Capítulo 23-2T
Con el pasar de los días, Ariana había comenzado a recuperarse físicamente.
Los moretones y raspaduras casi desaparecían por completo, sin embargo había ocasiones en las que todavía se sentía adolorida y cansada.
Era parte de su proceso de recuperación, le había dicho el doctor momentos antes.
Se encontraban en su consultorio, ella y Jack.
Esa mañana sus papás le habían informado que tendría su primera revisión con el médico luego de que le dieran el alta.
Ella se había arreglado y había bajado lista para salir, sin embargo muy tarde, se había dado cuenta de sería Jack quien la llevaría. Los dos solos y no había podido librarse.
Agradeció profundamente cuando el doctor regresó.
Estar sola con su supuesto marido la incomodaba demasiado.
Él había permanecido en silencio y sumergido en sus propios pensamientos.
Gracias al cielo no se le había ocurrido dirigirle la palabra hasta ese momento.
–Disculpen la interrupción. Ya estoy de regreso– el doctor Firth acomodó el estetoscopio detrás de su cuello y tomó asiento detrás de su escritorio. –He programado los siguientes análisis de Ariana en quince días. Las enfermeras me han pasado el informe de tu progreso físico, y debo decir que vas por muy buen camino. El hecho de que seas joven y hayas mantenido siempre una vida sana y ejercitada ha influido mucho positivamente. Ahora, adentrémonos en el avance de tu cerebro. De tu mente. ¿Has tenido algún recuerdo en estos días?–
Ariana negó mientras se tocaba la cicatriz que había quedado en los límites de su frente. Las enfermeras le habían quitado los puntos, y le habían recomendado una crema para que esta desapareciera cuanto antes.
La marca era pequeña y apenas visible, pero en esos momentos encabezaba su lista de preocupaciones.
El doctor sopesó su respuesta.
–Entiendo, y por favor no piensen que esto es algo malo para que sigas recuperándote, Ariana. Simplemente es normal. No hay un tiempo establecido para que comiences a recordar. Debemos seguir esperando, pero hasta ahora, ¿has tenido alguna imagen en tu cabeza de lo que pudo haber sido tu pasado?–
–Bueno, a veces sueño con una luz, y me da la impresión de que recuperaré mis recuerdos en cualquier momento, pero cuando está por acercarse... desaparece y yo despierto–
–Ese es un indicio muy importante, Ariana. Debes saber que cualquier imagen mental, destello de recuerdo, o incluso sueños, serán siempre indicios buenos. Quiero decir que tu cerebro se ha puesto a trabajar y mientras siga así en cualquier momento regresará tu memoria. Por favor háblenme de cómo te ha ido estos días. ¿Cómo ha sido tu convivencia diaria con tu familia?–
–Raro, pero bien, supongo– admitió. Hubiese preferido que Jack no estuviera presente así podría hablar con más libertad.
Él pareció comprender porque se puso en pie para salir del consultorio. Muy a su pesar Ariana se sintió agradecida por ello.
–Permiso. Esperaré afuera–
Abrió la puerta, salió y la cerró tras de sí.
Sólo entonces la castaña pudo respirar con normalidad. Soltó el aliento.
–Es importante que colabores. Que hagas el esfuerzo de adaptarte. Porque no es tu familia quienes deben adaptarse a ti, sino al revés–
–No es fácil. De verdad yo... yo siento que estoy viviendo una pesadilla–
–Pues no debería ser así. No debes olvidar, Ariana, lo afortunada que has sido. Sobreviviste a un accidente fatal. Perdiste seis años de tus recuerdos pero algunos de mis pacientes han perdido la capacidad de caminar, de hablar, de razonar. Piensa en eso–
Ariana se quedó sin habla. Si había sentido lástima por sí misma en todos esos días, las palabras del doctor pusieron su accidente y su vida en perspectiva. Tenía la suerte de estar viva y completa en todos los sentidos.
Casi todos.
Veinte minutos más tarde, Jack seguía en el pasillo afuera del consultorio.
Se sobresaltó un poco cuando vio que la puerta se abría.
Era el doctor Firth, y por delante Ariana.
–Hemos terminado la consulta, pero me gustaría hablar con usted, Jack–
El peleador asintió. Fijó miradas con su esposa, quien de inmediato bajó el rostro rehuyéndole.
Él exhaló y sin más entró.
Ambos hombres se sentaron al escritorio.
–Ariana presenta muchas mejorías. Y seguro para la siguiente cita médica las cosas irán aún mejor–
–Me alegra mucho escuchar eso, doc–
–Las recomendaciones siguen siendo las mismas. Sin presiones. No es recomendable sobrecargarla de información. Más bien es preferible que ella establezca el ritmo. Que vaya descubriendo cosas por sí misma y seguir esperando a que todo lo demás regrese a su mente–
–¿Qué puedo hacer yo para ayudarla?–
–Desde luego ser muy paciente–
–Sí, pero... Tiene que haber algo más. Le soy sincero, doc, me siento desesperado con todo esto– su tono lo declaraba. La impotencia lo estaba aniquilando.
El médico realizó una mueca de comprensión.
–De acuerdo, lo comprendo, Jack. Y creo que sí hay algo que puede hacer por ella–
–¿Ah sí? Dígame, por favor, se lo ruego. Dígame qué puedo hacer–
–Puede llevarla a lugares que antes solía frecuentar, su casa o el lugar de su trabajo. Seguro al estar ahí empezará a tener algunos retazos de recuerdos. Ese tipo de presión será buena para ella–
Jack asintió. Le agradaba la idea. Sonrió y se despidió de él con un cordial apretón de manos.
Se sentía un poco más optimista. Aprovecharía esa mañana para llevarla a la que había sido su casa juntos. Sonrió pero todo buen humor se esfumó cuando encontró a Ariana charlando de lo más risueña con Michael Bakari.
Apretó los puños.
No le gustaba que estuviera cerca de ella, mucho menos en esos momentos de vulnerabilidad.
Se sentía tentado a romperle la cara ahí mismo pero eso sólo haría que Ariana se alejara más de él. Sin duda alguna recordaría al chico rudo de Worthington.
Michael le sostuvo la mirada, como esperando a que reaccionara de manera violenta. Seguramente deseando que lo hiciera. Le haría ganar puntos.
>¡Maldito imbécil!<
No iba a darle el gusto.
Soltó el aliento y aparentó tranquilidad. Aunque sus ojos dijeran todo lo contrario.
–Es hora de irnos, Ariana–
Ella asintió.
–Nos vemos después, Michael–
–Claro que sí, Ariana. Estaré aquí para todo lo que se te ofrezca– Michael le sonrió tomó una de sus manos y la apretó en señal de apoyo.
Jack hirvió de furia. Aquel idiota estaba tocándola frente a él con el único próposito de hacerlo rabiar.
Le sorprendió su autocontrol.
Esperó a que Ariana caminara delante.
Lanzó a Michael una mirada cargada de ira. Después le dio la espalda y siguió el camino detrás de su esposa.
Ambos llegaron hasta el estacionamiento del hospital.
Por fortuna no había dejado aparcada su camioneta demasiado lejos.
Jack se adelantó para abrirle la puerta y ayudarla.
De ida había sido Hugh quien la había ayudado a subir, ahora esperaba que no lo rechazara.
Ariana miró la mano que le ofrecía y después a él. Como cada vez que sus ojos se encontraban, algo destelló entre ellos.
–El hecho de que no recuerde algunos años de mi vida no me convierte en una inválida– le dijo con frialdad.
–No en una inválida pero sí en una mujer que necesita recuperarse y que no está al cien en sus fuerzas–
–Eres un desconocido para mí– tuvo que decirle Ariana, recordándoselo tanto a sí misma como a él.
Jack asintió.
–Ya lo sé. Lo tengo presente a cada momento. Créeme–
La castaña se dijo que ya había sido lo suficientemente mezquina así que debía ceder al menos un poco. Aceptó su ayuda y así entró al vehículo.
Luego de aquello, Jack rodeó el vehículo y entró al asiento conductor.
–No creo que sea buena idea que uses zapatos tan altos. Podrías caerte– lo decía por hablar solamente. Estaba demasiado tenso.
Ariana colocó su cinturón de seguridad. Según le habían contado, uno de esos le había salvado la vida.
–Uso tacones altos desde los doce años. Puedo caminar perfectamente con ellos sin caerme. Eso no lo he olvidado– no lo había dicho con tal intención pero las palabras escaparon de sus labios.
Y lo hirió. Aún así Jack negó y puso toda su atención en encender el motor y dar marcha.
Cinco minutos más tarde ya se sentía un poco más relajado.
Pero Ariana no.
El camino que él había tomado era completamente desconocido para ella. Frunció el ceño y se llenó de confusión.
–¿A dónde vamos?–
–A casa–
–No es verdad. Este no es el camino a casa–
–Claro que sí, Ariana. Es el camino a nuestra casa–
La declaración de Jack la dejó congelada.
Una angustia muy grande la abarcó y se sintió tan alterada como el día en que había despertado del coma.
Logró mantener la calma, afortunadamente.
–¿Po...por qué me llevas ahí? No quiero, no quiero ir– estuvo a punto de soltarse a llorar.
Jack le habló con toda paciencia.
–Tranquila. Sólo iremos a ver, ¿de acuerdo? Es por tu bien. El doctor dijo que podría ayudarte a conectar algunos de tus recuerdos. Sé que no confías en mí, pero todo estará bien. Te lo prometo. Yo no te mentiría. Después de esto te llevaré a la Academia donde solías trabajar–
Ariana no se tranquilizó ni un poco. Su nerviosismo aumentó en gran manera por lo contrario, pero se mantuvo firme.
A esas alturas solamente le quedaba dar pasos hacia adelante. Y no pensaba acobardarse.
Se reacomodó en el asiento.
–¿De...de verdad yo trabajaba en una academia?–
–Sí. Enseñabas toda esa arte del teatro musical, y tus alumnos te adoraban. Eras su maestra favorita–
–Wow... jamás pensé que... que yo tendría madera de maestra–
–Y una muy buena. Phil Lewis te lo puede confirmar–
–¿Quién es Phil Lewis?–
–El director. Un tipo muy talentoso. Estaba muy contento con tu trabajo–
Ariana estaba impresionada. Su vida en definitiva había dado un giro muy drástrico en los pasados seis años.
Parecía todo surreal.
–Por favor dime si reconoces algo del recorrido– Jack siguió conduciendo.
Ella miró por la ventana. Se encontraba tensa, nerviosa, asustada. No sabía si era por la presencia de aquel fornido hombre con el que la estaban obligando a pasar tiempo, o por la sola perspectiva de saber que tendría que enfrentarse a ese pasado que no lograba recordar.
¿Recordaba algo?
Nada. Absolutamente nada.
Su angustia fue mayor pero no tanto como el momento en el que Jack detuvo la camioneta y anunció que habían llegado.
–Es aquí–
Ariana no mencionó nada. Sólo miró.
Aquella era su casa. Eso le habían dicho.
Era difícil creerlo. Difícil creer que había dejado su lujosa mansión y las comodidades de niña rica para irse a empezar una vida aparte con Jack Reed.
«Su casa»
Era bastante linda, lo admitía, y se sorprendió por ello. El diseño era moderno pero se mezclaba con ese toque hogareño que por alguna razón la atraía.
Desde luego no era tan grande ni tan lujosa como la casa de sus padres, pero estaba... bien.
Tenía un bonito camino de ladrillos que conducía hasta el pórtico. Lo rodeaba un espléndido jardín de césped y rosales hermosos. Tenía cochera y terraza en el segundo piso. Un enorme ventanal le hacía pensar en lo acogedor que sería el interior.
El corazón le latió con fuerza.
¿Pero todo aquello le traía recuerdos?
Su mente hizo esfuerzo.
No. Ninguno.
Nada más que aversión de saber que ahí había compartido su vida con ese sujeto.
Definitivamente iba a costarle mucho permanecer en ese sitio aunque fuese a ser poco tiempo, y aguantar las ganas de salir corriendo.
Jack se acercó a abrirle la puerta y le tendió una mano para ayudarla a salir, aliviado de que esta vez lo aceptara sin replicar.
Recuerdos acudieron entonces a su mente.
En el pasado siempre la había ayudado a subir o bajar de su inmensa Cherokee, y antes de esa, de la enorme vieja Ford. La tomaba de la cintura y se aseguraba de que sus tacones pisaran con cuidado el suelo. Después la besaba y los dos reían.
Habían sido días maravillosos, pero en esos momentos todo era diferente.
Ariana no parecía dispuesta a dejar que la tocara.
Se soltó de la mano y se apartó de inmediato.
Se quedó muy quieta y sin hablar. Enfadada consigo misma por estar nerviosa, frustrada, por la mezcla de sentimientos que se agitaban en su interior.
Fue él quien rompió el silencio.
–Entremos–
Le mostró el camino hacia la entrada y después se encargó de abrirle la puerta. Hacía apenas unos cuantos días que habían cambiado la cerradura.
La policía había estado ahí intentando averiguar qué era lo que había sucedido pero hasta ese momento no habían conseguido nada. Resultaba curioso que hubiesen allanado la vivienda la misma noche en la que Ariana había tenido el accidente. Eso lo había tenido bastante intranquilo pero había decidido dejarlo todo en manos de las autoridades y ocuparse de que su esposa se recuperara.
De primera cuenta la castaña se rehusó a entrar. Permanecía con el cuerpo tenso, y con ambas manos cruzadas sobre sus brazos, como si tratara de protegerse de algo.
Por alguna razón sabía o presentía que la última vez que había estado ahí no había sido agradable en lo absoluto. Tenía una sensación fea en su pecho.
Después inhaló y exhaló. Se apresuró a entrar.
El interior de la casa no le dijo nada. Para ella fue como si conociera el lugar por primera vez.
Le causó un poco de sorpresa el saber que Jack no era un hombre de bajos recursos como lo había sido en la preparatoria. Podía recordarlo bien. Las diferencias de estatus económico habían sido más que evidente entre él y el demás alumnado.
La casa y el vehículo que conducía debían de haberle costado muchísimo, a menos claro que... que hubiese tomado ventaja de la familia Butera.
Lo miró detenidamente y no pudo evitar pensarlo.
¿Era Jack un vividor? ¿Por eso se había casado con ella?
Oh, cielo santo...
El estómago se le revolvió. Y sintió una profunda amargura.
Ignoró sus propios pensamientos y se dedicó a observar, sabiendo que Jack no le había quitado la mirada de encima.
Recorrió la sala, cada uno de los muebles, la televisión...
No podía imaginarse pasando sus días ahí, mirando películas con su supuesto marido y con el hijo de ambos.
Mientras pensaba en eso se detuvo frente a las fotografías que colgaban de las paredes.
Titubeó pero no desvió la mirada. Miró cada una de ellas con detenimiento.
La primera foto mostraba a un hermosísimo bebé, pequeñito y de ojos marrones. La segunda era el mismo bebé unos meses más grande, y luego su cumpleaños del primer año.
El segundo, el tercero. Sus cuatro años también pero no estaba el quinto.
Su cabeza la hizo pensar entonces en Aaron. El niño que la había abrazado con tanto amor y ternura el día en que salió del hospital. Un nudo se formó en su garganta, y este se hizo más y más denso cuando observó las siguientes en dónde ella y Jack aparecían.
Se veían tan felices...
Además ahí estaba plasmada la evidencia de que ella en serio había vivido en ese lugar, que era la esposa de ese hombre y la madre de su hijo.
>¡Oh, por favor!< rogó desde el fondo de su alma y utilizó todas sus fuerzas para no llorar.
Una voz la llamó entonces haciéndola sobresaltarse. Cautelosa, profunda, gruesa y tremendamente viril. Todavía la asustaba.
–¿Reconoces algo? ¿Te resulta familiar el lugar o alguna cosa en particular?–
Jack fijó miradas con ella. Al darse cuenta de que estaba a punto de llorar y de que el ver las fotografías la había afectado más de lo que había esperado, sintió poderosos deseos de traerla a sus brazos, al lugar donde ella pertenecía. Reprimió tal deseo hasta que su propio corazón dolió.
Cerró sus puños y contuvo las ganas de golpear la pared más cercana.
Ariana limpió el indicio de sus lágrimas y se permitió observar la casa por unos breves instantes más.
–No– habló honestamente.
Jack se sintió aún más frustrado.
Todavía no entendía por qué el destino les había jugado aquella jugarreta tan sucia. Por qué tenían que seguir sufriendo.
Agobiado se dijo que era capaz de dar lo que le quedaba de vida con tal de aliviar esa carita triste y temerosa.
–Vayamos al segundo piso–
Se había llegado el momento de mostrarle las habitaciones.
Los dos subieron escaleras en silencio, y lo primero que le mostró fue la habitación de Aaron.
Era evidente que el pequeño era un completo fanático de Marvel y todos sus superhéroes.
Había una infinidad de figuras de acción, carritos, juguetes, pelotas y demás. Tal parecía que era un niño muy consentido. No le extrañaba. Por lo que había visto todo el mundo lo adoraba.
No entró, tan sólo miró desde la puerta.
Jack entendió que el tema todavía era delicado para ella, así que no mencionó nada al respecto.
La condujo entonces hacia la que había sido la habitación de ambos.
Cuando la vio entrar, no supo siquiera cómo debía explicarle que ese era el dormitorio de ambos, que ahí habían pasado tantas y tantas noches juntos... Llenas de pasión y de entrega.
Se limitó a quedarse de pie bajo el arco, permitiendo que fuera ella quien examinara.
Ariana entró, y de inmediato se quedó paralizada al comprender con perfección lo que aquella habitación significaba para ella y para Jack Reed... Una mujer y un hombre jóvenes que conformaban un matrimonio.
Miró la cama, aturdida, y sintió que las manos comenzaban a sudarle, que toda ella temblaba.
Seguramente en aquella cama había sentido muchas veces la fuerza del enorme cuerpo viril de... su esposo.
>¡Oh, cielo santo!<
No había querido pensar en eso, pero de pronto, la imagen de aquel musculoso sujeto poseyéndola le exaltó la mente y el corazón.
Sintiéndose completamente cohibida y fuera de lugar, Ariana cerró los ojos para poder eliminar esas escenas de su mente.
¿Pero por qué le aparecían con tanta nitidez? ¿Por qué su cerebro decidía traicionarla en ese momento mostrándole imágenes que ella ni siquiera había conocido antes?
>Demonios, no podré soportar esto<
–Mierda...– susurró Jack por lo bajo. No quería asustarla, no quería que desconfiara de él. ¡Maldita sea! ¿Cuál era la mejor manera de sobrellevar todo eso? –Esta era nuestra habitación, Ariana. Lo sigue siendo pero no tienes por qué tener miedo. No volveremos aquí hasta que tú no hayas recuperado la memoria, y estés completamente recuperada–
El alivio que la castaña sintió fue descomunal.
A Jack le dolió infinidades ver la indiferencia en su mujer, la aversión que parecía tener hacia él...
¡Ah! ¡Dolía más que nada en el infierno!
–¿Por qué tienes tanto miedo de mí?– preguntó en un intenso susurro que acaparó por completo la atención de la joven. –¿Crees que te lastimaría?–
Los ojos marrones y femeninos permanecieron abiertos, mirándolo. Él no podía saber qué era lo que ella pensaba. El caso fue que no contestó a su pregunta.
–Soy tu marido– le dijo. –Y estoy aquí para protegerte. Jamás, jamás te haría daño... Tienes que creerme, Ariana–
La intensidad con la que estaban mirándose fue tan fuerte que de pronto la castaña se sintió tan conectada a ese hombre, tan enlazada que sólo se llenó de más y más confusión.
De acuerdo. Era claro que por alguna circunstancia, que debió haber sido de vida o muerte, ella había terminado casada con él. Ya iba siendo hora de que lo aceptara. ¿Pero creerse esa novela de que se amaban? ¿De que el chico malo había cambiado por ella y era ahora el más bueno del mundo? No estaba muy segura. El Jack Reed que ella recordaba no era más que un rufían, uno de esos chicos que rompían las reglas, no les importaba nada, se metían en líos y además de todo manipulaban a las mujeres a su antojo. Y ella no podía olvidarse de eso.
Fue incapaz de mirarlo a los ojos. Tenía lágrimas centelleando en las pestañas y estaba a punto de explotar.
Obligó a su mente a volver a sus carriles.
–¿Podemos irnos?– le pidió casi en suplica.
–¿A la Academia?– preguntó Jack confundido.
Ariana negó.
–No. A casa, a mi casa. Aquí... aquí me siento muy incómoda–
El peleador soltó su aliento. Le asintió.
La frustración lo llenó.
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Cuando estuvieron de regreso, Ariana no esperó encontrarse con el niño.
Aaron estaba sentadito al pie de la escalera. Sus manitas apoyadas a cada lado de sus mejillas con expresión de aburrimiento.
Sus ojitos se llenaron de ilusión en cuanto los vio llegar. Se puso en pie y pareció tener la intención de correr hacia su madre pero ella estaba tan afectada que apenas y lo miró.
Fue Jack quien tomó a su hijo en brazos en un intento de llenar con su amor el vacío que el pequeño comenzaba a sentir.
Ariana subió escaleras, y fue a mediación de ellas cuando escuchó las palabras que le destrozaron el alma.
–Papi, mami ya no me quiere. No me quiere y por eso no se acuerda de mí...–
La espina clavándose en su corazón la hizo detenerse por un par de segundos.
No creyó que fuese posible sentirse peor de lo que ya se sentía pero fue así.
Una necesidad muy poderosa de girarse y correr a abrazar a su hijo la atormentó en niveles difíciles de tolerar. Una necesidad que le pedía a gritos que proporcionara consuelo maternal.
Pero su sentimiento de culpa fue incluso más fuerte.
No pudo soportarlo.
Sus ojos se llenaron de llanto. Los cerró con fuerza y subió corriendo los escalones que le restaban. Después de eso se encerró en su habitación.
Jack resistió el gran dolor que se apoderó de su ser.
Se inclinó a la altura del pequeño y lo miró fijamente.
–Mami te ama, hombrecito. Pero ya sabes que está pasando por una situación muy fea. Ya te lo expliqué. Debemos ser comprensibles con ella, porque nos necesita y porque es nuestra chica y la amamos más que a nada en el mundo. Tú y yo tenemos que protegerla, ¿vale?–
Aaron asintió. Seguía sintiéndose triste pero con su padre siempre se sentía seguro.
Jack le sonrió para despreocuparlo y después lo abrazó.
–Todo va a estar bien–
–¿Mami me va a recordar pronto?–
–No sé si va a recordarte, campeón, de lo que estoy seguro es de que va a recordar todo ese amor que la une a ti–
–Te quiero mucho, papi–
–Yo te quiero más, mi amor. Ven aquí– le dio un beso en su carita.
Aaron lo rodeó con sus tiernos bracitos.
Jack sólo deseó que su hijo dejara de sufrir. Él era el menos culpable en todo aquello.
Se lo rogó al cielo.
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Sentada en el plato de la ducha, con el rostro alzado hacia el chorro de agua, la espalda apoyada en la pared, las piernas recogidas y los brazos caídos sobre su regazo; totalmente vestida. El agua caía sobre ella pegando lacios mechones de cabello a su cara, volviendo transparente su sencilla blusa blanca, adhiriendo la falda a sus muslos. De sus ojos cerrados escapaban lágrimas que se mezclaban con las gotas de agua que le corrían por las mejillas. Sus labios volvieron a emitir otro sollozo y se llevó una de sus manos cerrada en un puño hasta su boca, intentado evitar que algún sonido se escapara.
Se sentía terrible. Se sentía como el ser más vil de todo el universo.
Su intención no había sido lastimar al niño...
¡Oh, cielos! ¡Lo había lastimado!
Había herido su pequeño corazoncito, y ella sentía que se moría por ello.
¿Cómo podía ser tan mala? ¿Cómo podía ser tan fría con él? ¡Con su hijo!
Seguía siendo una perra, no tenía duda de eso.
No sabía cómo remediarlo. O qué hacer para salir de aquel hoyo.
Necesitaba empezar a vivir su presente como había dicho su doctor, pero se sentía estancada.
Su mente y su corazón no la dejaban avanzar en nada.
–Aaron...– susurró. Su voz quebrada.
Con los ojos cerrados repitió el nombre una y otra vez esperando que le resultase familiar cada vez que lo pronunciaba, que le recordase algo, pero no fue así.
No recordaba nada.
Una página en blanco era lo único que se encontraba en el interior de su cabeza.
No podía recordar.
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Natalie sonrió amorosamente cuando entró a la sala de su casa y encontró a su hijo mayor.
La empleada acababa de avisarle que él estaba ahí.
De inmediato corrió a abrazarlo.
Era muy alto y siempre tenía que ponerse de puntillas para hacerlo.
Alzó sus manos y acarició su rostro. Era ya todo un hombre pero ella no podía evitar pensar en el bebé que había cargado en sus brazos y que después le habían arrebatado tan cruelmente.
Exhaló.
–¿Mi cielo, cómo estás?–
–No muy bien, mamá– admitió Jack. –Por eso vine aquí. Necesito tu consejo–
–Sabes que siempre estaré para apoyarte. ¿Lo sabes, verdad?–
–Sí. Te quiero mucho, mamá–
–Yo te amo con toda mi alma– le sonrió. Luego lo condujo a uno de los sofás. –Ven, ven, siéntate. Le diré a Bertha que prepare algo para que comas–
–No, no. No tengo apetito, gracias–
–Pero si estás muy delgado. Me tienes muy preocupada, mi cielo–
–No voy a estar bien hasta que Ariana recupere la memoria–
Natalie suspiró con aflicción.
–Sé que Ari no la está pasando bien. Hablé anoche con Sandra–
–Ella está muy mal. No...no puede aceptar todavía que está casada conmigo, que tenemos un hijo... Creo que nos odia. Nos odia por haber cambiado el rumbo de su vida. Y... yo no puedo soportarlo. No puedo soportar que me vea así, y aún menos que Aaron esté sufriendo– Jack bajó la mirada. Un dolor muy grande teñía su cara.
Su madre se apresuró a negar.
–No, no, cariño. Ari no los odia. Ella sólo está muy asustada. Y tenemos que comprenderla. Imagina lo que es despertar creyendo que tienes diecisiete años y enterarte de que han transcurrido más de seis años, que tú vida no es cómo la recuerdas. Que ya no eres una adolescente que cursa el último año de preparatoria, sino una mujer adulta, casada y con un hijo. Creo que yo también enloquecería–
–Supongo que tienes razón– Jack se hundió de hombros como resignado.
–Claro que sí–
–Pero me siento muy impotente, mamá. Ya no sé qué hacer para ayudarla. Todo lo que hago siempre la hace sentir peor. No he hecho más que arruinar más y más las cosas con ella–
–Ariana te necesita más que nunca–
–Eso lo sé, y no pienso dejarla sola. Eso nunca–
–Sólo tienes que ser paciente, mucho más de lo que ya has sido. Esperarla, eso es todo–
–Yo la esperaría toda mi vida, mamá, no hay cosa que no hiciera por ella–
–Ari es tan afortunada de tenerte–
Jack sonrió con tristeza y tomó las manos de su progenitora. Las apretó con cariño.
–El afortunado soy yo. No concibo mi vida sin ella–
Todo lo que tenía para ofrecerle en esos momentos era amor y comprensión. Y eso era todo lo que le daría.
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Ariana no podía creerse que realmente aquella fuese su mamá.
Sandra Butera había sido siempre una mujer elegante, de mundo, sofisticada y siempre despampanante.
Apenas y podía conectar esa imagen que albergaba de ella con la mujer que tenía ahora enfrente.
Había salido de su habitación incapaz de soportar por más tiempo el encierro. Había bajado las escaleras y luego de escuchar el ruido proveniente del patio trasero se había acercado para ver de qué se trataba.
Se había sorprendido en gran manera cuando observó a su madre jugando de lo más divertida junto a Aaron.
Parecía mucho más joven de lo que era. Probablemente porque su apariencia no correspondía con la de una abuela. Ni en esa ni en otra vida pero esa era su realidad.
Abuelita Sandy... Así había escuchado que Aaron la llamaba.
Debía ser un niño muy especial porque ni ella ni Adrienne habían tenido nunca el privilegio que que Sandra pensara siquiera en ensuciarse para jugar con ellas.
No se sintió celosa en absoluto, sino todo lo contrario.
Por alguna razón le agradaba ver ese cambio en la mujer que le había dado la vida.
De pronto, y para su absoluta sorpresa, se encontró sonriendo.
Permaneció recargada sobre el marco de la puerta corrediza.
El corazón le dio un vuelco cuando Sandra se dio cuenta de su presencia ahí y la llamó para que se acercara.
–Mamá, yo sólo... yo... yo ya me iba, disculpa la interrupción por favor–
–¿Qué? No, no, por favor, no te vayas. Mira, necesito ir a hacer unas llamadas importantes. ¿Por qué no te quedas tú con Aaron un rato?–
Se alejaron un poco para que el niño no escuchara su conversación.
–No, no, por favor, no...– susurró en voz baja, sintiendo mucho pánico.
Sandra le sonrió e intentó tranquilizarla.
–No tengas miedo. Mejor acércate a él, comprueba por ti misma lo fácil y lo maravilloso que es ser mamá–
–¿Te gusta mucho, no?– Ariana no pudo evitar preguntarle.
–¿Qué cosa, Ari?–
–Ser abuela–
La sonrisa de Sandra se hizo más grande.
–Me encanta. Sin duda mi cosa favorita es ser la abuelita de Aaron. Es un niño precioso. Y es tu hijo, mi cielo. Tú lo llevaste en el vientre aunque no lo recuerdes, lo amaste más que a nada en el mundo, es lo más preciado que tienes, y ya va siendo hora de que te convenzas–
A la joven castaña se le inundaron las pupilas con un sinfín de lágrimas.
No las derramó sino que las contuvo.
Utilizó el dorso de su mano para limpiarlas.
–De acuerdo–
–Suerte–
Sandra le guiñó un ojo y se adentró en la casa dejándolos solos.
Ariana tomó aire y se armó de valor.
Miró a Aaron que jugaba en una graciosa caja de arena que ella bien recordaba, no se había encontrado ahí con anterioridad. Seguramente la habían mandado poner sólo para él.
Casi sonrió.
–Hola– le dijo, y se sentó en los bordes.
–Hola– el pequeño respondió pero no dejó de jugar con los carritos en la curiosa pista de arena que había construido.
–¿Te gusta mucho jugar a los cochecitos?–
–Sí, Wobby me los compró–
Ariana frunció el ceño.
–¿Wobby? ¿Quién es Wobby?–
–Es mi abuelo–
Esa declaración la sorprendió.
–¿Mi papá es Wobby?–
–Sí, él me dijo que es tu papá, y abuelita Sandy tu mamá–
Otro dato que la dejaba más que sorprendida.
¿Hugh Butera el famoso dueño de la más prestigiosa cadena hotelera, convertido en un abuelo llamado Wobby?
La locura. Completamente.
–¿Te sigue doliendo el golpe de tu cabeza?– preguntó Aaron de pronto con una tierna preocupación que la conmovió profundamente.
–A veces– contestó ella todavía con el nudo en su garganta.
–¿Ya te acordaste de mí?– la cuestionó el pequeño esperanzado.
La castaña tragó saliva, sintiéndose aturdida. No sabía qué tipo de madre había sido con anterioridad, pero en ese momento decidió ser la madre que no le mentía a su hijo.
–Lo lamento... pero aún no puedo recordar nada–
Aaron hizo un gesto de frustración tan increíblemente idéntico al suyo que de nuevo se maravilló con el parecido entre ambos.
–Antes sí me recordabas, y me querías. Papi dijo que sí me quieres pero yo no siento que me quieras–
Ariana se sintió muy dolida. El alma se le estrujó con dolor.
¡Cielo santo!
No podía recordar pero podía sentir.
Su mente no le traía ningún recuerdo de su hijo, pero su corazón le dictava que era todo su amor, le pedía a gritos que lo abrazara y le dijera que lo amaba con cada fibra de su ser.
Estaba por hacerlo, cuando escuchó unos pasos que se acercaban.
Era Elizabeth que había entrado por los laterales de la residencia.
–¡Tía Liz!– Aaron corrió directo hasta ella, y la recibió con un tierno abrazo.
–¡Hola, hermoso mío!– Elizabeth tomó al niño en sus brazos, y lo llenó de cariñosos besos.
Ariana miró la escena y sonrió. Deseó muchísimo no haber olvidado lo que era ser su madre.
–¿Ya viste quién viene conmigo?– sonrió Elizabeth y señaló hacia atrás.
Los ojitos de Aaron se agrandaron emocionados de saber que en las palabras de su tía se albergaba una sorpresa.
En ese instante Cornelius, el travieso y amigable Husky Siberiano de Noah apareció corriendo por el inmenso patio hasta detenerse a lamer la cara del niño que reía divertido.
–Espero que no te moleste que lo haya traído, Ari. Te aseguro que no es un perro agresivo, y adora a Aaron–
–No te preocupes, no me molesta en absoluto– asintió Ariana.
Inmediatamente ambas mujeres caminaron hasta la mesilla de patio, y tomaron asiento.
Elizabeth captó inmediatamente la expresión triste y apagada en la cara de su mejor amiga.
–No sabes lo extraño que es mirarte, y saber que ahora somos mujeres adultas, cuando lo último que yo recuerdo era que teníamos diecisiete, que estudiábamos en la preparatoria, y nos gustaba divertirnos...–
Hacía apenas unos cuantos días que se habían reencontrado.
La chica de ojos grises exhaló.
–¿Cómo has estado, Ari?– le preguntó con franca preocupación.
–No tan bien, como verás– Ariana se encogió de hombros como indiferente.
–Entiendo. Sé que esto es muy difícil para ti–
–Mucho más de lo que imaginas. Es horrible– sus ojos comenzaron a llenarse inevitablemente de lágrimas. –Es horrible no poder recordar a mi propio hijo–
Elizabeth la tomó de las manos, y le mostró su incondicional apoyo.
–Lo peor de todo es ver esa carita que me pide a diario que lo recuerde– sollozó. –No puedo, te juro que lo intento pero no puedo–
–Tranquila, tranquila– susurró su amiga. La abrazó prontamente. –Lo sé, sabemos que nada de esto está en tus manos–
–Pero está sufriendo a causa mía, y él no tiene la culpa de nada aquí–
–Tampoco tú–
–¿Y eso de qué me sirve?–
–Lo amas, ¿no es así?– Elizabeth la miró fijamente. –Has encontrado en el fondo de tu corazón el amor de madre que no desapareció con tus otros recuerdos–
Ariana no respondió pero Elizabeth interpretó perfectamente esa reacción.
–Tu amnesia no tiene nada que ver con esto. El hecho de que no recuerdes a Aaron no significa que no puedas amarlo. Eres su mamá, Ari, y él te ama también. Deja de tener miedo, y comienza a hacer lo que te dicta tu corazón. Ámalo, llénalo de cariño, de mimos, protégelo, sé su madre, igual que antes–
La castaña alzó los ojos y miró a su pequeño que jugaba divertido con el Husky. Deseó con todas sus fuerzas correr hacia él, y abrazarlo.
Se puso en pie, y se dio ánimos a sí misma, sin embargo en ese momento vio algo que no le gustó en absoluto. Había una persona observándolos desde el anexo que conducía a la parte frontal de la casa.
¿Acaso Bernardo no estaba custodiando la entrada como de costumbre?
Se trataba de un intruso, eso era claro. Podía ser un delincuente, un asesino, un pervertido o un secuestrador. Ariana no pensó en nada más y se encaminó directo a seguirlo, dominada por un extraño instinto de proteger a su hijo.
–Liz, ahora regreso– le dijo a su amiga, quien se quedó perpleja y confundida.
Ariana logró llegar hasta el frente atravesando el anexo lateral pero para entonces el intruso se había echado a correr, dándose cuenta de que había sido descubierto.
Un poco asustada, pero sin acobardarse, miró hacia todos sus alrededores, pero no vio nada. Las calles parecían solitarias y normales como siempre.
Y por alguna razón Bernardo no se encontraba por ninguna parte.
–¿Quién era ese?– cuestionó Elizabeth que también había sido testigo de la presencia de aquella otra persona que los espiaba.
Ariana miró a su amiga. Al parecer no había peligro alguno. Se había marchado.
–No lo sé. ¿En dónde está Aaron?–
Ambas miraron a su alrededor en su busca.
No consiguieron visualizarlo y eso las alteró por instantes.
Fue ese momento en que vieron al niño que se avecinaba hasta ella a toda velocidad, montando a Cornelius como si de un caballo se tratase, abrazado de su lomo.
Los ojos aterrados de Ariana se abrieron como platos al ver al perro con su hijo dirigirse hacia la calle, y detenerse justo al centro, en el momento exacto en el que un auto se acercaba rápidamente.
El grito horrorizado se escuchó al instante.
–¡¡¡Aaroooon!!!–
Elizabeth tuvo que sostenerla para evitar que cayera.
Ariana sintió que le faltaba el aire, que desfallecía, que moriría en ese preciso instante, y no sabía si de dolor o de horror.
Todo sucedió demasiado rápido.
Sollozó devastada y entonces... entonces se dio cuenta de que su hijo estaba perfectamente bien.
El auto que se aproximaba por la calle se había detenido a unos cuantos centímetros.
Aaron estaba ahí de pie. Había bajado del can y no parecía sorprendido de lo sucedido. Ni un poco.
En cambio Ariana había entrado en una crisis de histeria imposible de controlar.
Como si no hubiera nada en el mundo que le importara más, corrió hasta él y lo abrazó fuertemente.
–Lo... lo lamento, señoritas. ¡Juro por mi vida que no lo vi!– exclamó una voz exaltada a sus espaldas. Era el dueño del auto, y parecía pálido y muy consternado.
Ariana ni siquiera lo escuchó. Comenzó a revisar a su pequeño con desesperación por todas partes. Si tenía algún golpe, algún moretón, alguna rasgadura por diminuta que fuera. Cuando comprobó que estaba completamente a salvo, le acarició el cabellito, y después lo acunó en su pecho.
Al parecer aquel incidente había despertado en la vanidosa Ariana de siempre el instinto maternal en todo su esplendor.
–¿Me viste, mami?– preguntó Aaron divertido.
–¡Claro que te vi!– exclamó la castaña al borde del llanto.
–¡Soy un vaquero!–
Aaron parecía ajeno a la consternación de su madre, y al parecer también se había olvidado por un momento del distanciamiento que había entre ambos.
–No vuelvas a hacerlo, Aaron– advirtió aún con el corazón paralizado. –Jamás, jamás. ¿Me escuchaste?–
–Quería alcanzarte– protestó el niño. –Ibas hacia mí pero después te alejaste–
Oh, santo cielo, su joven y alterada madre no pudo soportarlo, y comenzó a llorar.
Elizabeth fue hacia ellos. Los condujo a la acera de inmediato.
Ariana negó numerosas veces. Corrió dentro de la casa mientras su llanto era desbordado.
–Lo lamento de verdad– dijo una vez más el conductor del auto apenado.
–No se preocupe. Gracias al cielo no pasó a mayores– Elizabeth se despidió del hombre, y pronto hizo lo necesario para meter a Aaron y al perro a la casa, y así averiguar cómo estaba su amiga.
Evidentemente había sido un incidente demasiado fuerte para ella, y el choque de emociones la había descontrolado.
–Tía Liz...–
–Tranquilo, mi amor, por favor, tranquilo–
–Pero mi mami...– por momentos Aaron había creído que todo volvía a ser como antes. Que su mamá volvía a serlo, que regresaba aquella amorosa mujer que lo amaba, que se preocupaba por él, y que gritaba asustada cada vez que lo veía emprender en alguna peligrosa travesura. Se había sentido contento, pero después cuando la vio llorar, había vuelto a sentirse inseguro y confundido.
–¿Qué sucede aquí?–
Era Jack que recién llegaba.
Aaron corrió hacia él abrazándose a sus piernas.
Su padre lo alzó en brazos. Miró a Elizabeth con el ceño fruncido.
–¿Qué pasó?–
–U...un auto estuvo a punto de... de arrollar a Aaron. Ariana está muy mal. Ve adentro con ella, intenta tranquilizarla–
Con ojos exaltados, Jack miró a su hijo.
Aaron estaba asustado. Depositó un beso en su frente y lo abrazó. Un segundo después lo dejó en el suelo.
–Cuídalo, por favor, Liz–
–Claro, claro que sí, Jack, por favor ve con Ari–
–Papi, yo voy contigo– lo llamó el pequeño. –Mami lloró por mi culpa, quiero ir contigo– suplicó.
–No te preocupes, hombrecito. Te prometo que mamá estará muy bien. Yo me voy a encargar de todo, ¿vale? Por favor no tengas miedo– lo volvió a abrazar.
Cruzó miradas con Elizabeth, y después corrió hacia la casa sintiéndose muy alterado.
Encontró a su esposa sentada en uno de los sofás de la sala. Acurrucada en una esquina, temblando, con el rostro enrojecido y cegada por las lágrimas, apretando fuertemente los cojines.
–¡Déjame sola!– le gritó cuando lo vio. Estaba destrozada, inconsolable.
Pero Jack negó.
No. No iba a dejarla.
Ariana no podía detener el llanto, apaciguar el dolor, el tormento que sentía en su interior.
¿Cómo era posible que estuviera ocurriéndole aquello? ¿Por qué tenía que haber sufrido ese maldito accidente? ¿Por qué no recordaba a su hijo?
¡Era una pésima madre, y no tenía perdón!
Lo único que deseaba era morirse, desaparecer y así evitar causar más daño.
Tal vez ella merecía todo eso, pero no el niño, maldita sea. ¡El niño no!
Lentamente Jack se acercó.
Ariana no pensó más en pedirle que se marchara.
Permanecieron cerca pero sin decirse nada durante unos cuantos minutos.
El peleador la miraba y escuchaba su doloroso llanto sintiendo que el sonido desgarraba poco a poco su corazón. Cerró los ojos con fuerza y apretó sus puños. La situación lo sobrepasaba. Ya no podía soportar verla así. ¿Pero qué podía hacer? ¡Mierda! Se sentía como un inútil. Maldijo al destino o a cualquier fuerza sobrehumana que los estuviera obligando a vivir esa pesadilla.
Ariana levantó la mirada, y clavó en él sus preciosos ojos marrones bañados en lágrimas y dolor.
De nuevo se produjo el silencio.
–Lo siento– dijo al cabo de un rato con voz tensa y quebrada.
–¿Por qué?– preguntó Jack sin dejar de mirarla.
–Por no ser una buena madre para tu hijo–
La Bestia llevó una de sus enormes manos hasta la mejilla de su amada, y la acarició con una perturbante suavidad que contrastaba terriblemente con su fachada ruda y masculina.
–¿Por qué pides perdón? Si desde el instante uno en que tuviste a nuestro Aaron entre tus brazos fuiste la mejor de las madres– le dijo, y de pronto Ariana quedó atrapada ante aquella enloquecedora y hechizante mirada oscura que mostraba un brillo sincero y lleno de amor.
Ariana reprimió un nuevo sollozo. Las palabras de su marido le habían llegado al alma.
–El hombrecito lo fue todo para ti desde el primer momento–
El corazón de la castaña dio un vuelco, y después se le estrujó con dolor.
De nuevo lo miró, pero sus recuerdos estaban en otra parte. Había recordado el momento en que su hijo sería atropellado por ese auto. Se estremeció de un miedo insoportable.
–Deja de pensar en eso– le dijo Jack adivinando sus pensamientos.
–Habría sido culpa mía– protestó.
–Pero no pasó–
Los ojos de Ariana bajaron lentamente hacia sus rodillas aún dobladas.
Pensó de nuevo en el niño, en lo sucedido justo antes del incidente, cuando jugaba tranquilamente en el patio.
Había sido maravilloso mirarlo, poder ser testigo de sus sonrisas, de su inocencia...
–Quisiera poder recordar todo eso de lo que hablas–
–Ya irás recordándolo con el tiempo– respondió Jack con calma.
–¿Puedes contarme aunque sea un poco?–
Todo en el interior de Jack se agitó. Le dio un vuelco en el pecho. Esos ojitos marrones y coquetos podían lograr cualquier cosa de él, sobre todo cuando se encontraban rojos e irritados por haber estado llorando tanto. Lo derretían. Lo tenía cautivado a cada instante.
–Podrías empezar por lo primero... ¿Cómo fue el embarazo?– lo primero hubiese sido el momento en el que ellos dos se habían relacionado, pero en aquellos momentos no se sentía preparada para escuchar nada de eso.
Jack sonrió para sus adentros mientras recordaba todo.
–Como podrás imaginar... tu embarazo trajo algunos problemas con tus padres–
Ariana no era tonta, y sabía contar, por eso no había dudado ni por un instante que ese matrimonio seguramente se había debido a ese embarazo en su adolescencia.
Tragó saliva.
–Papi debió haberse vuelto loco, y mamá también–
–Sí, así fue, pero después las cosas se arreglaron. La señora Sandra ha estado a tu lado apoyándote en todo. Y Hugh, bueno, él fue quien peor se lo tomó, pero en cuanto tuvo a su nieto en los brazos, se enamoró perdidamente de él–
Ariana quiso sonreír. Lo que daría por recordar todo aquello, los buenos momentos, y también los malos.
–Supongo que a ti y a mí tampoco nos agradó mucho la idea de que tendríamos un hijo siendo tan jóvenes–
Jack titubeó un poco. No podía decirle la verdad pero tampoco deseaba mentirle. Estaban en terreno peligroso y debía andarse con cuidado.
–Tú no eras más que una niña, Ari, y te convertiste en madre antes de tiempo, pero... Fuiste muy fuerte y muy valiente–
–¿Y tú?–
–¿Yo?–
–¿Cómo te cayó la noticia de que... serías papá?–
–¿Quieres que sea sincero contigo?–
–Por favor–
Jack sonrió.
–Ah, fui el sujeto más feliz de todo el universo–
–¿De verdad?– Ariana estaba sorprendida. No había esperado aquella respuesta.
–Desde luego. Ser el padre de Aaron ha sido y sigue siendo lo mejor que me ha pasado en la vida. Sobre todo porque he emprendido esta paternidad a tu lado–
La castaña lo miró fijamente. Pensó entonces en lo mal que se había portado con él, y en que no lo merecía.
No quería, pero empezaba a creer en Jack Reed.
Su marido se puso en pie y le ofreció la mano.
–Vamos, es hora de que vayas a tu habitación y descanses un poco– la veía agotada y siempre iba a procurar que estuviese bien.
Ariana no protestó. De pronto volvía a sentirse exhausta, inquieta. El médico le había dicho que recuperaría la energía poco a poco. Pero recuperarse emocionalmente iba a ser lo más difícil.
Soltó el aliento.
–De acuerdo–
Jack la ayudó a subir las escaleras sin soltarla.
La sensación de sus manos unidas era muy cálida. Ella descubrió que le agradaba, que la hacía sentirse segura y protegida.
Era tan extraño pero se dijo que podía acostumbrarse.
El corazón le latió con mucha fuerza.
¿Por qué no?
Era su marido, después de todo.
Y ella se sentía todavía como una jovencita nerviosa por estar tan cerca de un tipo como él.
Cuando llegaron a la puerta de su habitación, Ariana se giró para mirarlo.
Jack se inclinó hacia ella para depositar un beso en su frente.
El contacto le gustó.
Se miraron.
–Gracias–
–No me agradezcas, preciosa. Siempre estaré para ti... siempre. Ahora ve y descansa–
La castaña dio media vuelta y entró.
Cerró la puerta tras de sí y se recargó en ella. No pudo evitar el suspiro.
Pensó en su hijo y se dijo que al día siguiente intentaría remediar las cosas, tanto con él como con Jack.
Sí. Sólo pasos hacia adelante.
Aquella decisión la hizo sentirse mucho mejor.
Estuvo a punto de ir en busca de una de sus pijamas para poder dormir, cuando se celular sonó con la alarma de un mensaje.
Miró la pantalla y frunció el ceño.
Unknown: Hola. Necesito verte.
¿Alguien necesitaba verla? ¿Pero quién? ¿Se habrían equivocado?
De inmediato sacó el número y comenzó a marcar.
Esperó detrás de la línea, uno, dos, tres timbres, hasta que finalmente respondieron.
–¿Ariana?–
De primera cuenta no reconoció la voz.
–¿Quién habla?– preguntó.
–Soy Drew–
La respuesta la dejó congelada.
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Este es de los capítulos más estresantes. No odien tanto a Ariana, ella la está pasando muy mal. Seamos pacientes. Lo malo durará muy poco, lo prometo
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