Capítulo 3
Respiró hondo y cerró los ojos disfrutando del sonido que la envolvía. Era un mal día, aún así, no quería estar en otro lugar que no fuera allí. A pesar de tener que estar sentada en el mismo paseo marítimo, sin poder acercarse al agua debido al oleaje. A pesar de ese mal tiempo, el sonido del mar siempre la relajaba.
Se había ido a una zona donde había bastante distancia hasta el agua para poder estar tranquila ya que, en muchos puntos de la ciudad, las olas habían llegado hasta el mismo paseo, causando bastantes destrozos allá donde llegaban. Estaba siendo una primavera rara en Málaga. Habían pasado solo dos días desde que regresó, pero siempre veía las noticias relacionadas con su ciudad y sabía de las lluvias y el temporal que se estaba produciendo, que era bastante atípico en el sur donde poco se podían quejar, al menos para su gusto, del tiempo en todo el año. En ese momento lo pudo comprobar in situ.
―Sabía que te encontraría aquí.
Nadia pegó un respingo cuando escuchó una voz tan cerca suya. A pesar de que era una voz tan conocida, no esperaba a nadie. Su corazón iba a mil por hora cuando se giró hacia él, dispuesta a pegarle en cualquier parte que tuviera cerca.
―¡Auch! ―se quejó Víctor sobándose el brazo donde finalmente ella le había pegado―. No quería asustarte, no sabía que estabas tan concentrada.
―Sabes que me abstraigo mucho ―contestó haciéndole un gesto para que se sentara al lado de ella―. ¿Qué te trae por aquí?
―Nada, sólo me apetecía verte.
Ella sonrió. Sabía que cuando volviera a su ciudad natal estaría contenta, pero no que pudiera tener una sonrisa durante más de cuarenta y ocho horas sin que le doliera la cara.
―Se te ve feliz.
―Lo estoy. Mucho ―afirmó, echando su cabeza sobre el hombro de él, que no dudó en pasar su brazo por los de ella, abrazándola.
―Me alegro. Yo también.
Mantuvieron durante un buen rato un cómodo silencio, en el que se centraron en ver el romper de las olas tan hipnótico. Después se enfrascaron en una larga conversación sobre el nuevo trabajo, los nervios de comenzar con un proyecto y, como no podía ser de otra forma, de la vida amorosa de cada uno o, en su caso, de su no vida amorosa. Él no encontraba aún a nadie para compartir su vida. Ella, por su parte, no lo buscaba.
Entre charlas de temas más o menos trascendentales, pasaron las horas que es lo que siempre les ocurría. La tarde avanzó y decidieron marcharse, al fin y al cabo, el día siguiente sería su primer día y no quería pillar un resfriado, no sería una buena primera impresión.
Los nervios comenzaron esa noche cuando, sola en casa, empezó a pensar en lo que había cambiado su vida en tan poco tiempo. La fotografía seguiría siendo su vida, pero ahora de otra manera, incluso enseñaría.
Ella enseñando, no se lo podía creer. No se lo había planteado nunca y no sabía cómo se le daría, aunque Toni, su antiguo profesor y ahora socio, confiaba plenamente en ella. Así se lo había hecho saber cuando la llamó.
Hablaba tan convencido de todo que le había contagiado su entusiasmo. Deseando que fuera el día siguiente, casi tanto como cuando de niña deseaba que fuera la mañana de Reyes, se durmió, consiguiendo un sueño tan placentero como intermitente.
Sabía que sólo era cuestión de tiempo el que otra clase de sentimientos del día a día se colaran en su burbuja, pero por ahora llevaba tres días en los que la sonrisa se había instalado en su cara y no parecía querer irse.
Era lunes por la tarde y paseaba, casi dando saltitos, por pleno centro de Málaga. Llamó a su hermana para tomar café con ella y se fue a la zona conocida como Muelle Uno, a esperar que llegara. Como media hora después, Irene se encontró con ella.
Nadia la saludó efusivamente, lo que extrañó un poco a Irene aunque no le dio muchas vueltas. Desde que su hermana se había ido a Madrid, había cambiado su forma de ser y estar, tal vez por cómo se dieron las cosas en un principio o por la morriña.
―Te veo feliz.
―Soy feliz ―corrigió, contagiando a su hermana con su sonrisa.
―Me alegro, pequeña. Hacía tiempo que no te veía así.
La camarera llegó y tomó nota de su pedido, dejándolas de nuevo a solas.
―¿Qué tal tu primer día de colegio?
Rió por la forma en que se refirió a su trabajo, que era como su abuela llamaba a cualquier lugar donde estudiaban, aunque fuera la universidad. Se apresuró a contestar la pregunta, bastante emocionada.
―¡Genial! Bueno, no es que haya dado clase, pero hemos puesto en marcha los proyectos, talleres y demás. La escuela ya funcionaba de antes, pero su antiguo socio se ha ido y bueno, tú ya sabes lo que sigue.
―Sí, me lo comentaste el otro día ―dijo riéndose por su efusividad―. Es genial que se acordara de ti después de tanto tiempo.
―Ni que lo digas. Sí que estábamos en contacto, y es cierto que siempre me dijo que alguna vez tendríamos grandes planes juntos, pero creía que era un poco por hablar, porque es to buena gente, ¿sabes? Y va y no, ¡resulta que es verdad! ¡Míra...!
Nadia se cortó cuando la camarera volvió con sus cafés, lo que ambas le agradecieron.
―¡Mírame! ―repitió una vez que estuvieron de nuevo a solas―. Es lunes por la tarde, un día laborable cualquiera... ¡Y estoy tomando café contigo!
Irene levantó su café en un claro gesto de brindis, chocando la taza con la de su hermana, que le devolvió el gesto sin abandonar su sonrisa.
―¡Coño! ―exclamó soltando la taza bruscamente―. ¡La leche templada la siguen trayendo directamente desde Mordor!
―Hay cosas que no cambian ―rió Irene tomando un buche de su bebida como si nada.
Nadia seguía quejándose por haberse quemado las papilas gustativas, de lo que surgió un breve silencio.
―Bueno ―comenzó cuando se hubo recuperado un poco y sin dejar de soplarle al café―. Llevo dos días hablando sólo de mí. ¿Qué tal tú?
―¿Yo? Como siempre...
―Bien ―dijeron ambas al unísono, lo que las hizo reír.
―No, en serio ―continuó―. Bien. Con mis historias, escribiendo. No me puedo quejar, estoy con una buena racha.
―Me alegro. ¿Qué tal con Migue? Se os ve bien.
―Estamos bien ―contestó con ojos soñadores y una sonrisa en la cara―. Tampoco en eso me puedo quejar. Hombre, me gustaría que mamá no presionara con el tema matrimonio, la verdad. Pero es que entonces todo sería perfecto.
―¿Habéis pensado en el tema o qué?
―¡Qué dices!
― No lo sé, no lo veo tan descabellado. Vivís juntos, os queréis...
―El matrimonio es un papel, no asegura nada.
―Tampoco yo digo eso. Pero lo mismo os apetecía ¡qué sé yo! No lo planteo como algo que os vaya a asegurar la felicidad eterna, pero no es tampoco algo exclusivo de la Edad Media a lo que tenerle miedo, lo sabes ¿no?
Irene como única contestación le tiró la servilleta a la cara. Nadia volvió a reírse de la situación.
―No soy miedosa de nada, chalá. Simplemente no me veo casándome.
―Bueno, cuando Migue te lo pida ya me contarás cómo le dices que no te ves casándote ―bromeó.
Irene abrió mucho los ojos por la sorpresa, por lo que Nadia se dispuso a aclarar rápidamente, que tan sólo estaba tomándole el pelo, y que no lo decía por tener idea de las intenciones de su inocente cuñado.
―¿Cómo me pegas esos sustos?
―¿Cómo te asustas tan rápido? ―contraatacó Nadia―. No me puedes decir que no has pensado nunca en casarte. Somos hermanas, ¿recuerdas?
―No me lo recuerdes ―contestó haciendo un gesto dramático.
―Migue es un buen tío. Me gusta como cuñado, me encanta como amigo, no la cagues.
Irene enarcó una ceja y sonrió maliciosamente.
―¿De verdad quieres ir por ese camino, hermanita? Porque, que yo sepa, cuando fue necesario me hice cargo de mis sentimientos, ¿has hecho tú lo mismo?
―Yo no tengo sentimientos de los que hacerme cargo, así que sí, se puede decir que he hecho lo mismo.
Irene resopló, dispuesta a contestar a su hermana con la claridad acostumbrada en ella pero, en ese momento, el móvil de Nadia comenzó a sonar. Contestó a su hermano Nacho, que les decía de encontrarse con ellas. No obstante, hartas de estar en el mismo sitio, decidieron ir a casa de él, donde estaría deshaciendo las maletas del viaje del fin de semana, y donde podrían estar más tranquilos.
―Esto no acaba aquí ―avisó Irene mientras iban hacia el coche―. Te pillaré otro día y te vas a enterar de qué sentimientos te tienes que hacer cargo.
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