Nueve

Nueve: Adela e Inés

Es de noche, e Inés deambula por la casa. Yo te miro, Dolorosa, y creo que ya he hablado demasiado. En este suelo, por estos pasillos, escurrió la sangre de Lourdes durante un invierno lejano; estar encinta a los cuarenta puede ser mortal ¿verdad? Más si no se atiende como es debido.

Con su negligencia, con todo su enojo acumulado, creo firmemente que el hecho de haber salvado a la niña producto de aquella unión abominable fue para Inés la prueba más dura. De alguna forma... perdonó mi vida hacia el final. Es por este motivo, por el valor que demuestra al peinarme cada mañana, que la amo. Porque mi madre es mi hermana, e incluso si Inés ignora que yo conozco sus verdades, que la veo abrirse en las espinas, se preocupa siempre por cuidar mi cuerpo, mi alma, y estos cabellos que se asemejan tanto a los de ella.

Yo, Adela, tu nuevo todo, te perdono. Y ruego por ti entre las luces rojas, mano extendida. No es tu culpa; es el curso natural. Yo seré tu sacerdotisa, cuando te rindas a las sombras.



En este laberinto nocturno, observo la disyuntiva.

Lilith... Dolorosa...

Un cuerpo blanco, idéntico al de mamá, se adentra a la alcoba ante mis ojos.

Se detiene, me mira. Tan joven.

¿Quién eres?

Deja la puerta abierta.

Es como en aquellos tiempos.

Escucho un ulular carmesí.


Ando tras sus pisadas en la oscuridad. 


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