Capítulo 16
Era tarde, pero sabía que aún estaría por allí, o al menos eso esperaba, no había conducido hasta aquel sitio para equivocarse y no encontrarla.
Tras la cena con sus amigos, había ido directamente. Sabía cuál era la forma de desconectar de su amiga, y no dudó en ir a comprobar si estaba bien. La conversación con Beatriz de aquella mañana podría haber hecho que necesitara aquella desconexión. Ese botón de la nuca que muchas veces ambos querían tener para dejar de pensar.
La vio desde lejos, sentada en la arena. Justo delante de ella su cámara, perfectamente apoyada en el trípode. Fue hacia allí tranquilo, no queriendo romper la paz que se respiraba. Cuando llegó donde ella estaba se sentó a su lado, hombro con hombro. Nadia se mantuvo mirando hacia delante, donde unas rabiosas olas se estrellaban contra el espigón.
―Sabía que te encontraría aquí ―dijo sonriente.
―Siempre sabes dónde estoy. Además no era nada difícil, no te las des de Sherlock.
―Eso es verdad ―le concedió sin dejar de sonreír.
Ya mirándola, le cogió la mano y le dio una sutil caricia, que ella agradeció también con una sonrisa.
―¿Cómo estás?
―¡Eh! ¿Es que no estás últimamente pendiente o qué? ¿No ves que sigo en mi nube de pegatina?
―Sí, bueno. Es cierto que parece que te has tragado un arcoiris ―bromeó, aunque se puso un tanto serio después―. Sé que sigues en tu nube, pero quiero saber que has estado bien de verdad... y que estás bien ahora.
―Claro que sí, tontín. ¿Por qué no habría de estarlo? Bueno, he tenido trabajo, he estado a tope, me voy poniendo al día poco a poco...
―Vale, vale ―la interrumpió, viendo que estaba ya desatada. Le pasó un brazo por los hombros.
Se quedaron callados un rato, ambos escuchando el mar y el obturador de la cámara que, cada treinta segundos, tomaba una foto.
―¿Qué tal estás ahora? ¿Qué tal con Ernes?
Víctor ya no se fue por las ramas. Aunque su amiga lo disimulaba bastante bien, sabía que no le gustaba nada que alguien más entrara en su ecuación, antes cerrada, Nadia/Ernesto.
―¿Qué pasa con él? ―preguntó ahora mirándolo.
―Bueno, está el hecho de que te enteraste de la relación un poco... espontáneamente, aún no hemos hablado de ello. Además, Bea nos ha dicho que os habéis visto esta mañana, por lo que he supuesto que algo más se había removido en ti, quería cerciorarme de que todo está bien.
―Hombre, me habría gustado saber de ella antes de topármela, no te digo que no. Seguro que fue incómodo para ella también. Pero no me pasa nada con Ernes, ni con Beatriz. Se ve que es buena chica y que él está feliz ―su voz se apagó un poco hacia el final.
Él apretó un poco más su agarre y ella echó la cabeza en su hombro, realmente dejándose reconfortar. Víctor no quería meter la pata, dando por supuesto algo que nunca había hablado con ella directamente pero que él veía muy claro.
―Cariño ―comenzó tentativamente―. Ella le gusta, no como otras veces que estaba sólo tonteando o saliendo con alguien por el mero hecho de pasar un buen rato. Bea le gusta, y es buena...
―¿Qué me estás queriendo decir, Vic? ―le interrumpió ella incorporándose para verlo.
―Quiero decir que siempre has encontrado un motivo para que las chicas que salían con Ernes no te gustaran, y quiero que a esta le des una oportunidad.
Ella lo miró, entre confusa e indignada.
―¡Eso no es verdad!
―Sí que lo es. Lo sabes.
―No sé qué os ha dado con el jueguito de las insinuaciones. Primero Dani, luego mi hermana, ahora tú. Parece mentira que no sepáis que quiero a Ernes como a un hermano, nada más.
―¡Deja de engañarte a ti misma! ―Se exasperó―. O al menos deja de intentar engañarme a mí.
Nadia pegó un respingo por el tono usado por él. Su siempre tranquilo amigo se había exaltado muy pronto, al menos para su gusto. Él controló un poco más su voz y, suavizando el tono, continuó.
―Entre vosotros siempre ha habido algo especial, lo sabes, ¡lo sabéis! Pero... vete a saber por qué motivos ambos os lo habéis callado. ―Viendo que ella no decía nada, aprovechó para decir todo lo que pensaba―. Él ha estado muy mal todo este tiempo que tú has estado fuera.
―No desaparecí, si es lo que vas a decir ahora ―interrumpió con acritud.
―Bueno, no del todo, lo sé. Pero ya no estabas aquí. Sé que ahora sí, que todo eso ha cambiado, pero ya no te veíamos, no hablábamos como antes. Llegó un punto en que te encerraste en Madrid. ¡Sé que por una buena causa! ―se apresuró a decir antes de que ella lo repitiera―. Pero aquí no lo sabíamos. Ya la primera vez pusiste tierra de por medio y te olvidaste de los que aquí estábamos.
―Nunca me olvidé de vosotros. ¿Y a qué viene todo esto a estas alturas?
―Llámalo como quieras. A lo que voy es a que esta última vez se parecía tanto a aquella que... Ernesto ya no quería esperar más, sin saber si tú alguna vez le corresponderías.
―Pero es que no le puedo corresponder, Vic ―dijo ella con un hilo de voz.
―¡Chorradas! Tú ya le correspondes a pesar de que te lo niegues. Llevas mucho tiempo haciéndolo pero te cierras en banda. Tenéis una gran familia, ¿de dónde habéis sacado esa casi nula capacidad emocional los Espinosa? ―bromeó.
Nadia le dio un codazo.
―No quiero perderlo ―reconoció finalmente.
―Ya sabía yo que iban por ahí los tiros.
Seguía mirando al frente, incapaz de mirar a su amigo que sabía la estaba taladrando con la mirada. El rugir de las olas seguía constante. Volvió a inspirar hondo, tratando de evitar así que sus sentimientos la desbordaran. Era cierto lo que él había dicho, tenía una muy pobre capacidad emocional.
Viendo que el silencio se prolongaba, Víctor volvió a dar su opinión.
―Has tenido a Ernesto mucho tiempo esperándote.
―¿Cómo se suponía que yo tenía que saber eso? Nunca dio muestras de nada.
―Bueno, tampoco tú lo hiciste, supongo que el miedo a perderse fue por ambas partes. ―Ella asintió de acuerdo―. Pero no quita que ha esperado mucho y que ahora es feliz. Sé que quieres verlo feliz. Por eso, aunque sé que te duele, te pido que lo dejes serlo.
Ahora sí que lo miró indignada.
―Mi capacidad emocional será muy pobre, pero te pido que no me insultes de la manera en que lo estás haciendo ―contestó con cierta rabia pero con voz contenida.
―No me malinterpretes ―se apresuró a matizar―. Sé que nunca le harías daño, pero en serio quiero que le des una oportunidad a Beatriz.
―Creo que nunca me he negado a conocer a ningún ligue de Ernes.
Víctor rió.
―No me jodas. Somos malos con toda la que se acerca. Me incluyo, obvio.
Ahora Nadia rió con él.
―Sigo diciendo que no siento nada por Ernesto. ―Se encabezonó. Él sólo arqueó las cejas, en señal de incredulidad―. Pero... sí así fuera, ¿no tendrías que estar tú de mi parte?
―Cariño, créeme ―volvió a acercarla a él con su abrazo―. Siempre estaré de tu parte. Pero lo has tenido para ti sola por más de, ¿cuánto? ¿20, 25 años? Y no has hecho nada. También tengo que estar de parte de él. Soy el amigo guay.
―Eres el amigo gay, eso no te lo niego. Si fueras guay me habrías dicho esto hace mucho.
Ahora el turno de separarse y mirar extrañado fue de él.
―¿Qué me estás contando?
―¡Eso! ―insistió ella con los ojos brillantes por las lágrimas que no quería derramar―. ¿Por qué no vienes a decirme esto antes?
―¿Acaso no sabías lo que sentías? ―preguntó con incredulidad.
―¡No, idiota!
―¿Eres tú la que no se entiende a sí misma y el idiota soy yo?
―¡Sí! Nunca quise sentir nada por Ernesto. No quiero perderlo y prefiero tenerlo como amigo a acabar haciéndonos daño. Y ahora tú me vienes con que él está feliz, que lo deje, que bla bla bla. ¡Nunca me planteé que él sintiera algo por mí!
―¿Nunca tuviste ojos en la cara?
Finalmente, a Nadia se le escapó una lágrima que se limpió rápidamente con el puño de la camisa.
―¡No! ―rompió finalmente a llorar.
Víctor rió y la abrazó consolándola, meciéndola con él.
―¡Pero qué tonta eres! ¿A qué esperabas para decir nada?
―No pensaba decir nada nunca, pensaba negármelo a mí misma siempre, vivir la vida con mis veinte gatos y morir mientras leo un libro en la mecedora de mi porche ―contestó con su voz amortiguada por el pecho de él.
Víctor soltó una carcajada y se separó.
―Eres alérgica a los gatos. Y vives en un piso en cuya terraza cabe apenas una silla, ¿qué me estás contando?
―No sé ―se rindió.
―Pasa página, Nadia.
Ella se quedó callada, apoyada ahora su cabeza en sus rodillas. Las lágrimas seguían cayendo todavía, aunque ya se estaba tranquilizando un poco. La cámara hacía tiempo que había dejado de sonar, pues el intervalo de tiempo que había incorporado se había terminado. El silencio de la noche era sólo interrumpido por el rítmico y calmado sonido del mar, ese que tanto la tranquilizaba.
―Nunca abrí el libro, Vic ―rompió finalmente el silencio.
Víctor sonrió sin ganas.
―Ese es vuestro problema. A lo mejor sólo os podíais quedar como amores platónicos. A lo mejor nunca estuvo destinado a ser.
―¿Desde cuándo crees tú en el destino, tontolaba?
Él solo se encogió de hombros. Efectivamente, nunca había creído en el destino, pero no tenía ninguna respuesta inteligente para justificar la idiotez de sus dos mejores amigos.
―Nunca le haría daño ―repitió, casi en un susurro.
―Lo sé.
―Es buena con él ―afirmó en un susurro, aunque fue perfectamente audible.
―Es buena con todos ―añadió―. Es un encanto. Sé que hasta a ti te agrada.
Ella sonrió y volvió a echarse en su hombro. La humedad de la noche hizo que temblara un poco. Obviamente, al estar tan cerca, Víctor lo notó y sugirió que se marcharan a casa.
Nadia se levantó, sacudiéndose del pantalón la arena que se le había pegado. Él hizo lo mismo para poder marcharse.
―¿Has venido hasta aquí sólo para cantarme las cuarenta? ―preguntó ella mientras recogía su equipo fotográfico.
―No, mujer ―contestó sonriendo―. Pensaba que le estarías dando vueltas a las cosas y quería darte el nombre de lo que te pasa. Eso que siempre te ha pasado y de lo que, por lo visto, nunca te has percatado. Que ya te vale, por cierto.
―De esto ni una palabra a nadie.
Víctor hizo como si se cerrara una cremallera en la boca, echara la llave y luego se tragara esa misma llave, lo que provocó la risa de su amiga por el absurdo.
Sé que más de una me quiere matar ahora, pero lo bueno es que Nadia ya sabe lo que le pasa, ¿no? Gracias por seguir ahí.
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