Capítulo 6-2T
–¿Ari? –
–¡Jack!–
Escucharla tan feliz por la línea telefónica, hizo que el pecho de él saltara. No pudo evitar imaginar su bello rostro sonriente, y el corazón le dio un vuelco. La estaba extrañando demasiado. Habían sido únicamente dos días pero él lo había sentido como una eternidad. Ansiaba ya tenerla de regreso.
–Te noto muy contenta, muñeca. Traes buenas noticias, ¿cierto?–
–¡Sí!– exclamó Ariana que en esos momentos todavía se encontraba en la ciudad neoyorquina.
–¿Te dieron el papel?–
–¡Me dieron el papel! ¿Puedes creerlo? ¡Me lo dieron, Jack!– la castaña no podía estar más emocionada, más eufórica. ¡Estoy dentro! ¡Estoy en Broadway!–
–Desde luego que puedo creerlo, Ari. Lo increíble hubiese sido lo contrario– el tono del peleador estaba lleno de orgullo. Decir que estaba orgulloso de su esposa se le antojaba demasiado poco. La sensación iba mucho más allá.
–Me hicieron ovación de pie y los aplausos duraron muchísimo–
– Te lo dije, nena, te dije que quedarían apantallados con tu talento. Tienes la voz perfecta para el teatro musical, y la madera para triunfar. Estoy muy orgulloso de ti, y Aaron también lo está, los dos lo estamos. No sabes cuánto desearía poder abrazarte en este instante. Imagino lo hermosa que estás con esa sonrisa en tu cara–
–No he podido dejar de sonreír–
–Y yo voy a llenarte de besos cuando regreses. Vas a hacer que me sienta como un presumido–
–¿Un presumido por qué?– rió Ariana encantándolo con el sonido de su risa en su oído.
–Porque mi esposa será una estrella en Broadway, ¿te parece poco?–
Se escuchaba tan estupendo oírlo decir eso.
Ella exhaló.
–A veces creo que esto es un sueño Jack. Me da miedo despertar y que no sea realidad–
–No digas eso, Ari. Claro que es real. Para esto te has preparado tu vida entera, y el momento ha llegado. Tu momento–
Para Ariana era natural tener miedo. Había considerado aquello tan lejano, y por otro lado se había estado preparando casi desde que usaba pañales.
Ella no había sido una niña normal, no había jugado con muñecas y tampoco se había pasado sus tardes enteras frente al televisor viendo la programación infantil como cualquiera de su edad, sino adentrándose en el mundo del baile y las coreografías, aprendiendo sobre aquel arte y adquiriendo su propio talento. Más tarde, desde luego había descubierto que podía cantar, y que además era buena para la actuación. Así había complementado las tres, poniéndoles el mismo empeño por igual. Y aunque todo había comenzado como una actividad extraescolar para que la niña extrovertida e hiperactiva que había sido, gastara su energía, Ariana no había tardado mucho en darse cuenta de que verdaderamente le apasionaba. Y mientras crecía, se había ido formando expectativas en su mente, alcanzando todas y cada una de ellas conforme el tiempo transcurría. La última había sido ingresar a Julliard y después protagonizar algún musical que la hiciera despegar en Broadway. Evidentemente no había conseguido lo primero, pero desde entonces había estado determinada a obtener lo segundo.
Triunfar en Broadway.
Le parecía increíble que estuviese a punto de suceder.
Se habías esforzado demasiado, y ahora... Ahora estaba todo tan cercano.
–Y significa eso que a Aaron y a mí nos espera una vida muy emocionante en Nueva York contigo– continuó diciendo Jack. Su tono de voz fue de completo entusiasmo.
–Te amo por estar tan dispuesto a mudarte de ciudad, y dejar todo lo que tienes en Boca por venir conmigo–
–¿Bromeas?– él rió. –Nena, yo iría contigo hasta el fin del mundo, lo demás no me importa. Solamente estar a tu lado–
Lo habían planeado todo muy bien. Él dejaría a Maculay a cargo de sus talleres. Continuaría sus entrenamientos en su nuevo lugar de residencia, y mantendría el contacto con Noah para el asunto de sus peleas en distintas ciudades. Los directores de la Lux Fight League habían estado de acuerdo y lo habían tomado como un simple cambio de sede.
–Gracias, Jack–
–No me agradezcas, preciosa. Yo te prometí que estaría en esto contigo. Tu sueño es el mío, recuerda eso–
–¿Ves? Por estas cosas es que te amo tanto. Muero por volver y abrazarte. Mi vuelo sale a las seis. Estaré llegando a las nueve de la noche–
–Yo también muero por verte, Ari. Estoy loco por tenerte en mis brazos, pero... ¿No sería mejor idea que te quedaras en Nueva York? Estarás en Boca solamente un par de días, para después volver– los ensayos para la puesta en escena comenzarían precisamente en dos días. –Quizá lo más conveniente sea que te quedes. Aaron y yo te alcanzaremos pasado mañana–
–Lo sé, Jack, quizá sí sea lo más conveniente, pero aun así debo volver. Tengo cosas que arreglar con el señor Lewis, quiero dejarle todo en orden con respecto a la academia. Cameron será de gran ayuda, pero aún así se lo debo. Conseguí este papel gracias a él. Además está el asunto de la fiesta, Adrienne y mamá no me perdonarían si me pierdo la fiesta de despedida que dijeron prepararían para nosotros–
–Tienes razón. Entonces te espero esta noche, muñeca– sonrió sólo de imaginar el recibimiento que tendrían más tarde en la habitación de ambos.
–Perfecto. ¿Dónde está Aaron?–
–Lo traje al parque con Noah, ya sabes, para que en la noche esté exhausto y pueda dormir temprano. ¿Quieres hablar con él?–
–No. Déjalo que juegue. Yo debo hacer mis maletas ya mismo. Los llamaré antes de que suba al avión, ¿de acuerdo?–
–De acuerdo, amor. Te amo–
–Te amo–
Ambos colgaron.
Jack seguía sonriendo simplemente porque amaba demasiado a aquella mujer.
Enseguida volvió con su amigo, que se encontraba recargado sobre el cofre de su camioneta y vigilaba a Aaron.
El pequeño jugaba alegremente con un montón de niños más.
–¿Terminaste de hablar con tu amada?– le preguntó burlón.
El peleador le soltó un golpe en la cabeza y rió.
–Sí–
–¿Cómo le fue?–
–Lo logró, Noah. Ariana consiguió el papel. Protagonizará un musical en Broadway– la sonrisa de Jack demostraba lo orgulloso que se sentía. Lo feliz.
–¡Ah! ¡Eso es fantástico!– exclamó Noah contento. –Es una noticia maravillosa. Ella es muy buena en todo eso. Tarde o temprano esto iba a ocurrir–
–Estoy muy de acuerdo en eso. Ya puedo imaginarla triunfando–
–Liz se pondrá contentísima cuando se lo cuente–
–Ari debe estar hablando ya con ella. Son las mejores amigas del mundo–
–Cierto– concedió el moreno. –¿No vas a contárselo a Aaron?–
–Dejaré que sea su madre quien se lo cuente. Seguro se emocionará mucho–
–¿Un niño viviendo en Nueva York, con una mamá superestrella? Por supuesto que le encantará la idea– asintió Noah entre risas.
–Eh, amigo, y no te olvides que su papá será una figura importante en los octágonos mundiales–
–Wow, ya quisiera yo esa suerte– bromeó
Enseguida los dos se giraron para mirarlo. Continuaron hablando y riendo cuando de pronto observaron como un niño de aproximadamente siete u ocho años golpeaba a Aaron en el rostro haciéndolo caer de sentón.
Por instantes, Jack frunció el ceño, pero la impresión lo llenó cuando su hijo se puso en pie al instante, sacudiéndose la tierra de sus pantalones cortos.
Al siguiente segundo, el pequeño agresor ya estaba en el suelo, llorando escandalosamente.
Aaron no había dudado ni un solo momento en regresarle el golpe, y al parecer lo había hecho con mucha más fuerza y certeza.
Consternado, Jack corrió a sujetarlo, tomándolo en brazos y evitando que la pequeña riña se hiciera mayor.
Para entonces, el padre del otro niño ya había acudido a su consuelo, y demostraba intenciones de darle una paliza al papá del responsable de que su hijo estuviese llorando.
Sin embargo cuando notó lo grande y musculoso que este era, no hizo más intentos ni reclamaciones, marchándose inmediatamente.
Momentos después, Jack llevó a Aaron hasta su camioneta para sentarlo en el cofre.
Noah que bien conocía de golpes, fue de inmediato a comprar unas cuantas paletas de helado. Le dio una al pequeño, que sonrió contento al recibirla.
–Bien hecho, amigo– le guiñó un ojo con expresión divertida.
–Cierra la boca, Noah– exclamó Jack en completo desacuerdo. Tomó una paleta, y empezó a frotarla contra la mejilla de su hijo. –Es increíble que sólo tengas cuatro años, y yo ya esté bajándote la hinchazón de un golpe en la cara– exclamó aún sorprendido y preocupado. –Si Ariana se entera de esto me va a matar–
–Lo que deberías hacer es entrenarlo– opinó el moreno.
Jack lo miró molestó.
–¿Qué?–
Noah se hundió de hombros.
–Es bueno. ¿No viste cómo dejó al otro? ¡Piénsalo, Jack! ¡Este niño va directo al estrellato!– exclamó emocionado.
El peleador negó de inmediato.
–Tú quieres que Ariana me arranque la cabeza, no vuelvas a repetir eso, ¿queda claro?–
Su amigo rodó los ojos resignado.
Momentos más tarde, cuando llegaron a casa, Aaron corrió directo a jugar con sus blocks y sus cochecitos.
Jack exhaló una vez que cerró la puerta tras él.
–Hombrecito, ven aquí– lo llamó entonces.
El niño dejó lo que estaba haciendo y regresó con su padre.
–¿Sí, papi?–
–Acompáñame– le dijo y juntos se dirigieron a la habitación del primer piso que Jack utilizaba para sus entrenamientos en casa.
Estaba bien equipado con barras, pesas y todos los aparatos necesarios. Tenía además una perilla y un costal de box que colgaban del techo.
–Papi, aquí tú entenas–
–Así es, pequeño, ¿ves eso?– señaló entonces el pesado y grueso costal.
Aaron asintió.
–Sí–
–Se llama costal–
–Ya lo sé. Siempe lo gopeas– contestó el niño mientras corría hacia él y le propinaba una patada que consiguió moverlo levemente.
–Exacto, porque es parte de mi entrenamiento para cuando salgo a pelear con mis oponentes–
–¿Poke tú puedes gopead gente y yo no?– preguntó entonces con inocente frustración.
–Porque yo soy un profesional, hijo, y ese es mi trabajo– respondió Jack mientras se ponía en cuclillas para estar a su altura y mirarlo a los ojos.
–Pues yo también quedo sed pofesional– Aaron colocó sus diminutos puños en posición de combate.
–Soy hombre muerto si tu madre te escucha decir eso– murmuró.
Confundido, el pequeño sólo se encogió de hombros.
Jack suspiró, y después se puso en pie.
–Escucha, Aaron. Las artes marciales son un deporte muy duro. Y tú ya tendrás tiempo para decidir a qué te quieres dedicar, pero mientras tanto no quiero que te conviertas en un niño agresivo. Golpear a tu amiguito estuvo mal, muy mal, y no puedes volver a hacerlo–
–Papá...– reprochó Aaron haciendo un puchero.
–Sin berrinches, hombrecito. Cuando estés enfadado, y quieras golpear algo, hazlo con esto– dijo señalándole el costal.
–Bien– aceptó. –¿Papi, podemos jugad a los pidatas?–
Jack le sonrió.
–Claro que sí, Aaron–
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El vuelo de Ariana llegó al aeropuerto de Boca Ratón en punto de las nueve de la noche, unos cuantos minutos después de que una fuerte lluvia se desencadenara.
Los pasajeros comenzaron a desabordar del avión una vez que recibieron las indicaciones.
La castaña sonrió al pensar en que al fin vería a sus dos chicos luego de haberlos extrañado muchísimo en esos días.
Abrazaría muchísimo a su hijo, que seguro todavía no estaba dormido. Pero después se ocuparían de él para que así ella y su marido pudieran tener su propio reencuentro en su habitación.
Pensar en eso la hizo sonrojarse.
Recogió su equipaje y entonces rebuscó su celular dentro de su bolso.
Debía llamar a Jack para avisarle que ya había aterrizado.
Le pareció extraño no encontrarlo.
Detuvo entonces su caminar y empezó a buscar con mayor empeño y concentración.
Su celular no estaba en ninguna parte.
Le pareció muy extraño. Había hablado con Jack literalmente segundos antes de abordar el avión en Nueva York. Después de eso... No tenía muy claro en dónde lo había guardado, pero estaba segura de que debió haber sido en su bolso.
Aún así era evidente que lo había perdido.
Exhaló frustrada y enseguida un veloz relámpago se dejó ver, estallando por las afueras del aeropuerto.
La lluvia se había convertido rápido en una tormenta, por lo que veía.
Se sintió preocupada. No tenía cómo regresar a casa ni cómo llamar a su esposo. Por otro lado tampoco deseaba que él saliera y expusiera a Aaron.
Comenzó a caminar mientras pensaba en lo que debería hacer, cuando su propia distracción la hizo chocar con alguien.
–Disculpe...– murmuró intentando seguir su camino, sin embargo ese alguien la detuvo.
–¿Ariana?–
Confundida, la castaña se dio cuenta de que quien tenía enfrente era Pete Davidson.
Sus ojos marrones se abrieron de la impresión porque en definitiva no había esperado encontrarse con él.
–Eh... Hola, Pete–
El chico sonreía. Su sonrisa era gigantesca, siempre lo había sido, cielo santo, ¿eso era normal?
–Ariana, wow, estás hermosísima– como si fuese algo natural entre ambos, Pete se inclinó para abrazarla. –Hace tanto tiempo que no te veía–
Mentira. La realidad era que había viajado a Nueva York, y la había seguido de muy cerca sin que lo notara. Además, había abordado el mismo avión, y había sido él el ladrón de su celular y su cartera. Había aprovechado una ida al baño para hacerlo sin que nadie lo viera. Tenía un plan y pensaba llevarlo a cabo esa misma noche.
Incómoda, ella se retiró. Le sonrió a pesar de que únicamente deseaba marcharse.
–¿Cómo has estado, Pete? Tienes, razón. Han pasado muchos años– eso sin contar el ramo de rosas que había enviado a su casa semanas atrás.
–Lo sé. Estuve muy ocupado atendiendo los negocios de mi padre, ya sabes cómo es eso. Viajo todo el tiempo. Pero tú cuéntame, ¿qué ha sido de ti?–
Lo que menos se le antojaba a Ariana era quedarse ahí a cotillear con Pete, sin embargo enseguida se dijo que él podía ayudarla.
–Bueno, nada emocionante. Soy mamá y esposa, eso es todo– mintió. –¿Crees que puedas prestarme tu celular? Necesito hacer una llamada urgente y serías de mucha ayuda–
Sí. Pete seguro no le negaría aquello. Llamaría a Jack, y en poco tiempo estaría ya en casa junto a él y Aaron.
–Por supuesto que sí. Sólo que hay un pequeño inconveniente... Dejé mi celular en mi habitación del hotel–
–¿Habitación del hotel?– Ariana no comprendió.
–Voy directo a Los Ángeles y mi vuelo sale mañana a las seis de la mañana. Es por eso que decidí quedarme esta noche en el hotel anexado al aeropuerto. Bajé únicamente para solicitar una información. Ven conmigo y con gusto te lo prestaré–
A Ariana le pareció muy extraño todo aquello. El hotel de ahí no era precisamente de cinco estrellas, y Pete era muy rico.
Dudó.
–Te lo agradezco, pero creo que será mejor que me vaya en taxi, así Jack y mi hijo no tendrán que venir aquí en medio de esta lluvia–
–De acuerdo, Ariana. Como tú prefieras– le sonrió.
Sin embargo al momento, ella se dio cuenta de que también había extraviado su cartera.
¡Aquello era el colmo! ¿Podía alguien tener tan mala suerte?
–No encuentro mi cartera. Creo que la perdí junto con mi celular–
Internamente, Pete sonrió aún más. Había pensado en todo.
–Puedo prestarte efectivo, pero... mi billetera está en la habitación– señaló él hacia arriba con su dedo anular.
–Creo que conseguiré un teléfono en recepción, aún así muchas gracias–
–¿Qué? No, no, Ari. Por favor ven conmigo. Hace mucho tiempo que no te veía, somos viejos amigos, y en serio quiero hacer algo por ti. Déjame ayudarte– su voz sonó suplicante.
Ariana dudó por unos cuantos momentos.
Pete era inofensivo, después de todo. Lo conocía de toda la vida, y además no pensaba tomarse mucho tiempo. Mientras más rápido fuese todo, mejor.
–De acuerdo–
Soltó un suspiro y lo siguió.
Tardaron unos cuantos minutos en llegar a la habitación que se encontraba en el cuarto y último piso.
Pete abrió la puerta utilizando su llave, y en un gesto que pretendió ser de caballerosidad, la invitó a pasar.
–Adelante, por favor–
Con una sensación en su pecho, que en ese momento no pudo descifrar, Ariana entró.
–Por favor ponte cómoda– le mostró esa sonrisa inmensa.
Sus dientes aparecieron y por alguna razón a Ariana le parecieron un tanto creepy.
–Gracias, pero en serio tengo prisa–
–Sí, sí claro. Entiendo, y discúlpame por hacerte esperar. Mi celular estaba apagado pero ya lo estoy encendiendo– le mostró. La pequeña e icónica manzana podía apreciarse en la pantalla del costoso dispositivo. –Toma asiento–
–No hace falta, pero te lo agradezco–
–¿Quieres tomar algo? Mandé pedir coñac, agua con gas, refresco de cola...–
¡Cielo santo! Aquel maldito celular tardaba demasiado en encenderse. Los ojos de Ariana estaban fijos en él, que todavía estaba en manos de Pete.
–Agua natural está bien– estaba sedienta, y sólo por eso aceptó el ofrecimiento.
El heredero de la fortuna Davidson sonrió de nuevo porque todo estaba saliendo según lo planeado. El coñac tenía esa droga que había comprado en aquel barrio de mala muerte, también el refresco, el agua. Había mandado sellar todo como si fuesen productos sin abrir antes. Todo a la perfección.
Le tendió la botella.
No le daría el celular hasta que la viera beber el primer sorbo.
Ariana bebió y observarla fue como observar su victoria, pensó Pete muy entusiasmado. Casi no podía creerse su buena suerte.
Había planeado primero invitarle una copa y después llevarla a su suite. Pero ahora ahí estaba, había subido por su propia cuenta, y estaba a minutos de tenerla a su merced.
–Aquí tienes– alzó su celular para que lo tomara.
Ariana pasó el agua por su garganta y de pronto le llegó el pensamiento de que extrañamente había sentido un extraño sabor a medicina en ella. Se olvidó de aquello y tomó rápidamente el celular con expresión de alivio. Sus dedos comenzaron a teclear el número de Jack, pero estos no se movieron con la rapidez que a ella le hubiese gustado. Aquello le pareció aún más extraño. Pero no tanto como el hecho de que al instante todo en ella pareció quedarse adormecido. No pudo moverse más. Sus dedos se quedaron en inercia. Su cuerpo entero también.
¡¿Qué demonios le pasaba?!
La alerta en su interior ni siquiera tuvo energía suficiente para despertar.
De pronto no pensó en nada.
Su entornó comenzó a oscurecerse.
De poco en poco fue quedándose dormida y no fue consciente de nada más a su alrededor.
Pete la tomó en brazos poco antes de que cayera desmayada.
La colocó sobre la cama y no perdió ni un solo segundo.
Empezó a desvestirla mientras sus ávidos ojos se llenaban de toda ella...
Su huesuda mano la tocó. Tocó el suave rostro y después bajó por su cuello hasta sus pechos.
No pudo creerse que su sueño estaba haciéndose realidad...
–Qué bella eres, Ariana... Tan bella...– susurró muy cerquita de sus labios. –No puedo esperar a que seas mía–
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En medio de la fuerte tormenta que se había desencadenado, Jack llegó al aeropuerto en busca de su esposa.
Estaba preocupado, realmente preocupado, pero intentó mantener la calma.
Se suponía que Ariana debía haberlo llamado una hora atrás, y no lo había hecho. Eso era motivo para que estuviese tan tenso.
No quería pensar en que algo malo había sucedido, pero... Mierda.
Había dejado a Aaron al cuidado de Noah y Liz, y había conducido hasta ahí como un loco.
La última vez que había hablado con ella había sido antes de que su avión despegara. Hacía ya cuatro horas.
Había estado llamándola numerosas veces, y enviándole mensajes de texto pero no conseguía respuesta de ella. Su celular estaba apagado.
¡Maldición!
¿Qué probabilidad había de un accidente aéreo cuando se desencadenaba una tormenta?
>¡Noooo! ¡No, no, no! ¡No pienses en eso!<
Miró a su alrededor. Todos parecían normales. Tranquilos. Ninguna noticia de alguna catástrofe. Nada que lamentar.
Exhaló y caminó directo a recepción para pedir información.
De nuevo intentó mantenerse sereno.
La recepcionista lo saludó mostrándole una sonrisa cortes.
Jack le dio los datos necesarios del vuelo en el que se suponía, su esposa debía haber aterrizado a las nueve de la noche.
–El vuelo 820 aterrizó exitosamente hace una hora, señor Reed– respondió la empleada del aeropuerto luego de haber consultado la base de datos en su computador.
Eso llenó el pecho de Jack de un alivio inmensurable. Soltó el aliento que había estado conteniendo casi desde que saliera de su casa.
Pudo respirar al fin con normalidad. Los pulmones le dolieron, pero no le importó.
El avión había aterrizado con bien, y eso era todo lo que malditamente importaba.
–Gracias al cielo– murmuró. Dio media vuelta pero se detuvo.
Aún así seguía sin saber nada de Ariana. Ella seguía sin responder sus llamadas. ¡Joder!
Regresó al instante con la recepcionista.
–¿Podría darme información sobre una de las pasajeras?–
–Lo lamento, señor, pero esa es información confidencial, y...–
–Compré los boletos de abordaje con una tarjeta a mi nombre– enseguida sacó su identificación y la tarjeta.
–Siendo así– sonrió la recepcionista y enseguida tomó sus datos. –Ariana Reed...–
–Es mi esposa–
–¿Puedo ver la lista de personas que abordaron el avión?–
–Desde luego– la empleada giró la pantalla para que él pudiese ver por sí mismo.
Jack la leyó con rapidez, pero antes si quiera de que pudiese encontrar el nombre de su esposa, se encontró con uno que llamó bastante su atención...
Pete Davidson.
Eso lo hizo fruncir el ceño.
¿Qué demonios?
Cinco personas abajo encontró a Ariana.
Ella había abordado el avión.
Debía estar ahí en cualquier parte, y él sencillamente... debía encontrarla.
Le agradeció a la recepcionista y enseguida se alejó para recorrer el aeropuerto entero si era necesario.
Caminó velozmente, y se concentró en mirar a su alrededor, buscando aquel hermoso rostro que lo había hechizado con su dulce sonrisa.
La tensión volvió a llenarlo. Iba tan desconcertado que no se fijó cuando chocó con una robusta mujer.
–Disculpe, por favor. Yo no la vi...– empezó a disculparse pero luego se dio cuenta de que la conocía.
Ella también.
Abrió sus ojos con impresión y mostró su adulante sonrisa.
–Oh, eres tú– exclamó contenta. –El chico de mi gran amiga Natalie. Hola, querido– jaló su brazo con extrema fuerza y lo obligó a inclinarse para darle un beso en la mejilla.
Jack lo último que deseó en esos instantes era lidiar con esa mujer.
Era una de las amigas de su madre, o bien, no su amiga, pero sí perteneciente a su mismo círculo social. La señora McCarty, a quien había visto a lo largo de todos esos años en muchos eventos de la familia. Sabía que no le agradaba del todo, y que únicamente era buena para cotillear.
–Justo acabo de aterrizar de mi vuelo. Fuimos todos a Hawaii, ya sabes, vacaciones familiares– señaló a sus cinco hijos y el montón de maletas. Todos llevaban collares hawaianos y camisas de palmeras, añadiéndole los sombreros que contrastaban con el clima de la ciudad en esos momentos. –Mi horóscopo me dijo que habría una tormenta en mi vida este mes, pero no imaginé que fuese a tratarse de esto– rió. –Supongo que estás aquí porque...–
–Eh... disculpe, señora McCarty, pero tengo mucha prisa, debo encontrar a mi esposa–
–De eso quiero hablarte, guapo. Justo la vi hace unos momentos–
¡Genial!
La expresión de Jack cambió por completo. De pronto miró a aquella mujer como si tuviese luz angelical.
Sonrió y se alegró inmensamente de habérsela topado. Y es que había estado tan preocupado...
–¿La vio? Creo que perdió su celular, o algo sucedió porque no me responde cuando la llamo, pero... ¡Ah!– estaba eufórico. –¿Podría decirme dónde la vio? Debe estar muy preocupada por no poder comunicarse conmigo–
–Sí, bueno, yo...– la señora McCarty disimuló una sonrisa que estaba cargada de intención. Sus ojos brillaron porque ciertamente tenía en su lengua ese sabor del chisme más jugoso del año. –La vi irse con el hijo mayor de Brandon Davidson–
Davidson...
Jack se sintió ahora mucho más mortificado.
–¿Quién es el hijo de Brandon Davidson?–
–Creo que se llama Pete... Sí, eso es. Pete. La vi con él. Iban por aquel rumbo– señaló entonces las puertas del hotel anexado al aeropuerto.
El desconcierto fue demasiado para Jack.
No supo siquiera qué debía responderle.
Se le hizo un nudo en la garganta y enseguida negó.
Comenzó a alejarse dirigiéndose efectivamente hasta el hotel, a pesar de que todo su ser se negaba a creer en las palabras de la mujer.
Se dirigió a recepción.
–Necesito saber si hay alguna habitación a nombre de Pete Davidson–
–Disculpe, pero no puedo darle esa información– respondió.
Para ese momento Jack ya estaba perdiendo la paciencia. El no saber nada de su esposa lo tenía al límite. Apretó los puños y los dejó caer sobre el mostrador.
–Dime si hay una maldita habitación a nombre de Pete Davidson– repitió. Su voz fue dura y amenazadora. No le importaba romperle la nariz a aquel joven con tal de obtener lo que necesitaba saber.
–Escuche, esta es mi primera noche trabajando aquí, y no quiero proble...–
Jack no dejó que terminara de hablar.
Lo tomó de las solapas de su camisa y lo arrastró hasta él, levantándolo del suelo.
–Responde o lo lamentarás–
El joven que pudo sentir de primera mano la gran fuerza de aquel sujeto supo que no tenía otra opción más que hablar.
Recordaba el nombre. Pete Davidson. Lo recordaba porque había sido un cliente bastante extraño. Le había dado cincuenta dólares a cambio de acceder a retirar el teléfono de la habitación que había alquilado.
En sus capacitaciones no le habían dicho que alguien podía hacer una petición como aquella, pero aún así lo había hecho. Todo por una buena propina, desde luego, pero no su nariz fracturada, eso no.
–El señor Davidson está registrado, s...sí. Aquí está. Puedo darle el número de su habitación si me... si me suelta–
Jack lo soltó haciéndolo caer al suelo.
El joven sacudió su camisa dignamente, y enseguida buscó la información.
–Habitación D42–
–¿Dónde carajo está eso?– Jack volvió a tomarlo de la camisa amenazando esta vez con golpearlo.
–Cu...cuarto piso– respondió aguantándose las ganas de hacerse en los pantalones.
–¿Ocurre algo?– les preguntó quien parecía ser el gerente. No era normal, por supuesto, ver a uno de los clientes a punto de golpear a uno de los empleados.
Lo acompañaban dos guardias de seguridad pero a Jack no le importó.
Corrió directo al ascensor. Para esos momentos ya estaba desesperado.
El gerente y los guardias los siguieron.
Las puertas se cerraron así que no pudieron alcanzarlo. De inmediato tomaron el camino por las escaleras.
Jack llegó al cuarto piso y corrió inmediatamente a la habitación 42.
Los guardias consiguieron llegar hasta él. Los tres comenzaron a forcejear.
–¡Suéltenme!– les gritó el peleador.
Pete que había bajado a conseguir condones escuchó la situación que se presentaba, y de inmediato se escondió tras la máquina de sodas. Reed estaba ahí. Y con él sus planes se iban al infierno.
–Maldición...– susurró enojado. Después decidió salir de ahí. Por fortuna llevaba su billetera y celular consigo.
Jack por su parte, consiguió derribar a uno de los guardias, y zafarse del segundo.
Cuando llegó a la puerta 42 la abrió de una patada sin importarle nada.
Algo ahí le oía mal. Muy mal. No tenía tiempo de comportarse como un ser civilizado.
Entró sin perder ni un segundo.
Lo que encontró fue devastador...
Ariana.
Su esposa. La mujer que tanto amaba estaba ahí. En esa cama de hotel barato. Semidesnuda.
¡Mierda!
No podía ser posible.
–¡Ariana!– le gritó esperando despertarla. –¡Ariana, maldita sea!– estaba furioso. Quizás jamás había sentido tanta rabia. Estaba borboteaba por sus venas como lava hirviente.
Los guardias aparecieron quedándose de piedra al ver a la bella, joven e inconsciente mujer.
La castaña continuaba tendida entre las sábanas sin despertarse.
Lágrimas se asomaron en los ojos oscuros de Jack pero por orgullo no las derramó.
Lo siguiente que hizo fue quitarse su chaqueta y cubrir a su esposa con ella. Después la alzó en brazos porque era lo único que podía hacer, dadas las circunstancias.
No soportaba ni un segundo más verla en aquella maldita cama. Una que no era la suya.
Le sacó el corazón del pecho. Se lo rompía.
No miró a los policías ni tampoco al gerente. Pero ellos sí lo miraban a él.
Sus miradas eran de lástima y pena. A sus ojos aquel no era más que un pobre marido cuernudo que debía recoger a su esposa ebria de los hoteles, luego de que esta se divirtiera follando con otros.
Salió del hotel. La lluvia había terminado pero el cielo seguía gris.
Todavía con ella en brazos, llegó hasta su camioneta y la introdujo en el asiento trasero.
Debían volver a casa, pero mientras conducía Jack no dejaba de pensar...
¿Qué demonios hacía Ariana en la habitación de Pete Davidson?
El nudo en su garganta se había traspasado a su pecho, a su alma.
Estaba confundido, enojado. Y triste. Muy triste.
Por su mente pasaron cosas horribles. Cosas que jamás imaginó.
Su Ariana. Su preciosa y delicada Ariana, su amada... Haciendo el amor con otro. Entregándosele a otro. Engañándolo.
Apretó los puños en el volante y casi lo zafó de su lugar. La fuerza que utilizó fue brutal.
La miró por el retrovisor, y su corazón volvió a romperse.
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Ariana lo amaba.
Ariana lo amaba, y él no debía dudarlo.
¡Pero maldición!
¡Maldición!
Jack necesitaba una maldita explicación.
Necesitaba saber sus razones, escucharla. Escuchar de su propia boca que todo había sido un malentendido, que nada había sucedido, que... que todo era una pesadilla.
Pero más que todo aquello necesitaba gritar. La adrenalina todavía lo hacía temblar.
La tensión no había abandonado su cuerpo, sino que se había multiplicado.
No había conseguido pegar un ojo en toda la maldita noche. No había dormido ni siquiera un jodido segundo.
Se sentía terriblemente y el hecho de no haber hablado todavía con Ariana no hacía sino empeorar las cosas.
Su celular comenzó a sonar en ese preciso instante.
Era Noah.
No deseaba hablar con nadie, pero su amigo tenía a su hijo así que debía atender.
–Al fin respondes, Bestia. Sé que tú y tu esposa se extrañaron muchísimo, y estuvieron toda la noche celebrando, pero les recuerdo la existencia de un pequeñín llamado Aaron– bromeaba y de inmediato se lo hizo saber. –En realidad sólo llamo para decirte que tu hombrecito está muy bien. Durmió a sus horas, y ahora estamos con Liz desayunando pizza, pero eso no se lo digas a Ari. Puedes dejarlo aquí todo lo que quieras. Seguro ustedes dos no querrán ni pararse de la cama, así que pueden continuar con su velada y disculpen la interrupción–
Noah se equivocaba. Se equivocaba muchísimo.
Jack exhaló soltando su aliento para eliminar un poco de aquello que lo tenía tan tensionado.
–Te lo agradezco, Noah. Te llamaré más tarde– sin otra cosa más que decir, colgó.
Se dirigió entonces hacia la habitación que compartía con su esposa.
La encontró todavía dormida pero apenas abrió las cortinas para que la luz del día entrara, ella comenzó a despertar.
Ariana despertó con dolor de cabeza insoportable y un gemido. Sintiéndose extraña, muy extraña. Casi como si no fuese sí misma. Una completa desconocida en un lugar desconocido.
Le costó reconocer en dónde se encontraba.
Estaba en casa, en su habitación. En la cama que compartía con Jack.
¿Pero cómo había conseguido llegar hasta ahí?
No recordaba nada. Su cabeza le punzó con más dolor.
De pronto no pudo seguir moviéndose. Al intentar incorporarse sus extremidades parecieron pesar doscientos kilos cada uno. Sentía como si tuviese la boca llena de algodón, y lo peor de todo... No podía poner dos pensamientos juntos en su cerebro.
Con cautela, levantó los párpados y entonces lo vio.
Jack estaba ahí. Frente a ella.
La observaba fijamente mientras se mantenía de pie con los brazos cruzados sobre su ancho y musculoso pecho.
–¿Qué...que pasó?– sabía que algo había ocurrido. Lo sabía y no entendía por qué.
¡Maldición, no recordaba nada!
–¿No lo recuerdas?– la voz de su marido era fría. –Pues vas a tener que hacer un esfuerzo muy grande, Ariana, porque necesito que me expliques qué mierda hacías en un maldito hotel, casi desnuda, en compañía de Pete Davidson–
Pete Davidson...
–¡¿Qué?!– no aquello no podía ser posible. Tenía que ser una broma. Una broma de muy mal gusto. No comprendió por qué Jack bromeaba de aquel modo.
Lo miró a los ojos y entonces no vio ni un ápice de diversión, sino todo lo contrario. Lo vio furioso. Estaba enfurecido y a punto de gritar. Ella se sintió más y más desorientada. Confundida. Consternada.
–¿De qué hablas, Jack? Yo... yo lo último que recuerdo es que le pedí el celular para poder llamarte... Todo lo demás está borroso. No logro acordarme de nada– Ariana comenzó a temblar. El miedo la llenó.
Sí, estaba asustada. No entendía nada y eso la llenaba de mucho temor.
Ver la manera en la que Jack estaba mirándola la hacía sentir un desgarrador nudo en su pecho.
–Hablo de que te encontré en la cama de ese maldito imbécil. De eso hablo, y no me salgas con que no lo recuerdas, Ariana. Estabas ahí, yo te vi, yo mismo tuve que sacarte y traerte hasta aquí. ¡Maldita sea!– gritó haciéndola sobresaltarse por el tono violento. Jack había empezado a alterarse y esta vez ya no podía controlarse. –¡Estabas sin sostén! ¡Desnuda en esa jodida cama de mierda, en ese maldito hotel de mierda! ¡Ahora explícate!– se acercó hasta ella para sacudirla de ambos brazos.
Los ojos de la castaña estaban más que sobresaltados. Ella estaba en shock.
No podía conectar la realidad con las palabras de su marido, aún menos con la desesperación de su mirada.
–Jack...– titubeó.
Él se hartó y la soltó.
Cerró los ojos y se giró mientras llevaba sus manos a su cabello para tirar de las hebras porque no conseguía mantenerse tranquilo.
Inhaló y exhaló. Después estrujó su cara.
–Jack, por favor, mírame. No estarás creyendo que... que yo...–
El peleador se giró entonces.
Los dos se miraron. El oscuro con el marrón miel conectaron tal y como siempre lo había hecho pero esta vez diferente.
La interrumpió.
–Sinceramente no sé qué creer, Ariana– declaró con mayor frialdad. –Es obvio que solo me queda hacerte una sola pregunta...– Jack no deseaba decirlo. Esa mujer era su esposa, habían estado casados durante cinco años. La amaba con toda su alma, confiaba en ella, en su amor. Le había dado un hijo, y le demostraba a diario y a cada instante que también lo amaba. No deseaba hacer el cuestionamiento, pero mierda. Lo necesitaba. Lo necesitaba muchísimo así que sin más lo soltó. –¿Me engañas con... con ese imbécil de Davidson? ¿Por eso no respondías anoche y te desapareciste? ¿Por eso te encontré en... en su cama? ¡Maldición! ¡¿Te fuiste a Nueva York con él?!–
Oh, aquello no podía estar sucediendo...
Ariana palideció.
Se sintió enferma. Asqueada. Su estómago se revolvió y las náuseas empezaron a amenazarla.
No podía creer lo que acababa de escucharle decir. Sencillamente no podía creérselo.
Lágrimas que no pudo detener fueron derramadas. Y miró a Jack, a su amado y maravilloso Jack, con mucho dolor. Los sollozos la hicieron temblar aún más.
–¿Cómo puedes preguntarme eso?– lo acusó y estalló en llanto.
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Crisis matrimonial...
¿Qué pasará ahora? ¿Creen que Pete (y Halston) se salgan con la suya?
¿Y Drew?
¿Y Charlie Humman? ¿Ya quieren leer más sobre este mafioso ruso?
¿Oigan y por qué los mafiosos siempre tienen que ser rusos? JAJA
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