Capítulo 24
El rostro magullado del sujeto líder del lado restante en el área roja me era poco conocido.
¿Realmente era Sámuel, el niño que hizo que casi perdiera el ojo?
No me lo podía creer, era demasiada coincidencia, el destino me estaba haciendo una tremenda jugada.
¿Qué hubiese pasado si me hubiera quedado con mi hermano? Seguramente estaría feliz, saludable, y encerrado como un ermitaño.
Pero no hubiese conocido a mis compañeros. A pesar de ser uno locos maniáticos, me protegían como un miembro más de su manada.
Los dos secuaces de Sámuel me tomaron por los brazos y me arrastraron dentro de la cueva.
Eso me traía muchos recuerdos desagradables.
Las ropas blancas manchadas con sangre del fortachón fueron despojadas lentamente de su cuerpo, mostrando su trabajado y maltratado cuerpo.
—Cuando me echaron de la escuela mi padre me golpeó y abusó de mí, marcando mi vida por completo. Hirió a mi madre y me quitó lo que más amaba, y todo por la culpa del gordo tonto que no sabía defenderse.
Los sujetos me ataron sobre un petate con todo mi cuerpo vulnerable. Mis brazos y mis piernas estaban abiertas y mi corazón no dejaba de latir nervioso. Mi cuerpo temblaba y sentía la cremallera que cerraba toda mi ropa muy ajustada.
Tenía miedo, como el día en que mamá murió.
—Antes solía llamarme Sámuel, pero hoy, me bautizo como el hombre que te quitará lo que me quitaron a mí.
Dicho ésto, se despojó de sus últimas prendas y se acercó a mí. Comenzó a quitar las mías.
No, no, ¡¿qué estaba haciendo?!
¡No, yo no podía ser abusado por él, no!
"¡Alguien ayúdeme, por favor!" Pensaba mientras lágrimas salían de mi rostro.
—Jefe, ¿está seguro de esto? —preguntó otro.
—Lo haré sufrir como lo hizo mi padre. Le pasaré los traumas que me causó a mí, quiero verlo retorcerse de dolor.
Me despojó de todas mis vestimentas, quedando al descubierto mi desnudez. El sujeto me miró con lascivia y agarró mi cuerpo bruscamente.
Pataleé, me esforcé por librarme de ellos, pero la masculinidad de Sámuel estaba demasiado cerca de destrozarme. Lloré, me quejé pero nada funcionó.
Entró en mí, haciéndome sangrar, gritar, sollozar.
No podía creer lo que pasaba. Lloré desgarrando mi garganta por los gritos de dolor que Sámuel me provocaba y él siguió, destrozando mi interior, haciéndome sufrir, robando la pureza e inocencia que por tanto tiempo guardé.
Quise morir que seguir viviendo después de eso, pues dolía tanto que no podía ni pensar. Otros dirían que se sentía placentero, pero no lo es.
La impotencia por no hacer nada mientras eres abusado es una sensación desagradable. Quería salir de ahí, no quería seguir llorando, sufriendo. Tenía la esperanza de que solo fuera un sueño muy malo y pronto despertaría junto a mi hermano, teniendo su amor paternal conmigo.
—¡Sámuel, es demasiado, lo estás haciendo sangrar! —gritó uno de sus secuaces, pero el castaño solamente siguió moviendo su cuerpo, y destrozando el mío.
Morir era más fácil que vivir así.
—¡Jefe, ya es suficiente! —Exclamó el otro.
Sámuel no se detuvo hasta que expulsó su semilla.
No podía moverme. Me dolía el cuerpo, el corazón, mi rostro de tanto llorar, mi cuello estaba lleno de hematomas por las manos del castaño que me ahorcaba mientras se aprovechaba de mí.
Odiaba ser yo, lo odiaba.
Cerré mis ojos, y seguí llorando. Estaba atado, lastimado por los enfermeros de la institución, abusado por el niño que me acosaba en la infancia, y cansado.
Cansado de vivir así.
—Tienes potencial, solamente debes sacarlo.
Escuché una voz en mi cabeza.
—Sabemos que no puedes hablar, pero puedes actuar. Aún sin un brazo, pierna o extremidad, sigues siendo peligroso.
La escuchaba, era la voz de un hombre. En mi mente apareció un médico con un libreto en sus manos.
¿Estaba soñando?
—Te daremos un medicamento que afectará tu sistema neuronal y olvidarás todo lo que pasó aquí. Si no recuerdas nada no serás peligroso.
¿Quienes eran ellos?
—El doctor Matías tiene razón, Veoni. Eres muy peligroso para andar suelto. Hablamos con tu hermano y está de acuerdo.
Los doctores desaparecieron, y apareció una jovencita vestida de negro frente a mí que me susurró algo:
—Mátalos.
Abrí mis ojos. No sentía mi cuerpo, ¿qué estaba haciendo?
Sámuel y los otros dos sujetos estaban fuera de la cueva y dejaron mi mochila tirada cerca de mí.
En el bolsillo de afuera había una daga.
Me habían atado con los pies y las manos juntos. Me acerqué arrastrado a la mochila y con mi boca tomé la daga. La coloqué en mis manos. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué me movía así?
Corté la soga con poca dificultad a pesar de haber lastimado mi piel fon el filo de la herramienta. Hice lo mismo con la soga de mis pies. Vestí mi ropa interior, y así, casi desnudo, caminé lentamente a la entrada de la cueva y no me importó que mis pies descalzos se lastimaran con las pequeñas rocas en el suelo.
No parpadeé, no tenía control sobre mí mismo.
Uno de los sujetos me miró.
—¿Cómo te soltas...? —comenzó a decir pero me abalancé a él, golpeando su rostro con mi rodilla y clavando la daga en su frente.
Cayó muerto, y eso alertó al otro.
Se acercó a mí con una roca, e intentó pegarme. Me aparté a un lado, tomé su cabello e impulsé su rostro hasta golpearlo con una piedra puntiaguda que estaba cerca, una y otra vez hasta deformar su rostro y acabar con su vida.
¿Por qué hacía eso?
Sámuel volteó donde estaba yo y se sorprendió al ver a sus dos secuaces tirados en el suelo, muertos, y yo con mi cuerpo ensangrentado, mi cavidad anal sangrando por el abuso y mis ojos abiertos exageradamente, sin parpadear.
—¿Qué has hecho? —preguntó alarmado.
Incliné mi rostro a la derecha para hacer notar mi desconcierto y Sámuel tembló.
—No sabía que podías hacer eso, pensé que seguías siendo un inútil que no sabía defenderse. Al parecer abusar de tí despertó tu instinto. No eres tan diferente a mí.
No, yo sí era diferente, yo no podía hacer nada, no podía controlar mi cuerpo, mis impulsos, solamente veía la escena sangrienta donde yo era el autor.
El poema de sangre que escribí en las paredes de mi alma cobraba sentido, el olor metálico del carmesí líquido vital, el dolor, el sufrimiento, la muerte.
Todo formaba parte de mí, y un lado de mi mente me exigía hacer justicia con el que me abusó.
Sámuel sacó un cuchillo de su bolsillo y corrió hacia mí. No me moví, no parpadeé, solamente mantuve inclinado mi rostro confundido y miraba todo sin sentido.
No noté cuando abrazó mi cuerpo y clavó el cuchillo en mi espalda, unos centímetros abajo de mi hombro izquierdo.
No sentí nada.
Levanté mi brazo derecho y clavé la daga en el costado del sujeto, quien jadeó de dolor.
Se apartó de mí y cayó al suelo. Apretaba su herida mientras yo dirigí mi mano a mi espalda, y saqué el cuchillo con naturalidad. Lo miré tragar grueso.
—¿Quién eres? —Preguntó.
En ese preciso instante, recobré la conciencia de lo que estaba haciendo.
Miré mi cuerpo ensangrentado, desnudo. Había manchado mis manos con sangre.
¡¿Qué había hecho?!
Caí al suelo de rodillas, lastimándome.
Sentí arder mis ojos y las lágrimas comenzaron a caer.
Abrí mi boca para intentar hablar, pero no salía nada más que gruñidos desagradables.
Escribí en la arena cuatro letras y Sámuel las miró.
"VETE"
Salió corriendo lejos de la cueva y desapareció de mi vista.
¿Qué había hecho, qué había hecho?
Lloré desgarradoramente y mis ojos incluso dolían. Apreté mi pecho y logré susurrar una palabra.
—R... ayu-ayuda
Minutos después, escuché pasos cerca de mí.
—¡Encontré a Veoni! —gritó Loane.
Fanýa se acercó a mí y me ayudó a levantarme. Todos notaron como la sangre salía de mi parte trasera y se preocuparon. A la vista de todos, Linceln me acostó en el suelo boca abajo sobre el petate, bajó mi ropa interior y revisó mis entrañas.
—¿Qué sucede con él? —preguntó Loane.
—Lo acaban de violar. Necesito cerrar las heridas para detener la hemorragia y evitar alguna infección.
El enfermero le dio indicaciones a Fanýa y ella junto con Linceln, precedieron a curar mi intimidad destrozada.
Me sentía expuesto frente a ellos, pero me sentía sucio.
R se agachó frente a mí, y agaché mi rostro de la vergüenza. Se sentó en el suelo y apoyó mi cabeza en sus piernas mientras los demás me curaban. El enfermero introdujo un hisopo con alcohol en mi cavidad y lloré aún más. R acariciaba mi cabello mientras los demás hacían lo suyo.
—Tendremos que escondernos por unos dos días. El que abusó de Veoni realmente lo destrozó pues no estaba lubricado, su entrada ha cesado de sangrar pero las heridas siguen abiertas. Necesitamos algo para calmar el dolor —comentó Linceln.
—Me parece que yo tengo algo —anunció Fanýa y le dio algo a Linceln—. Es un remedio natural de mi pueblo, no huele exactamente bien pero cura las heridas más grandes en poco tiempo. Tiene efectos adormecedores por lo tal calmará su dolor.
Aplicaron la rara sustancia y no mencionaron que dolía. Me dieron ropa interior nueva y me ayudaron a vestirme.
Me senté con cuidado y el pelirrojo me lanzó una roca, y la atrapé antes de que me golpeara.
¿Cómo hice eso?
—¿Quién te enseñó eso? —Preguntó el pelirrojo.
R comenzó a reír mientras aún tocaba mi cabello. Todos la miramos asustados.
Señaló los cadáveres y todos se pusieron nerviosos.
—¿Tú los mataste? —preguntó Fanýa.
R me acercó a su cuerpo y apoyó mi cabeza en sus pechos, abrazándome.
Abrió su boca para hablar y sonrió.
—Mi Príncipe ha despertado.
..
Sin palabras, gente. No olviden dejar su votito y su estrellita.
¿Qué opinan de este capítulo?
Me siento mal por haberle hecho eso a mi bebé Veoni pero es necesario para que vayan descubriendo cosillas.
¿Ahora tienen idea del porqué Veoni es peligroso? Y eso que no he enseñado ni la cuarta parte de él.
En fin, los leo pronto. 💕
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