Capítulo 2
Habían quedado en casa de sus amigos Laura y Dani, para mayor tranquilidad ya que Manu, su pequeño de tres años, estaba un poco resfriado. Cuando llegó Nadia, ya estaban allí Irene y Miguel Ángel, que no paraban de jugar con el que, a todos los efectos, era su sobrino.
―¡Tita! ―dijo Manu cuando vio a Nadia.
A pesar de que la veía poco, Nadia y Manu tenían mucha complicidad, y al niño le encantaba hablar con ella.
―¡Hola enano! ―le contestó ella levantándolo en brazos―. Te he echado de menos, peque.
El niño le dio un abrazo y le exigió luego que lo dejara en el suelo, momento que aprovechó ella para saludar a los demás.
―Parecía que no te ibas a dignar a saludar al resto, chica desconocida ―le comentó Dani mientras se acercaba a ella para darle dos besos.
―Pesaaaaaaados sois todos ―dijo sonriente―. Tampoco es que haya desaparecido del mapa.
―¡No, qué va! ―dijo ahora Laura, que entraba en el salón con el pelo aún mojado de haber salido de la ducha.
A Nadia, al menos por el momento, no le importaba lo que sus amigos tenían para decirle, ella estaba a gusto con cómo había hecho las cosas y se veía, claramente, que sus amigos estaban bastante felices de que estuviera de vuelta, así que todo lo que se quejaran de su "desaparición", sería para meterse con ella.
―Espero que hayas llamado a Nacho, que cualquiera lo escucha luego ―le comentó Irene refiriéndose a su hermano, cuando hubo saludado a todos.
―Sí, lo llamé anoche desde la casa ―contestó mientras jugaba con el niño―. De todas formas, tenía planes este fin de semana, así que no lo veré hasta el lunes al menos ―finalizó con una sonrisa de oreja a oreja.
―Eso, "Missing" ―comenzó Laura, poniéndole ya el mote, y sin darse cuenta de lo dicho por su amiga―. Nos tienes que decir qué te ha traído por estos lares. Es extraño que quieras de nuevo ver a estos simples mortales.
―No vais a conseguir ponerme de mal humor, al menos no hoy. Lo contaré cuando lleguen todos, si no, va a ser un no parar de repetirme. Y tú, enano, escúchame con los ojos ―le dijo a Manu, que la miró muy fijamente―. Tienes que controlarme. Hoy no puedo gritarle a nadie, porque estoy muy contenta.
El niño no hizo ver si había entendido o no su misión en el día, tan sólo se rió y siguió jugando.
Tocaron a la puerta un par de veces, con un repiqueteo de nudillos y como con cierta impaciencia, aunque aquella era la forma típica de llamar de Ernesto, que hacía su aparición junto a Víctor y una mujer a la que Nadia no conocía, y a la que se quedó mirando extrañada.
Ernesto y Víctor, por su parte, también se quedaron parados, pues no se esperaban que su mejor amiga desde la infancia estuviera ahí, tras unos meses en los que habían tenido tan poco contacto por culpa del trabajo.
Víctor fue el primero en reaccionar y se fue hacia ella, levantándola del suelo donde hasta hacía unos instantes, estaba sentada con su sobrino. La abrazó con fuerza, llevaba tres meses sin verla en persona y la había echado de menos.
Ernesto lo siguió una vez que fue liberada por Víctor y también le dio un abrazo, aún con cara de sorpresa.
―¿Pero qué haces aquí? ―le preguntó finalmente sin soltarla del todo―. ¿Por qué no dijiste que venías?
Ella se encogió de hombros antes de contestar.
―Quería sorprenderos ―dijo sonriente, aunque se separó un poco incómoda por la persona, para ella desconocida, que aún estaba allí de pie viendo el intercambio.
―¡Hey! Perdona, cariño ―le dijo Ernesto, acercándose a la que era su novia―. Ella es Nadia, te he hablado mil veces de ella. Nadia ―le dijo de vuelta a su amiga―, ella es Beatriz, mi novia.
Ambas se saludaron con dos besos y alguna palabra de cortesía.
―¡Hey! ¿Cómo no me dices que tienes novia? ―le preguntó dándole un leve golpe en el brazo.
―¿Segura que quieres ir por ese camino? ―contestó él enarcando una ceja.
El resto de sus amigos, incluida Beatriz, veían divertidos el intercambio. Dani, como buen anfitrión, sacó bebidas y algo de picoteo para ir calmando el hambre mientras llegaban María y Aída.
―Missing ―la volvió a llamar Laura.
―¿Es que no vas a dejar de llamarme así? ¡Ha sido por un buen motivo!
―No, me encanta tu nuevo mote. ¡Lo voy a usar siempre! ―contestó provocando la risa de todos―. Dani, que es un encanto, compró hace un mes Coca-Cola Zero para ti, a pesar de que yo estoy totalmente en contra de eso, así que ahora te la bebes.
―¿Por qué estás en contra de la Coca-Cola Zero? ―preguntó curiosa Beatriz.
―Eso no es para nada natural, es todo química.
―Claaaaaro. Porque la Coca-Cola normal es taaaaaan natural que sale directamente del árbol, ¿no? ―contestó Nadia sarcástica.
―¿Y por qué compró Zero en contra de tu religión? ―le preguntó Irene.
―Tenía un pálpito ―contestó el propio Dani, que ahora traía de la cocina la comida para su hijo.
―¡Foh! Qué máquina, tío. Te da un pálpito y ¡PUM! ―Miguel Ángel, que era el que hablaba, acompañó su potente voz con un golpe de su puño en su mano―. Un mes después, aquí la tenemos.
―Sí, no tengo precio. El día que sueñe con un número de lotería os avisaré y treinta días después... ¡seremos ricos!
Entre risas y charlas de nada en especial, fue pasando el tiempo hasta que, quince minutos antes de que dieran las dos de la tarde, el timbre volvió a sonar llegando, también juntas, María y Aída, que iban cargadas de bolsas.
―No os levantéis, que ya podemos con la comida para todos, ¿eh? Vosotros tranquilos ―protestó María.
―Protestona ―le dijo Víctor cogiendo las bolsas de su mano y dándole un beso en la mejilla.
―¡Eh, María! ―la llamó Aída, que había dado sus bolsas a Ernesto―. Mira a esa chica de ahí, ¿no te recuerda a alguien?
Nadia puso los ojos en blanco, preparada para una nueva tanda de burlas de sus amigos.
―¡Carajo, es verdad! ¿De dónde la habéis sacado? ¡Es clavada! ―preguntó al resto, que no hacían más que reírse.
―Ja, ja, ja. Sois todos muy graciosos.
―Tita, no puedes gritar ―le advirtió Manu muy serio.
Nadia sonrió y le dio un sonoro beso en la mejilla, que hizo reír al pequeño. Se levantó y dio un abrazo a sus dos amigas, antes de ponerse todos a preparar la mesa para comer. Dani le había dado de comer a su hijo antes y éste, extrañamente en comparación con el resto de niños que conocían y que no querían dormir, no perdonaba su siesta, así que tumbado en el sofá, se quedó dormido mientras veía Baby Einstein en la televisión.
De esta forma, ambos padres pudieron comer con tranquilidad con el resto de sus amigos.
―Bueno, Missing, cuéntanos. ¿Cómo es que has venido este fin de semana y tan silenciosamente? ¿Se celebra algo en Madrid?
―Lo cierto es que no ―contestó Nadia ignorando ya el apodo―. Pero ya mi calendario no estará ligado a los festivos de Madrid.
Sus amigos pusieron caras extrañadas, pero fue Víctor el que habló para enterarse mejor de lo que quería decir.
―¿Qué? ¿Por qué? ¿Dónde te vas ahora?
―La pregunta no es dónde me voy, si no dónde me vengo. ¡Vuelvo a Málaga! ―exclamó emocionada.
Por suerte, Manu tenía, una vez dormido, el sueño profundo o de otra manera habría notado la algarabía que se formó tras aquella afirmación. Nadia contó a todos acerca de la llamada de que había recibido, dos meses atrás, de su antiguo profesor de fotografía para que, junto a él, llevara su escuela de fotografía y arte. Era su oportunidad de trabajar con quien tanto admiraba y además en su casa, así que no tuvo que pensarlo mucho.
―¿Lo sabes desde haces dos meses y no has dicho nada? ¡Serás perra!
―¡Ernesto! ―le llamó la atención su novia.
―¿Qué? ―preguntó él inocentemente―. ¡Vamos, Bea! Ella ya sabe que es una perra. Se lo digo con cariño, aunque no deja de serlo ―dijo esto último mirando seriamente a su amiga.
―Vale, sí. Soy mala gente. ¡Os quería dar una sorpresa! Reconóceme que en verdad me quieres.
―Yo que tú no estaría tan segura ―contestó él, aunque la sonrisa de su cara lo delataba.
Después de comer y recoger todo, continuaron la charla en el salón, donde se pusieron cómodos. Laura había llevado a su hijo a su cama, donde estaría mejor, y se puso después a hacer café para todos.
Aunque pretendían que la tarde fuera larga y eterna, algunos, como María y Aída, tenían que trabajar, por lo que no pudieron seguir cotilleando de todo con los demás.
También Beatriz decidió irse a la vez que ellas. A pesar de encontrarse muy a gusto allí, sabía que Ernesto tenía que ponerse al día con sus amigos. Él le había dejado muy claro que quería que se quedara, pero ella era fiel defensora del espacio de cada uno en una pareja para la buena salud mental de ambos, sobre todo en una pareja tan reciente.
Se despidió de todos cariñosamente y se marchó, quedando con Ernesto en verse más tarde.
―Esa chica es un encanto, Ernesti ―dijo Nadia cuando se marchó―. ¿Dónde la conociste?
―¿Verdad? ― contestó él con ojos soñadores―. Es amiga de la hermana de Dani. Me la presentaron un día y sí, resultó ser encantadora.
―Anda, Dani, qué casamentero estás hecho.
―Sí, bueno ―comenzó algo incómodo―. Mi hermana me hablaba mucho de ella, estudiaron juntas y se reencontraron no hace mucho. Creí que Ernesto ya se merecía conocer a alguien que lo mirara bien.
Tras decir esto miró a Nadia esperando que lo contradijera de alguna forma. Ella sólo le sonrió, dándole la razón con la mirada, un intercambio silencioso del que sólo se percataron Laura e Irene.
―Bueno, yo ya te he contado mi historia. Cuéntame tú la tuya, ¿cuánto lleváis? ¿Cómo no me lo cuentas?
―Como si la señorita desaparecida...
― Llámala Missing, es mucho más corto ―le interrumpió Laura.
―Y mola más, todo hay que decirlo ―completó Irene, que llevaba callada un rato y ya le estaba pesando.
―Vale ―dijo finalmente Ernesto―. Si Missing hubiera tenido la decencia de hablar con su mejor amigo...
―Con UNO de sus mejores amigos ―apostilló ahora Víctor.
―¡Queréis dejar que se explique ya, que no lo dejáis al pobre!
―Gracias, Migue, tú sí que eres un buen amigo ―miró mal al resto―. Como iba diciendo, si en estos meses te hubieras dignado a dar señales de vida, te lo habría comentado. No quería decírtelo por whatsapp. Hace poco más de un mes que salimos.
―Sí, pero no se separan para nada. Son muy empalagosos ―comentó Miguel Ángel con sorna.
―Claaaaro que sí. Hoy es el día propio para demostrar que no nos separamos para absolutamente nada ―contestó con el ceño fruncido.
―Vaya, vais en serio entonces, ¿no? ―preguntó Nadia ignorando la última observación de su amigo.
―¡Tita! ―gritó Manu abriendo los brazos hacia Nadia y cortando la posible respuesta de Ernesto.
El pequeño fue entonces el rey de la reunión, haciendo que todos ellos estuvieran pendientes de él. Pedía que lo llevaran al parque, pero sus padres no cedían y le intentaban hacer ver que estaba malo. A pesar de que era un niño bastante listo, con el que se podía hablar, no dejaba de ser un niño, y todo el día en la casa se le hacía muy largo y pesado. Los adultos intentaban mantenerlo ocupado con distintos juegos para que no se pusiera penoso.
Pasaban ya las 8 de la tarde cuando Ernesto anunció que se iba a arreglar, pues había quedado con Beatriz para cenar. El resto aprovechó que uno se levantaba, para hacer lo mismo y despedirse de Dani y Laura, que se quedarían ya tranquilos con Manu, al que le había subido un poco la fiebre. Tocaba pasar mala noche y, seguro, que al día siguiente el niño tendría la misma energía, aunque ellos no tuvieran tanto como él.
Víctor se fue a ayudar a la tetería, aunque ya no trabajaba allí, seguía yendo algún que otro fin de semana y días con más jaleo para ayudar.
―Yo ya me voy a la casa, así podéis charlar las dos tranquilamente ―comentó Miguel Ángel prudente.
―¿Por qué querríamos que te fueras? ―le preguntó Nadia―. Si alguien tuviera que estar incómoda estando en medio de una pareja tendría que ser yo, ¿no?
―Sois muy tontos los dos. Anda, por si no hemos tenido bastante todo el día, os invito a comer algo―finalizó Irene cogiendo un brazo de cada uno y arrastrándolos hacia el coche.
Fueron a tapear por la zona de Teatinos. No estaba tranquila, pero les gustaba un sitio especialmente y el camarero, que les conocía, les buscaba siempre una mesa bastante rápido.
Por suerte, la suave temperatura de la noche permitía que se sentaran en la terraza y así evitar el ruido dentro del local, que hacía que fuera muy complicado hablar.
Como no tenían mucha hambre, la tapa que ponían fue suficiente para ellos, y mientras tomaban sus bebidas, continuaron hablando ya que los temas de conversación, sobre todo tras tanto tiempo separados, pocas veces se les acababa.
―¿Qué tal vosotros? ―curioseó Nadia en un momento dado.
Miguel Ángel sonrió ampliamente y miró a Irene, que no hizo otra cosa que sonrojarse. Aunque pasara el tiempo a ella le seguía ocurriendo.
―Joder, qué poquitas veces te he visto sonrojarte en mi vida, y ahora, en dos días, cada vez que sale el nombre de Migue te pasa ―comentó de nuevo Nadia y, para apoyar lo que acababa de decir, a Irene le volvió a pasar―. ¿Ves? ¡Otra vez!
―¡Calla, idiota!
―¿Cuánto lleváis? ¿Tres años? ―ambos asintieron―. ¿Cómo te sigue ocurriendo?
―Me quiere, no hay más motivos. Nunca había sentido algo tan bonito, puro y mágico por nadie y... ―se interrumpió cuando sintió la colleja que le dio Irene.
Mientras, Nadia no dejaba de reírse. Le encantaban esos dos, tendrían que haber empezado a salir desde mucho antes.
―Sí, gracias a él, ahora veo arcoíris y las nubes son de algodón de azúcar, no te fastidia.
―Ya ves lo que te perdías antes ―comentó bromista Nadia.
Irene sonrió a su hermana, encantada con la ironía.
―Le dijo la sartén al cazo.
―¿Qué me quieres decir con eso?
―Nada, mujer, nada.
Miguel Ángel veía divertido el intercambio entre hermanas.
―Ya sabemos todos cómo son tus "nada" ―comentó haciendo comillas con los dedos.
―¿Qué tal te cae Beatriz?
―¿A qué viene ese cambio de tema?
En ese momento Miguel Ángel, que estaba bebiendo, dio una carcajada, o al menos eso intentó, pues lo único que consiguió fue espurrear su bebida hacia Irene.
―¡Migue! ―exclamó ella molesta por estar cubierta de cerveza―. ¡Nadie necesita que le escupan!
―Perdona, cariño. Si no lo escupo me hubiera salido por la nariz ―explicó mientras la ayudaba a limpiarse.
―Déjame ―le palmeó la mano―. La próxima vez procura que te salga por la nariz. O mejor, apuntas hacia ella, que para eso es la que ha dicho la tontería.
―¡Eh! ¿Qué tontería se supone que he dicho?
Miguel Ángel volvió a reírse.
―Nadia, para que me estás matando ―bromeó.
Ella le golpeó el brazo sin miramientos.
―¡Auch! ¡Eso duele!
―Te lo mereces por reírte de mí. Vale que mi hermana lo haga, toda su vida lo ha hecho, pero tú... ¡Tú no! ¿Qué te ha hecho? ¿En qué te ha convertido? ―dramatizó.
Continuaron charlando un rato más, y aunque ninguno de los dos le explicó qué querían decir, Nadia recordó que ese día no quería enfadarse, así que lo dejó pasar, quedándose inocentemente en la inopia.
Casi los tuvieron que echar del bar para que ellos se fueran, aunque no era ni medianoche.
―¿Te quieres venir al piso? ―le ofreció Irene.
―¿Por qué? Tengo casa, ¿sabes?
―Lo sé, tonta. Es por si no te apetece estar sola. Te podías haber venido todo el tiempo que quisieras, no hacía falta...
―Ya, ya ―la interrumpió―. Yo sé que no hubieras tenido problema...
―Hubierais ―interrumpió ahora Miguel Ángel.
―Hubierais ―confirmó Nadia sonriendo―. Pero vosotros tenéis vuestra intimidad y yo estoy también acostumbrada a la mía. Para unas vacaciones o un tiempo corto vale. Para vivir no es plan. El tito iba a alquilar el piso igualmente. Yo lo tengo más barato y él tiene a alguien de confianza dentro. ¡Es un win-win!
Irene no pudo más que darle la razón. Estaba acostumbrada a tener a su hermana en casa cuando estaba en Málaga, y al ver que no sería así en esa ocasión, le había molestado un poco. Pero lo cierto era que ella ya no vivía sola y tenía que contar con la otra persona. Sabía que a Miguel Ángel no le hubiera importado tener a su hermana en casa un tiempo, pero ella no los había puesto en la posible tesitura de discutir.
No es que lo hicieran normalmente. Su relación se había dado muy natural desde el principio, a pesar de los miedos de Irene de romper esa amistad de tantos años. Él había sido paciente y tranquilo con ella, dejándola marcar el ritmo en el que se sentía cómoda, sin presionarla, pero no dejando que se estancaran en la nada.
Vivían juntos desde hacía un año, a pesar de que, si por él hubiera sido, habrían vivido juntos desde el primer mes. Seguramente, Nadia tampoco estaría tan cómoda en medio de una pareja, por mucha confianza que tuviera con los dos implicados.
Sí, Irene realmente se daba cuenta de que su hermana había hecho muy bien. Aunque le encantaba tenerla allí, sobre todo después de haber arreglado la relación entre ellas, que se había enfriado años atrás, por una estúpida discusión.
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