La viuda "roja"
N.A: Este es uno de los primeros relatos que escribí. Estaba muy perdida e indecisa en cuanto a la calidad de lo que había hecho, así que pedí a una editorial de Wattpad que me hiciera una crítica y esto fue lo que recibí.
En aquel momento dolió. No cogí un teclado en dos semanas pero, ya con la mente más fría, supuse que quizás tenían razón. Esta crítica no es un fragmento, es textualmente lo que me enviaron (no he cambiado ni una sola coma).
"Crítica a grandes razgos: Creo que al no tener diálogos se hace tediosa de leer el ritmo es muy rápido esto impide dejar espacio a la presentación de los personajes. No crea empatía con el lector, eso hace que no muestre reacción ante lo que le sucede a la protagonista.
El lenguaje enpleado es difícil de entender, puedes usar un lenguaje menos complicado.
Como sugerencia evitar que se parezca a la viuda negra"
Puede que estas palabtas te inviten a no seguir leyendo, si es así lo entiendo. Otra opción es que leas y juzgues tú. Esta fue la primera opinión que recibí sobre mi trabajo, casi justo al empezar y sinceramente ... creo que me inmunizó bastante.
La viuda roja
Si me lo pudieran preguntar jamás negaría que me gusta. Observar, vigilar lo acontecido a causa de mi mero paso.
La plaga filoxera había acabado con las cosechas y, aunque el arte del metal aplacó un poco la hambruna y la muerte, la crisis industrial pronto acabó con ese oasis de buen tiempo entre la tempestad. La inanición renació acuciante recuperando su lugar; como el caudal de un río que retoma sus antiguas tierras; al romperse débil por las circunstancias, el frágil dique que a penas lo contenía.
El azúcar hacía mucho tiempo que habían dejado de ser desbrozado en el Palacio de las Cañas, ya no ascendía el fuego en sus trece calderas y el tejamanil que techaba los asoleaderos había desaparecido por el desgaste y el desuso. Pues el núcleo de la abundancia para las gentes de Marbella ya no eran el azúcar o la remolacha.
La muerte, una vieja compañera de trabajo, continuó siendo implacable ensañándose sobretodo con labriegos. De hecho, ya estaba cansada de ellos pues el verdadero deleite lo encontraba haciéndose de señores, burgueses y nobles. Lamentablemente, estos solo yo podía proporcionárselos, y nunca tan rápido como a ella le gustaría.
Los prósperos, como habría de llamarlos, no se preocupaban por sus gentes más de lo que podrían hacerlo por sus perros de presa, a decir verdad estos vivian más y mejor alimentados que los criados.
Fue entonces cuando la vi salir. Iba cabizbaja y cargada de kilos de ropa. Para ojos poco observadores parecería una sirvienta normal, pues no tenía nada de especial a simple vista. No desprendía delicadeza, tampoco feminidad o belleza, pero había algo en su actitud de mirada enigmática y zancada ardilosa. Decorada con una sonrisa forzada, la joven entregó el enorme cesto a la lavandera y después se marchó. Agitada, aunque sigilosa, siempre atusándose el peinado, casi corrió hacia las caballerizas.
Allí entre heno y caballos se encontró con el nuevo visitante: Ricardo Soriano. Este había venido por petición de su buen amigo Norberto Goizueta, que gentilmente le había ofrecido un sitio en su mansión de Marbella. Ambos se reencontraron con la pasión guardada durante años, pues se conocieron de infantes cuando él solía visitar la mansión de su tía los veranos.
Sus sentimientos, ahora más adultos, se manifestaron con la fogosidad física propia de los amantes. No sabían que aquel placentero instante nunca más se repetiría, pues tras llegar a la mansión la pobre sirvienta sería despedida.
Su sucio atuendo contrastaba con la maginiciencia del salón mientras la acusaban los señores de robar el guardapelo de la señora, el de plata ¡Cómo lloraba la mujer recogiendo del pequeño habitáculo sus pocas posesiones! Una manta de lana barata y el vestido ajado con el que llegó. Obviamente ella tachó de falsas las acusaciones, aunque sabía que sus muchas negativas serían desoídas. Entre sollozos salía de la Hacienda Guadalmina, la que por mucho tiempo fue su casa.
Ahora se encontraba sola, expuesta al fango del mundo, y aun así, se podía considerar afortunada. Su destino podría haber sido el calabozo, pero el buen Soriano intercedió impidiendo que la denunciaran. A gritos, llorando, defendió su inocencia; pues a una mujer del pueblo la llevaron a comisaría solo por arrancar una flor. La acusación de hurto era mucho peor.
Con los ojos acuosos miró la cartilla de racionamiento recién sacada del refajo de su falda. Era era todo lo que tenía. Ni trabajo, ni padres, ni amigos, ni familia; un catarro intestinal se había llevado a su hijo, y la guerra, a su marido ¡Ay! ¡Pobre María!
Paseé junto a ella por las calles de Marbella. Juntos reconocimos a sus principales habitantes: pillajes, miedo, represión, pobreza y hambre.
El agua del río con lágrimas sirvió para limpiarse los ropajes como buenamente pudo, pero la manta de lana no logró cobijarla del frío; mientras vestida con su único atavio mojado, caía la noche. Durmiendo entre los arbustos cercanos al río, durante días deambuló como un perro herido. No encontró trabajo sirviendo en otra casa, pues entre los señores el rumor de su hurto se había difundido.
Poco después dos civiles la arrestaron por denuncias de los vecinos. La acusaron de "mujer de la mala vida", una terrorista de la moral cristiana.
Encerrada,marchita y desecha, su cuerpo solo era la cáscara que albergaba su vacío. Ya no le importaba nada de lo que le ocurriría. Estar muerta, estar presa... ¿Qué diferencia había? Aquel mundo en sí ya era una prisión, y aquellos que guardaban el orden eran los carceleros. Agarrada a los barrotes miraba la noche apenas pensando en su suerte. Las estrellas, brillantes como luceros, creo que la hicieron más fuerte.
No sabría discernir cual fue el motivo concreto al que se aferró la viuda. Quizás fuese por rebeldía,o la mera supervivencia, puede que fuera la escasez de opciones, o una forma de acercarse al peligro para acortar su futil existencia. Pero al salir, patear caminos se convirtió en su labor, dedicandose al extraperlo del mercado negro como función. Café, tabaco, pan, sacarina ... entre los atavios y su faja los escondía. Eran los pequeños tesoros, por los que en cada viaje mostraba su valentía.
En ningún momento imaginó lo mucho que la ciudad y su vida cambiarían gracias a la visita de Soriano, que adquiriendo una gran finca creó la "Venta y Albergues de Rodeo".
Aquella sería la semilla que lo cambiaría todo, y a todos.
Ese pueblo labriego y pesacador progresó ante nuestros ojos, como nunca lo había hecho antes. Y yo, omnipresente observé a ambas, a Marbella y a la joven, durante lo que las gentes llamaban años... aunque para mi fue solo unos instantes.
Servir a "forasteros" nunca había supuesto tanta dicha, hasta que las gentes se percataron lo beneficiosas que eran sus visitas. Las labores de construcción y la mejora de servicios fueron la escapatoria ante el hambre y su persecución, siempre con la desdicha como compañía. Pues poco a poco la ciudad crecía. Los caminos mejoraron, en los comercios se rebosaba vida y las gentes contaban orgullosas la cantidad de grandes personalidades que en los hoteles de su ciudad hacían estadía.
La joven viuda al pasar de los años pudo dejar de patear de Fuengirola a Marbella. Olvidados, como recuerdos del pasado, quedaron el uso de fajas y remiendos como alforjas. Los hoteles se convirtieron en su hogar y el trabajo honroso le devolvió la oportunidad de vivir en paz.
Allí, ejerciendo sus labores, María encontró el amor. Cayó presa del hechizo de un francés con el que mantuvo un tórrido romance. Él le ofreció abandonar Marbella, vivir juntos en Francia con ella como su amante.
—Ven conmigo María, me marcho mañana. Sé la sirvienta en mi casa, dejaré libre una vacante.
—No— entre sollozos la viuda se negó.
Aquel era su hogar, la tierra que su padre cultivó, la que su marido regó con sangre, donde dormirían los restos de su hijo, para siempre y en adelante. Era el hogar de los recuerdos, los de dicha y los de pena.
Aquel era su lugar en el mundo, Con lo bueno y con lo malo. No podía abandonarlo en pos de un hombre casado. Bastante se había arriesgado ya al yacer con él sin matrimonio por adelantado, si se supiese supondría otra mancha, pues las gentes no olvidaban los antecedentes del pasado. Cuando su amor marchó, ella quedó devastada. Llorando de pesar creía que, salvo el recuerdo, de él no le quedaría nada, pero nueve meses después nació Clara. Perfecta y preciosa.
Ella le dió algo por lo que vivir, cuando de nuevo creyó que el amor la abandonaba.
A ella se aferraba ante las habladurías y las malas lenguas. María era una madre soltera, una terrorista de la moral cristiana, así que la crianza era su castigo por ser una "fulana". Tuvo que abandonar Marbella, donde su presencia ya no era grata, pues por Clara daría hasta la vida. Ella era todo lo que le quedaba.
Málaga, Estepona y Fuengirola... vivían allí donde se pudiera, porque el Auxilio social o la Beneficencia no eran una opción para la "roja" madre soltera. Le arrebatarían a Clara, la convirtirían en otra niña adoctrinada y no la vería jamás. Se la darían en adopción a una "familia honesta" de la Falange, le cambiarían hasta el nombre. Y todo eso, solo porque a su lado no había un hombre.
La viuda roja pronto comprendió que aquella situación sería insostenible para Clara. Pronto necesitaría ir al colegio, pues para darle un futuro sería imprescindible su educación. No permitiría que su hija inocente sufriera por su estigma, así que no le quedó otra opción.
Lo que María hizo por su hija sería una pura heroicidad. Impulsada por el amor, la viuda "roja" vendió sus ideales y su libertad. Todo en pos de una oportunidad.
¡Pocas veces puede ser uno testigo de tamaña generosidad en tan pequeño acto!
Siempre omnipresente, yo había asistido a importantes batallas que cambiaron el destino de naciones, había alargado peligrosas expediciones e, inluso me había interpuesto ante grandes romances como un obstáculo insalvable;pero nada de aquello me conmovió, No se me conoce precisamente por afable.
No obstante, algo me removió su sacrificio. Pues puro, cotidiano y pocas veces valorado, María dio lo más grande que se podría dar por amor. Y no, no es la muerte, si no la vida. Vivió atada a unas cadenas representadas en un contrato atroz.
En Málaga, sabiendo los pesares que pasaría, la viuda contrajo matrimonio en verano de 1952. Su marido era la antítesis de ella, todo lo que jamás amaría. Un ostentador de un aférrimo patriarcalismo, un amante de la falange más que de sí mismo. Este hombre se enamoró de ella porporcionándole a Clara una "honrada familia", una estampa perfecta para el nacionalcatolicismo.
En Marbella había progreso, gratas condiciones de vida, aviones, grandes hoteles y lujosos coches. La bonanza brillaba para las gentes llenas de dicha y alegría, que María nunca disfrutaría. Los siguientes años, hacinada en el hogar como ama de casa, su marido la trataba como poco menos que una sirvienta rasa. Hacía tiempo que desechó que ella le diera un hijo, y sin el divorcio como opción, la hizo pasar atropellos de los que mejor no hacer mención.
Para la viuda cada vejación merecía la pena, cada minuto sufrido tenía su recompensa porque pudo ver a su hija crecer hasta convertirse en una joven inteligente y hermosa. Lástima que mi compañera la muerte se acercara siempre, inoportuna y sigilosa.
Vi como Clara a los dieciséis años oía las últimas palabras de su madre postrada en la cama. Tres años de convalecencia le habían demacrado su rostro y consumido hasta el huesos. Lejana quedaba la bella mujer que le había dotorgado una vida libre de estigmas, la que le contaba historias de su añorada Marbella para hacer más bonitos su sueños.
Era conmovedor ver como besaba la mano de su madre entre sollozos, anhelando que sus forzosas aspiraciones no fueran el aviso del final. De repente, con sus últimas fuerzas, la viuda roja liberó su mano de Clara, la llevó a su cuello y se arrancó un colgante de plata.
La joven miraba a su madre sorprendida, no creía que todavía le quedaran fuerzas y mucho menos que hablara, pero sí podía. Clara oyó perfectamente sus últimas palabras.
— Vuelve a Marbella, hija mía. Vuelve a casa.
Siempre inoportuna, mi compañera la muerte se llevó a la viuda. Sus ojos aún abiertos quedaron como dos pozos de negrura. María había abandonado este mundo y, sentada sobre el lecho, su pobre hija le cerraba los ojos entre sollozos mudos. Siempre apretando fuerte, su colgante en el puño.
Tras el funeral la joven hizo la maleta, y partió sin más. En su cuello reposaba ahora el guardapelo que de la Hacienda Guadalmina la viuda sustrajo hace mucho tiempo atrás. Marbella se extendía ante ella, diferente a la que su madre le describía.
De lo que acontecería después a Clara ... solo yo, el tiempo, contártelo podría.
Fin
Si te preguntas por qué rima, sinceramente no lo sé ni yo. Solo sé que, mientras la escribía, no podía evitarlo. Así que en lugar de luchar contra ello...me dejé llevar.
Apenas se nada de poesía, la rima seguramente no sea la mejor, pero así quedó. Seguramente tenga muchos fallos, por eso precisamente la tenía en el ordenador. Básicamente, considero que no está lo suficientemente...en condiciones, como para subirlo. Pero bueno... aquí está.
Deseándote siempre una buena lectura, se despide:
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