Capítulo 31
Linceln entró al asqueroso y húmedo lugar en que me encontraba. Cuando el cuerpo está demasiado herido, es imposible poder levantarse y correr. No podía escapar de mis compañeros.
Quienes me habían traicionado.
Me habían dicho que iban a protegerme, que iban a cuidar de mí, pero no fue del todo así. Fui golpeado, violado, maltratado y lo único que pude hacer es convertirme en asesino. No quería hacerle daño a nadie porque sabía que todo villano tiene su historia por la cual se rompió y se volvió malvado, pero en momentos de desesperación lo único que logré fue hacer lo que no quería: daño.
Lo menos que yo deseaba era dañar a mis semejantes aun si ellos me hubieran dañado. Cuando me encontraba en situaciones extremas aparecía una reacción de mía que no lograba controlar, Era como si me convirtiese en otra persona.
Linceln me observaba con curiosidad y expresiones que no pude descifrar. Lo único que podia hacer era verlo a los ojos, pues no lograba moverme. Mi cuerpo estaba demasiado lastimado y herido.
—¿Qué tanto pudiste recordar? —Preguntó el enfermero con repugnancia. Mis dientes comenzaron a crujir por lo colérico que me encontraba.
El enfermero se sentó frente a mí y nada más podía verle, no podía moverme. Linceln comenzó a hablar.
—¿Recuerdas la inyección que le pusimos a tu hermano en el cuello? —Preguntó, y supo que no podía asentir—. La misma te pusimos a ti hace tres años. Apenas eras un crío que dependía de su "hermano" que en realidad es un bastardo que se aferró a ti porque su hermana murió al ser ultrajada por un grupo de criminales que eran policías. Aunque los arrestaron, la niña no se salvó, y la culpa la recibió él. Como apenas eras un adolescente conforme pasó el tiempo también te aferraste a él.
Podía entender a la perfección lo que Linceln decía. Había recordado todo eso.
Luego continuó:
—Luego de que pasó algo que los condenó a ambos, te volviste sumamente peligroso. Todos te temían, pero la verdad es que siempre fuiste un cobarde. —Sonrió egocéntrico, pero luego frunció el ceño—. Todo lo que te enseñó ese tipo que te rescató hizo que te convirtieras de categoría 09. En Wydoll todos los pacientes tienen un código en vez de sus nombres. Dependiendo del número que lleven después del cero, define su peligrosidad. El siete es el número límite, lo cual los convierte en lo peor de lo peor, pero sólo pocos pacientes tienen el nueve en su código. Aquellos que tienen ese número son considerados una amenaza total para la sociedad, y si no son utilizados como armas, son asesinados. Tú en ese entonces eras de categoría nueve, y no podíamos dejarte suelto por muy inocente que parecieras.
Loane entró al lugar y nos miró.
—Luego digo lo que iba a decir —informó y se fue. El enfermero negó con su cabeza y continuó.
—La inyección que recibió tu hermano fue la misma que te pusimos a ti hace tres años —sonrió—. Así olvidarías todo lo que te hizo sufrir y convertirte en un monstruo, y finalmente serías un joven normal. El líquido dentro de ella era una droga que afectaba tu cerebro en la parte encargada de guardar información y los recuerdos, logrando nuestro objetivo. Hiciste daño a muchas personas, y como comienzas a recordar, te dejaré hacerlo, para ver como te retuerces del dolor al ver dentro de tu mente cada vida que arrebataste, cada niño que lloró al perder a sus padres, quienes murieron por tus manos, cuantas aldeas incendiaste, cuantos animales asesinaste, cuantas personas engañaste, y como pasaste de ser una persona normal, a un monstruo.
No le iba a creer. Yo no era capaz de cometer tales atrocidades. Lo que él quería era asustarme, pero no permitiría que lo hiciera. Puede que me hayan drogado para hacerme olvidar, pero sus palabras eran demasiado exageradas.
Mi frente comenzó a sangrar cuando intenté levantarme y caí de frente en la dura madera, pero logré sentarme y levantar mis manos para expresar en señas lo que tenía que decir.
Sonreí altanero e hice las señas.
"¿Tienes miedo?"
Sabía que Linceln ocultaba miedo, por la forma en que movía sus dedos y se sentaba a una distancia considerable de mí. No sabía porqué, pero mi sonrisa se ensanchó cuando crucé miradas y no la aparté.
—Esa risa es digna de un bastardo. —Comentó el pelirrojo cuando entró. Linceln se puso en pie y lo siguió hasta la puerta, antes de retirarse, se dio la vuelta y me observó.
—Ten en cuenta que no eres el chico bueno de tu historia, Veoni. Eres el villano.
Frunció el ceño, y se fue, azotando la decrépita puerta detrás de él.
Y ahí me quedé, sentado, moribundo y herido en un lugar que apestaba a humedad y moho. Me sentía débil por toda la sangre que estaba perdiendo, pero no podía permitirme morir.
Pasó el día, y cada vez era peor. Pasaron dos días, donde mi mente se llenaba cada vez más de dolorosos recuerdos, donde alaridos de dolor no cesaban de retumbar en mi mente.
Tenía herido el cuerpo, pero destrozada el alma.
No recibía alimentos, ni agua, y lo único que podía ingerir era lo que R escondía para mí, pero aún así no era suficiente.
Pasó una semana y seguía confinado en ese lugar tan desagradable. Las cucarachas y los bichos pasaban como si nada sobre mi cuerpo, las ratas mordían mis pies descalzos, no tenía remedio intentar alejarlas, no me sentía bien.
Sentía como cada vez mis costillas se marcaban más, y de como mis ojos iban adquiriendo más bolsas oscuras bajo ellos.
Un día, escuché a Linceln, Loane y Fanýa prepararse para ir a cazar, y dejarían a R en la puerta para evitar que escapara, sabiendo claramente que yo estaba a punto de dar mi último respiro.
No podía gritar, o siquiera murmurar para pedir ayuda. No podía hablar, nunca pude. Siempre tuve problemas.
Mi hermano era fiel creyente en Dios, y me llevaba con él todas las semanas a la Iglesia que quedaba cerca de casa. Si en realidad sentía ese gran amor por mí como me lo hacía saber Kommungent, pedía que me sacara de ese feo lugar en que me encontraba.
Pasó una hora desde que los demás se habían ido a buscar alimentos y escuché arañazos en una ventana rota que había detrás de mí. Hice un esfuerzo para sentarme y observar lo que era, pero mi sorpresa fue encontrar al gato que un día me dio un susto en la institución, acercarse a mí.
¿Cómo había llegado ese gato donde yo estaba? No encontraba explicación.
El felino se miraba flaco, como si no hubiera comido en días, y cojeando, se acercó a mí.
Ambos estábamos débiles, pero me sentí acompañado.
El gato blanco con las patas negras se acercó a mí y se recostó en mis muslos. Se veía deshidratado.
Tomé la botella con poca agua que me dejó Fanýa y la destapé. Con mucha paciencia y esfuerzo, le di de beber al sediento animal.
Mi mochila estaba a muchos metros de donde yo estaba, por lo tal no podía arrastrarme y agarrarla. Sabía que ahí dentro habían provisiones, pero no lograba tocarla.
El gato ronroneaba y se durmió sobre mis muslos. No sabía cómo había llegado hasta ahí, pero me alegraba no estar tan sólo. Sonreí de satisfacción.
R entró al lugar y me observó sonriendo mientras acariciaba el lomo del felino. No dijo nada, y se retiró.
Una hora después regresó con algo que parecía un cinturón en sus manos. Me lo lanzó y cuando lo tomé, me di cuenta de que era un arnés muy pequeño. Suficiente para llevar al gato.
A diferencia de los arneses normales, éste tenía forma de un cargador para bebé, con un seguro para que no se cayera aún si estaba corriendo.
Parecía un buen transporte para el animal.
"Nos iremos de aquí" dijo en señas y entró al sitio para acercarme la mochila. Intentó tocar al gato pero éste despertó, y se comportó arisco.
El felino regresó a su posición luego de arañar a R.
R no parecía tan mala, pero aún era cómplice de Linceln. No sabía si podía confiar en ella.
Rebusqué en mi mochila mis cosas y ahí estaba todo intacto. El frío metal del colgante que llevaba en mi cuello me hacía estremecer. Encontré una pequeña lata con sardinas y en cuanto la abrí, el gato se levantó, comenzó a maullar y frotarse en mí.
Habían seis sardinas. Le di dos al gato, comí dos yo, y las restantes se las ofrecí a R, quien las devoró rápidamente.
"Las mochilas de los demás están afuera" —me dijo en señas.
Busqué en mi mochila lo único que podía hacerme levantar y lo encontré luego de revisar cuidadosamente.
La droga que me hacía no sentir dolor. Así podría huir.
R se mantenía sentada frente a mí con la cabeza inclinada y pareciendo avergonzada por algo. Tomé una jeringa nueva e introducí la mitad del líquido negro en mi hombro.
Dolía bastante, pero el dolor fue cesando a tal punto que no sentía nada. Desconocía los efectos secundarios de la sustancia, pero situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.
"Lamento todo esto" —Señaló con sus dedos. No me inmuté y ordené todo en la mochila. La cerré cuidadosamente una vez acabé. La coloqué en mi espalda y se sentía ligera.
Me coloqué el arnés como una segunda mochila en el pecho, lo aseguré bien y llevé al gato conmigo.
No podía quedarme ahí tirado sin hacer nada.
Me detuve al pensar en cómo iba a escapar.
Me regresé donde R y ella seguía en la misma posición. Su boca estaba entreabierta como queriendo decir algo, pero parecía dudar.
—Rom...p-pí mi... voto de... si-silencio —titubeó y me miró directamente a los ojos. Observó el colgante y apretó la mandíbula.
"El colgante es un gps localizador". —Dijo en señas. Ya entendía la razón por la cual siempre nos encontraban.
Loane, y Linceln habían dejado los suyos en la institución, pero R y yo siempre cargábamos los nuestros, por motivos que desconocía.
Aseguré bien al gato y R me miró curiosa.
"¿Quieres escapar conmigo?" —Pregunté en señas. Ella desvió la mirada y noté un ligero sonrojo en sus orejas. Volteó nuevamente, asintió, tomamos la droga de las mochilas de los demás junto con cosas importantes, luego las guardamos, y comenzamos a correr.
—¡Veoni! —Gritó Fanýa al vernos correr. Ya sea tarde para ellos. Estábamos muy lejos para que ellos nos alcanzaran.
Corrimos y notaba que R jadeaba constantemente. Había olvidado que ella no llevaba los efectos de la droga y estaba herida. Tropezó, y raspó su rodilla, dejando otra herida profunda.
Corrí hasta llevarla a la orilla de un riachuelo que estaba al bajar de una colina. Habíamos perdido de vista a los demás. El gato que llevaba en mi pecho hasta se había dormido. Era bastante cómodo para él el arnés-cargador que R me había dado.
Hice que R se sentara en una roca que estaba casi al lado de agua, y rompí la camiseta que estaba en la mochila para limpiar la herida de mi compañera. Intenté levantar su pantalón a la altura de la rodilla, pero no funcionaba.
Maldecí por dentro y crucé miradas con R, quien no dejaba de verme.
"Creo que tendrás que quitar tu pantalón para poder ayudarte" —Dije en señas y ella asintió. Se lo quitó sin tapujos quedando sus piernas lisas al aire libre.
No resistí de pasar mi dedo por la piel que brillaba con el sol y lo aparté inmediatamente al ver que me estaba pasando. Humedecí el trapo en el agua y lo pasé por le raspón.
Terminé y con otra tira de camiseta envolví su rodilla. Ella volvió a ponerse el pantalón, quien se deslizó fácilmente por sus muslos.
Suspiré, y luego de pasar un día huyendo, encontramos una cueva donde podíamos descansar para seguir con el trayecto.
R se dejó caer en el suelo, estaba agotada. Me senté al par de ella cuando logré improvisar una fogata para ahuyentar a los animales del bosque. Ella se recostó a mí y la dejé, pues se encontraba cansada.
Expresó un "gracias" con sus dedos y dejé que tocara mi cabello.
Saqué una botella con algo que parecía ser agua y se la di a R. Pasados unos minutos ella sonreía tontamente.
Olí la botella y me di cuenta que había cometido un error.
Mi compañera se abalanzó a mí y unió su boca con la mía, dejándonos saborear la cavidad del otro, pero yo no podía reaccionar.
No era correcto. Ella apestaba a alcohol. La había emborrachado.
Limpié mi boca y la dejé sola en la cueva. Necesitaba aire fresco.
Toqué mis labios con mis dedos y mis apresuradas pulsaciones no me daban buena espina.
No podía permitirme eso, sin embargo, a la mañana siguiente, luego de apretar un botón del colgante en la noche, llegaron una gran cantidad de enfermeros armados a por nosotros.
Erás venía con ellos.
En vez de huir, corrí hacia él y lo abracé efusivamente. Era el único que no me había traicionado. El gato que descansada sobre una roca comenzó a maullar y Erás rió.
—Ese gato es todo un aventurero. Vino hasta acá sólo para buscarte. —Dijo y volvió a reír.
Sentía en Erás a mi hermano, a Kommungent. Pero le debía demasiado a Hioba, quien a pesar de no compartir lazos sanguíneos conmigo, me amaba como a su hermanito, y yo a él.
Era afortunado de tenerlo.
Abracé más fuerte a Erás hasta que él dijo que lo asfixiaba. Lo solté y sentí mis ojos aguarse.
—Tranquilo, mi muchacho, ya estás a salvo. Al saber que no estabas me uní al grupo que te buscaba —informó y volvió a sonreír de manera paternal—. Regresemos —dijo y luego de que yo tomara mi mochila y mi gato, R y yo seguimos a nuestro compañero.
Después de todo, la institución no era tan mala, y más si ella me acompañaba.
Al final, acabé más herido huyendo de la institución, que dentro de ella.
Sin embargo, eso no se quedaría así.
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Dejen su suculento voto 💕
Y tranquilos, chavos, mañana les traigo el siguiente. <3
Ya pronto pronto llega la parte que ansían leer.
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