Capítulo 34 2T

Congelado... El tiempo estaba congelado.

¡Maldita sea!

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuántas horas? ¿Cuántos minutos? ¿Cuántos segundos?

Ariana no recordaba el vuelo, ni su duración, sólo podía recordar la angustia, la desesperación, la impotencia, el dolor que casi la había enloquecido...

Ya había sido demasiado el tiempo... Muchísimo sin saber nada de sus niños. Absolutamente nada.

¿Cómo era posible seguir viva, y poder soportar ese calvario?

Era lo peor. Absolutamente nada de lo vivido anteriormente podía compararse con eso... Nada.

Enmudecida, perdida, conmocionada... así era como se sentía.

Ya no tenía fuerzas en ninguna parte de su cuerpo. Ninguna parte le respondía.

Se había desmayado esa mañana, incapaz de poder resistir su dolor, llanto y sufrimiento.

El médico de cabecera de la familia había ido a la residencia Butera para revisarla personalmente. Al marcharse, la había dejado con tranquilizantes.

¡Malditos y mil veces malditos tranquilizantes!

Se encontraba recostada de lado en uno de los extremos de la inmensa cama, mirando hacia el vacío, hacia la nada, sintiendo su cuerpo completamente relajado debido a los medicamentos, pero con el corazón hecho pedazos, con la impotencia azotarse por todo su interior. Con todo el remolino revolviéndole las entrañas dolorosamente.

Ahí, en la quietud de su antigua habitación, la castaña no hacía más que llorar en silencio, y pensar en sus hijos, sus preciosísimos hijos.

El momento de locura ya había pasado. Ya había gritado, ya se había vuelto loca de dolor, ya había luchado contra los miembros de su familia que tan solo habían querido tranquilizarla. En esos momentos sólo le quedaba rezar y esperar... ¡Maldición! ¿Esperar? ¡No! No podía esperar, no cuando sus pequeños se encontraban en manos de una persona tan retorcida y malvada, capaz de matar, y que por supuesto quería verla muerta, pero no sin antes hacerla sufrir.

Ariana emitió un sollozo, y volvió a estremecerse con pánico.

«Halston Sage»

Esa mujer seguía haciéndole daño... La odiaba hasta la locura... Debió haberlo sabido desde años atrás, cuando la había mirado con un odio tan profundo que la hizo estremecerse. En aquel entonces Ariana se había casado con Jack y le había dado un hijo, evidentemente Halston no había podido perdonarles eso, mucho menos el hecho de que terminaran amándose y siendo tan felices. Pero ese odio había ido ahora demasiado lejos.

Todo lo que les había hecho podía olvidarse, incluso perdonarse, pero no cuando de sus hijos se trataba.

¡Más le valía no tocarles ni un solo pelo, porque de otro modo ella misma la mataría!

Esa arpía se merecía el infierno, uno similar al que la estaba obligando a vivir en ese preciso instante.

Los había robado a mitad de la noche. Esa maldita desalmada había matado a Willy, el vigilante de la casa... ¡Oh, santo cielo! No había tenido piedad de ese pobre inocente hombre, y lo había apuñalado justo en el pecho haciendo que se desangrara. Después astutamente había cortado los cables de luz, y a consecuencia de ello, el sistema de alarmas había sido apagado. La familia no se había dado cuenta, por supuesto, era casi la una de la mañana, lógicamente habían estado dormidos, confiados, creyendo que todo estaba bien, pero nada estaba bien, todo estaba mal... ¡Mal!

Esa loca se había llevado consigo a Aaron y a Jazmine, mientras Ariana y Jack estaban lejos, demasiado lejos de ellos...

¡No podía ser cierto! ¡Sus bebés!

¿En dónde estaban? ¿Se encontrarían bien? ¿Estarían asustados? ¿Llorando?

>Cielo santo, dame fuerzas porque siento que me muero<

Ella sollozó todavía más, mientras imaginaba las caritas de sus niños en su cabeza una y otra vez... Sus sonrisas, sus miradas tan distintas, pero igual de inocentes...

Los amaba tanto, eran lo mejor que tenía en su vida, eran su orgullo, su amor, su tesoro... Eran hijos suyos y del hombre al que amaba... No sabía qué sería de su vida si los perdía... ¡No! ¡No, santo cielo! ¡No podía perderlos! ¡No, no y no, maldita sea!

–Ariana...–

El rostro de Sandra Butera lucía demacrado, marchito. Era sorprendente el cambio en su jovial rostro que ahora parecía haber envejecido diez años más.

La joven intentó levantarse de la cama, y su madre corrió hasta ella para sujetarla.

–¡Tengo que salir de aquí!– exclamó Ariana mientras lágrima tras lágrimas brotaba de sus cansados ojos.

–Quédate en cama, mi cielo–

–¡No! ¡No puedo soportarlo más!– sollozó.

No quería estar ahí, no había querido subir desde un principio, pero la habían obligado, y después ese maldito doctor la había drogado.

¡Maldita sea! ¡No resistía más!

Sandra la miró con expresión todavía más consternada.

–Hija...–

–¡No me importa nada de lo que digas! ¡Voy a salir de estas malditas cuatro paredes!–

Ariana salió de la cama, pero su mamá la tomó del brazo.

Las palabras de Sandra no salieron a flote. Las tenía en la garganta. Le dolía el dolor de su hija, le dolían sus nietos hasta el alma. Lo único que pudo hacer fue abrazarla.

La castaña volvió a sumergirse en un mar de llanto, y se dejó hundir en su calor amoroso y protector.

–¡Mamá, mis bebés!– lloró desconsolada. –¡Mis bebés están en peligro, y no puedo hacer nada! ¡No sé dónde están! ¡No sé cómo están!–

Sandra la abrazó y sollozó con ella.

–Van a estar bien. Ten fe, Ari... Por favor, porque es lo único que nos queda–

Ariana gimió de dolor.

–No me dejes aquí, no puedo soportar seguir aquí–

Entonces Sandra consintió que su hija bajara. Tal vez estar ahí sola, teniendo pensamiento tras pensamiento, solo hacía alterarla más.

Abajo la tensión y la desesperación podían respirarse.

La familia entera sufría. La consternación, la desesperación y la impotencia los tenían presos a todos.

Natalie lloraba en brazos de Mark, quien estaba siendo su más grande apoyo y sostén.

Noah daba vueltas por toda la sala intentando no volverse loco. Elizabeth rezaba y lloraba. Kyla y Emma hacía lo mismo. Tom no sonreía ni bromeaba como era costumbre suya, sino todo lo contrario. Miles consolaba a Adrienne y Cameron a Emma.

Todos se encontraban esperando, esperando cualquier cosa, cualquier señal, cualquier noticia.

La agente Hargitay hacía su trabajo, mientras sus hombres se ocupaban de monitorear cada llamada que entrara a las líneas telefónicas de la casa, y a los celulares de todos y cada uno de los amigos y familiares. Hasta entonces no había habido ninguna...

¡Maldita sea!

Ariana respiró esa aura, y sintió que desfallecía, pero pronto se dijo a sí misma que si volvía a recaer, volverían a medicarla, y no podía permitir eso, no lo soportaría, maldición. Pero tampoco soportaba estar ahí. Se sentía asquerosamente sofocada.

Su dolor había aumentado en sobremanera, aunque no lo hubiera creído posible.

Todos voltearon y la miraron. Ariana pudo observar las miradas preocupadas y llorosas, pudo respirar el dolor que ella misma sentía.

Todos estaban mal, devastados, sufriendo como nunca antes.

La risa traviesa de Aaron y la sonrisa dulce de Jazmine siempre les motivaba, pero ahora ellos no estaban.

La alegría que contagiaban esos dos pequeñitos no podía verse ni sentirse por ninguna parte.

¿Cómo había sido eso posible? ¿Por qué el cielo lo había permitido? ¿Qué castigo estarían pagando?

¿Por qué ellos? ¿Por qué sus hermosos hijitos que no tenían la culpa de nada en el mundo?

¡Santo cielo!

¿Cuánto tiempo más podrían soportar la agonía? ¿Moriría de dolor en ese preciso instante?

Elizabeth fue la primera en ponerse de pie, y acercarse a ella. Rodeó a Ariana con sus brazos, y la ayudó para que tomara asiento.

Una vez sentada, Adrienne la tomó de las manos, y le besó la frente. Emma y Kyla la abrazaron. Noah puso una mano sobre su hombro. Cameron y Tom se mantuvieron al margen pero le transmitieron todo su apoyo.

Además de la consternación por todo lo sucedido, Ariana los preocupaba bastante. Bastaba verla para saber que estaba verdaderamente muerta en vida. Sabían que estaba a muy poco de enfermar o de algo mucho peor.

–No se encontró ninguna pista en el lugar donde encontraron el cuerpo de Pete Davidson... Al parecer... fue un asesinato limpio– informó uno de los detectives.

La agente asintió y en silencio le pidió que trataran después el tema.

Pete Davidson no había tenido nada que ver con el secuestro de los niños Reed porque había sido asesinado siete días atrás, según los resultados de la autopsia. Posiblemente la propia Halston era quien lo había matado, aún así ese tema no era algo que les importara a los presentes. Lo más importante en esos instantes era recuperar a los pequeños.

El silencio continuó atormentándolos a todos, cuando de pronto uno de los tantos celulares que se encontraban en la mesilla conectados a todos los cables y aparatos policiacos, comenzó a sonar.

Todos se exaltaron y despertaron de su trance individual volviendo a la terrible realidad y subiendo guardias para ponerse alerta a cualquier cosa.

Uno de los policías tomó el celular con su mano, y lo extendió hacia Ariana. Era el suyo el que sonaba.

La castaña miró el costoso aparató, y se estremeció. Desvió su mirada hacia la detective Hargitay, y ella le asintió y le dio una seña para que se tranquilizara y no fuera a gritar histérica.

Así la joven y derrumbada madre tomó el celular y respondió.

–¿S...sí?–

A los pocos instantes la llamada se cortó sin siquiera darles oportunidad de hablar o escuchar algo.

Ariana comenzó a temblar y a llorar. Sandra la sujetó y la llevó de nuevo al sillón. Los policías tomaron el celular, y comenzaron a realizar diversos movimientos que los dejaron impresionados.

De un momento a otro, la agente Hargitay tomó el aparato, y se acercó hasta Ariana que era consolada por su progenitora.

–No logramos localizar la ubicación exacta de la llamada, pero sí su origen... Nueva York. Creemos que no se trata de Halston Sage. Ella no ha salido de la ciudad. Lo sabemos porque tenemos vigilancia en aeropuertos y carreteras, y no hay manera de que logre burlarnos–

Ariana no respondió nada, pero fue Sandra la que habló.

–Ariana vivió un tiempo en Nueva York hace más de un año. Probablemente era alguna de las personas con las que se relacionó allá–

La detective asintió.

–Debe ser lo más probable. Y la llamada debió haberse cortado. Estoy informada de que en esa parte del país hay lluvias y tormentas en estos instantes–

Volvieron a quedarse en silencio.

La tensión aumentó.

Ariana emitió otro sollozo que no pudo detener.

Su mamá la abrazó con más fuerza.

Magdolna Hargitay suspiró, intentando no flaquear.

Su trabajo era duro, verdaderamente lo era. Pero ella también tenía que serlo, así como lo había sido por tantos y tantos años.

–¿Reconoce este número, señora Reed?– le entregó su celular a Ariana, y se puso en cuclillas frente a ella.

La castaña observó los diez dígitos.

No era el número de Michael, tampoco ninguno que tuviera registrado. De inmediato negó con la cabeza.

La detective asintió y se colocó en pie, mientras trataba de pensar.

Tal parecía que Halston no quería recompensa ni nada por el estilo, pero eso era peor, porque la única opción que les quedaba era la que ya conocían... Esa trastornada mujer quería venganza, y tenía toda la intención de hacer daño.

Antes de que alguien pudiera hablar o decir algo, todos vieron la puerta de la enorme casa abrirse. Jack y Hugh entraron. Venían acompañados por el detective Trace Marrow.

Ariana levantó el rostro, y miró a su marido.

Sus miradas se encontraron.

Jack jamás se había visto tan mal. Su piel clara se había tornado de un tono pálido y enfermo. Tenía ojeras espantosas y se veía bastante demacrado. La nuez de adán se encontraba en un estado de tensión constante desde las últimas veinticuatro horas. Los labios le temblaban, el corazón se le estrujaba... Cada segundo que pasaba sin saber nada de sus hijos continuaba matándolo lentamente.

La castaña se levantó del sillón, y corrió hasta su marido para hundirse en su abrazo.

Jack la apretó contra su pecho. Necesitaba desesperadamente abrazarla, ella era la única que le hacía ese infierno soportable.

–No encontramos nada– dijo la voz tensa y cansada de Hugh, que exhaló y después se dirigió a la barra de bebidas para servirse algo fuerte, y aliviar así aunque fuera un poco toda su desesperación.

–La señora Sage no sabe nada de su hija. Se mostró sorprendida y conmocionada al saber que está viva, y al parecer dice la verdad. En ningún momento hizo actuación– el detective Marrow se acercó a su compañera, y le entregó una carpeta con documentos.

Efectivamente, tras su visita a casa de Lauren Sage, seguían en las mismas.

La señora estaba completamente al margen de toda esa situación. Ni conocía el paradero de Halston, ni era su cómplice, ni nada por el estilo. Desde mucho antes de su supuesta muerte, habían estado distanciadas.

Estaban como en un principio. No tenían nada. Halston no había dejado ni rastro.

De pronto, aún abrazada de su marido, Ariana comenzó a sentirse de nuevo terriblemente mal.

Un creciente temor la atravesó ruidosamente. Parecía que escuchara timbales en su cabeza en medio del ensordecedor silencio que se había formado.

¡Sus pequeños!

Los pensamientos corrieron a toda velocidad. El corazón le palpitaba con tanta fuerza que casi no podía respirar. Le temblaban tanto las piernas, que estuvo a punto de derrumbarse.

Jack se percató de inmediato, y la tomó con fuerza de las caderas.

–¡Ari!– exclamó consternado.

Pero toda aquella situación era suficiente para que el cerebro de Ariana, estremecido por los horrores al no tener junto a ella a sus hijos, se negara a funcionar para preservar la cordura.

Emitió un grito de sollozo con todas sus fuerzas, y después el llanto comenzó a fluir y a fluir sin detenerse ni aminorarse.

–Mi cielo, tienes que estar tranquila– Sandra intentaba controlarla, pero con todo el dolor de su alma, la comprendía.

–Ari, nena, por favor– secundó Elizabeth.

–Hermanita, necesitas estar bien– le dijo Adrienne, pero ella y todos sabían que nada podría ser consuelo para Ariana. Su dolor sólo podía aliviarse de una manera, y era encontrando a Aaron y Jazmine, sanos y salvos.

–¡¿Dónde están mis bebés?!– gritó. –¡¿Dónde están?!–

Jack la sujetó, y utilizó todas sus fuerzas para no romper a llorar también. Uno de los dos debía ser fuerte, y por supuesto él lo haría. Por su amada y por los niños.

>Cielo santo, ayúdame. No sé si pueda seguir soportándolo. ¡Es demasiado, joder!<

–Tranquila, preciosa...– la abrazó con todo su ser.

Pero Ariana continuó llorando sin cesar, hasta que se tambaleó todavía más, y sufrió de un desvanecimiento que le oscureció la mirada por más de diez segundos, y la hizo no poder sostenerse siquiera. Se contrajo de dolor ante el pensamiento, desmoronándose en el acto.

–Mierda...– el peleador la cargó con sus brazos, y la apretó contra su cuerpo. No iba a aceptar protestas. La subiría a su habitación, era por su bien.

–Alguien llame al doctor. Mi mujer se encuentra mal–

–Ya estuvo aquí hace un par de horas, Jack– intervino Noah.

–¡Llámenlo, maldita sea!– repitió, y sin decir nada más, subió escalones con su esposa en los brazos.

•••••

Cuando el doctor Decker terminó de examinar a Ariana por segunda ocasión en ese día, dejó a la castaña suministrada con una nueva dosis de calmantes que la dejaron en absoluta e irremediable relajación.

Sandra fue quien despidió al doctor, y lo acompañó hasta la salida.

Jack se quedó en la habitación con Ariana, y la observó detenidamente.

Ariana estaba recostada sobre las almohadas, rodeada de un silencio agobiante, un silencio que aumentaba y profundizaba en la puerta cerrada contra sonidos atareados y cualquier otro movimiento. El pecho dolía y le latía como si le arrancaran el corazón. Sus ojos miraron a ninguna parte.

No veía a Jack, pero sabía que estaba ahí con ella, de pie junto a la cama. No pronunció palabra, no dijo nada ni hizo ademan de levantarse, además de que no podía hacerlo. Simplemente esperó y esperó... Maldita sea, estaba harta de esperar... Esperar era agobiante, asfixiante, la peor sensación de frustración e impotencia.

Su frágil cuerpo estaba inerte, inconsciente, pero su cabeza no lo estaba, su mente seguía trabajando, funcionando, arrastrando terribles pensamientos de cualquier cosa que estuviera ocurriéndole a sus pequeños en ese preciso instante.

Con un silencioso y delicado gemido, Ariana soltó un sollozo.

Era demasiado para ella. Mucho más de lo que podía soportar.

Jack tampoco lo soportó más, y caminó hasta ella sentándose en la cama.

La miró y acarició sus pómulos con los pulgares mientras limpiaba cada una de sus lágrimas.

–Preciosa...– el dolor le impedía hablar con normalidad. Su marido cerró los ojos, y no pudo más que llorar junto a ella. Él también estaba sufriendo, él sufría del mismo modo.

La castaña levantó la mirada bañada en llanto, y se incorporó a mediación.

–Esto es mi culpa...–

–¿Qué? Claro que no, Ari. No digas eso...–

–Yo... yo... yo renegué de Aaron tantas veces... ¡Iba a darlo en adopción! El cielo debe estar castigándome por eso ahora–

Jack negó numerosas veces rechazando el que su esposa siguiera pensando todavía en eso.

–Calla, calla, no es así, Ariana– la miró seriamente. –Jamás vuelvas a repetirlo. Tú no ibas a dar en adopción a Aaron y lo sabes. Has sido una madre maravillosa, y el cielo no hará otra cosa sino recompensarte por ello–

Las lágrimas aumentaron por segundos. El dolor también.

–Abrázame– susurró Ariana en una dolorosa súplica.

Jack no lo pensó ni un solo instante, y la abrazó con muchísima fuerza.

Ahí, en sus brazos, ella continuó llorando.

No podía haber nadie más en el mundo que pudiera comprender lo que la madre de esos pequeños estaba sintiendo en esos instantes. Nadie más podía conocer su desesperación y su angustia más que Jack, porque él también lo vivía, él también se quemaba por dentro.

Ariana se apretó más al varonil y perfectamente conocido cuerpo. No quería que la soltara nunca. No quería separarse jamás de ese hombre que tantas veces había sido su soporte como ahora. Jack era su todo, y habían procreado juntos a dos hijos, dos niñitos que eran su vida entera.

¡Por favor!

Necesitaba de vuelta a sus hijos. Los necesitaba mucho más que respirar.

Estaba desesperada y ya no sabía si podía seguir aguantando tanta desesperación y dolor.

–Ellos están bien– le dijo Jack al alzarle el rostro con ternura y delicadeza. –Los tendrás de regreso... Voy a hacer todo lo que sea necesario para que así sea... Te lo juro, preciosa– la promesa estuvo sellada.

Jack besó sus labios en un suave y estremecedor beso que apenas y rozó sus labios. Enseguida se puso en pie.

Ariana no dejaba de mirarlo. Le creía, siempre le creería.

–Voy a traerte algo de comer– le dijo con ternura.

–No quiero comida ahora–

Jack sabía que su amada llevaba muchísimas horas sin ingerir bocado, y en parte la comprendía porque él también había perdido el apetito, pero de todos modos le traería algo. No le gustaría que encima de todo, cayera enferma. Besó el dorso de su mano, y salió de la habitación, dejándola sola.

Ariana tuvo un escalofrío. No soportaba mucho estar sola en esos instantes.

Ni siquiera le dio tiempo de pensar en algo.

Su celular comenzó a sonar inmediatamente.

Ella se sobresaltó dándose cuenta de que no se lo había regresado a los policías, sino que lo había metido en el bolsillo de su suéter de lana.

Enseguida comenzó a temblar y a sudar. Sintió una aversión muy profunda de repente, pero tenía que contestar de inmediato. ¡Tenía que tratarse de algo relacionado con sus hijos!

Sin perder ni un solo instante contestó a la llamada.

Fue como un sexto sentido.

Era Halston Sage quien se encontraba al otro lado de la línea.

¡Oh, santo cielo!

Ariana se quedó sin respiración, y el pecho le martilló tan violento como nunca antes.

Lo más sensato que debió haber hecho fue bajar y entregar el celular a los detectives para que pudieran rastrear la llamada, pero no estaba pensando con claridad, no fue capaz de mantener la cordura.

–¡¿Dónde están mis hijos?!– le gritó. –¡Devuélveme a mis hijos, maldita!– lloró, gimió, sollozó. No pudo más. –¡Entrégamelos, Halston no les hagas daño!–

–Shhhh– la desalmada rubia la hizo callar de una manera que le heló las entrañas. –Me encanta que me supliques, Polly Pocket, pero eso lo dejaremos para más tarde–

Ariana continuó llorando.

–¿Qué es lo que quieres?– cuestionó desesperada. –Dímelo, y te lo daré. Te daré millones de dólares, joyas, autos, lo que quieras. Mi padre puede darte eso y más, y te prometo que no le diremos nada a la policía, podrás huir...–

–No sé por qué me sorprende que seas tan estúpida– musitó con desprecio desde la otra línea. –No quiero nada de eso, perra. Lo que quiero es verte sufrir, que te vuelvas loca de dolor, y desees morir–

Con un nudo en la garganta, Ariana pensó que exactamente así se sentía. El dolor estaba enloqueciéndola, quería morirse.

–Entonces ven por mí, y deja ir a mis hijos, ellos no tienen la culpa de nada. Esto es entre tú y yo–

–¡Bingo!– exclamó Halston con una risilla demoniaca. –Eso es exactamente lo que quiero. Te quiero a ti, te quiero hacer daño a ti. Estoy dispuesta a dejar ir a tus engendros que no han hecho nada más que llorar y molestarme–

El corazón de Ariana sangró de dolor. Sus pequeñitos sufriendo, sus preciosos y amados bebés llorando, asustados, sin poder entender ni comprender la maldad de su opresora.

Contuvo la calma, tenía que hacerlo por ellos, aunque de un momento a otro sintió que volvería a desmayarse.

–Por favor no les hagas nada– rogó. –Por favor, Halston, te lo suplico...–

–Ellos están bien, zorrita, deja de ser tan dramática. No les he hecho nada, al menos no por ahora–

–¡Dijiste que los dejarías ir, y vendrías por mí!– explotó con histeria. –¡Dijiste que...–

–Exacto. Pero yo no iré por ti, tú vendrás a mí. No pienso ser tan imbécil y arriesgarme–

–Haré lo que me pidas–

–Ah, vaya. Decidiste ser un poco lista... Muy bien, buena chica–

–Halston...–

Ya no podía más.

–Escúchame bien, maldita engreída. Tienes que seguir mis instrucciones al pie de la letra porque si algo sale mal te juro que despedazaré a tus mocosos uno por uno–

Ariana palideció. Tragó saliva. Hizo uso de las poquísimas fuerzas que le quedaban para no gritar aterrorizada.

–Haré lo que me pidas– repitió.

Por sus pequeños Aaron y Jazmine era capaz de todo. Daría su propia vida con tal de que ellos estuvieran bien, y eso haría.

–Bien, será mejor que apuntes, puta arrastrada, porque te quiero aquí puntual–

Entonces las siguientes instrucciones que le dio Halston Sage, dejaron a Ariana congelada.

•••••

¿Cómo iba a salir de la casa sin que lo notaran?

Los policías los habían invadido. Había decenas y decenas por todas partes. Adentro, afuera, en el patio delantero, en el patio trasero, en la calle, incluso había patrullas circulando por todo el fraccionamiento.

La detective Hargitay y su compañero Marrow no se les despegaban ni por un solo instante. Además estaban todos los miembros de la familia, incluidos sus amigos.

¿Cómo podría salir de ahí?

Sería difícil, pero Ariana se dijo que no sería imposible.

Nada la detendría si de sus hijos se trataba.

Tenía que ir a salvarlos. Ella era la única que podía hacerlo, sólo ella, porque era ella a quien Halston quería ver muerta.

Miró su reloj. Faltaban tres horas para la hora pautada.

No había entregado el celular sino que lo había escondido.

Desde muy temprano, la habían mantenido encerrada en la habitación, pero era lo mejor, así no tendría que enfrentarse a nadie, ni tampoco verles la cara. No podría.

Ni siquiera había podido dormir pensando en todo lo que les estaba ocultando, a la policía, a sus padres, a su marido...

>Cielo santo, ayúdame<

Desde luego tampoco había ingerido los medicamentos, sino que había fingido que los tomaba.

Ariana rezó, pero no para poder seguir viva después de esa noche, sino para lograr escabullirse de la casa, y poder rescatar a sus niños.

Si sus pequeños regresaban sanos y salvos, le importaba muy poco entregar su vida a cambio de ello.

Aaron y Jazmine eran lo que ella más amaba en el mundo, ellos dos y Jack.

–Jack...– los labios pálidos y temblorosos emitieron su nombre. –Te amo, mi amor, perdóname por favor–

Le dolía en el alma tener que mentirle, tener que ocultarle algo tan grave como eso, y sobre todo tener que alejarse de él, pero sabía que en las mismas circunstancias su peleador habría hecho lo mismo. Ya lo había hecho una vez, así que tenía que comprenderla. Comprender que había tenido que hacerlo y no le había quedado alternativa.

Su corazón se estremeció. Deseó con todas sus fuerzas poder tener una posibilidad de salvar a los niños, y poder regresar con ellos, volver a formar esa hermosa familia, ser lo que más le gustaba en el mundo, madre y esposa, pero sabía que no tendría esperanza alguna. Halston la quería para matarla, para terminar lo que había empezado aquella lluviosa noche en la que había tenido el accidente automovilístico.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

De pronto escuchó que alguien se acercaba a la habitación. Debía ser Jack.

Rápidamente Ariana corrió a la cama, y se cubrió con las colchas. Fingiría estar dormida por el efecto de las pastillas.

Cerró los ojos, y esperó a que una vez que su esposo la viera, se marchara. Pero aquello no sucedió pronto.

Jack caminó hasta la cama, y se sentó junto a ella. Con la mano le acarició la mejilla.

–Todo va estar bien, preciosa. Vas a estar bien y nuestros hijos también... Te lo prometí, y así será–

Ariana evitó con todo su ser comenzar a llorar.

Sabía que le ocasionaría un dolor muy grande en cuanto él se enterara de lo ocurrido, pero tenía que hacerlo.

>Sé que comprenderás, Jack. Te amo, y lo haré por toda la eternidad. Cuida de nuestros pequeños cuando yo no esté<

•••••

Jack bajó las escaleras y regresó a la sala en donde todos se encontraban.

Una vez que lo vieron, de inmediato se acercaron para preguntar cómo estaba Ariana.

–Está muy mal, pero gracias a los medicamentos que dejó el doctor podrá dormir un poco. Ya se ha quedado dormida– informó. –¿Hay alguna novedad con mis hijos?– cuestionó de inmediato.

La agente Hargitay emitió una expresión en la que se reflejaba dureza pero también emociones contenidas, deseando poder ser capaz de darle una buena noticia. No había ninguna desafortunadamente.

–Marrow ha ido a entrevistar a un par de personas allegadas a la señorita Sage. Su antiguo jefe y un posible distribuidor de droga a quien ella le compraba mercancía–

Aquello no servía a Jack de nada. No mencionó cosa alguna.

Cerró los ojos y tomó asiento en uno de los sofás mientras hundía su rostro en ambas palmas.

Kyla y Tom se sentaron junto a él y los dos lo abrazaron.

Natalie fue enseguida a su lado e hizo lo mismo, no sin antes invitar a Emma para que se les uniera.

El apoyo de la familia era fundamental para Jack. Lo mantenía fuerte. Les agradeció mentalmente.

El resto de ellos observaron la escena sintiendo ternura. Se escuchó el timbre de la casa sonar, pero nadie le prestó atención.

Hugh abrazó a Sandra. Ellos querían a su yerno como si fuera un hijo más.

Desde luego Mark Ruffalo también. Él se acercó y en cuanto lo vio, Jack se puso en pie y lo abrazó.

El momento fue interrumpido cuando una de las empleadas anunció al recién llegado.

Era Drew Van Acker.

Todos se quedaron en absoluto silencio.

Absolutamente nadie había esperado que él apareciera. Todos se pusieron en pie pero no volvieron a moverse.

Fue Jack quien resopló con fuerza y lo miró con fijeza.

Con el dorso de su brazo limpió las lágrimas que humedecían su endurecido rostro.

–¿Qué haces aquí?– cuestionó y caminó acercándose unos cuantos pasos pero se mantuvo distante.

Los ojos verdes de Drew brillaron con algo que reflejaba angustia.

–Sé que... que Aaron está en peligro. Sólo estoy aquí para ayudar–

Jack se mantuvo en silencio durante unos cuantos instantes. Los demás también. Se mantuvieron expectantes esperando la reacción.

Noah y Mark quienes conocían a la perfección a la Bestia se acercaron alertas para así impedir cualquier acto violento. Sabían bien que Jack estaba necesitando una sola excusa para matarse a golpes con alguien y desquitar todo el coraje que llevaba encima.

Para sorpresa de todos, nada sucedió así.

–Te lo agradezco– asintió Jack con pesar.

Van Acker, quien también había esperado una respuesta negativa y quizá un par de puñetazos en el rostro, exhaló un tanto aliviado. Hacía ya algún tiempo que había decidido dejar el asunto por la paz, aceptar que había perdido a Ariana desde el mismo instante en el que la había rechazado, y como consecuencia también a Aaron, aunque esto le doliera en el alma y fuese a vivir reprochándoselo por el resto de su vida. Había decidido alejarse y no estorbar más, sin embargo eso era diferente. Su sangre estaba en peligro, y por el cielo santo que si él podía hacer algo por encontrarlo, iba a hacerlo.

–Yo... yo mantuve un acercamiento con Halston Sage hace algún tiempo. Estoy dispuesto a declarar todo lo que sé–

•••••

Eran las siete de la noche. Halston la había citado a las ocho. Ariana debía marcharse ya mismo. Después de todo, no sería tarea fácil lograr burlar toda la seguridad que rodeaba a su casa en esos instantes.

Sin embargo todo fue más difícil de lo que pensó.

Se había vestido con ropa cómoda. Leggins negros, blusita de licra y botas de montaña hasta las rodillas. Encima una chaqueta Adidas que la cubriera. Salió por su ventana, y se pasó a las ramas de un árbol. Desde ahí observó a cuatro policías. Esperó impacientemente hasta que por fin los uniformados entraron a la cocina para tomar un café que les ofreció una empleada. Estaba de suerte. Bajó del árbol dando un salto que resultó muy fácil gracias a su condición atlética. Enseguida se coló por los arbustos. No podría salir por la entrada principal, así que tuvo que escabullirse por la casa vecina. Tampoco fue fácil. Saltó una barda, y de ahí se echó a correr.

Nada podía salir mal. Ella no iba a permitir ningún fallo.

Halston había sido muy clara, y Ariana sabía cuán malvada podría ser esa mujer.

No quería que nadie se enterara de nada, Jack menos que nadie. El trato era simple. Ir sola y sin avisar a nadie, hasta el lugar citado. Aquella maldita dejaría ir a los pequeños a cambio de que ella se entregara.

La castaña no lo había dudado ni por un instante. Daría su vida por sus hijos las veces que fueran necesarias.

Por un instante volvió a pensar en su amado, y el corazón le dolió.

Después tomó un taxi, mientras trataba de mantener los ojos muy abiertos para que el viento que le daba en la cara pudiera secar las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas.

«8:00pm»

La hora pautada.

Ariana llegó al lugar citado. El corazón le bombeaba, el cuerpo le temblaba, las manos le sudaban, su garganta estaba seca, cerrada, su piel pálida como la cera.

No sabía qué sucedería en los siguientes minutos, pero pasara lo que pasara, tenía que mantener a sus dos pequeños a salvo.

Era un barrio de lo más desagradable. Una zona en donde ella jamás había puesto siquiera un pie. Mucho menos sin auto.

Tragó saliva para tranquilizarse pero no sirvió de mucho.

Buscó el número de edificios, y después al encontrarlo se introdujo al interior.

Era en el último piso, el cuarto según tenía entendido.

Subió los escalones uno por uno. El crujido que se escuchó le confirmó que era un condominio en muy mal estado. Después ante sus ansias de ver a sus bebés corrió por el camino que le faltaba.

No hizo falta tocar a la puerta indicada porque enseguida esta se abrió.

El silencio estaba tan cargado de tensión que dejó de respirar.

Estaba oscuro. Entraba una leve luz por una ventana pequeña. El lugar apestaba a podrido, a moho.

Ariana palideció pero entró por sí misma. Enseguida alguien la empujó por las espaldas.

Ella cayó de rodillas, y enseguida se giró en el suelo para mirar a su agresora. Pudo observarla justo frente a la puerta que acababa de ser cerrada.

¡Santo cielo!

Era Halston... o al menos lo que quedaba de ella.

Su aspecto era realmente desastroso. No se parecía en nada a la mujer que había sido, aunque su frivolidad fuera la misma.

Sin pretenderlo, la castaña sintió de pronto una lástima muy profunda y sincera por ella. Verla en aquel estado le heló la sangre.

Estaba mal, verdaderamente mal. Su cabello hecho trizas. Lo había teñido de un castaño horrible. Y además podía adivinarse la intervención de unas tijeras poco profesionales. Lo llevaba trasquilado por completo. Su ropa estaba sucia, su rostro también, sus manos, las orillas de sus uñas.

Además estaba drogada. Demente y drogada, pudo verlo.

Ariana comenzó a sentirse aterrada. Volvió a tragar fuerte.

–¿Dó...donde están mis hijos?– no fue capaz de levantarse del suelo.

Halston sonrió con crueldad.

Fue entonces cuando Ariana se dio cuenta de lo que había junto a ella, manchando la madera desgastada. Era sangre...

El miedo cerró su garganta, sentía que se asfixiaba.

>¡Nooo!< gritó su alma desgarrada. >¡Nooooo!<

¡Santo cielo! ¡Por favor!

Se incorporó y tomó a Halston de las solapas de su descolorida chaqueta.

–¡¿Qué les hiciste?! ¡¿Qué les hiciste, maldita?!–

Halston comenzó a reírse de manera siniestra. Luego logró soltarse.

–Tuve que matar a un gato para entretenerme mientras llegabas. Tus engendros se encuentran ahí– señaló con la cabeza hacia la otra habitación vacía.

Con rapidez Ariana alzó la mirada. No pasó más de un segundo cuando ya estaba junto a ellos.

Los niños se encontraban en el suelo sobre una colcha vieja y sucia.

Jazmine se encontraba despierta, lloraba, lucía cansada y muy asustada. Seguro había llorado toda la noche.

–¿Estás bien, mi amor?– Ariana la tomó y la estrechó contra su cuerpo.

Al reconocerla, la niña dejó de llorar, y se aferró a sus brazos como si supiera que su madre estaba ahí para salvarla. De pronto Jazmine no tuvo más miedo.

Aaron estaba dormido, o inconsciente, amarrado de pies y manitas. Ella sintió una horrible punzada en el pecho que casi hizo que se desmayara. Le acarició la frente, estaba tibio.

–Gracias, cielo santo...–

Pasó a Jazmine a su otro brazo, y con el libre agarró a Aaron para poder abrazarlo también. Enseguida los separó para revisarlos. Tenía que asegurarse de que estuvieran bien, de que estaban sanos y salvos, sin un solo rasguño.

–Gracias, gracias, gracias...– susurró y después los llenó de besos a ambos. –Van a estar bien. Mami está aquí. He venido sólo por ustedes... Todo saldrá perfecto–

En ese instante Halston se plantó frente a ellos. Llevaba una pistola, y los apuntaba con ella.

El pánico volvió a atravesar a Ariana. Debía mantener a sus hijos fuera de todo peligro.

Ambas mujeres fijaron miradas.

Había demasiado odio en la mirada clara de Halston, demasiado rencor, demasiada locura.

Ariana tuvo mucho temor. El hecho de que los apuntara con esa arma, hacía que el corazón le latiera a toda prisa. Pero sabía que debía permanecer tranquila. No podía dejarse llevar por sus emociones ni perder la cabeza.

–Debieron haber sido hijos míos– dijo de pronto la pelinegra.

Ella no entendió.

–¿Qué?– susurró asustada y confundida.

–¡Yo debí haber sido la madre de los hijos de Jack, maldita sea!– exclamó y de pronto pareció haber enfurecido todavía más. La miró con ojos llenos de fuego. –Levántate– ordenó.

Ariana la miró con miedo, pero hizo lo que le pedía.

–Déjame sacarlos de aquí, y ponerlos a salvo–

Halston apretó los labios con furia.

–¡¿Crees que soy estúpida?!–

Ella alzó las manos.

–Entonces deja que llame a alguien para que venga a recogerlos. Yo me iré contigo, haré lo que me pidas, Halston, pero por favor...–

–¡Cállate!–

Ariana comenzó a llorar por la desesperación que sentía. Se tragó el nudo de miedo que le obstruyó la garganta. Aspiró con temor, y apretó los puños para impedir que le temblaran las manos.

–Dijiste que los dejarías ir– sollozó. –Dijiste que...–

–Sé perfectamente lo que dije– sonrió. –Y tú fuiste tan idiota como yo esperaba–

Un terror helado la estremeció.

–Halston, te lo suplico...–

Lo siguiente que se escuchó fue una risa maníaca que congeló el corazón y la sangre de Ariana.

–Sí, sí, maldita zorra, suplícame– Halston estaba disfrutando, ebria con el poder de tener el control absoluto sobre ellos.

–Halston, por favor. Tienes que ser racional. Me quieres a mí, no a ellos–

–Sí es verdad. Te quiero a ti, pero tu amor por ellos va a servirme para destruirte–

–Nunca estuviste dispuesta a dejarlos ir– Ariana escuchó a Halston reírse de nuevo.

–Nunca– confirmó sonriente.

–¿Por qué estás haciendo esto?– la castaña limpió las lágrimas de su rostro, pero estas seguían brotando y brotando. –Nunca te deseé ningún mal. Jamás quise hacerte daño–

–¡Me robaste a Jack!–

–¡No te lo robé! ¡Nos enamoramos! ¿Por qué no pudiste comprenderlo?–

Halston negó con la cabeza. La ira estaba enloqueciéndola más y más.

–¡Cierra la maldita boca! ¡Me lo robaste!– no apartó los ojos de ella, ni tampoco soltó el arma. Dispararía en cuanto intentara moverse, Ariana lo sabía.

–Halston, escúchame...–

La ex rubia la miró con rabia, y sostuvo el calibre con más fuerza.

–¡Jack era mío! ¡Yo estaba segura de que terminaría enamorándose de mí y al final se casaría conmigo, seriamos muy felices, pero llegaste tú y lo arruinaste todo! ¡Destruiste mi felicidad! ¡Yo debí haberme casado con Jack! ¡Y tú me lo arrebataste, puta ofrecida! ¡Todo es culpa tuya y de esos malditos niños, por eso voy a tomar venganza! ¡Voy a quitarte lo que más amas en el mundo! ¡Vas a sentir lo que yo sentí!–

Los ojos de Ariana ya nadaban en llanto. Se estremeció, luchó con el terror que la invadió.

–Por favor no les hagas daño... Yo... yo...–

–¿Sigues sin entenderlo? ¿Tan difícil es de comprender, estupidita?– sonrió, mostrando sus sucia dentadura. Le faltaba un diente debido a una pelea callejera que había tenido hacia poco tiempo con un par de prostitutas. –Ya no quiero verte muerta, Polly Pocket, creo que he decidido perdonarte la vida, pero a cambio quiero verte destruida, quiero verte loca de dolor, quiero robarte el sueño y la paz por el resto de tus días... ¿Y sabes cómo voy a lograr eso?– Halston disfrutaba, estaba excitada hasta un límite sorprendente. Relatar el plan sádico la embargaba de placer, pero sabía que nada se compararía con observar el perfecto y maldito rostro de Ariana cuando realizara todo aquello. –Los voy a matar, primero al mayorcito y después a la mocosa, mientras tú observas todo en vivo y en directo, sentada en primera fila–

Ella la observaba con el corazón en la garganta, advirtiendo la niebla que ofuscaba sus sentidos.

Luchó aún con más ímpetu impulsada por el pánico que le atravesaba el vientre, y le bajaba por las piernas.

Se sentía asqueada. Aquello estaba resultando ser una pesadilla. Una tan terrible que le retorcía las entrañas y la hacía querer despertarse, pero era demasiado intensa y real como para poder escapar.

Su determinación de proteger a sus hijos fue más fuerte, y lo fue todavía mucho más, el amor que sentía por ellos.

La mataría, primero la mataría antes de permitir que les pusiera un solo dedo encima.

Entonces se lanzó contra ella.

Lucharon por el arma.

–¡No voy a permitir que dañes a mis hijos! ¡Ahora sí vas a conocerme, Halston!–

Jaló su cabello hasta hacerla gritar. Clavó sus uñas en la carne de su rostro.

Halston la golpeó con un puño, pero no soltó la pistola. Ariana tampoco lo hizo.

–¡Suéltala, perra! ¡Voy a tener que matarte a ti también, estúpida! ¡Ya me colmaste la paciencia!–

El arma cayó a sus pies. Ariana la pateó para alejarla. Halston intentó recuperarla pero ella se lo impidió. Lucharon y siguieron luchando. Se golpearon con fuerza.

Finalmente, en cuestión de dos segundos, la enloquecida mujer volvió a tener la pistola en sus manos, y la apuntó hacia ella.

Esta vez Halston estaba furiosa de verdad, esta vez le dispararía, y ella moriría así sabiendo que no había logrado proteger a sus hijos.

Ariana la miró a los ojos.

El tiempo se congeló.

Halston apretó el gatillo, y después, el mundo pareció volverse loco también.

Jack Reed salió de alguna parte a una velocidad sobrehumana. Atravesó la habitación, y curvó protectoramente su cuerpo sobre la pequeña forma femenina de Ariana. Entonces él recibió la bala que le correspondía a su mujer. Después, cayó tendido sobre el suelo.

El súbito estruendo del disparo la hizo alzar la mirada con el corazón en la garganta. Se llevó una mano temblorosa a la boca, y entonces se dio cuenta de que la razón por la que seguía con vida, era porque alguien más se había atravesado. Su marido.

Con el corazón en la garganta, Ariana corrió hasta el cuerpo inmóvil, y se dejó caer de rodillas al suelo, junto a él.

Gritó desde lo más profundo de su alma.

–¡Jack!– lloró, lo abrazó, gritó.

Su sangre roja salía a borbotones de su pecho, empapando la camiseta gris de Jack, tiñéndola de un morboso tono oscuro.

El olor metálico de la sangre le inundó las fosas nasales, y le estalló en el cerebro.

–¡Jack, no!– sollozó y se aferró a él. –¡Jack, por favor! ¡Por favor, mi amor! ¡No me dejes!–

De pronto todo lo demás quedó en el olvido. Ariana no pudo pensar en nada.

Después todo pasó muy rápido.

Halston terminó de enloquecer al darse cuenta de que había disparado contra Jack. La conmoción fue devastadora para ella.

–¡Noooooooo!– gritó con rabia irracional.

Había matado al amor de su vida, lo había hecho y todo había sido culpa de Ariana. Su maldita culpa y ahora deseaba más que venganza. Utilizó su arma para apuntar directamente hacia los niños y apretó el gatillo sin dudarlo. Dos veces seguidas.

No esperó que otra persona más estuviese dispuesta a dar su vida.

Drew Van Acker fue el receptor de las siguientes dos balas, un segundo antes de que el séquito de policías aparecieran para detener a la criminal de la noche.

Ariana sólo se aseguró de que sus hijos estuvieran bien. Los paramédicos estaban llevándoselos para revisarlos mientras Hugh, su padre se mantenía al pendiente. Otros cuantos se encargaban de atender a Drew.

Después concentró toda su atención en Jack... Su Jack que se encontraba herido, y ella no podía soportarlo.

No se movió de su lado ni un solo instante.

Él se encontraba aún consciente.

Para su sorpresa, tomó su mano. Un simple gesto, y de pronto Ariana se sintió más fuerte.

El peleador aspiró con pesadez, le dolía la herida, y al parecer tendría alguna que otra costilla rota debido al impacto del disparo.

–Te juré... Te juré que... todo estaría... bien– le dijo en medio de su agonía.

La castaña lloró. Sus lágrimas resbalaron por sus mejillas.

–Nada está bien ahora– sollozó angustiada. –Te disparó...–

Sí, se había interpuesto entre su esposa y la bala, pero lo había hecho para salvarla. Protegerla era algo instintivo, algo que tenía que hacer en cualquier lugar y cualquier circunstancia.

La miró e intentó transmitirle calma. Necesitaba que ella entendiera que estaría bien, que no podría morirse y dejarla. Jamás la dejaría. Jamás. Pero en ese instante sus ojos no soportaron más y se cerraron.

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Me complazco en anunciarles que esta historia llega a su fin.

Esperen el gran final en la siguiente actualización.

Gracias x siempre leerme. Les quiero!

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