Capítulo VII
Dos semanas pasaron hasta que finalmente logramos amueblar por completo nuestro apartamento. Todos los muebles y el decorado eran de colores oscuros, de estilo minimalista, y resaltaban bastante bien con las paredes blancas. Compramos un excelente sistema de sonido y una pantalla plana. Incluso conseguimos una consola de videojuegos, que rara vez utilizábamos. Para nuestro dormitorio conseguimos un par de ordenadores que en realidad no necesitábamos, además de otra pantalla plana.
Me pareció que dejamos casi vacías las cuentas del banco de la familia Wayne, pero a Daphne pareció no importarle.
Nos volvimos amigas realmente cercanas.
En uno de nuestros tantos días de compras desenfrenadas, Daphne me confesó algunas cosas acerca de su pasado. Descubrí que la familia Wayne tenía dinero de sobra y que sus padres eran demasiado frívolos. Daphne no tuvo ningún problema en confesarme su bisexualidad.
—Lo supe desde que tenía quince años —me dijo mientras veíamos escaparates en Loreto Plaza—. Una noche, mi hermana entró a mi habitación y comenzó a tocarme mientras dormía. Al principio me aterré un poco, pero terminó por gustarme... Qué digo gustarme, ¡me fascinó! Durante varias noches, hicimos el amor sin que nuestros padres lo supieran. Claro que eso duró hasta que ella se consiguió una pareja. Luego conocí a Cyril y el resto es historia.
Supe que Daphne y Cyril tuvieron un tórrido romance dos años atrás, así como me contó un par de detalles más sobre su relación con Christopher. Me enteré también de otros romances y aventuras que había tenido con hombres ebrios que conoció en los bares que frecuentaba. Yo no tenía demasiado que contarle, pero nuestras conversaciones eran siempre muy amenas y agradables.
Los besos inesperados se repitieron en más de una ocasión. Daphne siempre me tomaba por sorpresa. Me besaba y luego me dedicaba un guiño.
No me tomaba demasiado en serio aquellos gestos. Daphne había estado viéndose con un vecino del departamento contiguo, así que no tenía motivos para ilusionarme. Hacían una linda pareja, excepto por el hecho de que ese cretino coqueteaba con todas las vecinas que teníamos.
Y aunque a mí me enfadaba eso, Daphne lo tomó como si fuera la cosa más normal del mundo.
—Si no te enamoras, no te dolerá que tu pareja se vea con otras personas —me decía.
Acordamos una tarde, mientras recorríamos Leadbetter Beach, que invitaríamos a nuestros amigos para que conocieran nuestro apartamento. Para que nos divirtiéramos un rato y se quedaran un par de días con nosotras.
Daphne tenía pensado ir junto con Cyril a un club nocturno mientras Alex y Christopher hacían lo que les viniera en gana. No habíamos instalado una línea telefónica en nuestro apartamento, pues ambas conservábamos nuestros móviles.
Daphne utilizó el suyo para llamar a nuestros amigos, y yo ordené comida tailandesa para cenar.
Me seguía costando demasiado flexionar mis dedos para presionar las teclas. Tardé un rato en marcar el número del restaurant que se había vuelto nuestro favorito. Vi a Daphne pasearse por el apartamento mientras conversaba con Cyril. Se veía de lo más animada.
Por un momento pensé en cancelar la visita mientras Daphne dormía.
No estaba segura de querer recibir a nadie más en nuestro apartamento. No cuando las cosas iban tan bien entre Daphne y yo. Nunca había tenido una amiga y Daphne parecía querer llenar ese espacio vacío. Yo no estaba segura de querer que ese hueco en mi interior se llenara, pero vaya que no quería tener que compartir a Daphne con nadie más.
Nuestros amigos acordaron ir a visitarnos dos semanas después de la llamada que les hizo Daphne.
Alex tenía una nueva pareja. Había terminado con la enfermera del hospital para comenzar a salir con una colegiala de la edad de Jollie. Estaba segura de que aquél noviazgo no duraría y de que era muy probable que Alex la abandonara en cuanto encontrara a otra chica que sucumbiera a sus encantos. Alex Byron era seductor y atractivo.
Pasaban los días y nuestra estancia en Santa Barbara comenzó a volverse monótona y aburrida. Siempre era la misma rutina. Desayunar, ir de compras o a la playa, ordenar comida a domicilio para la cena, y luego nos desvelábamos viendo alguna teleserie de mala calidad o una película. En ocasiones recibíamos visitas. Los atractivos vecinos venían a cenar con nosotras. Y otras noches, cuando no teníamos ningún plan mejor, salíamos a tomar un trago.
Daphne me había llevado ya al médico para que me quitaran los puntos de las muñecas y también comencé a asistir a la terapia de rehabilitación para recuperar la movilidad de mis manos. Detestaba entrar a ese lugar. Estaba lleno de personas que intentaban recuperarse luego de algún accidente y todos ellos se veían tan felices... Se sentían afortunados por tener una nueva oportunidad de continuar con sus vidas.
Ahí conocí a una mujer. No me molesté en averiguar su nombre. Ella tenía una prótesis en la pierna derecha. Había sufrido, como yo, un accidente automovilístico. Tenía treinta o cuarenta años, y era pelirroja. Siempre iban sus hijos a la terapia, todos mayores y universitarios. Aquella mujer decía siempre que debíamos estar agradecidos por nuestra buena fortuna y que debíamos aprovechar cada segundo de nuestras vidas pues no sabíamos cuando sería el final. La mujer dejó de ir a la terapia cuando el médico en guardia le dio el alta. Su terapia finalizó y jamás volví a verla.
Una tarde, recibí finalmente noticias de Jollie.
Estaba sentada en el sofá y miraba la televisión. La programación era completamente aburrida, pero yo no podía dejar de cambiar de canal. A veces eso es más divertido que toda la basura que transmiten diariamente. Mis dedos se cerraron alrededor del mando del televisor. Se adaptaron a esa forma y sabía que me costaría mucho soltarlo. Ya no me provocaba tanto dolor al flexionar las manos. Al menos, ya no era tan insoportable gracias a los ejercicios que me obligaban a hacer cuando asistía a la terapia.
De repente escuché el tono de llamada. El aparato estaba sobre una repisa, haciéndole compañía a nuestra colección de películas.
Me levanté del sofá y apagué el televisor. Pensé que al otro lado de la línea estaría Daphne, que me llamaba para decirme que acababa de encontrar un trabajo para mí. Ella insistía todo el tiempo en que necesitaba distraerme, y un trabajo era su mejor opción. Cuando logré soltar el mando del televisor, mi móvil había dejado de timbrar. Dos segundos después volví a recibir la llamada.
Número desconocido.
Pulsé el botón para responder.
—¿Daphne?
Al otro lado de la línea pude escuchar autos. Mi interlocutor estaba en una carretera o en una calle concurrida.
Escuché una risa nerviosa y finalmente obtuve una respuesta.
—Tenía ganas de escuchar tu voz, hermana.
—¿Jollie? —Dije y reprimí la cálida sonrisa que amenazaba con marcarse en mi rostro—. ¿Dónde estás?
—He tenido que escapar de mamá y papá. —Pude escuchar que estaba sonriendo—. Se han vuelto locos cuando descubrieron que en realidad no estuve en ningún viaje escolar. Te estoy llamando desde una cabina telefónica.
—¿Cómo va todo? —dije, aunque poco o nada me importaba.
— ¡Ha ido de maravilla! ¡Ya no estoy embarazada!
—Me alegro —mentí.
—¿Cómo va todo en Santa Barbara?
Por alguna razón, ella pensó que yo quería tomar el té para ponernos al tanto.
—Todo está bien —respondí y puse los ojos en blanco.
—Emily y yo te extrañamos mucho. —Sabía que era mentira—. Queremos verte pronto.
—Yo también —mentí, de nuevo.
—¿Cómo van tus manos, hermana?
Instintivamente miré las cicatrices de mis muñecas e intenté cerrar mi puño izquierdo para infringirme dolor.
Tomé un profundo respiro antes de responder.
—Estoy recuperándome.
—¿Has ido ya a la terapia que necesitabas?
Era como si estuviera hablando con mi madre y no con mi hermana menor.
Vi llegar a Daphne. Entró por la puerta principal del apartamento y me saludó con un beso al aire. Llevaba consigo bolsas de compras y noté el delicioso aroma del pollo frito que cenaríamos esa noche.
—Tengo que irme, Jollie —dije y le di la espalda a Daphne—. Te llamaré después. —Otra mentira.
—De acuerdo. También yo debo volver, o papá y mamá descubrirán que he escapado y estaré en problemas. ¿Prometes llamarme?
Casi sonó como una súplica.
—Lo prometo.
No pensaba hacerlo.
—Te quiero, Annie.
Antes de que se hiciera el silencio entre nosotras, terminé la llamada.
No iba a responder a eso. ¿Qué se supone que debía decirle?
¿Cuánto la odiaba o cuánto deseaba que hubiera muerto mientras le practicaban el aborto?
Al verme libre de la conversación con mi hermana, Daphne se acercó a mí y volvió a saludarme. Me envolvió en un cálido abrazo, besó mis mejillas y yo la fulminé con la mirada. Lo último que quería en ese momento era que ella me robara otro beso como solía hacerlo. No pude evitarlo, pues en pocos segundos ya tenía sus labios sobre los míos.
No estaba segura de qué relación manteníamos Daphne y yo, pero no puedo negar que me encantaban sus besos. Esa sensación en mi estómago sólo la causaba ella. Ni siquiera Alex Byron me habría hecho sentir así aunque su vida dependiera de ello.
Esa noche cenamos pollo frito, bebimos cerveza y vimos una película.
Nos acurrucamos, nos cubrimos con una manta y comimos frituras mientras reíamos de las pobres niñeras atormentadas por Michael Myers. Daphne se quedó dormida en mi hombro y tuve que acomodar su cuerpo para que no invadiera mi espacio personal más tiempo del necesario. A Daphne le encantaba tenerme cerca, pero yo no disfrutaba de eso tanto como ella.
Apagué el televisor y salí a nuestra terraza.
Daphne la había decorado con hermosas flores artificiales. Yo habría optado por algo más natural, pero ninguna de nosotras tenía la paciencia suficiente como para cuidar seres vivos que necesitaran hidratarse cada tanto. Vi entonces al gato negro que solía visitarnos constantemente. A Daphne no le gustaba, pero yo lo encontraba como una visita bastante agradable. El gato me miró con sus brillantes ojos amarillos y se mantuvo quieto. Era tan delgado que los huesos de sus costillas se notaban muy marcados bajo su pelaje.
—¿Tienes hambre? —le pregunté.
Me sentí estúpida al estarle hablando. El gato no podría responderme y si lo hiciera sólo probaría que yo había perdido el juicio. Y a pesar de ello, entré de vuelta al apartamento y salí con las sobras de nuestra cena. Le ofrecí al gato un poco de pollo frito, pero esa maldita bestia sólo me lanzó un zarpazo con sus garras y se marchó. Le lancé con furia el pedazo de pollo y miré la herida. El rasguño se notaba de un intenso color rojo, remarcado en mi blanca piel. Una gota de sangre emanaba de él.
Hacía un tiempo había encontrado satisfactorio el dolor. Y ya que el rasguño punzaba levemente, me sentí extasiada. Limpié con mis labios la pequeña gota de sangre y volví a entrar cerrando la puerta de la terraza tras de mí. Daphne se había hecho un ovillo bajo la manta que nos cubría, así que proveché que apenas se movía para dirigirme a nuestra habitación y asegurar la puerta. Me acerqué al armario de Daphne y abrí las puertas de par en par. Sabía que ella había ocultado mi violín entre sus posesiones. Era su manera de ayudarme a salir adelante luego del trágico accidente.
Daphne creía que yo no lo sabía.
Lo saqué del maletín de cuero negro donde lo guardaba y tan sólo lo miré.
No era la primera vez que lo hacía. Verlo me hacía sentir que tenía una mínima esperanza de volver a ser una persona normal algún día. Lo acaricié con la palma de mi mano derecha, pasé las yemas de mis dedos por las cuerdas y me invadió una profunda tristeza. Lo tomé por el mango con la intención de tocarlo de nuevo.
Tuve que detenerme cuando escuché a Daphne levantarse y llamar mi nombre.
Sintiéndome como si ella me hubiera atrapado haciendo algo indecente, dejé mi violín en su sitio para pretender que nada había ocurrido y salí al encuentro de Daphne.
Nos acurrucamos de nuevo y terminamos de ver la película.
Todo continuó bajo lo que podía llamarse normalidad cuando estaba cerca de Daphne Wayne.
Beber y conocer sujetos en bares era cosa de todos los días, varios de ellos habían ido a fornicar en nuestro apartamento con Daphne mientras yo dormía en el salón. Cuando nuestra búsqueda de hombres adinerados y apuestos no obtenía resultados, Daphne llegaba tan ebria a casa que incluso pretendía hacer el amor conmigo.
Siempre me negué y la dejaba durmiendo en el cuarto de baño con la puerta asegurada.
Daphne Wayne estaba como una cabra y quizá yo lo estuviera también.
Era por eso que me sentía tan atraída por ella. Dejé que continuara besándome y yo comencé a robar también uno que otro beso de sus labios. Pronto me declaré abiertamente bisexual. Daphne había sacado ese lado de mí.
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