Uno
Uno: Adela
En noches de luna como la que hoy refulge, descubro su silueta a través de la ventana. Es ella, la triste, la sonámbula, una vez más errando descalza con su camisón púrpura en los pastos selváticos del jardín. Recuerdo las tarántulas ocultas entre las flores; los gusanos cuyos besos de ponzoña reposan en dedos níveos como la leche. Incluso si mi vida entera he presenciado su arrastre sobre la tierra y las espinas, tan ridícula y sangrante; quizás en busca de un martirio justo que expíe sus pecados, o acaso de un placer perverso que le devuelva a la vida... el dolor en mis entrañas es el mismo, pues la amo. Le profeso una adoración monstruosa que crece con las noches; y sé que este ritual en los rosales, que ocurre cada vez que sus demonios la azotan, cesaría si tan sólo escuchara mis gritos mezclados con susurros.
Sé que es con el corazón devota a la Virgen de los Dolores; que ella misma la encarna e imita cuando alza sus manos al cielo negro habiendo caído sobre el rosal en flor. Entonces es enredada, mutilada por aquella necesidad tan suya de enterrar el rostro de ninfa, sus palmas gastadas en el filo de las espinas y sangrar. Madre... Inés, ¿qué acongoja tu alma en primavera? No lo digas. Yo lo sé, conozco tu historia, esa que hube de buscar en las sombras. Pero, dulce Virgen, ¿podrías escuchar sólo por esta ocasión en su nombre mis plegarias? Desde la oscuridad, rezo: suéltala, permite a esta alma en pena vivir el sino escrito sólo para ella. Los lirios nuestros no son los de tu huerta; nuestra madre, la de todas, la verdadera, no eres tú, amable impostora.
Con esta petición, yo te exorcizo. Y te maldigo.
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