Capítulo X

  Saqué mi violín del sitio donde Daphne lo ocultaba, con tal violencia que tiré al piso algunas cosas que reposaban sobre él. Cerré una mano alrededor del mango y con la otra acaricié la parte de atrás. Deseaba tanto volver a tocarlo... Volví a sentirme como en Georgia luego de cualquier discusión con mis padres, cuando lo único que me levantaba el ánimo era escuchar la dulce música que interpretaba en él.

En una ocasión compuse una pieza dedicada a Jollie. Cuando se la mostré a mi familia, me miraron como si acabara de asesinar a un cachorro y les estuviera mostrando al pobre animal con las vísceras de fuera mientras esbozaba una sonrisa. La tonada era lo más bello que había escuchado. En ella plasmada todo mi odio hacia esa pequeña prostituta. Claro que mis padres jamás lo habrían entendido o apreciado. En cambio, si Jollie les hubiera modelado su último conjunto de lencería provocativa, mis padres le habrían hecho una ovación de pie y la incitarían a seguir utilizando ropas tan inapropiadas para seducir hombres a los que después les practicaría sexo oral.

Sentí las cuerdas contra la palma de mi mano e imaginé lo maravilloso que sería poder volver a tocar ahora que había descargado toda la rabia en contra del gato muerto que yacía a mis pies.

Tomé el arco con la mano libre y acomodé el violín en la posición correcta para tocarlo una vez más. Sin embargo, al rozar el arco con las cuerdas pude escuchar un sonido semejante a un agudo chillido.

¿Estaba desafinado, o mi talento se había ido también en el accidente?

Lo lancé lejos contra un muro y lo vi partirse en pedazos.

Me recordó a mi vida.

También yo había quedado destruida.

Me pregunté en dónde estaría Daphne y cuándo volvería. La euforia que sentí al asesinar al felino empezaba a desvanecerse y volvía a sentirme miserable. Me acerqué a los restos de mi violín y los acaricié con la palma de mi mano. Habíamos pasado momentos grandiosos, y ya no quedaban más que recuerdos.

Lo mismo pasaba conmigo. Los mejores años de mi vida habían quedado atrás. Me sentía como esas mujeres ancianas que viven acompañadas por cinco gatos y que recuerdan con melancolía lo que era su juventud. Era una especie de solterona a la que su ex novio había remplazado con su hermana menor. Un remedo de mujer que era considerada como un plato de segunda mesa por quien podría pasar como su mejor amiga.

Era el hazmerreír de todos y estaba consciente de eso.

Seguramente Daphne ya había alcanzado a Cyril y los demás. Quizá en ese momento ellos estaban riéndose a mis espaldas sobre mi expresión cuando Daphne dijo que prefería a Cyril por encima de mí.

Cyril Douglas debía ser la primera, pero...

¿Cómo alcanzaría su auto antes de que ellos salieran de Santa Barbara?

Cuando Daphne volviera de su paseo esperaba encontrarme en el apartamento y no me dejaría en paz hasta que hubiésemos resuelto ese asunto. Me suplicaría con ojos llorosos que intentara salir adelante. Que superara todo ese odio, toda esa rabia, para volverme un miembro activo de la sociedad. Me besaría y al día siguiente estaríamos tranquilas como si nada hubiera pasado. No podía permitir que me tratara como a una niña. Ella actuaría como la madre que se pone de rodillas a la altura de la pequeña, que la toma por los hombros y le explica la lista de razones por las que no puede comprarle el juguete que la niña tanto anhela.

Sin darme cuenta, había caminado hasta la cocina y tenía en mis manos un afilado cuchillo para pan. Siempre me había gustado como lucían ese tipo de cuchillos. Pasé la yema de mi dedo índice por encima del filo y me provoqué un pequeño corte que comenzó a sangrar.

Sonreí.

El dolor seguía provocándome satisfacción.

Pensé que debía esperar a Daphne dentro de la cocina. Ella entraría al apartamento y yo podría seguirla para apuñalarla por la espalda. Entonces tuve que detener el torrente de pensamientos homicidas que invadían mi cabeza. No podía simplemente clavar un cuchillo en su corazón y esperar que eso resolviera mis problemas.

No.

Debía ser mejor.

Más especial.

No planeaba matarla por mero capricho. Mucho menos por mera curiosidad de saber lo que era asesinar a una persona. Yo no era como esos criminales que salen en las series televisivas. Esos idiotas que siempre dejan evidencia y cometen errores para que el protagonista del programa los atrape y los lleve ante la justicia. Tampoco tenía un motivo que implicara un complejo contra mi madre, la homofobia o el racismo.

Era venganza.

Todo lo que quería era hacerlos pagar por lo mal que había terminado yo en ese accidente.

Traté de convencerme a mí misma de que sólo ellos cuatro tenían la culpa. Ellos me habían invitado a viajar en la carretera el día del accidente, ellos me habían abandonado en el hospital. Daphne Wayne me había visitado, sí, pero ahora comprendía la razón. Cyril debía estar bajo la constante supervisión de su familia y eso le impediría a Daphne poder desenvolverse en su medio. Yo estaba sola y eso le agradaba a ella, pues no tenía que fingir ser una mujer ejemplar para agradarle a mi familia.

Pronto me di cuenta de que divagaba y de que ninguno de mis pensamientos tenía sentido.

Subí a uno de los gabinetes de la cocina para sentarme en la posición de loto y esperé pacientemente a que Daphne entrara por la puerta. Continué imaginando qué podría hacerle para demostrarle lo enfurecida que estaba con mi vida. Con mi destino.

Con ella.

Mil ideas llegaron a mi cabeza. Podría pillarla de tantas formas distintas que no podía decidir cuál sería la mejor. Pero entonces me di cuenta de que se me estaba escapando un diminuto detalle.

La evidencia.

No podía dejar huellas en el cuchillo, así como no podía permitir que nadie escuchara los gritos de Daphne. ¿Cómo ocultar lo que sucedería en nuestro apartamento? Pensé en enviarle un mensaje de texto a Daphne para pedirle que nos encontráramos en algún sitio para hablar. Quizá en algún parque solitario donde pudiera asesinarla y huir. Me llevaría el cuchillo conmigo y así nadie sabría que yo lo había hecho.

Me negué a tomar esa desición.

Daphne moriría en nuestro apartamento, aunque eso implicara asesinar a todos los vecinos. Quizá debía provocar una fuga de gas y así no me preocuparían los testigos. Mi otra opción era asegurarme de cubrir la boca de Daphne con cinta adhesiva antes de apuñalarla. Pero eso tampoco me convencía. Yo quería escucharla gritar. Quería escucharla suplicar por su vida. Quería escuchar cuando ella me rogara de rodillas que acabara con su sufrimiento luego de herirla de mil formas con el cuchillo.

Era complicado.

Me levanté del gabinete donde estaba sentada y busqué entre los artículos de limpieza un par de guantes de látex. Daphne los había comprado, pues era alérgica a muchos de los artículos que utilizábamos para el aseo. Me puse un par. Eran de color blanco y cubrían perfectamente mis cicatrices. Acto seguido tomé el cuchillo y lavé el mango con jabón y desinfectante. Utilicé todo lo que me parecieron útil para borrar mis huellas digitales. De esa forma, si dejaba el cuchillo en la escena del crimen, nadie podría descubrir que yo lo había hecho.

Cuando el cuchillo estuvo impecable, me dirigí a la habitación y preparé una pequeña maleta con un par de mudas de ropa. Luego de asesinar a Daphne, debía irme de Santa Barbara, pero no podía llevarme todas mis pertenencias o levantaría sospechas.

Pisé el cadáver del gato y éste salpicó un poco de sangre. Esbocé una mueca de asco y lo empujé con la punta del pie para ocultarlo debajo de la cama de Daphne. Podría hacer que pareciera todo un suicidio y Daphne quedaría como una lunática al tener un gato muerto oculto bajo su cama.

Me pareció un plan brillante.

Estaba a punto de encaminarme hacia la puerta de entrada para dejar mi equipaje cerca cuando la vi.

Daphne había vuelto.

Tan ensimismada en mis planes homicidas estuve, que no me percaté del sonido de la puerta cuando se abrió. Yo tenía el cuchillo en la mano derecha y mi equipaje en la mano izquierda. Daphne dejó las llaves de su auto sobre la mesa de centro y se llevó una mano a la cabeza. Se presionaba la sien derecha con un dedo.

—Mi cabeza me está matando —dijo en voz baja y se dejó caer en el sofá para descansar—. Annie, ¿podrías traerme un analgésico y un vaso de agua?

Ella estaba actuando como si hubiera visto infraganti a un ladrón y le ofreciera quedarse a beber un té con galletas antes de escapar con nuestros objetos de valor. Con todo, asentí con la cabeza y dejé mi equipaje contra la pared para dirigirme a la cocina. Guardábamos el medicamento en un pequeño botiquín dentro de uno de los gabinetes, entre los artículos de limpieza. Lo abrí y tomé un pequeño frasco de analgésicos. Saqué una píldora y serví un vaso de agua. Sonreí con malicia al imaginar el rostro aterrado que Daphne tendría cuando descubriera lo que tenía pensado hacer con ella.

No solté el cuchillo en ningún momento. Si quería ganarme un poco de su confianza para poder cortarle la yugular sin que se lo esperara. Debía parecer que mi ataque de furia había pasado ya. Así que tomé el cuchillo y lo deslicé por la parte trasera de mis pantalones. Debía moverme con cuidado, o me cortaría el trasero.

Caminé lentamente hasta Daphne. Mis andares me recordaban a los de un pato. Le entregué la píldora y el agua. Se cubrió el rostro con un cojín.

Detecté de inmediato los claros síntomas de un episodio de migraña.

Daphne permaneció en esa posición durante casi quince minutos. Me pareció extraño que no notara los guantes de látex que aún llevaba puestos. Me cansé de esperar, así que avancé hasta ella y me coloqué de rodillas para tener su rostro a la misma altura que el mío. Saqué el cuchillo lentamente y lo sentí cortar superficialmente la piel de la parte baja de mi espalda.

—¿Qué haces? —Preguntó Daphne con voz amortiguada—. Sigo enfadada contigo. No quiero verte.

Era una maldita zorra malagradecida.

Debía hacerlo en ese momento y no esperar más.

—Lamento mi comportamiento de hoy... Fui una estúpida y tú no lo merecías.

Claro que lo merecía y claro que yo no era estúpida, pero debía continuar con mi actuación. Así que le dediqué una sugestiva caricia en el cuello.

Ella se estremeció.

—¿Guantes? —preguntó y se quitó el cojín de encima del rostro para luego tomarme de la mano

¡Estúpida! ¡Estúpida! Pude haberla ahogado con ese cojín y había perdido la oportunidad. Intenté no mostrarme tan turbada como estaba y dije la primera coartada que se me ocurrió:

—Pensaba limpiar el desastre que hice en la puerta. Ya sabes, las manchas de sangre.

—¿Y ese equipaje?

Se incorporó para mirarme.

Tuve que ocultar el cuchillo detrás de mí para no levantar sospechas.

—Ya he provocado suficientes problemas y tú no los mereces —otra mentira—. Es por eso que me iré de vuelta a Georgia, espero que no te importe.

Ella volvió a recostarse en el sofá y presionó de vuelta la sien con dos dedos antes de responder.

—Sí, Anna, creo que eso será lo mejor.

Cada vez la detestaba más.

Estaba a punto de levantar el cuchillo cuando vi que una lágrima corría por su mejilla, su pecho subía y bajaba rápidamente y sollozó. Me impresionó tanto que la desconocí por un momento.

Daphne estaba llorando... ¿Por mi partida?

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