Capítulo 17
Estaba completamente sola en casa. Era raro para ella no estar trabajando un lunes por la mañana, pero se había levantado mal y había llamado al trabajo. Esperaba que no fuera otra vez gastroenteritis, que ya lo pasó bastante mal la última vez, de la que no hacía el suficiente tiempo como para haberse olvidado aún.
Estaba preparándose para ir a su médico de cabecera a que le recetara algo. Le había costado convencer a Dani de que se fuera tranquilo al trabajo, sabía que tenía mucho que hacer ese lunes, y esa semana en general, como para preocuparse de un simple malestar. Para dejarlo conforme, le dijo que llamaría a Irene y que ella la acompañaría, por lo que finalmente accedió.
Estaba lista y sólo quedaba que Irene la pasara a buscar. No vivía muy lejos del centro de salud, pero mareada como estaba, decidieron ir en el coche de su amiga, que la dejaría en la misma puerta. No tardó en sonar el timbre de la casa.
―No tenías que haber subido ―le dijo al abrir la puerta.
―Como me has dicho que estabas mareada, no quería que te cayeras por el camino y que Dani me echara la culpa.
Ambas salieron riendo de la casa. Irene, efectivamente, la dejó en la puerta del centro de salud, para después ir a buscar un sitio donde aparcar.
Laura entró. Era extraño pero no había mucha gente allí y según la hora que le dijeron las personas que estaban esperando, sólo tenía una más por delante. Nunca le había pasado algo así, siempre iba con mucho retraso en las citas y se le quedaba el móvil prácticamente sin batería, de matar el tiempo con el Candy Crush.
No pasaron ni diez minutos cuando le tocó entrar. Irene no había llegado aún, lo que no le extrañaba en absoluto, pues aquella zona para aparcar era desastrosa.
Por su parte, Irene maldecía el barrio una y otra vez, no podía ser que hubieran aparcado delante de su cara dos coches y ella tuviera que seguir dando vueltas. Cuando por fin vio alguien con unas llaves en la mano, bajó la ventanilla y le preguntó. El hombre, efectivamente iba hacia su coche, que tenía un poco más adelante, por lo que se dispuso a seguirlo y esperar.
Con el coche ya aparcado, fue hacia la puerta que Laura le había dicho estaba su médico. Su amiga no estaba en la sala de espera, así que deduciendo que era la que estaba dentro, se sentó a esperar que saliera.
Ésta no tardó mucho en salir, más pálida de lo que había entrado. Vio a Irene allí sentada charlando con una mujer que, al parecer, la había reconocido y declaraba ser su fan número uno. Vio como sonreía en el selfie que la mujer estaba haciendo con su móvil. Cuando Irene la vio cambió el gesto.
―Gracias, Mariana, pero ya está aquí mi amiga ¡No te pierdas el próximo! ―le dijo atropelladamente.
Se levantó deprisa para ir hacia Laura.
―¿Pero qué...? ―le cogió la mano y caminó junto a ella―. ¿Qué te ha hecho el médico que has salido peor de lo que entraste?
Laura andaba como una autómata, hasta que Irene hizo que se sentara en una silla de la sala de espera de otra consulta. Los que ya había allí las miraron sin disimulo alguno. Irene, que estaba de pie justo delante de ella, se acuclilló para que la mirara y le contara qué le había dicho, pues ya estaba empezando a preocuparse.
De pronto Laura reaccionó, la miró fijamente y se levantó con un movimiento demasiado brusco, que la hizo trastabillar un poco.
―Sí, hombre. Sigue así ―comentó Irene, que se levantó a la par.
―Tengo que comprobarlo. ¡Es una locura! ¡No puede ser! ¡Tengo que comprobarlo!
Laura salió casi corriendo. Su amiga, confusa, se fue detrás de ella. La paró en el camino y le hizo que la mirara.
―Laura, cariño, ¿qué te pasa? ¡No me asustes!
―Cree que puedo estar embarazada ―dijo por fin.
A Irene se le desencajó la mandíbula.
―Hay que comprobarlo ―dijo entonces, cogiendo la mano de Laura y tirando de ella apresuradamente hasta la salida.
―No jodas, ¿sí? ―respondió sarcástica.
Fueron a paso acelerado hacia la farmacia que había justo enfrente del centro de salud. Cogieron una caja con una prueba de embarazo y se fueron de vuelta a casa.
Allí, los tres minutos que tardaba en dar su resultado el palito, como ellas lo llamaban, se les hizo eternos.
―¿Estabais buscando? ―preguntó Irene para sobrellevar la espera.
―¡Qué va! ―contestó Laura paseándose nerviosa―. No estamos pensando en eso. Yo estoy tomando las pastillas, pero me ha dicho el médico que, por la gastroenteritis que tuve, se puede dar la circunstancia de que no furulen. ¿Tú te crees?
―Bueno, por algo ponen el porcentaje de margen, ¿no?
―El porcentaje de margen, el porcentaje de margen ―parafraseó ella con burla―. ¡Tú encima defiéndelas!
Irene frunció los labios conteniendo una carcajada. Bastante enfadada estaba su, por norma general tranquila amiga, como para echar más leña al fuego.
El tiempo estipulado en las instrucciones pasó y ambas se acercaron a mirar el resultado. Se tapó la boca con las manos, no creyéndose por un momento que aquello de verdad le hubiera ocurrido. Un instante antes, tan solo unos segundos antes, Laura estaba muy enfadada y ahora de pronto todo ese enfado se disipó. Miró a Irene, que la miraba a ella visiblemente emocionada. Se quitó las manos de la boca y enseñó a su amiga una radiante sonrisa y la abrazó.
Se separaron, ambas con alguna lágrima en los ojos. Laura no planeó aquello, no era algo que tuvieran en mente en absoluto, e incluso se había enfadado cuando el médico le dijo la posibilidad de estar embarazada y el porcentaje de fallo que tenían las pastillas. Pero ahora no podía estar enfadada. Podía estar confundida, asustada e incluso aterrorizada, pero enfadada ya no entraba entre sus posibles sentimientos.
Irene aún no decía nada, sabía que su amiga tenía que digerir todo. Hacerse a la idea, de nuevo, de que ese palito le traía un nuevo cambio en su vida. Pero tras un largo silencio, Irene ya no pudo más.
―¡Es fantástico! ¡Enhorabuena!
―Gracias ―respondió con una sonrisa―. No me lo creo aún. ¿Qué voy a hacer, Irene? ―preguntó de nuevo agobiada.
Ambas se sentaron en el sofá del salón.
―¿A qué te refieres?
―Manu tiene tres años y es un niño maravilloso, pero la mayoría de las veces no sabemos lo que hacemos. Y ahora... no teníamos planteado nada, no es la idea ahora mismo.
―Vamos, Laura, muchas buenas cosas no fueron planeadas. La vida no se planea, solo vamos improvisando sobre la marcha. El enano tampoco fue un plan y mira. ¿Tú crees que la mayoría de padres saben lo que hacen? Porque yo no.
Laura sonrió sinceramente, la preocupación aflojando un poco.
―Sabes que Dani va a flipar. Sabes que no te tienes que preocupar por eso. Y sabes que estoy aquí. Por si te quedaba alguna duda, lo que me parecería increíble, sabes que puedes contar conmigo para lo que os haga falta, ¿no?
La volvió a abrazar, dejándose consolar por su amiga. Laura no estaba tan preocupada por el tema económico porque por suerte ambos estaban trabajando, lo que en el momento en el que la economía se encontraba era casi un milagro, pero se tranquilizaba al constatar lo que ya sabía, que tenía unos amigos que no cambiaría por nada.
Dani estaba nervioso en la oficina. Su jefe había ideado un gran proyecto de última hora y tenía que comenzar a organizarlo. Además estaba preocupado por Laura, por lo que tenía los nervios de punta. Durante la hora de la comida le mandó un mensaje, no quería llamarla y correr el riesgo de que estuviera descansando. Por suerte, y para su absoluta tranquilidad, no tardó mucho en contestarle que no se preocupara y que ya hablarían luego.
Ya que sabía que estaba despierta pensó en llamarla, pero Ernesto entró en la sala de descanso y, con su enfado monumental, se interpuso en sus planes.
―Lo siento, pero tu jefe es idiota ―le dijo sin miramientos, mientras abría su fiambrera y veía su carne con verduras―. Paso de esto, tío.
―¿Del curro? ―preguntó confuso y un tanto alarmado Dani.
―¡No, loco! De las verduras hoy. Vamos a la Capri, te invito ―comentó refiriéndose a una pizzería que le encantaba y que estaba realmente cerca de su oficina.
―No da tiempo...
―¡Sí, da! ―lo interrumpió―. Salgamos y desconecto, que si no mato a Pierre.
Éste se vio arrastrado por él, no teniendo más remedio que ceder. Cuando algo se le metía en la cabeza no había quien lo parara. De pronto se paró en seco, haciendo que Dani se chocara con su espalda.
―Oye, ¿Laura se viene?
―Me encanta que seas tan detallista como para acordarte de ella, y tan empanao como para no darte cuenta de que no ha estado en su mesa hoy.
―¿En serio? ¿Hoy no ha estado en todo el día?
Dani sólo negó con la cabeza y siguió andando. Si seguían allí parados, efectivamente no les iba a dar tiempo a comer.
Ya sentados en la pizzería, esperaron que el camarero les sirviera lo que siempre pedían. A Ernesto le encantaba entrar en el lugar y decir "lo de siempre, Sam", a pesar de que el camarero, ni tenía edad de haber visto la serie Cheers, ni sabía quién era Sam.
Ernesto, sin preámbulos, comenzó a despotricar de Pierre, el jefe directo de Dani, que había involucrado en el nuevo proyecto a su equipo. Ninguno de los dos estaban muy contentos por los cambios de última hora, si bien estaban acostumbrados a ellos, no por eso eran más llevaderos.
Ya cada uno con su pizza, disfrutaron de unos instantes de silencio y tranquilidad. Ernesto, cuando estuvo un poco más calmado, llevó la conversación hacia personas más agradables para ambos, por lo que acordándose de su despiste de no fijarse en la ausencia de Laura, le preguntó por ella.
Dani soltó un poco su nerviosismo con él. No porque fuera un exagerado y creyera que su vida peligraba por un resfriado o mareo, si no porque todo lo que ellos cogían lo cogía también su hijo y viceversa, pero sobre todo viceversa.
―¡Hey! ¡Lo mismo está embarazada! ―bromeó―. Molaría, ¿eh?
Dani estuvo a punto de atragantarse. Comenzó a toser descontroladamente. Ernesto le dio unas cuantas palmadas en la espalda, animándolo a toser, aunque sin dejar de reírse por la reacción.
―Es broma, hombre. Pero estaría bien, ¿verdad? De este ya me toca ser el padrino, ¿no? Que Migue me tomó la delantera injustamente
―No estamos para eso ahora, déjate de padrinos, anda ―contestó Dani cuando se repuso un poco.
―¿Qué os pasa? ―se puso serio―. ¿Tenéis algún problema? ¿Os puedo ayudar?
―No, no te preocupes. Pero ya con Manu vamos bien, no está en nuestros planes. Además, ya lo pasé bastante mal con el embarazo de Manuel. Laura estuvo mal mucho tiempo, que si alto riesgo, que si pitos, que si flautas... No, gracias. Además, que es un resfriado, capullo.
―Yo sólo digo lo que nadie quiere oír, no me culpes ―dijo fingiendo inocencia, cambiando así el ambiente.
―Claro que sí, porque la culpa es...
―Vuestra, es obvio. Me habéis dado esa función, yo sólo me hago cargo de mis responsabilidades.
―Vamos a hacernos cargo de nuestras verdaderas responsabilidades, señor verdad.
Haciéndole caso, Ernesto pagó la cuenta, alegando que para eso lo había arrastrado hasta allí, y volvieron al trabajo, donde el tema principal del odio a Pierre sustituyó a cualquier otro.
Por fin iba para su casa. Había sido un día muy largo en el que su jefe no había dejado de inventarse una cosa detrás de otra. Agotado, tras entrar en su casa, dejó las llaves en la entrada y fue recibido por un activo Manu, que se aferró a su pierna al grito de "¡Papi!"
―Hola pequeñajo ―contestó levantándolo y dándole un beso―. ¿Dónde está mami?
―Aquí ―dijo ella misma, que se acercaba desde la cocina.
Se saludaron con un beso. Manu, que aún estaba en los brazos de su padre, se quejó, lo que provocó la risa de ambos y que lo soltara en el suelo para que siguiera correteando.
―¿Cómo estás?
―Mejor ―contestó ella. Dani la miró, pues su gesto la contrarió un poco. Decía que estaba mejor, pero parecía insegura.
―¿Qué tal por allí? ― cambió de tema mientras se iban hacia el salón.
―Pierre es un... ―se interrumpió, no queriendo realmente hablar de trabajo―. Pero da igual, ya sabes cómo es. ¿Qué te ha dicho el médico?
Ambos se sentaron en el sofá para estar más cómodos, aunque la postura de Laura era un tanto rígida.
―Bueno... el médico... ―titubeó.
―¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha dicho? ―preguntó nervioso.
―Tranquilo, no es malo. No es algo que tuviéramos pensado, pero malo en sí no es. Quiero decir, en verdad es bueno. Por favor, dime que para ti también es bueno.
Dani parpadeó rápido varias veces. Cuando fue a contestar que no tenía ni idea de lo que hablaba, ella continuó sin esperar a que dijera nada.
―Vale, va, sin tapujos. Del tirón ―dijo más para sí misma que para él―. Estoy embarazada.
Se quedó estático mirándola fijamente, pensando por un momento que podría ser una broma y, al segundo siguiente, dándose cuenta de que Laura no bromearía con eso. Además, estaba demasiado nerviosa para eso.
El silencio que para Dani había sido un simple segundo, en realidad había sido bastante más, por lo que Laura estaba ya mucho más nerviosa que antes.
―Cariño, sé que no habíamos pensado en eso, pero ha ocurrido ―se levantó y comenzó a pasear. Aprovecharon que Manu estaba bastante entretenido en su cuarto con sus coches y pudo hablar con libertad―. Yo ya estoy lo suficientemente asustada como para estar sola en esto...
Ante la palabra sola, Dani se levantó como un resorte.
―Alto, alto, alto ―la interrumpió―. ¿Es que acaso no soy el padre o qué? ―preguntó de forma algo desafortunada.
Laura lo miró de una manera que intimidaría al más valiente de los hombres.
―Daniel ―dijo conteniendo la voz para no llamar la atención de su hijo y que apareciera con el salón durante una posible pelea―. Dime que no has dicho lo que parece que has dicho.
Dani no se consideraba tampoco el más valiente, ni estaba loco, por lo que se amilanó al escuchar su tono de voz, y pudo darse cuenta de lo que parecían sus palabras.
―No, Lauri ―comenzó tentativamente―. No era eso lo que... Lo que quería decir es que yo soy el padre, ¿por qué ibas a estar sola? Dios, me puede la presión y digo tonterías, lo sabes.
Se sentó de nuevo, haciéndole un gesto a ella para que lo hiciera también a su lado.
―Es que te he visto tan asustada...
―Como que tú no lo estás ―le interrumpió aún malhumorada.
―¡Claro que lo estoy! Pero porque no quiero que te pase nada, amor. La otra vez... ¿tú estás bien? ¿Te ha visto el médico?
―Me ha mandado una analítica. Estoy bien ―sonrió por fin―. Cuando me ha puesto la posibilidad encima de la mesa hemos ido a la farmacia a por una prueba.
―Entonces... ¿Vamos a ser papás... otra vez? ―completó cuando vio que ella le iba a corregir.
Laura afirmó con la cabeza, con los ojos vidriosos por la emoción. Dani entonces sonrió. Sonrió con ganas, olvidándose por un momento de todos los temores anteriores. La abrazó con fuerza y le repartió besos por toda la cara emocionado.
―Papi, ¿por qué lloras? ―preguntó Manu que había llegado, con uno de sus coches en la mano. Miraba confuso a su padre, al que nunca había visto así.
Dani se dio cuenta de que, efectivamente, tenía lágrimas en los ojos, al igual que la que a todos los efectos era su mujer.
―Son de alegría, peque ―explicó haciendo que se acercara a ellos y dándole también un apretado abrazo.
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