Capítulo 27
Miguel Ángel se levantó casi como un zombi. Aunque era sábado, el despertador había sonado como cualquier otra mañana y no había podido conciliar el sueño de nuevo. Tampoco se había podido despertar del todo, por lo que andaba por inercia a por su primera dosis de café.
No se percató del sonido de la ducha, él sólo tenía un objetivo en mente. Se desordenó el pelo aún más y, arrastrando los pies, llegó a la cocina. Allí vio a Irene, que parecía no haberse dado cuenta de que había llegado, pues seguía dándole la espalda. Se acercó a ella con lentitud, el dolor cabeza no le daba para más.
―Buenos días, guapísima ―le dijo mientras le besaba suavemente en un hombro.
Se tensó al escucharlo tan cerca y tras el contacto pegó un leve respingo. No se esperaba aún a nadie y estaba tan ensimismada que no lo había oído llegar. Por suerte se recompuso rápidamente.
―Buenos días, cielito ―contestó ella, provocando que él se despertara automáticamente.
Nadia se dio la vuelta sonriendo ampliamente. En ese momento, Irene entró también en la cocina, secándose el pelo con una toalla. Miguel Ángel no hacía más que mirar de una a otra.
―¡Qué pronto te has despertado! Sobre todo para lo tarde que llegaste ―comentó Irene.
―Creo que no lo suficientemente pronto ―dijo bromista Nadia, acercándose su café a los labios―. ¿Verdad, cielo?
Irene frunció el ceño y Miguel Ángel se tapó la cara con su mano.
―Pero sí, reconozco que este chico es gentil hasta dormido.
―¡Te juro que no ha pasado nada! ―se excusó él a toda prisa levantando las manos en señal de inocencia.
Irene soltó una carcajada al ver la cara desencajada de su novio.
―¡Claro que no! Es mi hermana, ¿qué crees que pienso que ha pasado?
―¿Me tengo que sentir indignada por tu comentario?
―Para nada, hermanita. Eres capaz de ligarte a cualquiera, pero ¡vamos! ¡Es Miguel Ángel!
Éste miró a Nadia, que le devolvió la mirada alzándole una ceja.
―Sí, es cierto que tiene un poder para mermar la autoestima de cualquiera ―le dijo.
Ella sólo asintió, totalmente de acuerdo y tendiéndole un café que él aceptó con una sonrisa dándole un largo buche. Irene sonrió, dejando la toalla a un lado.
―¡Qué tontos sois los dos! Salgo enseguida, anda ―contestó yéndose de vuelta al cuarto de baño―. ¡Id preparando el desayuno! ―gritó desde dentro.
Nadia y el ya despierto Miguel Ángel, se pusieron manos a la obra. Aunque aún no estaba en pleno uso de sus facultades, Miguel Ángel observaba a Nadia, que se veía muy concentrada metiendo rebanadas de pan en el horno.
―¿Estás bien, Nadia? ―preguntó tentativamente.
Ella sonrió, aunque un tanto forzada, y le asintió sin dejar de hacer lo que estaba haciendo.
―¿Por qué no lo parece?
―No sé, a lo mejor es por tu resaca ―contestó sacándole la lengua.
―Ja, ja. Muy graciosa. No tengo resaca y lo sabes, sólo falta de sueño.
―Mucho sueño te ha tenido que faltar para que me confundas con tu novia.
Miguel Ángel dejó de cortar tomate y la miró con falsa indignación en el rostro.
―En mi defensa diré que, de espaldas, os parecéis mucho. De cara no, no te ofendas, ella te supera por goleada.
―¡Guau! ¡Tú sí que sabes halagar a una chica! ―dijo sarcástica―. Con vosotros dos me iré de aquí con la moral muy arriba.
Él rió.
―¡Qué va, tonta! Eres preciosa y lo sabes. La segunda mujer más guapa que conozco.
―Deja ya a mi hermana, anda ―dijo ahora Irene, que aparecía de nuevo en la cocina. Se acercó a darle un beso a él, y luego se dirigió a ella―. A éste ni caso, hermanita.
Desayunaron entre una distendida conversación, hablando de todo un poco. Ninguno mencionó nada al respecto de las conversaciones mantenidas la noche anterior. Tampoco ninguno preguntó nada. Dejaron que las cosas de las que hablar fluyeran solas, como siempre ocurría cuando estaban juntos.
Pasado el desayuno y recogido todo, Nadia decidió irse a casa. Se había quedado la noche anterior por la insistencia de su hermana pero no quería demorar el momento.
―¿Por qué no echas el día con nosotros? ―insistió de nuevo Irene.
Nadia sonrió de nuevo y arqueó las cejas.
―¿Qué? No tenemos nada planeado, pero seguro que contigo hacemos algo chulo, ¿verdad Migue?
―En momentos así es cuando noto más vuestro parecido. Dices cosas que crees que suenan bien pero consigues hundirme, ¿lo sabes?
Ambas volvieron a reír. Irene, para consolarlo, se acercó y le dio un beso, momento que aprovechó Nadia para coger su bolso.
―¡Vamos, Nadia! ―le dijo Miguel Ángel ahora―. No te pongas celosa por un besito, sabes que eres mi segunda chica favorita. ¡Quédate!
―Gracias, chico favorito ―le contestó ella riendo―. Es mejor que me vaya.
Se acercó a darle un beso a cada uno. Irene la abrazó sin que se lo esperara, por lo que trastabilló un poco, provocando que Irene la sujetara más fuerte y Miguel Ángel hiciera el amago de cogerlas.
―¿Ves? No te voy a dejar caer ―le susurró al oído.
Nadia se separó, negando con la cabeza y pegándole levemente en el hombro. Se fue, dejando atrás a una preocupada Irene y a un confundido Miguel Ángel.
―¿Qué ha sido eso?
Ella sólo lo miró, sin decir nada. Él notó la tensión en su mandíbula, sus ojos brillantes y se asustó.
―¿Qué ha ocurrido, Irene? ―preguntó ahora más serio, acercándose a ella.
Respiró hondo, recomponiéndose.
―No ocurre nada, Migue.
―No me vengas con chorradas. ¿Qué le ha pasado a Nadia?
―Es algo suyo que he prometido no decir ―lo abrazó, poniéndole las manos alrededor del cuello intentando calmarlo―. En cuanto sepa algo seguro de todas formas te diré el primero, lo sabes. Pero ahora mismo no ocurre nada.
―Esto no será una de esas mierdas de las vuestras de "si no lo dices no existe", ¿verdad? ―Puso énfasis en las comillas.
Irene rió.
―No, cariño. Aún no ocurre nada, eso no quiere decir que no vaya a pasar. No me tires más de la lengua, anda. Mientras, no te extrañe que esté más cariñosa que de costumbre ―se acercó más para darle un beso.
―No me gusta ―contestó él con el ceño fruncido.
Irene puso cara de extrañeza.
―¿No te gusta que esté cariñosa?
Entonces se separó de ella, confundiéndola aún más.
―¡No! No me refiero a eso, lo sabes. No me gusta esto que hacéis. Eso de intentar resolverlo todo por vuestra cuenta. Quiero a tu hermana como si fuera la mía y por eso a veces me dan ganas de matarla ―continuaba sin parar de andar por el salón―. Siempre es lo mismo. Tiene un problema y se calla. O te lo cuenta a ti con suerte y os calláis. No dejáis que nadie entre, no dejáis que nadie ayude a superar lo que quiera que sea. ¡No es un fracaso pedir ayuda, maldita sea! ―concluyó gritando.
―¡Ve a gritárselo a ella! ―contestó en el mismo tono, un tanto enfadada por la regañina―. ¡No soy yo la que quiere resolver nada sola, pero si confía en mí, soy la que la va a ayudar a hacerlo!
―¡Pues eso voy a hacer! ¡Estoy harto de ella y de sus miedos por ser feliz! ―dijo cogiendo las llaves.
―¿Pero qué carajo...? ―fue lo único que pudo decir Irene antes de verlo salir disparado por la puerta―. ¡Migue!
Éste hizo caso omiso del grito de atención y continuó su camino hacia el coche. Ésta vez no se iba a callar. Estaba cansado de sus amigos y su indecisión. La noche anterior estuvieron casi toda la noche hablando con Ernesto y sus dudas. Cuando parecía que todo se le aclaraba con Beatriz, que Nadia tenía su vida hecha en Madrid, de pronto aparecía para quedarse y él volvía a dudar.
Y sin apenas descansar, se encontraba a Nadia en su casa pasándole algo que no quería contar. Estaba cansado, agotado y harto de escuchar las quejas y que nadie se hiciera cargo de sus sentimientos.
Ya se había cansado de tanto hermetismo. No era un cotilla, pero Nadia tenía que saber que no tenía que pasarlo todo sola. Esta vez lo iba a escuchar.
Sin darse apenas cuenta llegó a su destino. La suerte estuvo de su lado y encontró aparcamiento bastante rápido, por lo que no se demoró en subir para decirle sus cuatro verdades a su cuñada.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top