Capítulo 15


Llegó el jueves de esa semana. Nadia estaba en el trabajo, inmersa en un taller que estaba impartiendo. Cada vez estaba más cómoda allí. Al principio tenía un poco de miedo por hacerlo mal, pero poco a poco la confianza fue llegando sola. Elena, la secretaria, entró en su clase para decirle que alguien la buscaba. Pidió perdón a sus alumnos, les dijo que continuaran mientras ella volvía y salió del estudio.

Se sorprendió mucho al ver allí a Beatriz. Se acercó a ella y le dio dos besos como saludo.

―Perdona que me haya presentado así.

Nadia, con un gesto de su mano, le restó importancia.

―No te preocupes. Pero dime, ¿qué te trae por aquí?

―Bueno, el cumpleaños de Ernesto es ya mismo, aunque tú eso ya lo sabes, pero... quería...

―Beatriz ―interrumpió―. ¿Estás bien?

―Sí, perdona. Me pongo nerviosa contigo, no tengo ni idea de por qué.

―Pues yo tampoco. ―Nadia rió―. Mira, estoy en un taller ahora, me queda poco pero no quiero dejarlos ahí a los pobres, que seguro lo están pasando fatal con las modelos. ¿Me esperas?

Beatriz rió con la broma y asintió, quedándose por allí viendo todas las fotos de las paredes. Efectivamente, quince minutos después vio cómo de donde antes había salido Nadia, ahora lo hacían sus alumnos, sonrientes por la clase.

Se asomó por la puerta, curiosa. Nadia hablaba con el chico y la chica que habían estado haciendo de modelos, agradeciéndoles. La vio cuando miró hacia la puerta, por donde ahora también salían los modelos, y le hizo un gesto con la mano para que pasara.

―¡Guau! ¡Qué chulo está esto!

―¿Sí, verdad? ―contestó sonriente―. Siéntate y dime, que no me como a nadie.

Beatriz tomó asiento.

―Sí, lo sé. Me pasa a veces con la gente que no conozco. Además, me resultas muy intimidante.

―¿Sí? Pues nunca me había dado esa impresión.

―Siempre hemos estado con gente alrededor, así que puedo disimular más. En fin, a lo que iba ―dijo cortando lo que seguro iba a ser divagar sobre sus reacciones―. Ya sabes que pronto es el cumpleaños de Ernesto y, aparte de querer hacerle una fiesta en mi casa, o en la suya en plan sorpresa, no sé, quería proponerte algo.

Nadia la miraba interesada en su propuesta. Beatriz no se demoró en decírsela y pronto, entre las dos, fueron puliendo los distintos detalles.

Mientras ella hablaba, Nadia se dio cuenta de que no se había molestado en conocer a aquella chica que tanto bien parecía estar haciéndole a su amigo. Podría empezar a preguntarse el por qué de ello, pero en el fondo lo sabía muy bien, aunque nunca lo quisiera reconocer.

―¿Estás de acuerdo?

De pronto, esa simple pregunta la sacó de sus pensamientos.

―Perdona, sé que hablo demasiado a veces...

―No, Beatriz ―le interrumpió―. Todo está bien, sólo estaba pensando en lo que me decías y me he quedado un tanto apollardá.

―Te resistes a llamarme Bea, ¿eh? ―observó―. ¿Es por algo en especial?

Era bastante observadora. Se había dado cuenta de que quería guardar cierta distancia con ella. Nadia sonrió sinceramente. En el fondo le agradaba, tenía que reconocerlo.

―No sé. No sabía si teníamos la suficiente confianza o si hacía falta o no.

―Si necesitas permiso, permiso concedido ―contestó amablemente―. Ahora bien, antes me has escuchado o...

―Sí, Bea, te escuché ―bromeó, como si estuviera cansada de aquella conversación.

Ambas rieron firmando así una silenciosa y no solicitada tregua, quedando en concretar todo cuando se fuera acercando la fecha.

Se despidieron hasta otro día. Beatriz se fue y Nadia se quedó trabajando. No podía dejar de pensar en la visita recibida. Podría haber buscado ayuda en Irene, en Miguel Ángel o en cualquier otro, sin embargo la había buscado a ella, con la que menos confianza tenía e incluso la que le intimidaba. ¿Por qué? ¿Acaso era por acercarse más a una buena amiga de su novio? Nadia no tenía forma de averiguarlo, sobre todo porque normalmente era la última en saber lo que ocurría a su alrededor, su despiste era bastante.

Decidió dejar de pensar en ello, al menos por el momento. Necesitaba desconectar y sabía perfectamente dónde lo conseguiría, pero aún quedaban unas cuantas horas para poder irse.

Al día siguiente no tenía ninguna clase, por lo que avisó a Elena que no estaría disponible y que ella misma se lo diría a Toni, el que seguro no pondría ningún problema.

Cuando llegó la hora de irse apagó el móvil y se fue a su casa. Ni siquiera se dio cuenta de que no había avisado de que no iría esa noche.

Decidió echarse una siesta, se llevaría a su amor, su Nik, -su cámara- y estaría buena parte de la noche disfrutando de las estrellas, por lo que le iría muy bien descansar un rato.

A las ocho de la noche, ya estaba Irene en el bar de costumbre preguntándose dónde estaría su hermana, que no había dado señales de vida en todo el día.

Su hermano Nacho ya había dicho que no iría, sabía que Aída estaría más tranquila así, hasta que consiguiera calmar un poco las cosas con ella. A Irene le encantaba la ironía, aunque no le gustaba tanto cuando la ironía era que lo que su hermano había intentado evitar con una posible y futura separación, era lo que había provocado sin siquiera intentarlo.

Sus amigos fueron llegando y sentándose. Cuando Aída llegó, Irene se levantó y le dio un fuerte abrazo, que ésta correspondió de inmediato. Si alguno lo vio raro, nadie dijo nada y ambas lo agradecieron. No se veían desde el domingo, Irene sabía que ella necesitaba su espacio y no quiso agobiar.

Preguntó a los demás si alguien había visto o hablado con Nadia ese día. Sabía que quienes podían contestar con más claridad a eso eran Víctor y Ernesto, por lo que se sorprendió cuando la que respondió fue Beatriz.

―Poco antes de la hora de comer, sí ―explicó―. Lo cierto es que nos hemos despedido hasta otro día, creo que no tenía mucha idea de venir hoy.

―¿Para qué has ido a la Escuela? ―preguntó curioso Ernesto.

―Tengo un proyecto de fotografía científica con los chicos de Segundo ―mintió ella fácilmente.

―¡Qué cerebrito eres! ―bromeó, provocando el golpe de ella sobre su brazo.

Víctor, que lo escuchaba todo atento, miró a Irene, que le devolvió la mirada algo inquieta. Éste le sonrió tranquilizándola, haciéndole ver que tenía claro dónde podía estar.

―Flipo con vuestra telepatía ―le dijo Miguel Ángel al oído, lo que le hizo dar un respingo.

―¡Niño, me has asustado!

Él tan sólo rió y le besó la sien.

―Lo que sea que Víctor te haya dicho con la mente te ha dejado más tranquila por lo que veo.

―La verdad es que sí. Sé que soy muy aprensiva, pero con los dos locos que tengo por hermanos dime tú cómo no serlo.

―Tienes el cielo ganado con ellos desde luego ―se metió en la conversación Aída, que estaba sentada enfrente y escuchó la conversación que estaban manteniendo―. Brindo por ti y tu parcelita en el cielo.

Alzó su vaso en señal de brindis y, aunque los demás no tenían muy claro el motivo por el que lo decía ya que estaban aún con la conversación que estaban teniendo paralelamente con Beatriz, no tardaron en seguirla. Pocas excusas les hacía falta a ellos para brindar o celebrar cualquier cosa. 

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