Capítulo 13
12 DE MAYO, 2005
El olor a banana inundaba toda la casa. Me levanté de mi cama inmediatamente para ir a ver lo que mamá cocinaba. Salí sin cepillarme los dientes ni lavarme las manos y la cara, necesitaba husmear en la cocina.
Bajé silenciosamente las escaleras de la casa y mi presencia se descubrió porque dejé caer un vaso de metal que estaba colocado en una silla. ¿A quién se le ocurre dejar un vaso ahí?
—Bebé, ya sé que estás despierto y estás escondido, así que sal de ahí y ven a saludar a mamá —habló mi madre.
Corrí hacia ella y me lancé a sus brazos y mi camisa de pijama quedó manchada con harina. Besé su mejilla y envolví mis brazos alrededor de ella. Mamá me llenó de besos el rostro.
—Bebé, ¿verdad que no te cepillaste los dientes?
Negué con la cabeza y me dispuse a ver la extraña torta del tamaño de la palma de mi mano que olía esplendorosamente y estiré mi brazo para tocarla. Mamá me apartó inmediatamente.
—Amor, ¿a caso quieres quemarte? La comida dentro del sartén no se toca.
Reí porque no supe a qué se refería, lo único que quería era probar esas extrañas pero apetitosas creaciones de mi madre.
—Mamá, yo quiero de lo que estás cocinando —comentó Hioba un poco dormitado. Reí al verlo restregarse los ojos y bostezar sin cubrir su boca.
Él tampoco se había lavado los dientes.
Nuestra madre rió con nosotros y nos envolvió en un cálido abrazo que rápidamente fué irrumpido por el sonido de unos zapatos arrastrándose por el suelo. Por la entrada de la cocina apareció mi padre, sus ojos rasgados se miraban graciosos al estar medio dormido. Siempre me pregunté porqué papá tiene rasgos faciales asiáticos y mi hermano y yo no.
—Mujer, ¿que chirindanga* cocinaste hoy?
—Primero que nada, buenos días, mi amor —expresó mi madre y se acercó a mi somnoliento padre.
—Buenos días —contestó y arrugó la cara cuando mi madre le llenó de besos el rostro—. Peonia, ¡para! Tengo hambre.
—Eres igual a tus hijos —comentó riendo y se acercó a la boca de mi padre y antes de besarla frunció el ceño— ugh, tampoco te has lavado los dientes. ¡Todos vayan a lavarse!
Mi padre, mi hermano y yo salimos corriendo al huir de mi madre con una espátula en la mano y un extraño recipiente con forma de corazón.
—A veces tu mamá da miedo —comentó papá con la boca llena de pasta dental. Hioba hacía figuritas en el espejo con el vapor que emanaba el agua.
Regresamos a la cocina ya con los dientes lavados y mamá ya tenía colocada la mesa. Papá sacudió su mameluco con forma de dinosaurio antes de acomodar la colita del vestuario y decir que era un tiranohambriento-rex y que podía comerse una ballena.
Sonreí al verlo divertirse con su mameluco a juego con el mío y el de Hioba, aunque él parecía Barney, ese dinosaurio morado que jugaba con los niños pero en rojo, y más flaco también.
—Mamá, ¿qué vamos a desayunar? —preguntó mi hermano y yo asentí en su apoyo.
Mamá colocó muchos platos llenos de comida frente a nosotros y miré lo creativa que era su comida.
—Comeremos un dinosayuno con tartas de plátano de postre y una triceraensalada de frutas, además de una megabebida nutritiva.
—¿Triceraensalada? —preguntó Hioba y yo estaba igual de confundido.
—Triceraptor y ensalada, combinación, bebé.
Mi padre no resistió reír y su pijama fué manchada por jugo de moras, todos reímos juntos pero luego incliné mi cabeza y no miré a nadie.
¿Se habían olvidado de mi cumpleaños?
...
Caminé lentamente por los pasillos de la escuela mientras Hioba traía mi merienda y alguien me tapó los ojos desde atrás, sentí miedo al no saber quien era.
—Hey, no llores, ¡soy yo!
Conocí esa voz. Era mi amiga.
Le sonreí y me dediqué a ver los pasillos por si mi hermano aparecía. Mi espera fué sorprendida porque recibí un beso en mi mejilla y un abrazo.
—¡Feliz cumpleaños, Veoni! —exclamó y me besó como mamá lo hacía; por todo el rostro.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y abracé a mi amiga. Ella no lo había olvidado, ella se acordó de mi cumpleaños.
—¡Mira! Te he traído un regalo —dijo y me mostró una pequeña pulserita hecha con un cordón negro y una piedra gris en el centro. ¿Cómo logró meter esa piedrita ahí?—. ¡También tengo una! —exclamó y me mostró una idéntica. Estiré mi bracito para que me la pusiera y batallamos con el nudo por varios segundos—. Yo... no sé hacer nudos.
Le hice saber que no se preocupara pero rió y me dijo que cuando fuese adulto me quedaría la pulserita.
—Ya tienes ocho años, ¿qué se siente ser más adulto que yo?
Ella tenía siete. No era mucha la diferencia.
Iba a responder cuando miré a mi hermano caminar a mi dirección con dos malteadas de banana y un gran paquete de galletas. Mamá me había aliñado frutas, que raro.
—¡Mira! He traído tu malteada favorita junto con las galletas de fresa con pasas que tanto te gustan —comentó Hioba, feliz—. ¡Oh! ¡Hola pequeña! —saludó a mi amiga—, no he traído malteadas suficiente, lo lamento.
Cogí mi malteada y le ofrecí a mi amiga. Ella la aceptó gustosa y ambos compartimos mi merienda. Ella traía una gran cantidad de nachos, así que comimos hasta reventar.
Regresé a casa luego de un agotador día en la escuela. Hioba me acompañaba en todo momento.
—Veoni, papá me dió permiso de llevarte a comer un helado, ¿quieres ir? —preguntó.
Negué con la cabeza y me dirigí a casa con pasos apresurados. Papá me debía una explicación. Mi hermano intentó determe, pero corrí a la puerta y abrí la puerta. La decoración en la casa me sorprendió.
Lo que me preocupó fue el hecho de que papá corría de un lado a otro con el teléfono en el oído.
—¡¿Cómo ocurrió?! ¡No! No es posible. ¡Haz lo posible para que la atiendan bien! ¡Me importa un carajo los gastos! Bien, llegaré pronto.
—¿Papá? —preguntó Hioba.
—Hijos —corrió a abrazarnos y sentí como mi hombro era mojado por algo.
—Papá, ¿por qué lloras?
—Escuchen, necesito que sean fuertes.
—¿Y mamá? —pregunté en un hilo de voz y papá se sorprendió al escucharme hablar.
—Está en el hospital, alguien le disparó en el pecho.
No sabía que era un disparo, pero sentí un horrible dolor en el pecho y comencé a llorar.
Papá nos llevó al hospital y muchos señores vestidos de blanco y azul corrían de un lado a otro. Yo lloraba en el pecho de mi hermano. Él me cargaba y consolaba.
—¿Cómo está mamá? —pregunté.
—Pueden verla —avisó el doctor.
Hioba no me soltó en ningún momento. Quería ver a mamá, necesitaba abrazarla, decirle lo que no le he dicho, necesitaba sentir su protección. Había dejado mi peluche de shadow el erizo en el auto de papá y por eso no tenía qué abrazar cuando Hioba me dejó en el suelo.
Mi hermano tomó mi mano mientras caminábamos por el lugar y papá no nos miraba. Estaba triste.
Entramos a una habitación llena de unos aparatos raros y mamá conectada a un montón de agujas. Abrió sus ojos lentamente y nos sonrió. Una máquina parecida a un televisor daba muchos pitidos.
—Mis bebés —susurró y papá me dijo que me acercara con cuidado.
—Mamá —titubeé y ella abrió sus brazos para abrazarme.
—Acérquense todos —pidió y todos la abrazamos.
—Amor, ¿estás bien? —preguntó papá a mamá.
—Sí, estoy mejor.
Todos se apartaron y yo me quedé al lado de mamá. Ella estaba recostada en la cama dura del hospital y acariciaba mi rostro. Mis lágrimas mojaban sus manos.
—Bebé, mi bello bebé, no tienes ni idea de cuánto te amo... —comenzó a decir mamá y la máquina de los pitidos comenzó a sonar más fuerte.
—¿Peonia?
—Hioba, cuida a tu hermano —dijo y los pitidos aumentaban.
—¡Mamá!
—Sé un buen niño —susurró mamá y su mano se deslizó bruscamente de mi rostro.
—¡Traigan un doctor, ahora! —gritó papá y los enfermeros nos sacaron dejándonos solo con la vista de la pared de cristal.
—Intentemos con la descarga eléctrica, ¡uno, dos, tres, ya!
—¡Doctor, no funciona!
—¡Con más potencia! ¡Uno, dos, tres, ya!
—¡No reacciona!
—¡Tiene que reaccionar!
—Doctor, la hemos perdido.
—¡No!
Papá exclamó y las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Hioba rompió en llanto y yo solo miraba a mamá. Ella estaba dormida, ¿por qué lloraban? Ella me había prometido ayer que siempre estaría conmigo.
...
El día más nublado de mi vida estaba inundando mi vista. Unos señores metieron a mamá en una caja de madera muy grande y la cerraron. ¿Estaban jugando al vampiro? ¿Mamá era Drácula?
—Papá, ¿por qué mamá está en una caja?
—Mamá murió, Veoni.
—¿Morir? Mamá está dormida, ella me dijo que siempre estaría conmigo.
Papá soltó un sollozo y miró en la otra dirección. ¿Qué hacíamos en un cementerio? El abuelo no quería visitas.
—¿Mamá? —pregunté cuando miré que esos hombres metían la caja de mamá en un agujero en la tierra. No, mamá no estaba...—, ¡mamá, no! —grité.
—¡Veoni, contrólate!
—¡No entierren a mi mamá, ella dijo que estaría conmigo! ¡No se puede ir con el abuelo! ¡Mamá, despierta! ¡Mamá!
Lloré con todas mis fuerzas. Mamá no estaba con el abuelo, mamá estaba durmiendo... mamá...
—¡Veoni!
—¡No se lleven a mi mamá! ¡Mamá, despierta! ¡Regresa conmigo, mamá!
Todo el mundo miraba mi escándalo, me dolía, lloraba mucho, ¡mamá no podía dejarme!
Hioba me cogió de las axilas y me sostuvo en sus brazos mientras yo lloraba. Me abrazó y también lloró. Esos hombres comenzaron a echar tierra en el cajón y eso activó algo en mí.
—¡No, mamá, quédate!
Corrí a su tumba ya cubierta y comencé a quitar la tierra de encima, mamá no se iría.
—Mamá no volverá, Veoni.
—¡Mamá!— Grité con todas mis fuerzas y mi garganta se desgarró. Comenzó a llover pero la lluvia no quitaba mi llanto. Mamá se fue cuando prometió que no lo haría.
Mamá, ella estaba muerta.
...
—¡Veoni, despierta, despierta ya tarado!
Desperté con los ojos llenos de lágrimas. La herida que tanto me había costado sanar estaba abierta. No quería recordar ese día...
Miré a los lados, Linceln estaba asustado, Erás, Loane y Loani me miraban. Era de lo más vergonzoso estar en esta situación.
—¿Tuviste una pesadilla? —preguntó Linceln y asentí.
—Déjennos sólos —ordenó Loane y todos se retiraron. Se sentó al lado mío y me abrazó. No me esperaba este gesto.
—¿Quieres hablar sobre eso?
Querer quiero, el problema es que no puedo hacerlo. Mi voz no me obedece.
—Ten mi móvil, escribe ahí y la aplicación que está abierta reproducirá todo lo que quieras decir.
¿Hablar por medio de una aplicación? Eso era nuevo para mí.
Le conté a Loane mi pesadilla y su historia, fué extraño porque nunca había tenido una charla con nadie, pero por primera vez me sentía... ¿normal es la palabra correcta?
Mi corazón se estrujaba cada vez que recordaba a mamá y ni digamos escribir su recuerdo, ella era mi todo y me dejó. Ella no estaba durmiendo, no, mamá estaba muerta cuando había prometido que estaría conmigo cuando me convirtiese en un famoso cantante.
Irónico, ¿no? Querer ser cantante y no poder ni hablar.
Realmente no recordaba la razón por la cual yo era mudo, pero al parecer a mi cerebro le encanta ver mi sufrimiento y me reveló el secreto.
A veces te odio, cerebro.
Nah, no lo creo.
Y a esa vocecita también.
Loane se mantuvo a mi lado en todo momento y escuchó cada una de las palabras que quería decir y que la máquina hizo por mí. Me sentía un poco mejor. No había hecho esto con nadie, tampoco recordaba habérselo dicho a algún amigo de la secundaria, luego me retiré de todo. No quería saber nada del mundo y seguramente el mundo no quería nada de mí.
No pensé que Loane fuese ese amigo que me escuchara. A pesar del poco tiempo que le conozco y de la forma tan tosca que me trató, le agradezco sinceramente que me haya escuchado, bueno, a la aplicación, pero creo que me di a entender.
Logré tragarme mis lágrimas mientras Loane estaba atento a cada movimiento o palabra que quisiera expresar. En estos momentos necesitaba mi piano, necesitaba desahogarme con la única cosa que puedo hacer sin ser juzgado.
—¿Sabes? Yo también perdí a mi mamá —comentó Loane y se recostó en la cama, a mi lado y estiró las piernas—. Pero mi mamá no era tan maravillosa como describes la tuya.
Fruncí el ceño. ¿Por qué me estaba contando eso?
»Mi mamá era una drogadicta. Consumía esa... —expresó una grosería— y todas las noches inhalaba ese polvo blanco y se inyectaba otra estupidez. No le bastaba con eso y fumaba marihuana mientras estaba drogada. Mi padre era un pandillero del barrio vecino, antes teníamos una estrecha amistad sino hubiese sido por esa bastarda que un día llamé madre.
»Tenía cuatro años cuando mi padre descubrió a mi madre con una sobredosis de cocaína y heroína. Escondí a Loani en el jardín ya que habían enormes arbustos donde podía meterse dentro y no ser vista. Yo me quedé a ver que pasaba. En vez de llevar a mi madre al hospital, la desnudó y la violó durante toda la noche.
»No podía seguir viendo eso. Madre ya no respiraba y padre seguía abusando de ella. Supuse que él también estaba drogado. A la mañana siguiente metió el cadáver en una bolsa plástica y lo llevó a un acantilado. Lo tiró como si se tratara de un perro. No había momento en que él no estuviese drogado.
»No sabía porqué ella había inhalado el doble de droga, pero luego mi padre me gritó mientras me golpeaba, que ella se acostaba con todos los miembros del barrio vecino. Llegó el problema cuando el hermano menor de mi madre supo de su muerte, se creó un gran conflicto ya que él era el líder de los pandilleros de este barrio, él controlaba todo aquí. Mi padre quiso huir al darse cuenta de que lo estaban buscando, pero intenté detenerlo y por eso me gané esto —mostró su brazo y en el hombro había una gruesa línea como cicatriz—. Le valió madres que yo fuese su hijo y me enterró un puñal en mi hombro, y no solo eso, sino que cortó gran parte de él. Comencé a odiarlo más de lo que lo hacía.
»Luego de eso, llegó mi tío y decapitó a mi padre frente a mis ojos luego de darle alrededor de cinco balazos. Me quedé sólo, entonces entré a la pandilla de mi tío para poder mantener a mi hermana, en ese entonces no sabía en que me metía e hice lo que ellos me pidieron. Asesiné personas, robé, hice mucho daño pero jamás me drogué. No podía darle más sufrimiento a Loani y solo quería su bienestar.
»Me estaba volviendo como mi padre y me di cuenta de eso a tiempo. Decidí estudiar y sacar un oficio que pagara todas nuestras necesidades. Los miembros de la pandilla que me habían visto crecer con ellos me dieron su apoyo incondicional, aunque no eran la mejor compañía, aprecié todo lo que hicieron por mí. Me enseñaron a defenderme, a utilizar armas y a ser independiente. Velaban por mi hermana y por mí. Luego tuve un problema...
»Cierto día, descubrí a uno de los miembros de mi trabajo abusando de mi hermana. Recordé a papá y su forma en como abusó de mamá y me descontrolé. Tomé un vidrio roto que había en el suelo y me lancé sobre él. Enterré el objeto tantas veces en su cabeza que lo asesiné. Mi hermana no me juzgó porque lo hice para protegerla, por suerte solo la había obligado a besarlo y darle sexo oral, gracias a Dios que no le había robado su virginidad.
»La policía llegó y me llevaron a los juzgados, fuí sometido a test psicológicos y me dijeron que tenía psicopatía. Podía librarme de la cárcel si iba a terapias y mejorara, pero al entrar a Wydoll todo empeoró. Llevo tres malditos años ahí y no logro convencer a los doctores que estoy mejor, que lo único que quiero es tener a Loani a mi lado.
»Ni siquiera sé porqué llegué a contarte esto, apenas te conozco hace un par de semanas.
Reí y lo miré. No pensaba que él tuviese tal dolor.
—¡Hermano, ven a dormir! —gritó Loani.
Loane se levantó y le devolví el aparato, revolvió mi cabello así como lo hacía Hioba y me sonrió. Su sonrisa era sincera. Ahora me sentía peor por haberlo juzgado.
—Si le cuentas a alguien seguro que haré que te comas tus ojos —comentó y luego pareció recordar algo—, cierto, no puedes hablar. Ve a la terraza, seguro te sentirás mejor ahí.
Asentí y le devolví la sonrisa.
»Descansa, tonto.
Sonreí nuevamente e hice lo que me pidió. Necesitaba liberar lo que tenía dentro. No había llorado por ser masculino, pero necesitaba desahogarme.
La terraza era solitaria y un poco oscura, me senté en el suelo y mis ojos comenzaron a gotear. Extrañaba a mamá.
Alguien se sentó a mi lado y pude identificar ese olor a arándanos. Ella se había echado ese perfume por petición de Loani. Se sentó a mi lado y sequé las lágrimas que salían con el dorso de la pijama. Algo inútil porque seguían saliendo, pero lo que pasó después me tomó desprevenido.
R se colocó frente a mí y acarició mi rostro. Me jaló hacia ella y mi cabeza quedó entre sus pechos. ¿Esta chica no sabrá lo que es la vergüenza?
Me abrazó y dejó que mojara su camisa. No era la mejor posición pero la abracé.
Loane fué un buen amigo, pero necesitaba este abrazo.
Por primera vez, me siento como en casa.
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Volví.
*Chirindanga: combinación de comidas extremas pero que siempre queda delicioso. En mi región le llamamos así.
Capítulo largo para ustedes. Más de 3000 palabras.
¿Alguna opinión?
Espero hayan disfrutado el capítulo. Les entrego mi amor, bichitos.
Las amo, las amo, y las amo (si hay algún chico también) y les agradezco por leerme.
¡Hasta el próximo capítulo!
Por cierto, ¿alguna me recomienda alguna canción bonita para una audición de canto? Estoy en un concurso XD y quiero utilizar mi voz de gallo gritón.
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