Capítulo 19
Estaba ultimando un par de cosas en su ordenador cuando Dani se le acercó para despedirse. Normalmente cuando daban las seis de la tarde estaban con caras cansadas, aunque contentos de terminar el trabajo del día, pero Dani llevaba unos días que parecía que el cansancio no le afectaba, por lo que tenía a Ernesto intrigadísimo sobre lo que le podía ocurrir.
Se quedó mirando a su amigo más tiempo del necesario, y este cambió su cara por una de confusión, comenzando a mirar por todos lados, a ver si había aparecido alguien que estuviera entreteniendo a Ernesto, a pesar de que claramente, le estaba mirando a él.
―Ernes ―comenzó incómodo―. ¿Te pasa algo?
Ernesto sólo asintió con la cabeza lentamente.
―Vale, pues...
―A ti te pasa algo ―lo interrumpió señalándolo con su dedo índice.
Dani pegó un respingo.
―Sí, sí, sí. Te pasa algo. Van las cosas bien con Laurita, ¿eh? ―dijo con tono pícaro alzando varias veces las cejas.
De pronto, sin que se diera cuenta, recibió una colleja en la nuca, propinada por Laura, que se había acercado por detrás.
―¡Auch! ―se quejó.
―Te he dicho que no me llames Laurita.
Ernesto seguía frotándose la nuca, con cara de enfurruñado.
―No te molesta que le insinúe a tu marido que lleváis toda la semana a tope de sexo―dijo con descaro y sonriendo―, sino que te molesta que te llame Laurita.
Miró a Dani poniendo un gesto en el que dejaba ver que pensaba que estaba loca. Laura le dio otra colleja.
―¿Y esa ahora por qué? ―volvió a frotarse la nuca.
―Por decir que es mi marido. ¿Tú has visto que el idiota este me lo haya pedido? ―dijo sin ningún tono de reproche.
Se acercó a Ernesto, que se tapó en un acto reflejo la cabeza con las manos, intentando parar un nuevo golpe que no llegó. Laura le cogió dulcemente la cara y, sin que se lo esperara, le dio un beso en la cabeza. Luego se dirigió a Dani, diciéndole que lo esperaba en su mesa y dándole a él otro beso, esta vez en los labios.
Ambos la veían marcharse con un gesto de incredulidad, más acentuado en Ernesto, pues Dani estaba ya acostumbrado a sus cambios de ánimo.
―¡Tu mujer es bipolar!
Dani puso los ojos en blanco.
―Bueno, vale, tu novia ―corrigió―. Que por cierto, ¿cuándo vamos a por el anillo? ―dijo volviendo a alzar las cejas repetidamente.
Dani lo miró sonriendo misteriosamente. Ernesto frunció el ceño no entendiendo su expresión si él lo que quería era molestar a su amigo.
―¿Quién dice que no lo tengo ya? ―dijo finalmente dándose la vuelta para irse.
Su amigo abrió la boca, en forma de O.
―¡Me debes una conversación! ―le gritó antes de que se marchara del todo.
Dani levantó el brazo en señal de despedida, sin molestarse siquiera en mirar atrás.
―Y tú le debes un correo a Pierre ―le dijo uno de sus compañeros de oficina.
―Bésame el culo, Lope ―le contestó bromeando, aunque se puso manos a la obra pues no quería estar allí mucho tiempo más.
Diez minutos después había terminado su informe y enviado a los destinatarios, por lo que se despidió de los compañeros que aún quedaban y se marchó. Por el camino llamó a Beatriz para quedar con ella, que estaba en su casa matando un poco el tiempo haciendo elíptica. Él se fue a casa para ducharse y cambiarse de ropa, en tanto que Beatriz seguro hacía lo mismo.
En poco menos de una hora, ya estaba pegando a la puerta de su novia, que lo esperaba casi arreglada. Le dio un beso rápido en los labios, le hizo que pasara y le pidió, muy aceleradamente, que esperara.
―¿Qué te queda? Yo te veo genial ―comentó mientras se sentaba en el sofá del salón.
―Nada, nada, nada ―dijo rápido desde el baño―. Termino de maquillarme y voy.
―El maquillaje no puede hacer nada más por ti, ya eres preciosa tal cual.
Ella sonrió, bobamente, y se asomó al salón para verlo.
―Eres un zalamero de cuidao ―comentó lanzándole un beso y volviendo a entrar en el baño―. ¿Cómo te he podido pillar soltero a estas alturas con la labia que tú tienes?
Él se quedó mirando al frente, a un punto no definido de la apagada televisión. No era difícil contestar a esa pregunta, aunque no quería hacerlo. De pronto, escuchó una voz en su cabeza. Su propia voz, aunque algo cambiada. «Me está ayudando a superarte». Su voz sonando con eco en su mente. Creía que esas cosas sólo pasaban en las películas, donde el protagonista se martirizaba con ello. Él se escuchaba claramente, y se dio cuenta de que no era tan sólo un pensamiento, era una realidad, lo había dicho en voz alta y sólo podía habérselo dicho a una persona.
La realidad le golpeó, al igual que lo hizo su mano contra su cara, en un absoluto gesto de frustración. No escuchó entrar de nuevo a Beatriz, que llevaba un rato intentando captar su atención. Se sentó a su lado con poco tacto. Por fin, Ernesto hizo un gesto entendiendo que no estaba solo. Se giró lentamente hacia ella y sonrió.
―¿Dónde estabas? ―preguntó curiosa.
―Ha sido un día cansado y me ha dado un bajoncillo ahora ―mintió.
Beatriz le cogió la cara con sus manos, en una sutil caricia. Ernesto, reconfortado, cerró los ojos y se dejó hacer. Ella, sin soltarlo dejó la caricia, lo que provocó que él abriera los ojos y la mirara.
―No me tienes que dar explicaciones, cariño. Pero si me dices algo al menos no me mientas. Yo a cambio, seré igual de honesta contigo, ¿vale?
Él esbozó una apagada sonrisa y le asintió lentamente. Cogió una de las manos de ella con una de las suyas y la llevó hacia sus labios. Ella le dio un breve beso en los labios y se separó, demasiado rápido para el gusto de él.
―Bueno, ¿y ahora nos vamos a ir a algún sitio o me he puesto guapa para que no me vea nadie?
―¡Eh! ―se indignó él falsamente―. ¿Acaso yo no soy nadie?
―¡Claro que no, tonto! Nadie en absoluto.
Beatriz se levantó, alisando la falda en el proceso. Él también se levantó, la acercó y la abrazó por la cintura.
―Es difícil para mí estar así con alguien. Estoy bien, estoy a gusto. Eres una persona con la que puedo hablar y puedo callarme. Eres libre e independiente, no me necesitas para absolutamente nada y sin embargo, aquí estás aguantándome. Sé que tengo mierdas mentales que arreglar, porque en muy poco tiempo te has convertido en alguien muy importante para mí y me cuesta asimilarlo.
»No era una mentira lo que te dije antes. Aunque ―se apresuró a añadir―. Es cierto que no es toda la verdad.
La besó suavemente, tomándose su tiempo para disfrutar de la sensación reconfortante que tenía al estar junto a ella. Con la misma suavidad con que lo empezó, acabó el beso.
―No te volveré a mentir ―declaró con total convicción, y ella le sonrió más ampliamente―. Y ahora vamos a que vayas rompiendo corazones por Málaga.
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