Capítulo IV

     Mis padres no me explicaron nada cuando pregunté lo que ya me parecía obvio. Pasamos cinco eternos minutos en silencio, hasta que mi madre anunció que había dejado la cena en el horno y debían volver a casa pronto. Se despidieron de mí con besos en las mejillas y mi padre le dio un empujón a Jollie para que caminara, pues ella tenía la intención de quedarse conmigo. Emily me despidió con un movimiento de su pequeña mano mientras se mordía las uñas de la otra. Me dejaron en completa soledad. Incluso para mí fue extraño, pues lo único que quería en ese momento era que volvieran y me explicaran lo sucedido. Cuando me fuera con Daphne a Santa Barbara, dejaría de importarme la vida de aquellas personas. Pero esto era algo que moría por saber.

Me era imposible burlarme de la condición de Jollie.

Tan sólo podía sentir lástima por ella. Seguramente aquél descerebrado malnacido, Tyler Maddison, había sido el responsable. Quizá la había presionado hasta conseguir que se acostara con él. Y mi hermana, como la estúpida niña que era, había accedido pensando que él iba a hacerle el amor como a ninguna otra mujer. Siendo su hermana mayor, debí haberle advertido. Pero a pesar de la lástima que sentía por ella, quise creer que Jollie lo merecía. No dejé que aquello me robara el sueño. Esa noche dormí como un bebé.

Amaneció al día siguiente y llevaron a mi habitación el insípido desayuno.

Consistía en un plato de ensalada de frutas y un vaso de jugo de naranja sin azúcar. Habría preferido no comer esa bazofia, pero debía engullirlo todo para evitar los comentarios de las enfermeras y del doctor albino que atribuían mi falta de apetito a un efecto colateral del accidente.

Detestaba mi estancia en el hospital más de lo que detestaba las visitas de mi familia.

La noticia del muy probable embarazo de Jollie seguía dando vueltas en mi cabeza. No podía dejar de imaginarla desnuda y frotando su cuerpo con el de Tyler Maddison. Me era imposible dejar de ver en mi mente a Jollie con las piernas abiertas y recostada en la cama de algún motel de paso. A Tyler Maddison penetrándola frenéticamente, y a ella sintiéndose en el cielo.

Y entonces la veía oculta en el baño del colegio, hecha un ovillo en la esquina de algún cubículo y sujetando una prueba de embarazo casera que marcaba positivo.

Mis manos viajaron hacia mi vientre y lo acaricié preguntándome cómo debía sentirse recibir aquella terrible noticia. Si para mi supondría un infierno, supuse que para Jollie era peor.

Daphne llegó puntualmente aquél día. Había metido de contrabando al hospital un poco de ensalada de atún y un par de cervezas. Devoramos nuestro desayuno. Admito que en ese momento me pareció que nunca había probado alimentos tan deliciosos. Detestaba la ensalada de atún, pero Daphne era una gran cocinera cuando se empeñaba en hacerlo. Al terminar, guardó la evidencia del crimen en bolsas de plástico y las lanzó por la ventana de mi habitación. Sonreí al imaginar que había golpeado a algún sujeto estúpido con ellas.

Dejó las ventanas abiertas para que el aroma del atún y la cerveza abandonaran la habitación antes de la visita vespertina de la enfermera en turno y el doctor albino. Daphne se sentó en el borde de mi cama para ponerme al tanto de las noticias que habían ocurrido en las horas anteriores.

Me explicó que Alex, Christopher y Cyril estaban planeando ir a visitarnos en Santa Barbara cuando terminara la mudanza. Me dijo también que Alex había comenzado a salir con una enfermera del hospital. Quizá si él me hubiera interesado un poco me habría sentido mal por enterarme de que se estaba viendo con otra mujer sin antes haberle dado fin a lo nuestro. Sin embargo, me sentí satisfecha cuando entendí que todo entre nosotros había acabado. Lo que más me alegró era que ya no tenía que embriagarme para hacer el amor con él. Daphne se sintió aliviada al no tener que consolarme por nuestra ruptura y mencionó que no comprendía qué era lo que yo había visto en Alex como para decidir tener algo formal con él. Y, a decir verdad, ni siquiera yo conseguía entenderlo.

La puerta de la habitación se abrió entonces, y Daphne se levantó de golpe pensando que era una enfermera la que nos visitaba, pero no fue así.

En el umbral de la puerta estaba Jollie.

Se veía demasiado distinta a como la recordaba. Llevaba puesta una camisa de mangas largas tan holgada que no marcaba para nada sus curvas. Usaba jeans y un par de zapatillas deportivas demasiado viejas y sucias en comparación a los zapatos que siempre usaba. Su cabello rubio iba peinado con una coleta desaliñada y aún tenía los ojos hinchados.

La miré confundida por un instante hasta que entró corriendo tan veloz como una saeta a la habitación y me envolvió en un fuerte abrazo mientras sollozaba desconsolada en mi hombro. La fulminé con la mirada cuando mi cuerpo aulló de dolor. Jollie apretaba demasiado.

Daphne cerró la puerta de la habitación para darnos un poco de intimidad. Tuve que ordenarle a Jollie que se separara de mí para que pudiera explicarme lo sucedido. Se sentó en la orilla de mi cama y Daphne la acompañó. Acariciaba la cabeza de mi hermana para intentar consolarla. Jollie no podía parar de llorar, así que parte de la historia la contó con voz quebradiza y soltando infinitos sollozos. Daphne seguía acariciando los cabellos de mi hermana y me lanzaba miradas desesperadas. Jollie le partía el corazón con su sufrimiento.

Mi hermana nos explicó que todo había ocurrido mucho antes del accidente. Tyler Maddison la había invitado a tomar unos tragos en su casa. Jollie se negó al principio, pues la había invitado en horas de escuela. Eran quizá las once de la mañana, o un poco más temprano.

Tyler logró convencerla, haciendo gala de sus dotes principescas. Y estando en su casa comenzaron a beber sin control. Jollie tomó sólo un par de tragos de cerveza, pero Tyler continuó y continuó hasta estar quedar ebrio como una cuba. Jollie no quiso irse en ningún momento.

Finalmente, Tyler la tomó de la mano y la llevó a la habitación de sus padres.

La recostó en la cama y así, sin previo aviso, abusó de ella.

Indefensa, Jollie no fue capaz de evitarlo. Al terminar, Maddison se quedó profundamente dormido y Jollie aprovechó para escapar.

Luego de ese día, ese bastardo no volvió a hablar con mi hermana.

Jollie nos explicó también a mí y a Daphne que pasó dos meses sin tener su periodo, y el miedo la volvió incapaz de decírselo a nadie. Tenía todos los síntomas de un embarazo, pero no se atrevía a corroborarlo, hasta que no pudo más y se practicó una prueba de embarazo casera.

Salió positiva, así que hizo otra.

Y otra.

Y otra.

Cinco pruebas de embarazo.

Todas dieron positivo.

La presión y el miedo fueron tales que Jollie no tuvo más opción que contarle lo ocurrido a mis padres. Cuando lo supieron, mi madre se llevó el peor susto de la vida. Sus ojos se llenaron de lágrimas y tuvo que sacar a Emily de la habitación para que no lo supiera. Mi padre le propinó un puñetazo a Jollie en el rostro, al mismo tiempo que vociferaba en contra de ella y de Tyler Maddison. No querían que tuviera a ese hijo. Así que, siendo presa de la furia, mi padre comenzó a golpearla en el vientre. Mi madre intentó detenerlo y lo logró antes de que le provocara el aborto a mi hermana.

Aquella fue, quizá, la peor experiencia que Jollie había tenido. Por la misma razón, me sentí agradecida de no haberlo presenciado.

Al terminar su historia, Jollie volvió a romper en llanto. Daphne la abrazó con fuerza. Yo lo habría hecho, de no ser porque sabía que Jollie me lastimaría al apretar demasiado mi cuerpo.

Mi hermana logró calmarse luego de quince interminables minutos.

—Pero, linda, ¿por qué no pediste ayuda? —preguntó Daphne. Estaba muy conmovida.

En ese preciso momento me pareció que a Daphne se le daba muy bien la tarea de ser una hermana mayor.

—¡Tenía miedo! —Respondió Jollie con voz demasiado alta, aguda y quebrada por el llanto—. ¡Ni siquiera quiero tener a este bebé!

Me pareció obvio que Jollie no querría dar a luz a un hijo.

Daphne tuvo entonces la idea más inteligente que se nos pudo haber ocurrido. Le sugirió a Jollie que asistiera a una clínica donde pudieran practicarle un aborto. Mi hermana se aterró y yo la entendí perfectamente. Nuestra madre solía decirnos, cada vez que llegábamos a tocar el tema de los muchachos y el sexo, que si algún día llegábamos a provocarnos el aborto entonces también nosotras moriríamos, podridas por dentro, y por eso era que debíamos aceptar las consecuencias de nuestras acciones. Nuestro padre, por otro lado, solía decirnos que si acaso nos descubría en aquellas andanzas, nos mataría a golpes por ser estúpidas.

Entendí a la perfección el miedo de Jollie.

Mi hermana terminó por aceptar la propuesta de Daphne. Tuvimos que explicarle que, si ya había pasado mucho tiempo de su embarazo, entonces no podríamos hacer nada para ayudarla. Las tres esperábamos que no fuese demasiado tarde.

Finalmente llegó el día en el que me dieron el alta.

Daphne vino a verme para ayudarme a salir del hospital. Cuando salimos por las puertas principales, me deslumbró la luz del sol. Pero al mismo tiempo, me sentí tan libre que pensé que entendía a todas esas personas que salen a las calles luego de pasar muchos años en prisión.

Daphne me condujo a su auto y nos pusimos en camino a mi casa, para ir por todo mi equipaje y por fin abandonar Georgia.

Lo último que supe de Jollie fue que se encontraba en un viaje escolar y que pasaría unos días fuera de la ciudad pues había ido a pasar un par de semanas en Alabama. Daphne y yo intercambiamos una mirada de complicidad en ese instante, pues la clínica a la que Jollie se dirigiría para practicarse el aborto estaba ubicada a pocos kilómetros de ahí.

No me importó no poder despedirme de ella, pero confié en que Emily le daría un mensaje de parte mía.

—Cuando vuelva Jollie, dile que me llame al móvil —dije a mi hermana más pequeña—. Necesito saber que todo salió bien. ¿Podrías decirle eso, Emily?

—Sí, Anna.

Emily me abrazó con fuerza y mis padres comenzaron a subir mi equipaje al maletero del auto de Daphne. Mi madre no estaba de acuerdo con que me fuera de Georgia, pero no había nada que ella pudiera hacer al respecto.

Mi decisión estaba tomada y nada arruinaría mis planes.

Daphne y yo ignoramos olímpicamente las quejas de mis padres.

Cuando todo estuvo listo, mi amiga encendió el motor y nos alejamos de la casa Winthord a toda velocidad. Me sentí tan libre que quería sacar la cabeza por la ventanilla del auto y gritar con todas mis fuerzas mientras el viento hacía volar mi cabello castaño. Logré mantener la compostura, aunque una sincera sonrisa se dibujó en mi rostro. Daphne me devolvió el gesto, y vaya que ella sí soltó un emocionado grito agudo.

Cuando me di cuenta, ya nos encontrábamos en la carretera.

Mi vida comenzaba de nuevo en aquel momento. En Santa Barbara podría empezar de nuevo. La emoción que sentía me provocó mariposas en el estómago. Intenté mover mis dedos, pero me fue imposible. Fue entonces que me di cuenta de algo que podría haber sido importante. Estaba dejando atrás la terapia para recuperar la movilidad de mis manos. ¿Y a quién le importaba la maldita terapia? Estaba por liberarme de mis padres y de Jollie.

Miré los grotescos puntos que aún estaban incrustados en mi piel.

Supuestamente, debía volver al hospital en dos semanas para que el doctor albino retirara los puntos. Y ya que no tenía intenciones de recorrer todo el país para regresar al hospital, esperaba que eso podría hacerlo cualquier doctor en Santa Barbara. Bien podría hacerlo por mí misma y no tendría que visitar de nuevo ningún hospital. O quizá podría conservarlos, como un souvenir.

Daphne se dio cuenta de que comenzaba a mostrarme distraída y volvió a dedicarme su cálida sonrisa. Estiró una mano para tomar la mía, y la sujetó con fuerza, acariciando mis nudillos de la misma forma que lo habría hecho un amante. Me sentí extraña y me di cuenta de que esa era la razón por la que me había pedido que la acompañara.

Quería fugarse conmigo.

En ningún momento se me ocurrió que Daphne Wayne pudiese interesarse en mí de esa manera.

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