Capítulo 10


La única que se libró del interrogatorio fue Irene, que sonreía felizmente ante las desesperadas miradas de sus hermanos a las incómodas preguntas de su madre.

Miguel Ángel a su lado también sonreía, aunque intentaba que Irene no se viera muy complacida por no empezar a ser objetivo. Le encantaba su suegra, pero era demasiado insistente con el tema matrimonio. No era que a él le importara mucho, pero desconocía el trauma que Irene tuviera con el tema por lo que no quería presionar. No es que fuera necesario tener un papel de por medio, aunque sus padres sí que lo veían así.

De cualquier forma, aquel día no eran las víctimas, si no que Nacho y Nadia se estaban repartiendo su atención. Nacho continuaba con su mala cara, que no pudo disimular con ninguna crema antiojeras varonil, como él la había llamado en broma, y su madre se empeñó en querer saber los motivos. Además de insistir en que ya no era un mozalbete y que le gustaría conocer a su novia pronto.

―¿Qué novia quieres conocer, mamá?

―¡La que ahora mismo no existe pero debería existir! Y tú no te rías, Nadia ―le señaló con el dedo―. Que tú ya mismo te quedas para vestir santos.

―Los santos ya se visten solos, mamá ―replicó ella―. Déjanos comer tranquilos anda, que sí, ya no somos unos niños.

Lucía apretó los labios y lo dejó estar. No es que quisiera meterse en las vidas de sus hijos, que un poco sí, es que los veía cabizbajos a los dos, aunque Nadia lo escondía mucho mejor que su hijo mayor, que por más que sonriera se veía que era por dejar tranquilos a los demás, no porque tuviera ganas de hacerlo.

Jesús era más prudente en lo que se refería a meterse en la vida de los demás. Sí, le preocupaban sus hijos por supuesto, pero ya su mujer hacía todas las preguntas por él.

No sabían por qué con la edad, sus hijos se habían cerrado tanto en sí mismos. No podían echarle la culpa a la adolescencia, estaban lejos de ella, pero tal vez el trabajo, la distancia, las relaciones anteriores... todo ello había provocado que fueran más cautos. Su marido la miró dándole a entender que, aunque quisiera ayudar, no iba a sacar nada en claro, así que cambió de tema intentando así que el estrés momentáneo desapareciera.

Todos se relajaron un poco, sobre todo Nacho, que no tenía ganas de dar explicaciones de nada. La comida fue entonces más llevadera.

A media tarde, todos se marcharon. Irene tuvo que prometer a su madre que cuidaría de sus hermanos, sobre todo de Nacho, que hacía varios días que no era él mismo. Miguel Ángel también tuvo que prometer que cuidaría a Irene, no fuera que la única que estaba bien se descuidara.

Nacho no perdió mucho tiempo en más despedidas. Una vez que salieron de casa de sus padres se marchó a su piso. Tenía ganas de llegar a su casa y presionar el botón de desconexión de su cerebro, que siempre había imaginado estaba detrás de la nuca, aunque aún no lo había encontrado.

―Vuestro hermano no está bien.

Tanto Irene como Nadia miraron a Miguel Ángel con cara de obviedad, lo que provocó que éste se arrepintiera de tal comentario.

―Cariño, ¿vas a ofrecer alguna teoría o te vas a dedicar a decir sólo obviedades?

―Eeeeeeh... ―titubeó.

―Vale, no hay más preguntas, señoría ―concluyó cogiendo del brazo a su hermana y encaminándolas hacia donde tenía el coche.

Miguel Ángel no hizo más que seguirlas y mantenerse callado, no quería despertar a la bestia.

Irene, que era quien conducía, los llevó a la playa sin preguntar a ninguno de los otros dos si tenían o no, algo que hacer.

―Como tú ya eres libre, ¿no? ―se quejó Nadia.

―¿Acaso tienes algo mejor que hacer?

Nadia permaneció callada como única respuesta.

―Ya me parecía a mí.

Después de los días tan extraños que estaban haciendo aquella primavera, por fin el sábado dejaba un día en que se podía pasear sin llevar una chaqueta gorda encima. Fueron al paseo marítimo, para tomar algo y disfrutar del Sol que estaban echando tanto de menos.

Toda Málaga había pensado lo mismo que ellos, pues no cabía un alma en la terraza de los bares e incluso, en los chiringuitos que estaban todos casi cerrando debido a la hora, en espera de que llegara la noche.

―Estamos deseando que salga el Sol para tirarnos a la calle ―se quejó Nadia cuando se chocó por tercera vez con alguien.

Irene fue la que los llevó al bar donde seguro les buscarían una mesa rápidamente. Allí había pasado muchas tardes hacía más de 3 años, cuando sufría un bloqueo que no le dejaba escribir. Se iba allí, se sentaba con su libreta durante horas en espera de que la inspiración quisiera quedarse con ella. El dueño del bar se acercaba, a veces se sentaba con ella para que se despejara un poco de la presión, y esas conversaciones y el tiempo fueron consiguiendo que volviera a retomar sus ideas perdidas.

Desde entonces, cada vez que iba por la zona, se paraba allí y el dueño, en cuanto se quedaba una mesa libre, se la cedía a ella y sus acompañantes. Tenía una foto de ella firmándole uno de sus libros dedicada, y le puso una placa que orgullosamente decía que Irene Espinosa había escrito -entre cafés de aquel lugar- su cuarto libro, lo que no dejaba de ser cierto.

A Miguel Ángel era a quien no le gustaba demasiado el sitio, o el personal siendo estrictos, pues era por todos sabido que el tan amigo de Irene le había pedido salir en varias ocasiones y, aunque ella declinó elegantemente cada una de sus invitaciones, él no perdía oportunidad cuando la veía de ensalzar su belleza e intentar camelarla, aún estando Miguel Ángel delante.

Ella no se lo tenía en cuenta, a ninguno de los dos. Marco era italiano y tan ligón que no lo podía evitar. Con Miguel Ángel no se podía enfadar por sus celos, aunque no iba a permitir que éstos dirigieran su vida.

Efectivamente, en cuanto Marco la vio, se le iluminó la cara y sonrió.

―Ahí vamos ―murmuró Migue Ángel, aunque se le escuchó perfectamente.

―Migue, compórtate.

Nadia los miraba divertida, mientras Marco se deshacía en halagos para con Irene. Encontró pronto una mesa para ellos y le dio una carta a cada uno, yéndose a atender a otras mesas mientras decidían qué tomar.

―No me cae mal este chico ―dijo con un tono que contradecía sus palabras―. Pero te juro que me dan ganas de clavarle un tenedor en el ojo ―finalizó.

―Va, no te pongas pelusón ―le dijo Irene acercándose para darle un beso.

―Pelusón ni pelusón ―siguió protestando―. ¿No le puede meter cuello a Nadia que está aquí sola?

―Esto... creo que el punto fuerte de esa frase puede ser que, efectivamente, estoy aquí ―hizo hincapié en las últimas palabras.

―Está claro que estando yo, mi hermana no tiene nada que hacer, cariño.

―¡Que sigo aquí! ―insistió.

Irene se rió de ella y su cara de indignada.

―Ya lo sé, tonta. Sólo me meto con mi novio idiota, que sólo se pone celoso con Marco, como si este o cualquier otro tuviera alguna oportunidad. Porque no crees que tenga ninguna oportunidad, ¿verdad?

―¿Tú no sientes celos, Irene? ―salió en defensa de su cuñado, Nadia.

―¿Yo? No, no tengo motivos.

―¡Yo tampoco! Pero es irracional, no lo puedo evitar, me enferma Marco.

―¿Pero qué te he hecho, hombre? ―preguntó Marco desde atrás con su marcado acento.

Miguel Ángel, que no se lo esperaba, pegó un respingo, aunque le respondió sincero y calmado.

―Que cada vez que venimos intentas ligar con mi mujer.

Irene abrió mucho los ojos no esperándose esa descripción, aunque solo la vio Nadia que esbozó una sonrisa, pues los otros dos estaban pendientes el uno del otro.

Marco sacudió una mano restándole importancia.

―Vamos, hombre. ¡Es un juego! Piccola y yo tenemos un amor platónico. Ella es il mío amico y hasta que me diga que le molestia, siempre le voy a dar la opción de fugarse conmigo, ¿capito? ―finalizó ofreciéndole la mano.

Miguel Ángel miró alternativamente de la mano a la cara de Marco que, impasible, esperaba que le diera la mano sin apenas moverse.

―¿En serio quiere sellar el trato de que siempre te va a ofrecer una fuga? ¿Qué clase de trato es ese? ―le preguntó directamente a Irene, que sonreía divertida.

―El tipo de trato que vas a aceptar porque no tienes ningún motivo para creer que me fugaré.

―¿Y no te gusta mi cuñada? ―preguntó ahora a Marco, ganándose una colleja por parte de Nadia.

―¡Sigo aquí! Y dale ya la mano al chiquillo, que si no "tu mujer" ―recalcó sus palabras haciendo que él se diera cuenta de lo que había dicho―, te va a mandar al sofá esta noche.

Miguel Ángel resopló, pero le tendió la mano a Marco, que la sacudió feliz en señal de paz. Cuando se marchó habiendo dejado el pedido, Miguel Ángel insistió, con cierto pesar, en lo que acababa de hacer.

―¡Acabo de aceptar que se fugue contigo!

―Sólo si yo quiero, cariño. Y créeme que no tengo intenciones de huir.

Él sonrió tontamente, con total cara de embobado y la besó, intentando transmitir en el beso todo lo que sentía.

―Sigo aquí ―repitió una vez más Nadia―. Pero que si molesto me voy.

―No seas tonta, hermanita. Ahora es cuando te consigo una cita con Marco.

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