniéndose de pie acto seguido.

Nadia seguía sentada. Miraba a su hermana fijamente, parpadeando más lento de lo normal. Irene esperaba pacientemente a que reaccionara. Tenía una expresión de suficiencia con la que retaba a su hermana pequeña a que se atreviera a llevarle la contraria.

―No me caes bien ―dijo finalmente, frunciendo el ceño.

―¿Qué quieres? ¿Que te deje hundirte?

―No, Irene ―comentó mientras se ponía también de pie―. Necesito procesarlo todo a mi tiempo.

Irene le puso las manos sobre los hombros y la miró fijamente.

―Vas a tener tu tiempo para superarlo. Vamos a tener todo el tiempo que haga falta. Pero el plazo para la autocompasión y caer en el pesimismo, o hiperrealismo tuyo ―corrigió rápidamente antes de que lo hiciera ella―, te repito: es hoy. No doy más.

Nadia puso cara enfurruñada y cruzó los brazos fuertemente. Irene la miró y sonrió a pesar de todo, pues su hermana volvía a parecer aquella niña pequeña que se enfadaba cuando no conseguía lo que quería.

―¿Crees que luego podrás separar los brazos? ―preguntó socarrona.

Frunció aún más el ceño.

―Quiero ver a mamá ―declaró sin relajar su postura, con una voz un tanto infantil.

Irene se sorprendió bastante. Creía que demoraría el momento de decírselo a sus padres tanto como pudiera. Con la mirada la interrogó.

―¿Qué? ¡No me mires así! ―exigió descruzando los brazos, que ya se le estaban acalambrando―. Si sólo me das hoy para autocompadecerme quiero que mi mamá me dé mimitos ―concluyó con una voz, ahora sí, definitivamente infantil.

Irene no pudo reprimir la carcajada. Se acercó a su hermana y la abrazó. Esta le devolvió el abrazo, aferrándose a ella.

―Yo la controlaré, hermanita ―le dijo sin soltarla y con humor en su tono―. Hoy sólo te dará tus mimitos.

Cogiéndola ya sólo con un brazo, la llevó al coche, rumbo a casa de sus padres.

Irene sabía que su hermana tenía fuerza mental suficiente, pero solamente si no se dejaba llevar por el desánimo. Sabía que tendría días malos, y sabía que ni ella ni su ultimátum los podrían evitar, pero la única manera que conocía era esa, no dejándole otra opción.

Nadia se dejaba arrastrar, mientras pensaba cómo decírselo a su madre y que no fuera un drama, pero no veía la manera. Lo cierto es que no sabía todo sobre la Esclerosis, nunca le había hecho falta investigar nada al respecto, pero sabía que no era algo leve o para tomar a broma.

Agradecía que Irene estuviera con ella, a pesar de todo lo dura que pudiera parecer, porque ella sabía que tener buena cabeza era importante para todo, lo había confirmado el especialista, y tenía que tratar de tener perspectiva. Se tenía por una persona fría y racional, por lo que lo pondría en práctica de inmediato. Aunque lo pensó mejor y lo pondría en práctica tras recibir los mimos de sus padres. Después podría volver a ser racional.



Nota de autora: Ya se sabe algo más. Se vienen curvas antes del final, es el problema de la realidad, que pasan cosas así. Espero que os haya gustado. Gracias por leer.

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