IV: Treinta y siete mantarrayas.

Katrina estaba feliz de ver que su hija y su nieto estaban de visita, y el joven con quien llegaron era encantador y cortés, lo que la complació. Sonny, al ver la enorme casa donde creció su madre, sonrió después de abrazar a su abuela.



—Abuela, ¡quiero ver la habitación de mami! —sin esperar que Katrina le dijera alguna cosa, el pequeño salió corriendo escaleras arriba. Emeraude sonrió nerviosamente.

—Sonny está muy emocionado, quiere ir al lago ahora. Le pedí que empacara ropa y solo metió su traje de baño a la maleta, casi se olvida del resto. —la doctora sonrió de vuelta mientras ayudaba a su hija con el equipaje.

—Podemos ir más tarde, tal vez mañana para aprovechar el sol. No tenemos que apresurarnos. ¿Quieres presentarme a tu acompañante? —Sam sonrió y le tendió la mano a la mujer.

—Samuel William Arden, doctora. Es un gusto conocerla por fin. —la cantante recibió una mirada inquisidora por parte de su madre, a lo que ella entró a la casa, tomando al chico tatuado del brazo con suavidad.

—Ven, quiero que veas algo.



Los dos se acercaron a una pared llena de fotografías, en las que se veían Emeraude y su madre años atrás, algunas junto a Laetitia en la escuela, con sus profesores de música, con un par de ancianos que Sam asumió como sus abuelos, y una foto de ella cuando tenía la edad de Sonny. El chico de rojo pasó sus dedos por aquella última foto con suavidad.



—Así que por esto Sonny es pelirrojo... —la cantante asintió con melancolía.

—Es lo único físico que heredó de mí. Se parece más a ti de lo que crees. —él miró a Emeraude.

—Es irónico, ¿no? —ella asintió de nuevo. Luego abrió una puerta que daba a la biblioteca.

—¿Te gustaría echar un vistazo?

—Me encantaría.

—Vale. Voy a hablar algo con mi madre y regreso en un momento.



Mientras Sonny recorría la casa en la que Emeraude pasó la primera parte de su vida y Sam reparaba en los libros, Katrina y su hija se sirvieron una taza de té en la sala. Las dos estaban contentas, pues sabían que en algún momento el pequeño tendría que conocer la ciudad en la que su madre había vivido tantas cosas, tanto extrañas como divertidas.



—Hija, ese chico es... ¿tu nuevo novio?



Aunque la doctora no era de preguntar cosas indiscretas, le parecía increíble que Emeraude hubiera llevado a Sam a su casa. La primera vez que hizo eso fue con George, varios años tuvieron que pasar para que se repitiera, y después del accidente de Clip, no parecía algo probable. La cantante puso su mano en la cadera y sonrió.



—No, doc... él es el padre de Sonny. —Katrina le regaló una sonrisa cómplice a su hija.

—Dime que metiste la mano en una bolsa llena de chicos lindos y sacaste al mejor.

—No exactamente.

—Espero que tenga un poco de cerebro.

—Fue el mejor de su clase.

—¿Tiene trabajo?

—Desarrolla videojuegos para Nintendo. —la doctora miró complacida a su hija.

—Y en la cama...

—¡Doc! —le espetó Emeraude, sorprendida de oír aquello.

—Vale, solo bromeaba —la mujer sonrió—. Se parece a Sonny, ¿no fue difícil para ti ver lo que trataste de ocultar por tanto tiempo?

—Sí... fue un poco complicado aceptarlo al principio, pero es mi hijo. Lo amaría sin importar que fuera el niño más feo y extraño de la Tierra. Pero no habría sido muy divertido que se pareciera más a mí.

—¿Por qué no? Tienes cosas muy buenas. Te pareces muchísimo a Blue, y no solo en lo físico. Eres tolerante, bondadosa, dulce...

—Oye, espera —la cantante suspiró—, ¿acabas de hablar de papá?

—Sí... creo que ya ha pasado demasiado tiempo como para no hacerlo. Ven, quiero mostrarte algo.



Katrina se acercó a un baúl que reposaba en una de las divisiones de la biblioteca y sacó una foto. Luego se la dio a su hija.



—Ten. Esta es una de las pocas fotos de Blue que tu abuelo me dejó —en la foto estaba un hombre sonriente, con una preciosa bebé pelirroja en sus brazos—. Lee lo que está detrás. —Emeraude obedeció, y en la parte de atrás de la foto vio un pequeño mensaje escrito con tinta azul, en la impecable caligrafía de su padre.



"Apenas tienes seis meses y ya estoy orgulloso de ti. Mi princesa. Mi mayor tesoro. Mi preciosa esmeralda. Mi amada Emeraude."



—Ay, por Dios... ¡no puedo creerlo! —la cantante sonreía mientras unas cuantas lágrimas de nostalgia recorrían sus mejillas. Le alegraba saber que mientras estuvo vivo, su padre le dio todo el amor que tenía guardado en el corazón, y que su madre, a pesar de no tener a su esposo junto a ella, ya había dejado de lado el dolor de aquella ausencia que calaba hondo en el alma. Emeraude, habiendo perdido a Clip, la entendía mejor que nadie.



—Si supieras lo feliz que era Blue cuando sonreías...

—Doc, ¿te importaría hablarme un poco más de él? —la doctora sonrió mientras trataba de ocultar un par de lágrimas.

—Él era... generoso, paciente, tranquilo... y nos amó hasta el día de su muerte. Siempre decía que se había ganado el premio gordo con nosotras. Le encantaba cocinar, cuidar el jardín, pasar horas en la biblioteca, dibujaba de vez en cuando, cantaba todo el día... vivió un tiempo en Brasil cuando era joven y amaba la capoeira...

—Ahora entiendo muchas cosas.

—Tienes muchísimo de él.

—Por eso te dolía verme, ¿verdad?

—Eso suena un poco duro.

—Doc, reconócelo.

—Eres mi hija —Katrina se encogió de hombros—. Aunque fuera cierto, no podría decir eso. No era tu culpa ser así. Cuando Blue murió, te dejó conmigo. Él vive en ti ahora y no es algo malo. Si hubieras sido como yo... creo que nuestra vida juntas habría sido un caos.



Sonny bajó corriendo las escaleras mientras sostenía una mantarraya de peluche.



—Mami, esta es Cobija, ¿verdad? —Emeraude sonrió. Su pequeño había tomado la favorita de su colección de mantarrayas.

—Sí, cariño. ¿La quieres para ti? —el pequeño negó con la cabeza.

—No puedo alejarla de su familia. Voy a dejarla donde la encontré. —Katrina le dio los últimos sorbos a su té mientras veía a su nieto ir escaleras arriba de nuevo. La cantante se volvió hacia su madre.

—Doc, Sammy está en la biblioteca. No debería dejarlo solo. —la médica asintió.

—Ve. Yo pediré una pizza.



Emeraude entró a la biblioteca, donde Sam hojeaba un enorme libro, que en la portada ponía "La Ilíada".



—Oye, no sabía que te gustaba la mitología griega. —él cerró el libro y lo puso sobre una pequeña mesa de madera.

—No me gusta más que a ti, Ems. Tienes mucha bibliografía sobre el tema. —los dos se sentaron en los sillones estilo Luis XIV que llevaban años de no ser utilizados. Sam tomó la mano de Emeraude y la acarició con suavidad.

—Nadie más entraba aquí, solo yo. Me encargué de mantener los libros limpios y todo en orden años después de lo que pasó con papá.

—¿Qué sucedió con él?

—Tuvo un accidente cerebrovascular y murió de un derrame. Fue complicado, mi madre lo vio irse sin poder ayudar.

—Lo siento mucho.

—No es nada. A ella le molestaba hablar del tema hasta hace poco. Yo no supe exactamente cómo pasó hasta antes de ir a estudiar a Copper Grace y tuve que rogar mucho para saberlo.

—Oh, debió ser complicado.

—Lo fue. Mi madre no lo dijo. Tuve que hacer que alguien más me lo explicara. Mi abuelo, Papá Blanchard. Y él no fue muy abierto con eso tampoco. Me dijo lo que necesitaba saber, pero en cuanto terminó de hablar, colgó el teléfono sin decir nada más.

—Vaya, qué mal. —respondió el chico tatuado luego de fruncir el ceño.

—Lo entiendo. Cualquiera se sentiría así si perdiera un hijo. Cuando Clip murió, sus padres tuvieron bastantes problemas para reponerse. Su madre dejó de pintar y su padre sufre de depresión crónica. Y yo debo reconocer que también la pasé bastante mal. Todo fue muy difícil.

—¿Cómo lo tomó Sonny?

—Creo que no fue tan doloroso para él. Lloraba cuando me veía llorar a mí. Pero entiende bien el concepto de la muerte. Sabe que a todos nos sucederá algún día.

—Es mejor que lo entienda de una vez.

—Así es...



Aquella charla había tomado un tinte sombrío, por lo que Emeraude se sintió un poco incómoda. Sam lo notó de inmediato, se levantó de la silla y empezó a caminar por la biblioteca.



—¿Sonny sabe lo que podría pasar contigo? —ella asintió tratando de no llorar.

—Le cuesta un poco aceptarlo, pero vamos... ¿qué niño querría ver sufrir a su madre? —el chico tatuado se remangó el saco, se acercó a la cantante y se agachó frente a ella. Luego le acarició la mejilla con ligereza.

—Vas a estar bien, Ems. Sé lo fuerte que eres. Sonny también, todos lo saben. —Emeraude quiso cubrirse la cara, pero Sam se lo impidió abrazándola. Ella no pudo soportarlo más y empezó a llorar en silencio.

—Sammy, prométeme que estarás pendiente de Sonny si algo me pasa, por favor...

—Lo haré. No puedo dejarlo solo, es mi hijo.

—Promételo. —el muchacho asintió.

—Sí, lo prometo. Sonny va a estar bien, yo cuidaré de él.



Aquella cercanía entre los dos sacó a flote ciertos recuerdos que les resultaba imposible reprimir. Sam pasó sus dedos por el cabello de Emeraude antes de acariciar sus mejillas, y ella puso sus manos sobre las de él, sintiendo esa calidez que extrañaba desde hacía mucho tiempo.



—Zorro rojo, yo...



A punto estuvieron de volver a unir sus labios de nuevo después de años de no hacerlo, pero un golpe seco en la parte de arriba de la casa, seguido de un sollozo infantil, los detuvo.



—Sonny, le pasó algo, debo ir... —rápidamente Emeraude se levantó, corrió escaleras arriba y entró a su antigua habitación, donde el pequeño pelirrojo se encontraba sentado en el suelo, junto a una silla volteada que usó para alcanzar algo en uno de los estantes más altos, frotándose la parte de atrás de la cabeza con la mano.



La cantante se acercó a su hijo y lo tomó en brazos mientras lloraba sin hacer mucho ruido.



—Ay, pateador... ¿qué hacías allá arriba? —Sonny, con una expresión culpable, señaló hacia un estante de madera rojiza, en cuya cima se asomaba una lámpara cilíndrica de color negro salpicada de pequeños agujeros.

—Es la lámpara de estrellas, mami. Quería encenderla y me caí. —el pequeño se aferró a su madre y trató de no llorar más. Sam entró a la habitación unos segundos más tarde.

—Estás bien, ¿Sonny?

—Sí, Samuel.

—¿Seguro? —el niño asintió con firmeza.

—Sí. Mira, ya me levanté. No me duele nada.



Sonny se levantó de un salto y abrió los brazos. Emeraude tomó la lámpara y la puso sobre la cama, luego cerró la cortina para oscurecer un poco la habitación, encendió el pequeño aparato que su hijo quiso ver desde que su madre le habló de él, y cuando vio las hermosas luces que se proyectaban en el techo y las paredes como constelaciones no se decepcionó. Sonrió como si no se hubiera golpeado la cabeza unos instantes atrás.



—Mami, es bonita. ¡Déjame llevarla a casa! —Emeraude asintió.

—Claro que sí, cariño. Puedes llevarte lo que quieras de aquí. —cuando la habitación se llenó de luz natural otra vez, Sam reparó en la colección de peluches que reposaba en uno de los estantes.

—Vaya, son muchas mantarrayas. —el chico tatuado tomó uno de ellos: una mantarraya de color negro con anillos violetas. La cantante sonrió mientras tomaba una de color gris claro y la ponía en su mejilla para sentir la suave textura.

—Digamos que son una pequeña obsesión que tuve de pequeña —ella señaló la que tenía en la mano y sonrió—. Papá cosió esta para mí antes de morir, y quise conseguir todas las que pudiera. Compraba una diferente en cualquier lugar donde vendieran animales de peluche.



Mientras oía hablar a Emeraude, Sam jugueteaba con el muñeco en la mano, moviendo las aletas de éste como si fueran alas.



—¿Cuántas tienes? —ella, un poco avergonzada, puso sobre el estante la mantarraya que tenía en la mano antes de responder.

—Contando las que tengo en casa de Arne... treinta y siete.

—¡Dios mío! —dijo Sam entre risas.

—Lo sé, ¡son demasiadas! Y estoy consciente de que es una colección rara, pero hay gente que acumula cosas peores...

—No me parece rara. Creo que es muy tierna.



Sam dejó el muñeco en su lugar y se recostó en la cama de Emeraude, que por primera vez en muchos años estaba siendo utilizada. Ella se sentó junto a él en posición de loto mientras Sonny miraba el resto de la habitación.



—Sammy, sé que no hay mucho para distraerse aquí, pero... ¿qué te gustaría hacer?

—Bueno, Sonny ha hablado mucho de querer ir al lago.

—No tiene nada extraño. Lo interesante del lago es el bosque, hay lugares para acampar, hacer fogatas, jugar junto a los árboles... cosas de esas. Al menos era así cuando yo iba. No sé qué habrá de nuevo ahora.

—¿Y si hacemos una visita? —los dos compartieron una sonrisa.

—Podríamos... pero se está haciendo tarde. Tendremos que dejarlo para mañana. Tal vez podamos nadar un poco... o algo.

—Suena lindo. —Katrina entró a la habitación de su hija.

—Chicos, ya llegó la pizza. Vengan antes de que se enfríe. —los tres obedecieron, y después de enormes porciones de pizza napolitana acompañadas de té helado de limón, jugaron juegos de mesa hasta que Sonny se quedó dormido.



Sam llevaba casi dos días sin dormir, así que también estaba agotado, por lo que Katrina preparó la habitación de huéspedes para él. Antes de ir a su habitación junto al pequeño pelirrojo, Emeraude pasó a despedirse del chico tatuado.



—Te veré en la mañana, ¿Sammy? —él asintió mientras se abrazaban.

—Puedo ser la primera cosa que veas al despertar si quieres —Sam acarició el brazo de Emeraude antes de que ella se apartara—. Ems, quédate.

—Nada me gustaría más que verte dormir —replicó la cantante—. Pero tengo que dejarlo para después. Sonny no quiere quedarse solo esta noche.

—Por favor, no me hagas rogar.

—Eso no será necesario.

—¿Qué debo hacer para que te quedes? —el chico tatuado la tomó de la mano—. Dímelo, solo habla.

—Descansar. Eso es lo que necesitas ahora. Otra noche vendré a hacerte compañía.

—¿Mañana? —Emeraude sonrió.

—Quizás...

—¿Quizás?

—Quizás.



La joven se apartó, y Sam se metió a la cama devolviéndole aquel gesto.



—Mañana. —dijo él.




Una promesa tácita surgió, y era imposible no cumplirla. Antes de apagar la luz y salir, la cantante se volvió hacia el chico de rojo, que en un instante estaba enrollado en la cobija, buscando un poco de calor que bastante falta le hacía.



—Dulces sueños, zorro rojo.

—Dulces sueños, pavo real.

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