Capítulo 26
Eran más de las nueve y media de la noche cuando por fin, pudo salir del curso que estaba dando, una hora después de la prevista en principio, aunque no le molestaba quedarse un rato más con los alumnos. Disfrutaba de esas clases, pero ahora estaba agotada y sabía que no podía irse a casa a tirarse en la cama. Su hermana le había mandado varios mensajes para que se fuera directa a su casa, no aceptando un no por respuesta.
Poco después llegaba a casa de Irene, que le abría la puerta sonriente y la saludaba con dos besos.
―¿Y esta bulla? ―preguntó mientras entraba en el salón y se sentaba sin miramientos.
Irene llegó con una copa para que se sirviera vino. Ella estaba con un vaso de cerveza.
―Me apetecía verte. Si no te insistía no ibas a venir ―contestó sentándose enfrente de ella―. No te he preguntado si quieres cerveza, aunque te advierto que esta es sin alcohol. ―Puso una mueca.
―¿No quieres vino?
―Me apetecía cerveza, pero no me he dado cuenta de que sólo quedaba la de Migue. Ya sabes que el sanote no bebe alcohol. Me ha dado curiosidad por probarla pero bueno, ya me la termino, pero nada que ver ―explicó.
Nadia sonrió, mientras vertía vino en su copa y se recostaba sobre el respaldo de la silla mecedora que tanto le gustaba.
―¿Cansada?
―La verdad es que sí. Luis me tiene agotada.
―¿El alumno pejiguera*?
―Pejiguera no, lo siguiente. Una locura, niña, no te haces una idea. Pero bueno, ¿dónde está Migue? ―cambió de tema.
―Noche de chicos ha dicho. Lo ha llamado Dani, que por lo visto Ernes estaba depre o algo así y se han ido a su casa.
Nadia frunció el ceño.
―¿Qué le pasa a Ernes?
―No sé. Si fuera un chico me habría enterado ―contestó con simpleza, lo que hizo sonreír a su hermana.
―Bueno, y si esta es nuestra noche de chicas, ¿sólo somos nosotras?
Irene puso una cara de falsa indignación y se puso la mano en el pecho.
―¿No soy yo suficiente?
Nadia la miró con una media sonrisa, se levantó con parsimonia, dejó la copa en la pequeña mesa que tenía delante y, con más velocidad que la que tenía hasta ese momento, se tiró encima de su hermana, la que por suerte no tenía su vaso en la mano.
―¡Loca! ―gritó Irene mientras era aplastada, aunque sin dejar de reír.
Nadia continuó tumbada sobre su hermana.
―Tú sabes que a mí no me hace falta nadie más.
―¡Hey! ―le dijo incorporándose un poco y llevándose con ella a Nadia―. ¿Desde cuándo eres tú tan zalamera?
Como única respuesta se encogió de hombros. Irene frunció el ceño, se volvió a echar en el sofá y con ello, su hermana cayó una vez más encima. Irene sacó uno de sus brazos de debajo de Nadia y la rodeó, abrazándola.
―¿Estás bien, pequeña? ―le preguntó ya un poco más seria, mientras movía la mano arriba y abajo en lo que pretendía fuera un movimiento tranquilizador.
―¡Claro! ―dijo con una voz demasiado aguda para ella.
Irene paró las caricias momentáneamente para darle un ligero golpe.
―Inténtalo otra vez, anda.
Nadia se quedó en silencio, meditando su respuesta. Irene le dejó ese tiempo que necesitaba, sin cesar de mover su mano sobre el brazo y la espalda de su hermana.
―Ha pasado un poco mi subidón por el regreso, lo que era de esperar, no siempre iba a vivir en mi nube de golosina o en el país de la piruleta. Pero estaré bien. Sabes que siempre lo estoy.
―No. Yo lo que sé es que siempre quieres hacer como que lo estás. Pero también sé que puedes estar mal alguna vez y no pasaría nada.
―Estaré bien ―insistió en voz queda.
Irene volvió a fruncir el ceño, paró el movimiento cadencioso de su mano y se incorporó de nuevo, haciendo que Nadia también lo hiciera. La miró seria a los ojos, queriendo ver en ellos algo más.
―¿Qué te pasa? Y quiero la verdad. Creí que estabas depre porque Ernesto tiene novia y bla bla bla, pero sé que esto es algo más.
―Le va muy bien con Beatriz y yo...
―¡No! ―interrumpió―. Te acabo de dar la salida fácil. Dime qué pasa, Nadia. Sabes que quiero saber la verdad o mi desbordante imaginación se irá a los peores escenarios imaginados por el hombre.
Nadia sonrió levemente, sin ganas en realidad. Sabía que a su hermana no le bastaría una tonta excusa, la conocía demasiado bien y además, era un detector de mentiras humano, al menos en lo que a ella concernía.
Respiró hondo, haciendo confirmar a Irene que efectivamente algo le pasaba. Estaba a punto de decirle que no pasaba nada si no le quería contar. Estaba tentada de quitar esa presión que había puesto, pero no podía pues sabía que si no era de ese modo, Nadia se guardaría cualquier cosa que le ocurriera.
―Aún no es nada ―dijo finalmente.
Irene sacudió su cabeza, frustrada por tener que ir desgranando la información poco a poco.
―Aún no es nada porque me están haciendo pruebas ―continuó antes de que su hermana se enfadara―. He notado...
Nadia paró. Dejó de mirar a Irene y tomó la copa, que aún estaba abandonada sobre la mesa. Se bebió de una vez casi todo el contenido. Irene estaba imaginando distintos escenarios, mientras su hermana seguía con aquella pausa.
―¿Qué has notado, por Dios, Nadia?
Ésta la volvió a mirar.
―He notado que he perdido visión.
Irene abrió mucho los ojos. De todas las opciones posibles, lo cierto era que eso no se le había pasado por la mente, a pesar de ser uno de los miedos reales y más poderosos de Nadia.
―He ido al médico y tienen aún que mirar qué puede ser, por qué puede ocurrir, si es estrés y ya está pero... lo cierto es que estoy muy acojonada, Irene ―no pudo ocultar más su miedo.
―Pero... ―comenzó titubeante, Irene―. ¿Pero puede ser estrés y nada más, no?
―Puede ser ―dijo con poco convencimiento―. Aunque lo cierto es que no estoy más estresada que en cualquier otro momento.
Irene apretó los labios, cogió la copa de su hermana y se tomó el único buche que quedaba en ella.
―Tengo... tengo...
Nadia no terminó la frase cuando se vio envuelta en el abrazo de su hermana, que la apretaba como si no hubiera un mañana.
―Tengo miedo, Irene ―reconoció al final sin soltarse.
Esta la separó, cogiéndola aún por los hombros.
―Lo que sea se superará. Lo superaremos, hermanita.
Nadia sonrió con la positividad que le quería transmitir. Asintió con una seca cabezada y decidió servirse más de ese vino.
―¿Desde cuándo te ocurre? ―preguntó de nuevo Irene con cierta sospecha.
―¿Importa mucho? ―contestó esquiva.
―Importa. Saber desde cuándo te ocurre me da una idea de cuán tonta eres realmente por no contármelo.
Nadia dio la callada por respuesta. Su hermana cogió su vaso con calma, se recostó en el sofá aún con enfado por no saberlo antes; con tristeza, por la situación con su hermana; con desasosiego, por lo que pudiera ocurrir.
―Desde que eras una enana ―comenzó a hablar finalmente―, tienes un miedo irracional a todo lo que afecte a los ojos. ¡Si ni siquiera soportas ver cómo Nacho se pone las lentillas! Y ahora estás notando pérdida de visión ¿y no me dices nada? Aunque sea para estar contigo, aunque sea para apoyarte, aunque sea para decirte gilipolleces y animarte.
―Bueno, hazlo ahora. No me regañes, ya no puedo hacer nada por decírtelo antes.
Apretó los dientes, notándose cómo endurecía la mandíbula. No servían de nada sus regaños, ella también lo sabía, pero no podía evitarlo. Sentía impotencia al no saber, al tener que esperar los resultados de unas pruebas que ni siquiera sabía cuándo se había hecho. Se calló. Guardó silencio y se ahorró esos regaños al ver la cara de su hermana. Esa que siempre parecía segura de sí misma y que se veía más perdida que nunca.
Relajó su postura.
―Vas a estar bien ―sentenció, mirando fijamente a Nadia a los ojos.
Quería que sintiera la verdad de sus palabras, transmitirle que realmente sentía lo que decía. Nadia fue ahora quien apretó los dientes, luchando por contener las lágrimas. Tenía mucho más miedo del que dejaría entrever, pero el pleno convencimiento que Irene le estaba transmitiendo, le aflojaba un poco esa congoja que no la dejaba tranquila. Ella misma se lo había dicho muchas veces, pero no se sentía igual.
―No se lo voy a decir a nadie ―interrumpió Irene sus pensamientos.
Asintió levemente, agradeciendo el gesto.
―No ―dijo de nuevo Irene confundiéndola―. Puedes llorar, que no se lo voy a decir a nadie ―sonrió.
Aquello lo hizo. Daba igual apretar dientes, parpadear rápido o mirar al techo. Cualquier truco que normalmente sirviera para mantener el llanto a raya, dejó de servir. Porque Irene sabía que ella no quería parecer débil, sabía que no le gustaba llorar pero le daba el permiso para hacerlo. De nuevo la abrazó con fuerza, queriendo confortarla y buscando también cierto consuelo. Dando apoyo y dejando espacio.
Y Nadia, una vez más aquella noche, se dejó consolar. Se arrebujó en el abrazo de su hermana mayor, la que siempre había estado con ella y para ella. Le mojó la camisa con sus lágrimas y le dio igual, porque sabía que Irene no la juzgaría por ese momento de debilidad.
Volvió a escuchar la frase «vas a estar bien», no teniendo claro si lo escuchaba en su cabeza o Irene lo estaba repitiendo como un mantra. De la forma que fuera quiso creer y, realmente, creyó en esas simples palabras.
*pejiguera: persona molesta.
Bueno, uno más y contando. Espero que os haya gustado y que no me queráis matar demasiado con eso. Gracias por leer y estar ahí.
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