Capítulo 20


Se había levantado de mal humor. Llevaba unos días esperando a que su editora la llamara dándole su opinión y además, la noche anterior su equipo de baloncesto, el Unicaja de Málaga, había perdido el primer partido de la final de la Eurocup. A Irene al igual que a toda su familia, le encantaba el baloncesto, y era fiel seguidora de su equipo desde que tenía uso de razón. No siempre pudo tener un abono, pero lo primero que hizo tras cobrar su primer sueldo, fue volver a abonarse al equipo y, con la venta de su primer libro, le regaló también los abonos a sus padres en un mejor sitio. Ahora que su hermana había vuelto le pensaba regalar también un abono en su misma zona.

A pesar de que habían comentado el partido la noche anterior por mensajes, en ese momento se hallaba comentando con su padre las posibilidades de remontar en los siguientes partidos, pues la final se jugaba al mejor de tres.

El siguiente partido lo jugaban en su campo. Irene y sus padres tenían asegurados sus sitios, pero había tenido que ser muy rápida para comprar entradas a sus hermanos, así como a sus amigos, al menos a aquellos que ella sabía les haría ilusión, como Víctor y Ernesto. También compró una para Beatriz, para no excluirla. En partidos así, realmente daba igual si el baloncesto gustaba más o menos, era un momento que cualquiera disfrutaría aunque tan solo fuera por el ambiente.

Precisamente del partido del siguiente viernes era de lo que hablaba con su padre que, a pesar de no perder la fe, no eran tan optimista como su hija.

―Ya sé que va a ser complicado, papá. Eso está claro, pero Unicaja tiene muchas ganas de callar bocas y yo la verdad es que le tengo muchas ganas también a los valencianos.

Y yo. Bueno, vamos a disfrutarlo. ¿Oye, venís a por nosotros o voy yo a vuestra casa?

―No sé, luego lo hablaré con Nadia. Creo que los cinco podemos ir en un coche y Ernesto y Víctor irán por otro lado.

¿Y tu hermano? ―preguntó extrañado.

―Pues con nosotros, papá, ya te lo he dicho. ¡No me digas que te empieza el alzheimer!

Su padre rió quedamente por su broma, sabiendo que, en ese caso, no le fallaban las cuentas si no la información.

Entonces es Miguel Ángel quien no viene al partido con nosotros, ¿no? Yo es que lo di por hecho, por eso...

―¡Mierda! ―interrumpió Irene.

¡Niña! ―le llamó la atención.

―No he comprado entrada para Migue. Ni siquiera lo he pensado. ¿Tú crees que quería ir?

Cariño, después soy yo el que está mal, ¿no? ―hizo referencia a la broma del alzheimer―. No hace falta...

―Te dejo ―interrumpió de nuevo―. Tengo que ver si hay alguna. Adiós papá, nos vemos el viernes, ya quedaremos ―colgó, no esperando respuesta y se fue, rápidamente, a su ordenador.

Su búsqueda no produjo buenos resultados, pues todas las entradas de su zona estaban agotadas. Dejó caer su cabeza sobre sus manos frustrada, y estaba en plena fase de lamento, cuando Miguel Ángel llegó. Soltó las llaves en la entrada, como de costumbre y entró al estudio, donde encontró a Irene totalmente abatida. Dejó caer su mochila en el suelo y se acercó a ella.

―Cariño, ¿qué ha pasado?

Ella levantó la cabeza despacio y lo miró. No estaba llorando pues no era para tanto, pero hizo un puchero con la boca, dando un poco de pena.

―Me he olvidado de ti.

Él frunció el ceño en señal de confusión. Irene pasó a contarle lo que había pasado. Le contó cómo, emocionada por el hecho de estar de nuevo en una final, había comprado entradas para todos menos para él, y que ya no había disponibles.

Miguel Ángel no cambió su cara, de hecho, estaba más confundido que cuando llegó.

―¡No te enfades! ―exclamó ella preocupada.

―¡Irene!

―¡Lo sé! ¡Soy horrible! En fin, es un partido histórico...

Él la cogió de los brazos parando su perorata.

―Cariño, es un partido histórico que no me voy a perder, ¿qué es lo que te pasa?

―¡Que no hay entradas, Migue! ―insistió ella, levantándose enfadada con ella misma y saliendo de allí hacia el salón.

Miguel Ángel la siguió, vio que estaba hablando totalmente en serio y fue entonces cuando no pudo más. Se tapó la cara con una mano y de pronto, comenzó a reír. No sabía qué le estaba pasando de repente a ella, seguramente el hecho de estar esos días sin hacer nada, estaba haciendo que estuviera más despistada que de costumbre.

Irene querría haber lanzado rayos por los ojos por cómo lo miraba. Él se reía mientras que ella estaba totalmente preocupada por no haberse acordado de él. ¡Precisamente de él! Un fanático de los deportes como era y que no se perdía ningún partido del Unicaja. Y entonces su cara cambió. Para ese momento, él la miraba fijamente desde el sofá en el que se había sentado, con una sonrisa en la cara. Pudo notar el momento exacto, incluso juraría que había escuchado el clic del engranaje de su mente, en el preciso instante en el que ella se dio cuenta de por qué a él no le importaba que no le hubiera comprado una entrada para el partido, pues no le era necesaria. Llevaba años siendo también abonado del equipo, aunque se sentaba en otra zona, en uno de los fondos de la canasta, donde tenía una peña formada con sus compañeros de banca.

Alzó las cejas y ahora fue ella la que se tapó con una mano la cara y se dejó caer a su lado. Miguel Ángel volvió a reír, y la atrajo en un abrazo. Irene se dejó hacer y rió con él. Seguramente, su padre se lo había intentado decir cuando le colgó el teléfono.

―¿Mejor? ―interrumpió él sus pensamientos.

―Estoy apollardá.

―Bueno, me alegra que te afecte tanto haberte olvidado de mí ―siguió riendo.

Ella le dio un golpe en el brazo.

―¡No me he olvidado de ti!

―No es eso lo que pensabas antes. Tienes razón, estás apollardá. Verás cuando se lo cuente a todos esta noche.

―¡A quién se atreva a reírse le quito la entrada!

Ambos estuvieron un rato más riéndose de la situación.

―Lo que no entiendo es lo que te ha pasado.

―Ni yo, soy más controlada que lo que has visto, no me lo tengas en cuenta.

―Aaaaay, Irenita. Si te tuviera en cuenta todas las veces que pierdes el control... ¡Auch! ―se quejó tras recibir otro golpe, este más fuerte que el anterior.

Miguel Ángel la miraba fijamente, con una tonta sonrisa en la cara. Le pasaba de vez en cuando. Se daba cuenta de que parecía un idiota aunque le daba igual. Ella también se daba cuenta de su cara alelada y se rió de él. Lo cierto es que Irene no era tan sentimental, en eso sí se parecía a sus hermanos, por lo que le hacía mucha gracia verlo así.

―Ya estás con esa cara de idiota ―comentó bromista.

Él puso los ojos en blanco por el comentario, pero sonrió con ella.

―Yo no puedo evitarlo. No me puedes culpar por estar locamente enamorado de ti.

Comenzó a ponerse roja. No podía evitarlo cuando él le decía esas cosas. Sí, lo quería, y sabía que él a ella más aún incluso, pero era algo que no podía parar.

―¿Cómo te sigue dando vergüenza?

―¡No lo puedo evitar! Te pones ahí, mirándome como un tonto, me dices cosas bonitas y me sale solo.

Él continuó mirándola. Se giró un poco más en el sofá, para estar más cómodo, le cogió las manos y la acarició.

―Pero sí que sabes que te quiero ¿no?

―¡Claro! Y yo a ti.

―Lo sé ―aclaró aún sonriente―. Pero yo no me pongo rojo cuando me dices que me quieres.

―No es por lo que dices, es... no sé. Tu forma de mirarme. No estoy acostumbrada a esas muestras. No me juzgues, en algo me tenía que parecer a mis hermanos.

Miguel Ángel soltó una carcajada.

―Bueno, pues procura acostumbrarte a que te mire como un idiota enamorado, que es lo que soy. Y cursi, que también me has convertido en eso. Y da gracias que no te digo ahora mismo de casarnos mañana.

Irene abrió mucho los ojos y se mantuvo callada, más tiempo de lo que parecía prudente.

―Vaaaaaale ―dijo él muy despacio―. Respira. No te lo he pedido. No sé de dónde viene esa problemática emocional que tenéis, pero sé que no estás preparada para eso. No te lo he pedido, pero que sepas que en algún momento lo haré.

No dijo nada. Él tampoco, sólo esperó. Irene se acercó lentamente, aún sin decir nada. Lo miró fijamente a los ojos. Él siguió inmóvil. Eran sólo unos segundos, pero notó cada uno de los tic tac de su reloj a cámara lenta. A lo mejor había presionado antes de tiempo, aun no siendo su intención presionar.

Intentó decir algo, no aguantando más el silencio producido, pero los labios de ella se lo impidieron. Tardó bastante poco en devolvérselo. Irene era buena escribiendo, mucho, no por nada se ganaba la vida con ello, era lo que siempre había querido hacer y por suerte, lo que siempre había hecho, pero irónicamente no era buena hablando de sentimientos. Día tras día se le estaba dando mejor mostrarlos. Ninguno sabía cuánto llevaban allí, tan sólo besándose, sin necesidad de llegar a más, diciéndose sin palabras todo lo que querían. Fue también Irene la que finalizó el beso.

Miguel Ángel mantuvo los ojos cerrados por un instante, aún con cara de bobo, lo que hizo que Irene soltara una risita.

―Si me sigues besando así me vas a dejar estúpido del todo.

Ella volvió a reír y se separó del todo de él, preparada para levantarse.

―Ah, ¿pero no estás ya estúpido del todo? ―preguntó sarcástica.

Acto seguido sí se levantó, sin hacer caso de la cara de falsa ofensa y aún riéndose de él. Se fue a la ducha pues esa noche como cada jueves, habían quedado con sus amigos.

Allí, mientras el agua caía sobre su cabeza, comenzó a pensar en su relación. Recordó la conversación con su hermana, aquella en la que Nadia tenía claro que, más pronto que tarde, Miguel Ángel querría dar un paso más en la relación. Recordó la forma en la que reaccionó, exactamente igual que cuando él se lo comentó. Y entonces, recordó cómo había empezado a salir con él, aceptando sus sentimientos tras una inesperada declaración en la playa. Se lanzó a esa relación con todo, sin dejarse nada en el camino y sin miedos. Todo podía salir mal en la vida, pero odiaba no intentar las cosas. Sin embargo, no podía evitar ciertas reacciones de su cuerpo, como el sonrojo cuando Miguel Ángel, más que decirle de voz, le decía con la mirada. Volvió a sonreír. A ella también se le ponía cara de idiota cuando pensaba en él.

Salió de la ducha poniéndose una toalla en el cuerpo. Cuando escuchó que cerraba el grifo, Miguel Ángel comenzó a prepararse para entrar. Ambos se cruzaron en la puerta del baño. Él estaba pendiente del móvil, donde estaba viendo, a pesar de ya haberlo hecho, un resumen del partido de baloncesto de la noche anterior. Y ella con su ahora imperturbable sonrisa. Lo paró bajo el quicio de la puerta abrazándolo. Él paseó sus manos por la espalda de ella.

―¿Y esto? ―preguntó él sin soltarse del abrazo―. Te aviso que esa toalla tapa poco y...

Ella se separó y volvió a callarlo con un beso, aunque bastante corto para su gusto.

―Que sepas que, en el momento que decidas, mi respuesta siempre será sí.

Con otro corto beso salió,dejándolo allí una vez más, con una tonta sonrisa en la cara.    

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