LA VIGILIA


Sus huesos continuaban con la sensación eterna de ser rasgados y apretados con una fuerza infinita. Se ahogaba en silencio y sus intentos de llanto eran aplacados por él, el que no que le permitía salir de este mundo y ver su más soñada isla. Cuando lo poco de Am que había en él intentaba visualizar el bote hacia las aguas de descanso, Pillü volvía a reclamar su atención. Sus ojos estaban hundidos en la eterna oscuridad, su mandíbula incrustada en la agrietada sequía y sus huesos eran el trazo desdichado de lo que alguna vez fue como humano.

Pasaban las décadas y continuaba igual. Deambulando para luego parar en el mismo lugar y dejar que la naturaleza le cuente cuanto tiempo pasó sin poder controlar sus propios restos. Desde su eternidad oscura podía ver el cambio de colores en el cielo y, quizás, escuchaba a lo lejos los canticos para convencer al próximo Pillü, que deseaba clavarse en el cadáver putrefacto del difunto, dejarlo libre.

Los golpes que lograba escuchar lo hacían soñar que tenía un corazón y este latía al compás del recuerdo de que alguna vez amó, alguna vez forjó una amistad y que fue apuñalado por la traición. Es por eso qué todo aquello que su Am vivió quedó anclado en Pillü. Los vientos de las bocas terrenales cuentan una versión de la historia, pero los vientos que vienen de aquel que gobierna a los humanos cuentan la verdad.

Él sabía que las cuatro ancianas aún aguardaban para llevarlo a donde merecía descansar, pero antes su propia leyenda, la que cuentan los vientos, debía ser sellada.

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