Capítulo 18
Eran las seis de la tarde y no sabía si iba a pillar a su madre en casa o no. Siempre tenía muchas cosas que hacer o actividades a las que ir. A pesar de que cualquiera podía pensar que su trabajo de maestra la dejaría cansada y casi para el arrastre, lo cierto es que aquella mujer nunca paraba.
Buscó la llave de casa de sus padres la que como casi siempre no llevaba encima, por lo que tuvo que pegar al timbre. Ahí estaba su padre, con su característica camisa de cuadros y su cámara en mano.
―¡Hola! ―se sorprendió al verla―. ¿Qué haces aquí?
Nadia pasó dándole un beso a su padre en el camino.
―De visita. ¿Qué haces con la cámara?
―Nada, iba a guardarla cuando has pegado. ¿Y tus llaves? ―preguntó, aunque no dejó que su hija contestara―. No, da igual, no contestes. No sé por qué pregunto si no es ninguna sorpresa.
―¡Oye!
―No te hagas la digna, anda. Avisaré a tu madre, que creo que está corrigiendo. Échate un café.
Nadia le tomó la palabra. Fue a la cocina a servirse un taza de café que veía habían hecho hacía poco. Su madre no tardó en aparecer por allí, saludándola efusivamente, como era normal en ella.
―Bueno, ¿y cómo es que has venido? No te esperaba hoy ―preguntó cuando ya todos estuvieron en el salón.
―Lo he pensado sobre la marcha.
―Uy, uy, uy ―dijo de pronto Lucía, su madre.
Jesús se sorprendió del tono de su mujer, porque no esperaba que, de la nada, soltara su clásico "uy, uy, uy" que indicaba que sabía que algo pasaba.
―¿Qué te pasa?
―¿A mí? ―preguntó Nadia mirando hacia atrás―. Eres tú quien ha dicho uy, uy, uy.
―Porque te pasa algo, lo sé.
―Pero mujer... ―intentó decir Jesús, aunque su mujer lo interrumpió.
―No, Jesús, le pasa algo, lo sé. Ve con tus fotitos que seguro que delante de ti no habla.
―¡Mamá! ―exclamó indignada en nombre de su padre.
Sacudió su mano restándole importancia.
―De mamá nada. Él en realidad quiere irse a hacer fotos, pero no sabe cómo hacerlo. Dice siempre que la va a guardar pero no es verdad.
Jesús sonrió, negó con la cabeza divertido y se levantó. Se acercó a Nadia para darle un beso en la frente y otro a su mujer, marchándose a continuación.
―Mamá, ¿por qué lo has echado?
―No lo he echado, cariño. Lo he liberado para que se vaya con su "novia" ―entrecomilló con las manos, refiriéndose a su cámara de fotos―. Y ahora tú. ¿Qué te pasa? Cuéntame.
―No pasa nada, tengo mucho lío en la cabeza, mamá.
Su madre hizo un gesto claro, haciendo ver que sabía bien de lo que hablaba y que se estaba intentando zafar, lo que no permitiría. Nadia no la pudo ignorar e intentó explicarse lo mejor que pudo.
―A veces creo que estoy muerta por dentro, mamá. No, entiéndeme ―prosiguió antes una posible interrupción de su madre―. No que no sienta nada. Es como algo que me impide querer sentir. Aquí ―se tocó la sien con la mano.
Su madre, que hasta ese momento estaba sentada frente a ella, se cambió de sitio y se puso justo a su lado, poniéndole una mano en la pierna en señal de consuelo.
―¿Por qué dices eso, cariño?
―Es la sensación que tengo. No sé el motivo, la verdad. Si he tenido un buen ejemplo, ¿por qué tengo ese miedo tan extremo a cagarla?
―El miedo es normal, cielo. De hecho, ese miedo demuestra que no estás muerta por dentro. Porque sí que te importan las cosas pero te has conformado con lo que tenías, optando por no ir a por más por temor a tener menos. Eso es conformismo, no es estar muerta por dentro. De todas formas, tampoco digo que lo primero sea mucho mejor, la verdad.
―No termino de saber si me estás animando o no, mamá.
Lucía sonrió, rodeó a Nadia con un brazo y ésta apoyó la cabeza en su hombro, dejándose consolar por segunda vez en muy poco tiempo para su gusto. Estuvieron un rato así, calladas, hasta que Lucía creyó que era el momento de seguir hablando.
―Me culpo a veces por eso, pequeña ―dijo sin soltarla. Nadia tampoco se movió, a pesar de la curiosidad que sentía―. Es decir, no es que me culpe, ya sois adultos, pero tal vez os podría haber guiado mejor, ¿sabes? En fin, Nacho y tú sois como tu padre. Hay que deciros las cosas muy claras para que las entendáis, es como si no supierais entender vuestros propios sentimientos. Vuestro padre igual. ¡Tuve que declararme yo!
En ese momento, la cabeza de Jesús, apareció por la puerta, dejando el cuerpo dentro de la habitación que hacía la función de despacho.
―Sabes que estoy en la habitación de aquí al lado, ¿verdad?
Ambos giraron la cabeza, Nadia sonriendo, Lucía impasible.
―Cariño, ¿no ves que estoy hablando con la niña? Si vas a decirme algo que no sepa, bien, sino no vengas hombre. Ya sabes: aporta o aparta ―concluyó sonriéndole.
Éste le sacó la lengua infantilmente, lo que hizo reír más aún a Nadia y volvió a entrar en su estudio.
―¿Ves? ¡Yo me he criado con esto! ―se levantó del sofá y caminó nerviosa―. Con vuestras bromas, las tonterías de papá, tus regaños... ¿Por qué tengo que salir yo con esta especie de Asperger?
Su madre rió.
―No tienes Asperger, cielo. Asperger es...
―¡Ya sé lo que es Asperger, mamá! ―la interrumpió cuando vio que su madre le iba a dar una lección sobre el síndrome.
―Pues no lo tienes. Pero necesitas ir sobre seguro. No te gusta arriesgar, sobre todo si no sabes si tu riesgo va a llevarte a algún lado. Que por otro lado es precisamente la descripción de riesgo... ¡Hablemos claro! ―se corrigió, viendo que se dispersaba―. Si Ernesto te hubiera dicho que estaba loco por ti, a lo mejor tú también te hubieras lanzado.
―¿Qué tiene que ver Ernesto aquí? ―preguntó mientras se volvía a sentar.
―¡Eso! ¿Qué tiene que ver? ―gritó su padre desde la habitación de al lado.
―Jesús, ya que vas a escuchar vente, o al menos disimula.
Su marido no apareció, por lo que Lucía entendió que disimularía mejor.
―Vamos, Nadia. Toda esta trascendental conversación es por Ernesto y su novia.
Nadia frunció el ceño.
―No hacía falta ser un lince para saber que ese chico está loco por ti desde hace mucho. Pero o tú no eres un lince, o no hay más ciego que el que no quiere ver, así que... ¿Qué eres, cariño?
―¡Idiota! ¡Pero por seguir escuchándote! ―gritó de nuevo Jesús desde su sitio, aunque se le notaba cierto toque de humor en su voz.
―¡Ya sabe que es idiota, cariño! ¡Ya le he dicho que se parece a ti! ―contestó gritando para que la escuchara.
Se escuchó la carcajada de Jesús y Nadia lo acompañó. Su madre también reía, aunque esperaba pacientemente a que contestara. Nadia dejó de reír y suspiró sonoramente.
―¿Importa realmente si es idiotez o ceguera?
―Lo cierto es que no. Pero ahora tienes que tener tu tiempo. Déjalo seguir y, si conoces a alguien más, no te cierres a eso e inténtalo.
―¿La conoces?
―¿A Beatriz? ―su hija asintió―. Claro que la conozco. Sabes que Ernesto no puede estar ocultándole nada a su tía favorita.
Ambas rieron por la ocurrencia, pero Nadia sabía que era verdad. Quería a su madre como si fuera la de él, aunque no había llegado a llamarla mamá, aún.
―Lo cierto es que es un encanto de niña ―continuó su madre hablando―. Vino a cenar un par de veces, justo antes de que volvieras. Por cierto, desde que estás tú en Málaga no ha vuelto a venir por aquí. Voy a tener que decirle algo, que parece que llegas tú y lo acaparas.
―Sí, mamá, sigue hurgando en la herida ―dijo con sarcasmo.
―Perdona hija, pero tienes que intentar pasar página.
―¿Y si no quiero? ¿Y si ahora que lo sé no quiero?
―Eso tendrás que decidirlo tú, Nadia. Tendrás que sopesar los pros y los contras.
―Ya ―le dio la razón―. Seamos realistas...
―Vas a ser buena amiga, no hacer nada y apoyarlo en lo que decida hacer ―completó Lucía por ella, sabiendo cuál iba a ser la respuesta.
―Voy a ser buena amiga, no hacer nada y apoyarlo en lo que decida ―ratificó con una seca cabezada.
―¡Como tenga que salir yo a daros un abrazo os vais a enterar las dos! ―gritó Jesús, haciéndolas reír otra vez.
Lucía abrazó a su hija menor. Tenía que dejar que sus hijos tomaran sus decisiones, ya eran mayorcitos para hacerlo, para acertar o fallar. Ella y Jesús estarían ahí, lo tenía claro, pero ellos tendrían que librar sus propias batallas. La mayoría de esas batallas consigo mismos.
Lucía suspiró. Se separó un poco de Nadia para mirarla a la cara, sujetándola cariñosamente con las dos manos.
―Menos mal que Irene ha salido a mí ―bromeó, provocando otra carcajada de su hija.
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