Capítulo 8
Caminé por los inmensos pasillos del sitio con la mirada perdida en la nada. No me sentía para nada bien. ¿Un trauma, un accidente? No, Hioba no me dijo nada al respecto y él siempre ha tenido confianza en mí. ¿Qué les pasa a esos médicos? Seguramente se volvieron locos de tanto atender pacientes dementes.
No esperé a R ni a Loane para regresar. Sabía que no debía hacerlo, pero no me importaba en lo más mínimo. Aunque recibiera un castigo yo necesitaba regresar y meditar un poco las cosas. Se suponía que mis cuerdas bucales estaban poco desarrolladas y por tal razón no podía hablar.
¡Ah, como detesto estar confundido!
Muchos pacientes se me quedaron viendo mientras cruzaba los pasillos del lugar. Era uno de los que más destacaba por mi altura, y porque era extremadamente delgado. Una de las pocas cosas que heredé de mi padre, y que él solía ser bastante delgado, según los relatos de mi madre.
Todo en mi vida giraba alrededor de mi hermano, pues fue él quien terminó de criarme, pero en el momento en que decidí acceder a venir a este ridículo y horrible lugar todo eso cambió. Ahora ya no tenía el suave calor y protección paternal de Hioba; tampoco tenía sus palabras de aliento cuando estaba triste y confundido, mucho menos lo tenía conmigo.
Como ya vieron, me he deprimido.
Quizá parezca algo exagerado, pero en el momento en que me avisaron sobre la disartria, algo se está rompiendo en mí. ¿Será mi corazón?
«¿Por qué me siento así? ¿Será un decaimiento emocional?»
No, yo siempre estoy bien.
«¿Siempre estoy bien?»
—¡Veoni!
La voz de un hombre me sacó de mis pensamientos. Ahora estaba cerca de una alberca, ¿qué hago yo aquí?
¿Estuve sopensando tanto tiempo que no me di cuenta por donde caminaba?
Dirigí mi mirada al dueño de esa voz. En efecto, era Erás quien me llamaba. Por alguna razón no me sorprende que haya sido él, porque pareciese que sus compañeros somos sus hijos.
—Por Dios, niño, debes tener más cuidado, esa alberca tiene más de cinco metros de profundidad.
«¿Me habla a mí?»
No tenía en mi poder el pizarrón para comunicarme con él.
—¿Qué te pasó? —preguntó y no supe a que se refería—, tu mirada está apagada.
«¿Y qué con eso?»
Con un ademán en mi mano le indiqué que se largara, pero él frunció el ceño. Hay posibilidad de que no me haya entendido y también hay posibilidad de que se haya molestado.
No me importa.
—No me iré. Tú vendrás conmigo o todos seremos castigados. —objetó.
¿Por qué yo tenía pensamientos tan groseros?
Negué con mi cabeza y él se enfadó aún más. Se acercó a mí y me proporcionó un puñetazo en la nariz que hizo que esta sangrara constantemente y que retrocediera unos pasos. Eso había dolido.
—¡Escúchame bien, por muy alto o grande que seas me vas a escuchar, porque no me meteré en problemas por tu culpa! —exclamó.
Quise responderle, pero claramente no podía.
—Ahora, camina delante de mí y vamos donde está Loane. Si haces lo contrario te golpearé otra vez.
A la gente de aquí le gusta golpear mucho, ¿no?
Odio este lugar. Si, realmente lo odio y eso que acabo de entrar.
Seguí las órdenes de Erás o me golpearía nuevamente. Mi nariz ya estaba sangrando y no quería que sangrara más. Iba muy molesto, pero no podía hacer nada al respecto. Era eso o mi nariz rota.
Mientras caminaba por el sitio, volví a ver a Anesumi, pero ésta vez estaba llorando en una esquina. Su silla de ruedas estaba tirada y ella en el suelo llorando. ¿Otra vez la habrán molestado?
Corrí hacia ella al verla así. Por algún motivo sentí que debía hacer algo, no porque quería que alguien me mirara, sino porque yo estuve en su posición y nadie me ayudó. En esos momentos la dicha de mi vida no estaba a mi favor.
Anesumi no se había percatado de mi presencia y seguía llorando. Me arrodillé frente a ella y se me rompió el corazón al verla. ¿Cómo podían ser tan crueles las personas? Ella no les había hecho nada, ¿por qué le hacen eso?
Envolví mis brazos alrededor de su cuerpo y la abracé cariñosamente. Sabía perfectamente que Anesumi era como un cachorrito abandonado y sin amor de un amigo, pero si yo estaba ahí no iba a permitir que alguien le hiciera daño a una persona como ella.
Anesumi aumentó su llanto al sentirme cerca y me abrazó escondiendo su rostro en mi pecho. No podía hacer lo que hacían mis compañeros, pero prefería curar un corazón que golpear un rostro.
—Veoni —titubeó y lloró.
—Típico de la inválida, dando lástima —mencionó un chico bastante bajito.
«¿Los hombres de aquí no saben lo que es la caballerosidad?»
Aparté delicadamente a Anesumi y me puse de pie. Definitivamente hoy no era mi día y cada vez empeoraba, pero ya estaba harto.
No quería más abusos por parte de ellos, no si yo puedo hacer algo.
Sentí como el enojo y el odio crecían dentro de mí al momento en que escuchaba al tipo ese. Yo era el doble de alto, así que aunque él quisiera golpearme yo era el doble de alto y pesado y lo superaba en tamaño.
«Todos son malos» pensé y miré al sujeto.
—Qué pasa jirafa, ¿defenderás a los más inútiles de Wydoll?
Ya me había cansado. Hoy golpearía a este tipo sí o sí.
Apreté mis puños y fruncí mi ceño considerablemente. Todo la energía positiva que había en mí se había ido al inodoro. Le lancé un golpe al tipo y él cayó sentado. Toda mi ira estaba en él.
Me acerqué a él con mi cordura cegada por mi enojo y lo tomé por la camisa y lo alcé en el aire. Ese hombre no era nadie para burlarse de mí. Peor de Anesumi.
El sujeto comenzó a temblar del miedo y lágrimas asomaron en sus ojos. Ya no sentía lástima, él era malo y no merecía mi compasión.
—¡Veoni, suéltalo! —gritó Erás y todos los pacientes que estaban a nuestro alrededor nos observaron.
—Espera, déjalo —sugirió Loane quien acababa de llegar.
—Por favor... suéltame —suplicó el tipo.
«¿Quiere que lo suelte? Pues lo soltaré».
Proporcioné un fuerte golpe en su rostro que hizo que éste quedara inconsciente. Yo aún lo sujetaba del cuello de la camisa y lo miré con asco. Las personas como él solo provocaban repugnancia.
Tiré al sujeto al suelo y me acerqué a Anesumi, quien me miraba asustada. Acaricié su rostro y besé su mano para luego sonreír. Ella hizo lo mismo.
Una vez hecho, tomé al sujeto inconsciente por la camisa y caminé con él arrastrado. Su cuerpo no se sentía pesado y era fácil de arrastrar. Él quería que yo lo soltara, pues solté un buen golpe.
Todos los pacientes me miraban con miedo y se apartaron en el momento en que yo iba avanzando. Frente a mí apareció R y observó a Anesumi y luego al sujeto y por último a mí. Yo no había cambiado mi expresión y me di cuenta que eso causaba miedo en los demás. Ella conectó su mirada con la mía y noté enojo. Era la primera vez que sus ojos me decían algo, pero no me importaba su enojo.
Arrastré al sujeto hasta la oficina del anciano. Ni siquiera los enfermeros se me acercaban. Entré sin pedir permiso y él estaba sentado en su escritorio revisando unos documentos. Al verme se sorprendió bastante y aumentó su asombro al ver al cuerpo que traía arrastrado. Hoy no me importaba recibir un castigo si era por buenos motivos.
Pensé que me castigaría, pero mencionó que mi mirada era distinta y atemorizante. Unos enfermeros se llevaron al sujeto y me dejaron a solas con el viejo.
No me sentía del todo bien porque no estaba actuando como era yo, mucho menos cuando el anciano mencionó que lo había logrado. ¿Lograr qué?
Fuí enviado de regreso a mi habitación. Una vez ahí me encerré en el baño y miré mis nudillos ensangrentados.
¿Qué pasó conmigo?
Intenso, ¿no?
Dejen sus opiniones, por favor.
Y, mi estimado lector, le agradezco por seguir leyendo esta historia.
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