Capítulo 22
—¡Suéltame, bastardo, no me toques con tus asquerosas manos! ¡Aléjate, déjame en paz!
Loane gritaba a más no poder. A todos nos encadenaron con los brazos extendidos en medio de la sala. Al pelirrojo y a mí nos quitaron las chaquetas y las lanzaron a una esquina para, cuando terminaran de hacer lo suyo pudiésemos recojerlas.
—¡Cállate, no estuvieras aquí si no desobedecieras las reglas! —gritó uno de los sujetos que estaban con el anciano.
R solo estaba vestida con un top que cubría sus senos y un pequeño short que llegaba la mitad de sus muslos, Loane estaba igual y yo también. El bulto de ropa quedó en la misma esquina que las chaquetas.
—Tú te quejas de que ese grita mucho y estos que ni un medio grito dan —se quejó el que nos tenía a R y a mí.
Linceln estaba encadenado frente a nosotros y no solo su espalda sangraba, también lo hacía su cicatrizado pecho y sus fornidas piernas.
Recibí mis primeros azotes con dureza, sentí como mi piel se levantaba por el impacto y lágrimas salían de mis ojos.
El anciano estaba con R, y eso me preocupaba, porque Loane había dicho que por causa de ese vejete mi compañera tenía una de las dos cicatrices que cruzaban su torso.
—Estoy harto de golpearte y que no grites, ¡hazlo, pide por tu vida y deja de ser mudo por una vez en tu vida! —me gritaba el tipo.
Mi espalda no aguantaba y una gran cantidad de sangre corrí por mi cuerpo. ¿Cómo pueden ser tan despiadados?, pensé pero no comprendí nada en lo absoluto.
Los hombres parecían excitados con nuestro dolor por la forma en que se lamían los labios y decían cosas desagradables. El anciano golpeó tanto a mi compañera que ella solo era sujeta por la fuerza de las cadenas, ya que perdió sus fuerzas.
—Me tienes al límite, R0792, es tu décimo tercer asesinato, ¿qué demonios piensas?
No supe de qué le hablaba a R, porque el sujeto procedió a lastimar mis piernas y mi pecho. Me quejé, pero de ahí no podía hacer nada más.
—Yo no quería regresar aquí —murmuró el pelirrojo.
Nadie quería estar ahí.
—Ve–Veoni... —llamó.
—¡Este es el principio de su castigo, criminales! —anunció la bolsa de huesos.
Ese anciano era un verdadero fastidio.
—Los hemos azotado por toda la tarde, debemos dejarlos vivos para los siete días restantes.
Los sujetos salieron y aflojaron las cadenas para que nos pudiéramos mover por el suelo. Los tres acabamos tirados y con nuestros cuerpos ensangrentados.
—Yo solo quería sacarlos —mencionó el enfermero, teníamos daños similares en nuestros cuerpos, pero él tenía más daño en sus llagadas muñecas.
R estaba sin moverse en el suelo. Loane lo notó. Me arrastré hacia ella aumentando el daño en mis heridas e intenté darle vuelta a su cuerpo.
Estaba inconsciente.
No respiraba.
¿Qué debía hacer?
—Apreta s–su corazón haciendo la técnica de reanimación quince veces —titubeó el enfermero.
No funcionó.
—Ella me enseñó unas técnicas para despertarla cuando estuvimos aquí hace un tiempo. Los primeros auxilios los recibí gracias a ella. Trae algún trozo de ropa para envolver su herida y poder detener su hemorragia. —Comentó el pelirrojo y me miró con agresividad—. ¿Qué estás esperando? ¡Apúrate, inútil!
Corrí al bulto donde estaban nuestras ropas y saqué mi chaqueta. Estaba seguro de que Erás había metido algo en el bolsillo, tenía la sensación de que eso podía ayudarnos.
Desesperado saqué la chaqueta de entre el tumulto y comencé a revisar el bolsillo.
Lo primero que salió fue el colgante, ¿qué hacía eso ahí? Y por último salió un pequeño botecito lleno de una crema un poco extraña de color verdoso.
Tenía poco contenido por usarla anteriormente, pero todo era por R.
El bolsillo era pequeño, por lo tal no cabían muchas cosas. El recipiente era alto como mi dedo pulgar, y ancho como una banana grande. ¿Qué se supone que era eso en realidad? Era efectivo y oloroso, pero desconocía sus componentes.
Tomé mi camiseta y dejé el colgante en la chaqueta, rompí una tira de la tela y lo llevé donde Loane. Éste había logrado que R despertase. Fue un alivio verla sentada respirando.
—Nos estamos desangrando todos —dijo Linceln. Viré mis ojos, era muy obvio.
Me dolía hasta respirar. Estaba harto.
Le entregué los trozos de tela a mi compañero y al enfermero, quien ayudaba a detener la hemorragia.
Preguntó que qué traía en la otra mano, y le mostré el pequeño recipiente con la extraña sustancia. Nuevamente la apliqué en el cuerpo de mi compañera.
Cuatro días encerrados, cuatro días sin tomar un baño o ir adecuadamente al baño, sin comer suficiente, dormir o vivir normal.
Me recosté en la pared cuando acabé de curar a R, Linceln estaba demasiado normal para haber sido azotado el doble que nosotros.
Miré hacia una dirección en específico, ¿realmente habrán cosas para supervivencia como dijo el sujeto con voz distorsionada y una máscara blanca?
Difícilmente me puse en pie. Caminé a la esquina de la habitación como me sugirió y saqué la llave que me entregó. Estaba dentro del calcetín de mi sucio zapato de abuelita, ahí no lo encontraría el anciano.
Quité el cuadro quejándome un poco por el dolor causado y asombrosamente sí había lo que el sujeto dijo. Luego de tocar el tercer ladrillo, abrir lo que parecía ser una caja fuerte, y esconder la llave en mi calcetín, encontré cinco mochilas negras, todas estaban llenas, ropas, y armas.
¿El enmascarado pensana que armaríamos una masacre o algo similar?
—¡Esconde todo eso, se acercan! —exclamó Linceln en un susurro. Dejé todo tal y como estaba para luego regresar al mismo sitio.
Me daba nervios que me descubrieran.
El anciano y sus fieles subordinados entraron a la habitación con una chica encadenada en todo su cuerpo, un bozal en su rostro y con una camisa de fuerza. Cerraron las puertas, la desataron, y tomaron sus látigos.
—Hola, pedazos de basura, les presento a su nueva compañera, les daremos el honor de verla sufrir, ya que ustedes tienen el cuerpo destrozado. —Mencionó uno de ellos.
—Un placer conocerles, tesoros —saludó la chica cuando le quitaron el bozal.
—¡Cállate, no te he dado permiso para hablar! —gritó otro y la golpeó con rudeza.
Temí por la vida de esa chica, pero ella no se inmutaba.
—Ah, golpéame más fuerte, querido —dijo en tono de placer.
¿Estaba loca?
—El je–jefe no nos dijo que era una loca masoquista —susurró tembloroso el que la golpeó.
—¡Azótame más fuerte, lindura! —volvió a decir la chica. Los sujetos parecían extasiados y nerviosos, pero al ver como ella no reaccionaba de la forma en que querían comenzaron a tener miedo. Después de azotarla más que a nosotros, ella pedía más.
—¡Me encanta, hazlo con más rudeza, hazme gritar! ¡Destroza mi piel con tus castigos! —decía ella mientras manoseaba su cabello castaño oscuro y no se quejaba por tener la piel aún peor que la nuestra.
—¡Vámonos de aquí, esta loca no suplica por su vida, esto le gusta! —habló uno nerviosamente, y luego de cerrar bien todo, no regresaron.
Ella gritó mientras ajustaban los cerrojos:
—¡No se vayan, hermosos, azótenme más, quiero más!
Luego de eso, dejó caer su cuerpo al suelo mientras temblaba.
—Si yo estoy loco esta tipa me quita el puesto un millón de veces —comentó Loane y Linceln se acercó a la muchacha.
—¿Estás bien? —preguntó el enfermero.
—Perfectamente, querido, dejame presentarme.
¿No se dice “déjame”?
Ella se acercó a mí y me sonrió. Extendió su mano lastimada y se presentó.
—Un gusto, niño bonito, soy Fanýa, ¿me decís tu nombre?
¿Qué significa eso de “decís”? Ella era muy extraña.
—¡Ah, perdona si mi acento es diferente, provengo de un país de Centroamérica llamado Honduras, ¿lo han visitado? Aunque no es muy conocido solamente por su explotación de mínimos y sus campos cafetaleros, sus culturas variadas y tribus de todo tipo. ¡Es un lugar chulísimo! Eso sí que si te descuidás te roban hasta los calzones.
No comprendí nada de lo que ella dijo. Su forma de hablar era muy complicada. ¿Honduras? No me sonaba ese país. Además que decía todo de corrido y sonaba como un trabalenguas.
—¿Podrías hablarnos en español?, no entendemos en lo más mínimo —irrumpió Loane.
—¿Que quieres un mínimo? ¡Ah, cierto, que en el resto del mundo los conocen como plátanos o bananas!
—No tengo idea de lo que habla —dijo el enfermero cerca de ella.
Yo tampoco comprendía, su forma de hablar era diferente.
Su piel no era blanca ni morena, era casi mulata. O como una blanca quemada, su piel era como el color del pan integral; ni muy oscura, ni muy clara.
Sus ojos eran de un café tan intenso que se podían confundir con negro.
Claro, el 85% de la población tiene ojos cafés.
Era delgada, pero su cuerpo mostraba haber tenido obesidad a pesar de estar bien trabajado, su cabello era un maraña salvaje, no sabías cuán largo era totalmente por lo desordenado que estaba, era extremadamente ondulado y le llegaba a la cadera, o eso parecía.
Era bastante alta, su voz era diferente y ella desprendía un olor... extraño.
—¿Eres masoquista? —preguntó el enfermero a Fanýa.
—Por supuesto que no, sufro bastante con el dolor, pero si llego a convencer a mi cerebro que me da placer, el dolor es más soportable. Además, me haría ver como una loca desquiciada y eso asusta a los verdugos, pues ellos buscan gritos de dolor —respondió rápidamente.
—Hace unos minutos hablabas con una jerga lingüística diferente, ¿puedes cambiar tu acento a tu antojo? —interrogó nuevamente el enfermero.
—Así es, puedo copiar cualquier acento o comportamiento, pero el original viene de mi pueblito, con mi mami, mi papi y mis hermanos —dijo ella.
Si ella era la "persona" que mencionó el enmascarado, era muy extraña.
Fanýa dejó de comportarse alegremente y cambió su semblante a serio. Todos la miramos atentos.
—¿Se encuentran capaces de moverse? —preguntó. Todos asentimos, menos R.
—Creo que ella está muy lastimada —mencionó Linceln.
—Niño bonito, ábreme la puerta que te dejó encargada el que traía una máscara —me dijo. Fui a la esquina con ella pisándome los talones, e hice todo. Una vez que todo estaba visible, ella tomó un bulto extra que había al par de las mochilas y de ella sacó una jeringa y un pequeño frasco. Lo agitó, metió el líquido en la jeringa y tapó la aguja.
—Liberen a la chica —ordenó ella. Todos la miramos confusos.
—Está encadenada —añadió el pelirrojo.
—Ten esto —dijo y le lanzó unas llaves. ¿De dónde las había sacado?
—¿Dónde traías eso? El anciano pudo descubrirte —preguntó Loane.
—Tener atributos merece ventajas, tesoro. No hay lugar más seguro para esconder un objeto pequeño que unos senos grandes, y mi misterioso amigo enmascarado me las dió —respondió con naturalidad.
Efectivamente, sus atributos eran enormes.
R los tenía normales. Supongo que son cosas de chicas. Tampoco era plana.
Wow, ¿qué estaba pensando?
Loane no mencionó nada, tomó las llaves, soltó a R, quien cayó con fuerza en el suelo. Su cuerpo estaba tan débil que no soportó más tiempo en ese estado. Cayó bruscamente haciendo un ruido muy fuerte. Me vi en la obligación de ir a ayudarla, pero Fanýa me detuvo.
—Chicos; necesito que la sujeten fuerte —pidió.
Linceln y Loane sujetaron a R dejándola inmóvil; la castaña se acercó a mi compañera con la jeringa y el enfermero se advirtió.
—¿Qué es eso? —preguntó el mencionado.
—Es una droga. Necesito inyectársela o morirá en ese estado —contestó serena.
No imaginaba a R drogada.
—¿Esa cosa es segura? —optó por preguntar el pelirrojo.
—Ninguna droga es segura, pero esta despertará su sistema neuronal y adormecerá la parte del cerebro encargada de identificar el dolor. Le dará energía inmediata por ocho horas. Aunque el efecto es el doble de doloroso cuando ha acabado, tenemoa el antídoto.
Fanýa se acercó a R y palpó su cuello para luego clavar la inyección en ese punto. Sin piedad o delicadeza. Mi compañera gritó de dolor y comenzó a moverse frenéticamente. Tuvo esa reacción durante casi dos minutos.
Los chicos la soltaron, ella se puso en pie, nos observó a todos y su mirada se quedó en mí. Tomó una bocanada de aire y se colocó a mi lado.
—¿Estás lista? —preguntó Fanýa. R asintió—. Perfecto, tenemos tres horas para salir de este manicomio. Deben quitarse sus ropas y colocarse las que les dejaron cerca de sus mochilas.
Todos asentimos, a pesar de que Fanýa parecía una loca masoquista, resultó ser muy seria en su trabajo.
Ella se dirigió a la caja que estaba en la pared y nos lanzó un bulto de ropa a cada uno. Estaba perfectamente doblada dentro de una bolsa transparente con cremallera.
—Me temo que no habrá privacidad —comentó Linceln.
—¡Ah, no te preocupés por mí, puedo andar incluso con el traje de Adán y Eva todo el día —comentó la castaña.
Tendría que acostumbrarme a su forma de hablar.
Me escondí detrás de una columna para que nadie viese mi cuerpo, me avergonzaba demasiado y procedí a desvestirme. La ropa era de cuero y se ajustaba demasiado a mi cuerpo.
Ni una pulga entraría en ese traje de lo ajustado que era. Esperaba que ninguno de los chicos tuvieran reacciones masculinas incómodas.
Sí saben a qué me refiero, ¿no?
Bajé mis pantalones para colocarme el otro cuando Fanýa apareció por un lado de la columna y R en otro.
—¡Mira nada más que piernotas de pollo indio! —comentó. Mi rostro ardió de la vergüenza y cambié mi pantalón frente a la vista de ambas.
¿Alguna de ellas conocía lo que era la privacidad?
Por alguna razón R llevaba sus brazos cruzados en su pecho.
—¿Ahora qué? —cuestionó Loane cuando se acercó cambiado.
—Falta ella —respondió la castaña y señaló a R. La mencionada se acercó demasiado a mí y retrocedí unos pasos. No supe porqué cuando ella se dio la vuelta y noté lo que quería:
Quería que le ayudase con la cremallera.
Ah, solo era eso.
La subí y se retiró.
Todos se retiraron a la esquina.
Una vez tomamos todo lo que había dentro de la caja, nos reunimos.
—¿Ahora qué haremos? —indagó el enfermero.
—Los sacaré de aquí —escuché decir de una voz muy conocida. Volteé y mi respiración se cortó.
¡¿P–papá?!
________
¡Buen día, pedacitos de cielo! Lamento la tardanza.
Acá tienen su capítulo.
Dejen su humilde opinión.
¡Comenten, por el amor de Jesucristo!
Y si no me han seguido *pone ojos de cachorrito* hazlo, porfis.
¡En fin, estrellitas, los leo pronto!
P.D: Fanýa es media tonta.
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