Capítulo 14


«Tengo que hablar contigo.» No paraba de mirar el mensaje. El doble check azul señalaba que lo había leído, aunque le daba igual que lo supiera. Así además vería que aún no había contestado porque no quería, aunque realmente era porque no sabía aún qué hacer. Era una situación incómoda y no le apetecía darle más vueltas al asunto.

No tenía ganas de pensar más, pero no podía cerrar aquello de esa forma, ella no era así, pero aún no estaba preparada para responder. ¿Sería muy cobarde simplemente evitar el tema un poco más?

―No me piensas contestar entonces.

Se echó una mano al pecho del susto.

―¡Joder! ―exclamó con una voz aguda por la impresión―. ¿Qué haces tú aquí?

―Hasta donde sé, esto está abierto al público, a no ser que hagas uso de tu derecho de admisión y me eches.

Ella apretó los labios.

―¡Guau! Te lo estás pensando.

―¡Hola, Nacho! ―les interrumpió María, que llegaba de atender unas mesas.

Él se acercó y le dio dos besos en señal de saludo.

―Tenía que ver a un amigo por aquí, pero no tenía muchas ganas hoy ―dijo mirando de soslayo a Aída, que seguía ahí parada―. No era un buen día, así que lo volveré a intentar.

―¿Quieres algo?

―No, gracias guapa. Volveré otro día... si me invitáis ―añadió sonriendo levemente.

―¡Qué tonto eres! Aquí no necesitas invitación alguna, ¿verdad Aída?

Ésta, con un simple "claro", dejó la conversación escudándose en volver al trabajo. María le restó importancia, llevaba un tiempo muy rara, lo que le hizo saber a Nacho para que no se lo tuviera en cuenta. Éste le guiñó un ojo en señal de complicidad y se marchó.

María fue por donde se había ido anteriormente Aída, encontrándola a mitad de la escalera que llevaba al primer piso. Allí mismo, sin esperar ni un segundo más, la abordó.

―Se acabó. ¿Qué te pasa?

―¿Tiene que pasar algo? ―preguntó intentando irse.

María la paró, agarrándola del brazo.

―Sabes que sí. Sabes que no estás bien desde hace un tiempo. Me tienes preocupada, Aída. No me digas que son cosas mías, que te veo venir ―se apresuró a añadir cuando vio que abría la boca―. Y entre tu numerito de ahora y el del otro día, llámame loca, pero creo que la causa de tu lo-que-sea-que-te-pasa es Nacho ―concluyó cruzándose de brazos.

―Loca.

María apretó los labios y torció la cabeza.

―¿Qué? Has sido tú quien me ha dicho que te llamara loca ―explicó con sorna.

―Bueno, al menos Aída no se ha ido del todo. ―la aludida sonrió levemente por el comentario de su amiga―. Vamos a sentarnos, que Mari se encargue de todo, que no hay tanta gente.

Avisó a Mari, una de las camareras, que se encargara de los clientes que había y arrastró a Aída a una tranquila mesa en una de las esquinas. A regañadientes, Aída se sentó.

―¿Qué ha pasado con Nacho?

Aída sólo la miró, aún sin ganas de estar allí, pero esta vez María no se amilanó. Aída al final se rindió. Por fin se desahogó contando cómo, tras estar pasados de copas, tomó valor para besar a Nacho. Contó cómo acabaron en su cama y la conversación que tuvieron al día siguiente. María no daba crédito a lo que escuchaba. Conocían desde hacía mucho a Nacho y siempre había sido amable y bueno, nunca se había portado así de cruel, mucho menos con Aída.

Siempre creyó que ambos tenían una relación especial, y era precisamente por esa diferencia por la que creía que Aída se había enamorado de él, aunque nunca tuviera esperanza alguna de ser correspondida.

―Fue muy cruel de su parte, sí. ¿Le dijiste algo?

―Le dije que yo no lo sentía. Que para mí no había sido un error, pero me repitió lo mismo. Otro día hablamos y lo mismo, que Irene y Nadia lo juzgan todo, que si...

―¿Qué tienen que ver ellas? Es que no lo entiendo. ¿Qué tendrían que decir? ¡Si estarían encantadas!

Aída se sonrojó.

―¡Es verdad! ―prosiguió―. Alguna vez incluso lo hemos hablado y Ernes lo ha dicho más de una vez también.

―Ernesto dice muchas cosas. De cualquier forma da igual, ya está todo dicho.

―¿Y por qué ha venido entonces?

―No lo sé.

María de pronto abrió mucho los ojos, hizo una mueca con la boca en forma de "o" y comenzó a aplaudir rápidamente.

―¡A lo mejor quiere arreglar las cosas! A lo mejor se ha dado cuenta de que siente lo mismo...

―Para ahí ―interrumpió―. No te montes tus películas, no hay lugar a dudas en cuanto a lo que dijo. No hay nada que arreglar.

―Pero...

―Pero nada, María ―volvió a interrumpir―. Esto no es una comedia romántica. La realidad es esto, no hay más ―se levantó sin dar opción a réplica y se puso a trabajar.

María la miró entrecerrando los ojos. No le gustaba lo último que le había dicho. Le molestaba que le hubiera tomado por una romántica empedernida, aunque lo fuera, pero sobre todo por esa actitud derrotista. La realidad no era una película, pero no era tan cruel como Aída lo pintaba, al menos en ese caso.

Cogió su móvil y buscó en la agenda, sin perder tiempo en marcar. Fue rápida, directa y sin preámbulos.

―¿Dónde estás? Tengo que verte. Mándame ubicación y te veo allí.

Colgó el teléfono sin esperar respuesta, no quería oír ninguna excusa en el día de hoy. Fue hacia Aída, le comunicó que saldría y volvería cuando pudiera. Tampoco pidió permiso ni esperó por ver lo que le diría; cogió su bolso y se fue, dejando a su amiga y socia con la boca abierta por el arrebato.

Miró su móvil. Allí, como mensaje de whatsapp, tenía la ubicación pedida y otro mensaje con muchos signos de interrogación. Se entretuvo poco tiempo en mandar un par de mensajes más y fue hacia su destino. No estaba lejos, así que tardó poco en llegar. Nada más hacerlo, le pegó un puñetazo en el brazo.

―¡Auch! ―gritó Nacho sobándose donde había sido golpeado.

―Poco ha sido para lo que te mereces.

Nacho bajó la cabeza. Con un gesto, le indicó que se sentara en la mesa. El camarero la vio pronto y le atendió, no tardando en llevarle su refresco. Fue un tiempo necesario para que Nacho ordenara sus ideas y él lo agradeció internamente.

―María, yo...

―No, tú nada ―interrumpió ella―. ¿Qué intenciones tienes con Aída?

Él se sorprendió con la pregunta.

―No te ofendas, María, pero... ¿de qué siglo te has escapado?

Ella lo miró con cara de pocos amigos y se cruzó de brazos esperando una respuesta. Él resopló, pero se dispuso a contestar.

―Sé que la cagué, pero mi intención es arreglarlo. Aunque Aída no quiere ni verme, literalmente. ¡Casi me echa de la tetería! ―se defendió.

―¡Y te lo tenías merecido!

―¿Crees que no lo sé? Me agobié, ante todo es mi amiga y amiga de...

―¡Bueno basta ya! ―lo volvió a interrumpir―. Procura no terminar esa frase con algo que se parezca a "mis hermanas" ―entrecomilló con las manos.

Nacho intentó hablar, pero ella, con un gesto de su dedo índice negando, lo calló.

―¿Por qué no hablas con tus hermanas? Seguro que Nadia tiene un par de cositas que decirte.

―No lo dudo ―resopló.

María se apiadó de él, un poco. Le tomó la mano por encima de la mesa y le dio un apretón.

―No te quiero agobiar más, Nacho. Con las Espinosa tendrás bastante, pero sí te digo que espero que lo quieras arreglar bien.

―Estuve hablando el otro día con Migue y me di cuenta de muchas cosas, María, de verdad. Sé que es muy complicado que Aída quiera siquiera hablar conmigo, pero lo voy a intentar. Mis intenciones son loables, tenlo por seguro ―le sonrió.

―Más te vale ―le contestó devolviéndole la sonrisa y dando un trago largo de su bebida. Luego volvió, como ya había hecho con Aída, a aplaudir emocionada―. ¡Qué ilusión! ¡Vas a conquistarla!

Nacho rió.

―No, en serio, ¿de qué siglo te has escapado?

María también rió acompañándolo, aunque la suya era una sonrisa maquiavélica.

―Sí, tú sigue riéndote de mí ―advirtió―. Que ahora te queda lo peor. Porque Nadia ya ha terminado de trabajar y viene hacia aquí con Irene.

Como si las hubiera invocado, las dos aparecieron cada una a un lado de Nacho, al que se le había borrado la sonrisa. Nadia al igual que hiciera antes María, le golpeó en el brazo.

María le alzó las cejas y sonrió en señal de satisfacción. Luego se levantó, sin dejar su sonrisa, se colgó su bolso, saludó a sus amigas y se acercó para despedirse de Nacho.

―Bueno, mi trabajo aquí se ha terminado.

―¿Te refieres a tu encerrona?

―Sí, eso también. Tú me invitas. Hasta luego ―dijo para después dirigirse a las otras―. Chicas, no seáis muy duras con él.

Irene le dio un beso a su hermano y se sentó. Nadia se sentó directamente y se cruzó de brazos.

―¿Te duele? ―le preguntó, al ver que se frotaba el brazo con la mano, aunque no esperó respuesta―. Me alegro.

―Vamos, Nadia, dame un respiro.

―Ajá, te puedo dar el mismo respiro que voto de confianza tú a nosotras. Eso sí, vaya por delante porque sé que lo estás pensando, que Migue no ha soltado nada.

―No dudaba de eso.

―No, de eso no. Sí dudabas de cómo podemos o no reaccionar nosotras, con los demás no hay problema.

―Vamos, Nadia ―repitió―. Irene, dile tú algo.

―Estoy esperando que diga algo con lo que no esté de acuerdo.

Se produjo un silencio un tanto incómodo, que fue el que aprovechó el camarero para preguntar si querían algo. Ambas pidieron un refresco y en un instante volvió a aparecer.

―Este chico es bueno ―murmuró Nacho entre dientes.

Nadia suavizó el gesto, no quería estar con el ceño fruncido todo el tiempo. Respiró hondo, bebió un largo buche de su bebida y continuó.

―Sé que he puteado mucho a Sandra. No soy tan diplomática como Irene o como cualquiera porque sí, vale, sé que no soy diplomática en absoluto. Pero de cualquier forma, ¿crees que alguna vez preferiría que fueras infeliz?

―Yo no...

―Tú sí, Nacho ―interrumpió ahora Irene―. En la fiesta le dijiste que lo juzgamos todo. Cuando uno tiene copas de más cree que habla en susurros cuando es perfectamente audible ―explicó al ver la cara de sorpresa de su hermano―. Después a nosotras... bueno, a mí -y ésta estuvo cotilleando- me confirmaste lo que piensas. Esto es muy absurdo, Nacho. Pareces un niño regañado por su madre y tenemos ya una edad.

―Sí ―añadió Nadia―. Ya tienes los huevos negros para hacerte cargo de tus decisiones.

―Nadia, no seas bruta ―dijo Irene―. ¡Es que sois los dos iguales! No pienso ser la madre. Tú. ―Señaló a Nacho―. Arregla las cosas con Aída, si es que las quieres arreglar, pero no nos pongas de malas cuando no lo somos.

―Eso, que ya tenemos bastante cuando lo somos de verdad.

Ambas se levantaron como si lo hubieran ensayado. Nadia se terminó su bebida de un solo buche y dejó el vaso en la mesa, con bastante poco cuidado.

―Tú pagas ―le dijo dándole una colleja.

Se marcharon, dejándolo allí algo cabizbajo por las merecidas regañinas. El camarero apareció llevando consigo la cuenta. Nacho lo miró, fijamente, y miró a su alrededor, pues no veía posible que un camarero atinara tantas veces en aparecer por la mesa en el mejor momento posible.

―¡¿Cómo lo haces?!




Este capítulo para quien siempre está escuchando ;)

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