Capítulo 28




Fue a abrir la puerta sabiendo quién era, pues él tenía su forma de tocar. Nunca pegaba al timbre, a no ser que tuviera que insistir mucho, y siempre repiqueteaba en la puerta de la misma manera. Le extrañó que se pasara aquella mañana por su casa sabiendo que apenas había dormido. Cuando abrió y lo vio, ocultando sus ojos tras sus oscuras gafas, confirmó que efectivamente no había dormido demasiado.

―¿Qué haces aquí a estas horas? ―le preguntó dejándole espacio para que pasara.

Él entró con cierta reticencia, o con cierta timidez. No dijo nada, pero se acercó a darle un suave beso en la mejilla que la dejó aún más confusa.

Beatriz cerró la puerta y entró en el salón detrás de él, quien ahora se quitaba las gafas de sol, dejando a la vista las ojeras por la falta de sueño.

―Tendrías que haberte quedado descansando, Ernesto.

―Probablemente sí ―contestó con una sonrisa.

―Siéntate. Te traeré un café.

Tenía café recién hecho, por lo que no tardó demasiado en volver con una taza para él y otra para ella.

―¿Has desayunado algo?

―No ―dijo carraspeando para aclararse la voz―. Pero no me apetece, no te preocupes. ¿Tú no lo has hecho?

―Sí, sí. Desayuné hace rato ya, pero intuyo que tengo que estar muy despierta, por lo que no me viene mal otro café.

Ambos se quedaron callados. Un silencio incómodo como nunca habían tenido. Desde el momento en que se conocieron habían estado a gusto el uno con el otro.

Ernesto miraba el café, como si fuera lo más interesante del mundo. Beatriz estaba enfrente, sentada cómodamente con las piernas cruzadas y bebiendo de forma tranquila el suyo; esperando a que él se decidiera a decir lo que tenía que decir.

―Este silencio se está tornando un tanto incómodo, Ernesto ―se levantó de donde estaba para sentarse junto a él en el sofá, dejando su taza por la mitad en la mesa de centro y poniendo la de él al lado―. Dime ya lo que te ha traído aquí. Acaba ya con esto, que parece una agonía. ¡Mírate!

Ernesto le cogió entonces la mano, poniéndola sobre su regazo.

―Ya me he visto, Bea. No quiero ser así.

―¿Cómo?

Se quedó callado por un momento más, mirando esta vez sus manos entrelazadas. Apretó los labios, viéndose como una fina línea. Beatriz, con su mano libre le acarició la cara, intentando suavizar su expresión.

―Sería tan fácil enamorarse de ti ―dijo finalmente, mirándola a la cara―. Eres inteligente, divertida, buena, cariñosa.

Beatriz sonrió irónicamente. Sabía perfectamente por dónde iban los tiros. Sabía lo que le quería decir y, en cierta manera, estaba esperando el momento en el que tendría esa conversación.

―No me pasa desapercibida la forma verbal que has usado.

Ernesto se frotó la frente, en señal de cansancio, intentando poner en orden las ideas.

―Bea, yo... ―volvió a hacer una pausa―. ¿Por qué? ―preguntó levantándose repentinamente, lo que hizo a Beatriz pegar un respingo.

―¿Por qué... qué?

―¿Por qué no he podido enamorarme de ti? De verdad que sería taaaan fácil. Lo he intentado ―continuó, ahora volviéndose a sentar y cogiéndole una vez más la mano―. Te prometo que he querido con todas mis fuerzas hacerlo. Te quiero muchísimo, Beatriz...

―Pero no estás enamorado de mí ―finalizó ella en su lugar.

Él negó con la cabeza con los ojos brillantes. Bajó la mirada, un tanto avergonzado. Beatriz le cogió la cara con las dos manos y lo levantó, para que volviera a mirarla.

―Uno no elige de quién se enamora, Ernesto ―le dijo dulcemente―. Además, uno tan solo se puede enamorar cuando no lo está previamente.

―Yo no...

―Íbamos muy bien ―lo interrumpió―. Me prometiste no mentirme más, así que no empieces ahora.

Él volvió a apretar los labios y frunció el ceño.

―Yo no pretendía usarte ni nada de eso, no quiero que creas eso, no...

―No hace falta que te excuses más, cariño ―lo interrumpió de nuevo―. Sé que querías creer en nosotros.

Ernesto se quedó en silencio de nuevo. En las pocas relaciones que había tenido no se había sentido así, tan solo con ella había llegado a pensar que podría superarla.

―Creí que podría funcionar.

―Y yo. Puede que si Nadia hubiera tardado un poco más en venir, hubiéramos tenido alguna oportunidad.

Creía que si seguía apretando la mandíbula de aquella manera se partiría los dientes, pero no lo podía evitar. Sabía que ella tenía razón y de nuevo tuvo miedo de que se sintiera usada.

―¿Qué piensas hacer?

Sacudió su cabeza no entendiendo bien la pregunta.

―¡Con Nadia! ―aclaró ella con voz de obviedad―. ¿Qué piensas hacer con Nadia?

―Ah, eso ―contestó él con voz monótona.

―¿Ah, eso? Déjame entender esto ―ahora fue ella la que se puso de pie y caminó por la sala―. Soy una persona civilizada, y creo que no soy del todo tonta ―ignoró el bufido de Ernesto y continuó―. Pero lo que acaba de pasar aquí es que hemos cortado, ¿verdad?

Ernesto hizo una mueca rara con la cara, aunque asintió.

―Y dime algo, Ernesto. ¿Hemos cortado por nada o es porque no puedes estar conmigo si la quieres a ella?

No recordaba nunca haber visto a Ernesto tan callado como aquella mañana. Siempre había tenido una respuesta para todo, un comentario que decir, algo que apostillar. Pero esa mañana no parecía él mismo. Volvió a sentarse y continuó más calmada.

―Este no eres tú. Si te digo la verdad, yo no me he permitido enamorarme tampoco. Algo en esta relación faltaba. Veía que estábamos a gusto, que nos compenetrábamos pero algo no me permitía avanzar. Y sí, es muy fácil enamorarse de ti y de tu mundo. Pero ya te digo que, si me hubiera enamorado, no habría sido de este Ernesto que tengo delante.

―Entiendo que estés enfadada, Bea...

―Sí, estoy enfadada ―volvió a interrumpirle una vez más―. Porque vienes aquí a cortar conmigo, para tener libertad de seguir con tu vida tal y como está ahora.

―¡Intento ser leal contigo! Intento no engañarte, ¿qué quieres que haga? ―preguntó con cierto enfado.

―¡Que luches! ¡Que no te sientes ahí a verlas venir! ¡Que seas tan valiente y leal como lo has sido hoy conmigo para decirme la verdad, que vayas y se lo digas a ella! ―contestó en el mismo tono que él.

La miró incrédulo. Abrió la boca varias veces, queriendo decir algo, aunque no le salían las palabras, por lo que la volvía a cerrar. Ella esperó con su paciencia habitual, a que ordenara sus ideas.

―¿De dónde has salido? ―preguntó finalmente.

No era lo que esperaba oír, por lo que ahora fue Beatriz la sorprendida.

―Sí. ¿Por qué me aconsejas? ―aclaró al ver la pregunta de su cara―. Es... es... no es que me moleste, pero ¿no es un poco rara esta conversación que estamos teniendo?

Ella rio. Estaba totalmente de acuerdo con él en que aquello no era normal. Pero no consideraba que nadie hubiera actuado de mala fe. No consideraba que hubiera sido engañada en ningún caso. Supo desde el primer momento que él estaba tratando de superar algo, o a alguien, y no se sorprendió cuando no pudo hacerlo.

―Entiendo que tu ego pueda estar un tanto... afectado por mi aparente indiferencia hacia nuestra ruptura ―comentó tras una pausa―. Sí, puede que te duela que yo no esté llorando por las esquinas.

―No quiero que estés mal o hacerte daño, Bea, no me malinterpretes ―se apresuró a aclarar―. Pero sí que te veo poco afectada para lo mal que me encuentro yo.

Volvió a sonreír.

―Me duele, Ernesto, te lo aseguro. Pero me lo estaba viendo venir y estaba preparada para este momento. Creo que en nuestra relación ha primado el respeto, ¿Verdad? ―continuó al ver su asentimiento―. Y no creo que tengamos que acabar de otra forma que no sea desde ese mismo respeto. Espero que, ante todo, podamos seguir siendo amigos y quiero ver a mis amigos felices. ¿Qué puedo decir? Soy así de tonta.

Ernesto se abalanzó hacia ella, atrapándola en un fuerte abrazo.

―Eres la mujer más increíble que me he podido cruzar en mi vida ―dijo sin soltarla.

―Sí, bueno, la verdad es que soy guay ―comentó separándose.

Ernesto le dio un casto beso en los labios.

―Lo siento ―le dijo sin separarse demasiado―. Insisto en que sería tan fácil enamorarse de ti.

―Bueno, pero como no ha ocurrido ―dijo, aún sonriente―. Espero que honres mi memoria no quedándote quieto sin hacer nada. Sobre todo cuando lo tienes tan fácil.

―¿Fácil? ―bufó.

―Fácil no, so tonto. Facilísimo. Que la tienes muy loca y parece que ni te das cuenta. Que la tienes con el hola ―concluyó parafraseando a su manera, una de sus películas favoritas.

Frunció el ceño. Ella en cambio, arqueó una ceja, suspicaz.

―¿De verdad no lo ves?

No tuvo que esperar una respuesta por su parte, pues su cara lo decía todo, por lo que Beatriz no pudo reprimir más la carcajada, provocando que Ernesto frunciera aún más el ceño si es que eso era posible. Cuando pudo calmarse un poco, le dio un suave golpecito en la cara, relajándolo un poco.

―Eres un encanto, de verdad, pero un poco ciego sí que estás.

De pronto se puso de pie, dejándolo descolocado, por enésima vez en la mañana.

―¿Podemos ser amigos?

Él fue entonces quien se levantó como un resorte, poniéndose delante de ella.

―¡Claro! ¡Por favor! ―casi rogó.

―Vale, pues como nueva amiga...

―No tan nueva ―corrigió él.

―Bueno, pues como amiga así sin más, te diré lo que parece que nadie te ha comentado antes. Intenta abrir los ojos y no te quedes quieto. He querido odiar a Nadia, te lo aseguro. Pero lo cierto es que no lo he conseguido, me cae muy bien. ¡Arrgh! ¡Qué asco ser buena gente!

Ernesto la volvió a abrazar, no lo podía evitar. No había dormido en toda la noche pensando en lo que debía hacer. No le era fácil, pero sabía que no lo podía demorar más. Lo que no sabía era la manera en que su ahora ex-novia, se lo iba a tomar y era como si se hubiera quitado un gran peso de encima.

―Te invito a tomar algo, me muero de hambre ―comentó Ernesto, una vez que rompió el abrazo.

Como para demostrar su afirmación, su estómago rugió en ese momento. Beatriz sonrió.

―Ooookey. Déjame coger el bolso.

Fue hacia la silla, donde lo había dejado caer la noche anterior.

―Tengo una curiosidad ―dijo sin mirarlo, mientras comprobaba que en el bolso tenía todo lo necesario―. Si en tu mente no estaba o no está el cambiar tu situación con ella, ¿qué ha hecho que des el paso de no seguir?

Ernesto se removió, incómodo. Ella lo miró, ya con el bolso colgado.

―No pretendo hurgar en la herida, como ya te he dicho me ha dado curiosidad.

Se rascó la nuca y miró al suelo.

―¿Tan malo es?

―¡No! ―se apresuró a contestar―. Es que Laura me dijo que tuviera cuidado con Luna, que le habías encantado, que no paraba de hablar de ti, y me di cuenta de que en realidad no me puse celoso.

Ella se quedó pensativa unos segundos.

―¿Quién es Luna?

―Vale, que ahora resulta que las mujeres lo conocéis por Pablo.

―¡Aaaaaanda! ―dijo ella haciendo un gesto coqueto―. Pues era un muchacho muy guapetón.

―¡Eh! ¡Que sigo de cuerpo presente!

Ahora fue el turno de Beatriz de entrecerrar los ojos.

―¿En serio? El que va a hablar ―se dirigió hacia la puerta―. Vamos, anda. Ya hablaremos sobre darme el número de Pablo ―concluyó sacándole la lengua y saliendo de la casa.

Ernesto negó divertido, saliendo detrás de ella y pensando que efectivamente, hubiera sido muy fácil, aunque sin duda a él le gustaba mucho más lo complicado.





Nota de autora: Bueno, llegó el momento que más de una estaba esperando. Espero que os haya gustado el capítulo, y no sólo por lo que ocurre. Gracias por estar ahí always.

https://youtu.be/mxb96sQrNZU

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