Capítulo 13
―Os digo que no, ella no lo haría. Somos aburridos, es lo que hay. Admítelo, Ernesti.
Estaban en el piso de Ernesto el domingo siguiente a la fiesta de compromiso, de despedida y de culebrón, como lo había llamado Nadia, que era la que en ese momento estaba intentando convencer a Ernesto y Víctor de lo que decía.
―¡Te equivocas! ―gritó vehemente Ernesto.
―Bueno, eso es sencillo de saber. Tan sólo tenéis que esperar a que llegue para preguntarle ―dijo conciliador Víctor.
―Cierto ―concordó Nadia echándose un puñado de patatas a la boca.
En ese momento sonó el timbre. Ernesto sonrió y fue directo hacia la puerta, gritando.
―Estábamos esperando que... ―Se cortó cuando en la puerta vio a Beatriz y no a Irene.
―Espero que esa frase termine con... llegaras ―ironizó.
―Perdona, estábamos esperando a que llegara Irene para resolver una duda ―explicó dejándole el acceso libre para entrar, y dándole un beso―. Pero tú eres mucho mejor que...
Irene paró la puerta, que estaba cerrando en ese momento su amigo.
―¿Mucho mejor que quién?
―Que tú, claramente.
―Permíteme que discrepe ―comentó ahora Miguel Ángel, que entraba detrás de ella y cerraba tras de sí la puerta.
Todos pasaron al salón donde sonrientes, saludaron a Nadia y Víctor, que seguían con las patatas.
―Díselo ―dijo Nadia a Ernesto con pocos preámbulos.
Los recién llegados se quedaron expectantes a que hablara, sobre todo Beatriz, que ya estaba intrigada en saber qué se traía entre manos.
―¡Claro que sí! Pero soy un gran anfitrión, así que primero traeré bebidas y más patatas, que os las habéis zampado todas, brutos.
―¡Como si tú no hubieras colaborado! ―le contestó Víctor mientras se iba.
Fue a la cocina, cogió bebidas para todos, un par de cosas más para picar y volvió, sentándose al lado de su novia, a la que rodeó con un brazo.
―Bueno, cuenta. Que cuando llegué creías que era Irene, así que qué es eso de lo que habláis.
La aludida lo miró fijamente, esperando.
―Nadia tiene la, permíteme decir, estúpida teoría...
―¡Mi teoría no es estúpida! ―interrumpió.
―Para mí sí ―sentenció, ganándose una mala mirada por parte de su amiga, que él contestó sacando la lengua―. En fin, ella cree que Irene nunca escribiría un libro sobre nosotros porque somos aburridos.
―¿Nos consideras aburridos? ―le preguntó Miguel Ángel directamente.
―No para mí. Para mí sois geniales. Pero sí para un libro. Siempre hacemos lo mismo, somos gente normal. ¡Nadie escribiría un libro de gente normal!
―¿Por qué no? ―retomó la discusión Ernesto.
―Sí, muy interesante. Vamos a escribir que nos vimos el viernes y hablamos. El sábado descansamos. Y el domingo quedamos otra vez en tu casa para charlar otro ratito. La gente estará deseando leerlo.
―¡Yo no soy aburrido! Me niego a que me llames así. ¡Bea, dile algo!
Beatriz miraba el intercambio con una sonrisa. No llevaba mucho tiempo de conocer a ese loco grupo, pero todos le caían muy bien, inclusive Nadia, a la que conocía desde hacía menos tiempo y le intimidaba un poco.
―Yo no te considero aburrido, cariño ―le dijo consolándolo―. Pero no soy muy objetiva. De todas formas, yo no soy la escritora, de ahí que la pregunta fuera para Irene y no para mí.
―No somos aburridos ―respondió por fin―. Pero de igual forma no escribiría sobre nosotros...
―¡Ja! ―interrumpió Nadia.
―Cállate, idiota, que hay un pero.
―Gracias Ernes ―dijo chocando su botellín con el de él―. Hay un porqué, más que un pero, y es que yo prefiero escribir sobre algo que no haya vivido. Es una manera de evadirme.
―Porque la gente lee cosas para evadirse también ―contraatacó Nadia―. ¿Quién quiere leer sobre un grupo normal?
―Hombre, no os conozco mucho, pero normales, normales...
Todos reían por el comentario de Beatriz. Nadia no había tratado mucho con ella, pero entendía porqué le gustaba a su amigo. Tenía ese humor sarcástico que tenían ellos, encajaban perfectamente.
―Bueno, eso te lo acepto. Pero ¿qué problemas tenemos nosotros? Los de la vida cotidiana. La gente no quiere leer sus problemas por escrito. Quiere leer algo que los libere de la realidad.
―La gente lee entre otras cosas, para vivir algo que ellos no ―opinó ahora Víctor―. A lo mejor nuestro libro gusta a quienes no tienen amigos.
―Nena, escríbelo. A lo mejor Ernes tiene razón y somos la hostia.
―¡Claro! ―apoyó Ernesto.
―¡Qué dices! Acabo de terminar un libro, no voy a empezar vuestra biografía.
―¡Pero la escribirías!
―Pesaaaaaado ―le dijo Víctor.
―La pregunta es si Irene la escribiría, así que... ¿La escribirías?
―Ernesto, déjala tranquila, hombre.
―No, Beatriz ―le habló Nadia―. Si tiene razón. Todo se resume a eso. Venga, hermanita, justifica tu respuesta.
Irene dio un buche de su cerveza. Se quedó pensativa un momento. El resto esperaba lo que tenía que decir. Nadia y Ernesto impacientes por ver quién ganaba. El resto con sonrisas, divertidos por la situación creada. No pasó mucho tiempo pero Nadia se impacientó.
―¡Vamos!
―Déjala pensar, Nadia. Si está dudando tanto es porque le da fatiga. No quiere dejar mal parada a su hermanita ―se mofó.
―No es por eso. A ella no le tiembla el pulso cuando me tiene que dar una lección. Pero te ve tan ilusionado...
―¡Bueno basta ya! ―dijo medio riendo Víctor―. Le habéis preguntando algo, ¿no?
―Claro. Dejad que piense a quién va a deprimir ―añadió Miguel Ángel.
Sólo se escuchaba el crujir de las patatas, cuando Irene se irguió un poco en su asiento.
―Pues tengo que reconocer que sí.
―¡Toooooma, toma, tomaaaaa!
―¡¿Qué?!
Ernesto y Nadia comentaron a la vez.
―En serio. Es decir, obvio no diría: era gente normal, que quedaba para comer patatas y para hablar. Pero la gente normal se enamora, disiente, tiene esperanzas, deseos... toda vida normal bien contada puede ser una historia extraordinaria.
―¿En serio?
―Claro, hermanita. No digo que no haya que usar ciertos recursos y eliminar los "se levantó, fue al trabajo, volvió, cenó y se fue a dormir" ―enfatizó con las comillas―. Eso sí que no lo quiere leer nadie.
―¡Bum! ―gritó Ernesto con un gesto de cuernos con la mano.
―Vale ―dijo Beatriz girándose hacia él para mirarlo―. ¿Y qué se supone que has ganado?
―Se han jugado el honor de tener razón ―explicó Víctor por él―. Ellos no necesitan más, hija. Nos queda una noche larga aguantándolos.
―Bueno Irene, ve cogiendo material para tu nuevo libro ―dijo de nuevo Beatriz, haciendo reír a todos una vez más.
Intentaron cambiar de tema e ir viendo qué iban a cenar. Ernesto apeló a su comodín de ganador para pedir pizza. Nadie se opuso a ello de cualquier forma.
Continuaron hablando largo y tendido sobre el mero deseo literario que había surgido en Ernesto.
―Mira Friends ―insistió él―. Eran seis amigos normales haciendo cosas normales. ¡Como nosotros ahora!
―Sí, pero en Friends eran graciosos y tú no tienes gracia ninguna ―se metió con él, Miguel Ángel.
―¡Ya sé! Tendríamos que grabarnos ―dijo soñador, ignorando el comentario de su amigo.
―¿Siempre ha sido así? ―preguntó Beatriz a Nadia, que era quien estaba sentada a su lado en la mesa.
―¡Oh, sí! ―contestó rápidamente―. Ya mismo me intentará convencer de hacer el storyboard.
―Ya te di la razón antes, Ernes. ¿Qué más necesitas?
―¡Bah! Es cierto, ya he ganado ―reconoció algo pagado de sí mismo. Luego cambió de tema―. Por cierto, ¿qué tal está Nacho? ¿Habéis hablado con él?
Las hermanas miraron a Miguel Ángel, que tragó rápidamente su bocado de pizza para contestar.
―Sí, hablé yo con él aunque no pienso decir nada.
―Uuuh, qué arriesgado. ¿Ya duermes en el sofá? ―preguntó de nuevo Ernesto.
―Aún no. Yo respeto la intimidad y las conversaciones que tiene mi hermano, por el que me preocupo, con mi novio, que convive con mis preocupaciones y desvelos...
―Vale, para ―rió―. No te voy a contar nada. Y a ti menos ―se apresuró a decirle a Nadia, que había abierto la boca para hablar.
―¿Por qué a mí menos?
―Bueno, ella en un momento dado me puede castigar sin sexo, tú no.
―Touché.
Cuando pararon un poco de reír por el comentario, continuaron con el tema.
―Al menos dinos si le soltaste un discurso a lo Migue ―le preguntó Ernesto con un gesto grandilocuente.
―¿De qué hablas? Yo no hago eso.
―Sí que lo haces ―apoyó Nadia. Luego se giró hacia Beatriz y, en un gesto como de confidencialidad, lo repitió―. Sí que lo hace.
Ésta sonrió, al igual que el resto que había escuchado perfectamente su poco disimulado susurro.
―Pero no te preocupes, cariño. Lo que le hacía falta a mi hermano seguro que fue tu discurso.
Se acercó a darle un beso y a Miguel Ángel se le quitó un poco la cara enfurruñada.
―Aún con tu discurso no nos puedes dejar con la intriga. ¿Mi hermano va a volver con Sandra? ¿Tendremos que aguantarla?
Miguel Ángel aprovechó la oportunidad.
―Lo siento, Nadia ―contestó crípticamente.
―¡Mierda! ―dijo golpeando la mesa.
Todos pegaron un respingo y Nadia se apresuró a pedir perdón a todos por su reacción. Ahora fue Beatriz la que se giró hacia ella y le habló en el mismo tono que usó antes.
―No te preocupes, está mintiendo.
―¿Cómo? ―le preguntó sin tener ya en cuenta ese juego de "confidencias" que se traían.
―Tiene los ojos llorosos por intentar no reírse de tu reacción ―explicó ya con voz normal, aunque se le notaba la diversión en la voz.
Entonces, más debido a la cara de indignación de Nadia, que a que le hubieran pillado, Miguel Ángel rompió a reír. El resto le siguió y para asombro de todos también Nadia, que seguramente en otro momento se habría enfadado. Era tal el alivio por no tener que aguantar a su ex cuñada que no le había importado que le tomaran el pelo.
La mente de Nadia entonces se puso a trabajar a mil por hora, recordando las últimas palabras de su hermano, esas que ella había malinterpretado por presuponer de qué persona hablaba. Se preguntaba de quién estaba hablando en aquel momento. Pensó en lo que vio hacer a su hermano aquella noche, en cómo se fue de allí tras hablar con Aída.
De pronto perdió su sonrisa. Miró a su hermana que seguía sonriendo con los demás, pero le devolvió la mirada. Irene, con un simple gesto, le insinuó que había sido muy lenta, que ella siempre descubría todo antes.
―¡Oh, mierda! ―volvió a decir, esta vez sin golpe sobre la mesa, aunque Ernesto estuvo rápido y la golpeó por ella haciendo otra vez saltar al resto―. ¿Desde cuándo lo sabías? ―le preguntó directamente a su hermana.
―¿Saber qué? ―preguntó curioso Ernesto.
Irene lo ignoró y respondió a su hermana.
―Nadie me ha confirmado nada pero lo pensé antes que tú, que no hilas, chiquilla.
―¿Saber qué? ―repitió.
Ahora fue Nadia quien lo ignoró. Se levantó de la mesa de manera algo robótica. Todos la siguieron con la mirada, intrigados por su actitud. Ella se tapó la boca con las manos y abrió mucho los ojos.
―¿Qué has hecho ahora, Nadia? ―le preguntó Irene.
―Yo soy muy cotilla para estas cosas... ¿No me podéis contar qué es lo que sabéis?
―¡Le dije a Aída que Nacho quería volver con Sandra!
―¡¡Qué!! ―preguntaron Irene y Miguel Ángel a la vez.
Víctor y Beatriz se rieron de la situación, mientras que Ernesto estaba igual de confuso que antes.
―¿No estábamos hablando de Sandra?
Beatriz se hizo cargo de la situación.
―Cariño, antes Irene le ha dicho a Nadia que no hilaba, pero creo que tú te llevas la palma ―le acarició la cabeza.
Todos se rieron de él, que frunció el ceño en disgusto, aunque siguió sin entenderlo.
―Nacho y Aída, empanao ―le dijo finalmente Víctor―. Lo que quiera que sea que eso signifique.
―¡Lo sabía! ―gritó entonces Ernesto, levantándose bruscamente y tirando la silla a su paso.
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