Capítulo 38

El sudor corría por mi frente a cántaros. El peso extra en mi espalda me hacía la tarea más difícil. Aún no amanecía, pues había pasado toda la noche con un entrenamiento extremo.

Quien diría que al final si cumplirían con su palabra.

Suspiré profundo inhalando una gran bocanada de oxígeno mientras terminaba mi última lagartija. El colgante se sentía exquisitamente frío sobre mi torso desnudo.

Al menos había resistido más que la última vez.

Rea se encontraba a unos metros de mí, sentada, con las piernas entrelazadas y un par de de audífonos en sus oídos. Estaba siendo sometida a entrenamiento mental, pues había superado el físico.

Loane jadeaba cansado mientras hacía repetidas abdominales. Ya llevaba más de cien, y los constantes azotes y puntapies de los enfermeros encargados de nosotros, no ayudaban mucho. Linceln también estaba en nuestra posición, corriendo a toda velocidad durante bastante tiempo, esquivando constantes obstáculos y jadeando. Todos jadeábamos.

—Oye, Veoni —llamó Erás mientras levantaba bastante peso muerto. Sus brazos se tensaban al levantar tal objeto—. Lo estás haciendo bien, me siento orgulloso de tí —dijo.

Calidez y nostalgia invadió mi pecho. El mayor simplemente me sonrió y continuó con lo suyo.

—Quien diría —habló el pelirrojo entre jadeos— que un renacuajo desnutrido como tú  tuviese buena resistencia.

Le sonreí por la limitación de no poder hablar, y tenía en mí  la determinación de terminar y no ser azotado como comúnmente lo éramos. También nos sometían a torturas y a cámaras de gas lacrimógeno y gas tóxico.

—Continúa, V0856 —ordenó el sujeto encargado mientras pateaba con fuerza mi espalda. Gruñí y me dispuse a realizar lagartijas; imitando a Loane. Una, dos, cincuenta, doscientas...

No soportaba más. El el momento en que mis brazos comenzaron a temblar más por el esfuerzo anormal que ejercía mi delgaducho cuerpo.

—Tienen diez minutos de descanso. Aprovechen. Tomen sus cosas, pues irán a la cámara de gas —avisó Linceln con tono trémulo. Desde que fue sometido a terapias intensas de hipnosis, pareciera como si le hubiesen lavado el cerebro.

Incluso cuando Loane intentaba acercarse, Linceln rechazaba su cercanía.

—Estamos sucios, sudados y cansados. ¿No podemos tomar diez minutos más? —inquirió Erás. El enfermero vio hacia los lados, y con el rabillo del ojo me observó. Mi respiración estaba agitada y las bocanadas de aire que inhalaba no eran del todo naturales.

Suspiró profundo, y asintió.

—Lo permitiré por esta vez —comentó—. Ka-Jian, acompáñame —ordenó y no tuve más remedio que levantarme de mi sitio, sacudir el buzo blanco que se encontraba bastante sucio, e imitar su paso.

"—Hice algo malo?" —pregunté en señas. No respondió y solo optó por seguir su camino y guiarme a un sitio  donde no había visitado nunca.

Entramos a la habitación, y me pidió sentarme en la cama. Obedecí.

Se retiró a un armario para comenzar a sacar herramientas médicas y pararse frente a mí para comenzar a analizarme. Se colocó un estetoscopio y pasarlo por varios lados de mi abdomen, pecho y espalda.

—Respira profundo —dijo y lo hice—. Otra vez.

Continuó con la revisión y negó levemente con su cabeza mientras tocaba su sien.

—No te traje aquí para una simple revisión. Ka-Jian, quítate el buzo, la ropa interior y aséate en el baño. Necesito cerciorarme de que el desgarre en tu cavidad anal está curado. Sal rápido.

Estaba nervioso. Era muy incómodo las revisiones de ese tipo. A Linceln también le incomodaba tener que ver mis entrañas cada cierto tiempo, pero era mejor.

Al salir, y luego de secarse bien, el enfermero ya se había colocado guantes de látex y esperaba a que me colocara en la posición adecuada.

Bien, era muy incómodo.

Mientras me inclinaba hacia el frente, comenzó a revisar mi zona. El contacto era incómodo y sentía un leve ardor.

—Pareciera estar bien, pero la reciente erupción cutánea en la entrada de tu recto no es normal.  Debo hacerte análisis de its*, podría ser una infección. De igual forma, tus pulmones no están trabajando correctamente. Mañana por la mañana quiero verte en la clínica para comenzar con los análisis. El dr. Sbuhiw y la dra. Coken estarán ahí.

Se retiró de detrás de mí al terminar la revisión y tiró los guantes a un bote de basura. Comencé a vestirme, no fue tardado colocarme el buzo y el calzoncillo.

Inhalé hondo. ¿Cómo se suponía que mis pulmones iban a estar bien con todas las sustancias tóxicas a las que era sometido? De milagro no me había dado una pulmonía o una infección respiratoria grave.

Suspiré, y volví a sentarme a la orilla de la cama. Linceln se quedó en el otro extremo. Su ancha espalda se movía frenéticamente al compás de su alterada respiración.

Hacía unos momentos estaba bien, ¿qué le ocurría?

Me acerqué y me paré frente a él. Sus mejillas estaban muy sonrojadas para ser normal, y se le notaba cansado. Puse una mano en su frente, ¡tenía fiebre!

—Estoy bien, debe ser un simple resfriado —argumentó. Fruncí el ceño y le obligué a recostarse mientras iba por unas toallas con agua fría.

Pasada media hora, su fiebre no bajaba y noté leves espasmos en su cuerpo, así como su cansancio.

Quizás se esforzaba demasiado.

"Estás enfermo, necesito que me indiques la salida para ir a por ayuda —" dije en señas y él levantó una ceja. Bufó, y me dijo que recordase el camino, pues no era muy difícil de recordar.

No hablé más, y salí de la habitación.

—N-no mo-mo... —inhalé profundo para intentar terminar la palabra—, mo- moverte.

Intenté decirle que no se moviera del sitio, quedando al descubierto simples murmullos y palabras inentendibles, que por casualidad entendió.

Asintió frustrado, quedando en esa desordenada cama, y me retiré siguiendo el solitario camino, luchando para que mis maltrechos y congojantes pensamientos me dejasen en paz.

Luego de llegar al lugar pensado, busqué al doctor Matías, quien comía amorosamente una empanada. Toqué la puerta del consultorio y entré luego de escuchar su autorización de pasar. Su sonrisa se esfumó al ver mi angustiada expresión.

Le expresé en señas lo sucedido, y luego de tomar su equipo médico, me siguió al sitio donde el enfermero se encontraba.

El doctor caminaba profesionalmente, aún si su bigote manchado de salsa tártara le arrancase una buena porción de seriedad a su semblante.

Al entrar no lo encontré en la cama, sino que en el baño vomitando y dejando salir silenciosos sollozos callados por su agitada respiración. Sus mejillas se empapaban de lágrimas, y sus ojos, cerrados bruscamente, buscaban consuelo de los presentes.

Limpió su boca, y me acerqué tímido. No quería provocar una reacción violenta de él.

Me arrodillé a su altura y estiré mis brazos intentado calmar su angustia, su actitud arisca intentó rechazar mi tacto, sin embargo, la congoja en su corazón lo dejó acercarse a mí, y aferrarse a mi cuerpo, dejando leves hipeos y ahogados sollozos, calentando mi pecho con las gotas de hiel que lentamente caían por sus ojos.

Sonreí, y lo apreté a mí, mientras acaricaba su rubio cabello.

El sentimental momento fue irrumpido por el doctor, que suavemente le dijo que debía revisarlo. A regañadientes aceptó, pero no dejó de rodear mi abdomen con sus fornidos brazos.

Me alegraba poder decir algunas palabras y que la disartria fuese disminuyendo, por lo tal, en un pequeño susurro, le dije:

—Vamos...

Levantó su mirada y se conectó con la mía, sus mejillas ruborizadas por el llanto y sus ojos rojizos lo hicieron ver vulnerable. Acaricié su rostro con el pulgar de mi mano derecha, y con la otra lo ayudé a levantarse.

Era como cuidar de un niño indefenso sin amor, calor ni protección.

Lo ayudé a acostarse y me quedé a su lado. Lamentables quejidos salían de su garganta y me preocupé.

—Pensé que ya estaba curado —susurró el enfermero.

El doctor no decía nada y solamente revisaba todo su cuerpo.

—Linceln, muchacho, no quiero alarmarte pero estás en riesgo de una recaída, debes cuidarte o podría incluso

Me sorprendí. Sentí un remolino de sentimientos inefables.

—Tengo una enfermedad terminal —justificó el enfermero al ver mi confusión—. Se suponía que ya estaba curado, pero —río amargamente— al parecer no.

¿Él iba a morir?

—Pero por ahora no importa —finalizó irrumpiendo mis cuestiones—. Apresúrate a dejar de verme con lástima y mueve tu trasero hacia la puerta. Esté o no enfermo, no propondré el entrenamiento. Hoy toca gas pimienta.

Fruncí mi ceño acompañado de mis labios. Linceln era nada, y al mismo tiempo demasiado profesional.

Se levantó, acomodó su ropa, y agradeció al doctor Matías por haberlo revisado. El mencionado simplemente asintió y retomó el camino de regreso, el cual memorizó a la perfección.

Caminé detrás del enfermero sintiendo una leve incomodidad y preocupación. Últimamente los entrenamientos eran muy intensos, y los resultados eran aterradoramente efectivos.

Mi cuerpo se movía sólo ante una orden, y por más que luchara conmigo mismo para no obedecer las atrocidades de mis superiores, ni siquiera mi mente respondía a mis súplicas, que, como llovizna azotando el suelo, las órdenes azotaban mi mente. Todo me dejaba en un estado automático y vacío.

—Debes ponerte una camisa —comentó Linceln rompiendo el hielo entre nosotros. Su tono de voz no era gélido como mayormente mostraba, todo lo contrario;  era  susurrante. Apenas podía escucharle. 

Nos dirigimos al área del extenso gimnasio y tomé una camiseta con mangas largas de un casillero, acompañado de una muda completa. Mi ropa estaba sucia y debía cambiarla.

—Los ejercicios actuales están por terminar, por lo tal sería inútil que llegaras ahora, sin embargo, tienes siete minutos para asearte y cambiarte por un atuendo limpio. Si tardas más te meteré a la habitación con gas lacrimógeno —vociferó el rubio y asentí.

Me bañé lo más rápido que pude y me sobró un minuto. Luego tendría tiempo para asearme sin prisas.

—Vámonos. El tiempo es oro —ordenó y lo seguí.

Llegado a una habitación metálica, con paredes, piso, puerta, techo y sin ventanas, apreté la chaqueta que me coloqué en último momento y presioné instintivamente el colgante que adornaba mi pequeño y delgado cuello. Sin delicadeza alguna, Linceln me empujó bruscamente dentro. Conecté mi mirada  con la suya y en lo más profundo de sus ojos me pedía perdón.

Después de todo, era su trabajo y su deber.

La habitación era muy espaciosa, no obstante, me pareció extraño no ver a los sujetos de las siguientes áreas en la habitación. Solamente a los que pertenecían a la roja.

Rea, Erás, Loane y yo en un extremo, Sámuel y dos compañeros suyos en otro, y Fanýa con tres compañeros más en el otro. 

Se suponía que Fanýa-Anesumi estaba en el área blanca, ¿cómo había llegado a tal puesto sin arriesgar tanto?

Mis pensamientos se vieron irrumpidos por el intenso ardor y picor en mis fosas nasales, garganta y oculares.

El gas de esta vez era más fuerte que los anteriores. Por instinto me quité mi chaqueta y la utilicé de filtro temporal para que el tóxico no penetrara directamente a mis pulmones. Cerré mis ojos y el contacto ardió infernal, pero fue más llevadero.

Escuché a todos toser pero no me atreví a abrir mis párpados. No pondría en riesgo mi vista.

Intenté entretenerme, me estaba quedando sin oxígeno, pero tampoco me arriesgaría a inhalar bocanadas de aire contaminado por el gas pimienta.

"Concéntrate, Veoni, la mejor manera de obligar a tu cuerpo a ignorar un estímulo es convencer a tu mente de que no lo sientes. Se trata de control mental " —escuché en mi mente, pasando por ella una leve imagen de un recuerdo que, como suspiro, llegó y se fue.

Control mental... sonaba interesante.

Tomé una postura más cómoda atando la chaqueta en mi rostro a tal punto que quedase como tapabocas, y puse mis manos en mis muslos, quienes se encontraban entrelazados por la incómoda posición en el suelo.

"Control mental, control mental..." pensaba y me lo repetía.

Una fantasía podría distraerme, así que puse en marcha mi idea. Claramente no era fácil, pero sí lo más recomendable.

...

Me ví a mí mismo sentado en un pequeño banquillo con un micrófono cerca de mi rostro, frente a una gran multitud. Vestía de gala con un interesante chaqué negro y un sombrero bowler adornando mi cabeza. Mi abundante cabello oscuro se mantenía atado en una delicada coleta floja a un lado de mi cabeza que descansaba elegantemente en mi hombro izquierdo.

Era una fantasía, por lo tal podía hacer lo que quisiera.

Suspiré, y con un nudo en la garganta, pobré lo que nunca había probado en ninguna de mis fantasías.

—Buenas noches —dije con un tono impostado. Me sorprendí a mí mismo de la claridad de mi fantasía—. Esta noche pensaba tocar la flauta, un instrumento el cual amo, sin embargo, me tomaré la libertad de entonarles una emotiva canción que escribí hace un tiempo, se titula: La encantadora sicofanta.*

La multitud exclamó en gritos emocionados y esperaron ansiosos. Entrelacé los dedos de mis manos, y arrancando el nerviosismo de mis cavilaciones, humedecí mis labios para comenzar a cantar:

Mis pensamientos estólidos llegaste a destrozar
hey, niña, ayúdame a olvidar,
aunque sé que eres una impostora calumniadora, mi corazón te quiero brindar.

Suspiré, y continué en un tono agudo.

¡Cariño, engáñame y hazme sentir tu amor aunque no sea real!
me he ahogado en tus gélidos besos y tus jadeos al intimar
engáñame, hazme pedazos, no me importa para nada,
y aunque sea mentira, dime que me amas.

He acabado siendo un maldito collón que ruega por tus caricias
Destrózame, por favor, y vuélveme a ilusionar
tu carácter y persona me parece flébil* en demasía...
mentirosa, ven y miénteme una vez más.

...

La multitud calló por unos segundos para volverse salvaje y gritar animadamente. Mis tonos graves y de repente agudos le dieron un toque clásico a la melodía, y aunque no tuviese la mejor letra en ella expresaba mis más profundos sentimientos.

Luego de dos canciones más salí del escenario y fui rodeado por reporteros ansiosos por exprimir hasta la mínima información.

—¡Señor Ka-Jian, ¿la canción está dedicada a alguien especial?!

¡¿Quién es la afortunada?!

¡Señor Ka-Jian!

¡¿Se encuentra la musa de tal pieza embelesadora aquí?!

Las preguntas siguieron y mi asistente se encargó de alejar a los molestos reporteros, sin embargo, antes que se retirasen todos, llegó ella, mi calumniadora.

La canción estuvo interesante, me recuerda a mí comentó con su tono distante de siempre pero adornado por una encantadora sonrisa. Desvié mi mirada por vergüenza.

De hecho, fue hecha para ti me sinceré sintiendo un leve calor en mis mejillas.

Entonces... ¿mis besos y jadeos son gélidospreguntó burlona y mi rubor aumentó más.

C-cu-cu-cuando estamos peleados sí
dije titubeante y reí nervioso.

Veoni, cielo, pero ni siquiera hemos tenido contacto íntimo.

Beli, mi amor, en mi mente incluso hemos gritado, pero lo dejaremos hasta después. Balbuceé y ella sonrió genuinamente.

Por supuesto, nada mejor que acompañar a mi esposo.

...

El sonido de un silbato me sacó de mi concentración e inhalé hondo. El aire tóxico había sido reemplazado y no había más gas pimienta. Me quité la chaqueta del rostro, y tranquilamente me la puse. Sonreí feliz.

—Te ves como si hubieses disfrutado tu estadía ahí dentro, energúmeno raro —enervó Loane con un semblante lamentable. Sus ojos parecían destilar sangre, literalmente. Los demás estaban igual.

Seguramente tenían los ojos abiertos.

—De todas las personas en el sitio, pensé que tú serías el primero en caer —comentó el enfermero al llegar a nuestro lado—. Bien hecho, chicos, como premio serán sometidos a tratamiento psicológico.

—Vaya premio —susurró Erás.

Rea se acercó a mí y me miró extrañada, quizás por mi semblante tranquilo y feliz.

"¿Cómo te mantuviste al margen de todo?" Preguntó en señas recibiendo la mirada de todos, quienes al entender se enfocaron en mí.

"La mejor manera de obligar a tu cuerpo a ignorar un estímulo es convencer a tu mente de que no lo sientes. Se trata de control mental, así fue más fácil" respondí repitiendo las palabras de la persona en el ligero recuerdo y todos agacharon su mirada inmediatamente.

—¿Dónde escuchaste eso? —cuestionó Linceln con su voz temblorosa.

—Supongo que... ya es tiempo de que su "yo" regrese, no hay solución —comentó el pelirrojo con pena.

No comprendí nada, así que me fui a otro lado, seguido de la pelinegra. Rea me abrazó por la espalda, y acercó sus labios a mi oído. Podía sentir su aliento. El nerviosismo creció en mí.

—Te he estado esperando —me susurró y fue como un puñetazo al corazón, pues esa frase ya la había escuchado.

Mi cabeza dolió y mi mente se fue llenando de imágenes.

Entre sollozos e hipeos, entendí el repudio de los demás hacia mí

...

Flébil: digno de ser llorado” o  “lamentable, triste, lacrimoso”

Collón: cobarde.

Sicofanta: impostora y/o calumniadora.

Estos términos los aprendí mientras leía un excelente libro y me gustaron, así que los añadí a mi léxico. Dejo los significados por si no los sabían :3.

Pensaba dejar esta historia hasta el capítulo 35, pero aún me falta mucho, que será dividido en una saga.

En los otros libros los personajes secundarios como Loane, Linceln, Rea y los demás serán los protagonistas. Ellos también tienen una historia espectacular para contar. :D

¡Chao!

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