Capítulo 2-2T

Los amaneceres para Jack eran maravillosos.

¡Más que maravillosos!

¿Y cómo no iban a serlo si cada día amanecía junto a aquella bellísima mujer de ojos del color de la miel?

Hacía tan solo unas cuantas horas que se habían amado intensamente, que habían incendiado la noche y se habían entregado a la pasión que los unía.

Aquello era el motivo de la sonrisa en su rostro. Misma que se agrandó cuando la miró y pensó en lo linda que estaba incluso al despertar.

Ariana le sonrió coquetamente.

Lo primero que hicieron fue tomar un baño juntos. Después él se colocó frente al espejo para afeitarse. La castaña lo siguió, pues tenía su propia rutina matutina para lucir siempre atractiva.

En silencio cada quien se dedicó a lo suyo, sin embargo, por más que lo intentaran, no podían quitarse los ojos de encima.

El jueguito de miradas comenzó y los dos rieron divertidos.

Mientras Ariana se colocaba base en el rostro para empezar a maquillarse, movió sus caderas empujando a su esposo y provocando que manchara su brazo y pecho con la espuma que llevaba en la cara.

Descaradamente comenzó a reír mientras Jack la miraba con los ojos entrecerrados pero con expresión de diversión. Después a manera de venganza, él intentó besarla para esparcirle un poco de su espuma.

–¡No! ¡No, Jack!– ella trató de impedirlo mientras soltaba un montón de carcajadas. Con sus manos intentó alejarlo pero al final no lo consiguió.

Terminaron besándose y riendo todavía más.

Estando juntos, siempre disfrutaban cada momento.

Ariana era inmensamente feliz a su lado. Con él todo era sencillo. Maravilloso. Mágico. La hacía reír a cada segundo y eso le encantaba. Aquella era una de sus cualidades más seductoras, Y... ¡Cielo santo! Prácticamente todo en él era seductor.

Cuando estuvieron listos para comenzar su día, Ariana bajó a la cocina para preparar el desayuno y Jack fue directo a la habitación de Aaron.

Sabía que su hijo debía estar despierto ya pues era muy madrugador.

Jugaron unos cuantos minutos y lo ayudó a vestirse y a peinar su bonito pelo, mismo que le recordaba al que él mismo había utilizado años atrás. Largo y abundante.

Luego de unos momentos, bajaron a encontrarse con la mujer de sus vidas.

Ariana tenía ya llena la mesa con un montón de comida apetitosa, y mientras tanto se ocupaba de beber su infaltable jugo de toronja sin azúcar y leía la correspondencia utilizando aquellas gafas que la hacían verse como una secretaria muy sexy, según las propias palabras de su esposo.

A él le encantaba verla con ellos puestos. Le había costado muchísimo convencerla de que en serio los necesitaba y debía usarlo. Ella, vanidosa como había sido siempre, se había negado a reconocerlo una y otra vez, hasta que finalmente lo admitió y compró ese par que utilizaba únicamente cuando estaba en casa.

Existían los lentes de contacto, pero era un poco quisquillosa con respecto a tener un par de plásticos en su retina.

–Todo huele delicioso, nena– le dijo mientras dejaba a Aaron en el suelo para que tomara asiento, y él hacía lo mismo.

Sobre la mesa había wafles, pan tostado, salchichas ahumadas, huevos revueltos, café y un montón de fruta picada con yogurt griego.

Ariana le sonrió contenta de poder tener para su marido un delicioso desayuno para antes de que empezara su pesado día laboral.

Sentado en la mesa, su marido tomó su plato para servirse pero enseguida ella se lo quitó para ocuparse por sí misma.

Los ojos de Jack la siguieron en cada movimiento.

>Ariana...< el nombre revoloteó por toda su mente.

Esa mujercita había entrado a su vida para ponerla de cabeza y no pudo evitar pensar en lo diferente que había sido su vida hasta antes de que ella apareciera.

Años atrás, Ariana le había entregado su inocencia, su alma, su cuerpo y su corazón.

Parecía increíble pero así había sido.

La chica más hermosa y popular de Worthington. La princesa inalcanzable que jamás creyó que algún día le dirigiría una sola mirada, una sola sonrisa... Ahí estaba. Se había casado con ella, era su mujer, y él era su hombre.

¡Era una locura!

El Jack del pasado jamás habría imaginado que algo así pudiese suceder. No había imaginado que terminaría casado con Ariana Butera, y amándola como la amaba. No había imaginado que el resto de sus días empezarían y terminarían en aquellos preciosos y redondos ojitos marrones.

El puto paraíso...

Se lo repetía constantemente.

Simplemente no terminaba de creérselo y a veces pensaba que todo se trataba de un sueño.

No lo era sin embargo.

Estaban juntos. Casados. Y se amaban.

Pero lo más espectacular ahí era cuánto Jack la admiraba.

Sí. La admiraba muchísimo.

En la escuela él había creído que esa bonita castaña no era nada más que eso. Una chica hermosa pero vacía, con un cerebro que no le daba más que para pensar en comprar ropa y verse siempre linda.

¡Qué gran error de su parte!

La había juzgado sin conocerla. Y se había sorprendido. ¡Vaya que lo había hecho!

Ariana era sin duda mucho más que una cara bonita y un cuerpo de ensueño.

Él la conocía ahora perfectamente bien y no podía más que sentirse muy impresionado.

¿Era arrogante? Quizá un poco. Pero Jack no se atrevería a llamarla de aquel modo. Ella conocía bien su valor, sus virtudes y talentos. No alardeaba de ellos, pero sabía cómo explotarlos. Era segura de sí misma, y eso a él le encantaba. Adoraba que se creyera la más hermosa. Sin duda lo era. La mujer más bella del planeta tierra y mucho más. La categoría de belleza en la que se encontraba era sobrenatural.

¿Era caprichosa? ¡Joder sí! Pero todo iba más allá de eso. Era una chica inteligente y determinada que sabía bien lo que quería. Fijaba sus ojos en el objetivo y después simplemente lo obtenía. ♪I see it, I like it, I want it, I got it Tan sencillo como eso.

No se acobardaba ante nadie. Era recta en su actuar.

Sí, la admiraba, se repitió. Y estaba orgullosísimo de ella. Y también orgulloso de él mismo. No podía evitarlo. Tenía a ese espectacular espécimen femenino por esposa, ese era motivo suficiente para sentirse el maldito rey del mundo.

Pero además de todo aquello... Habían más cualidades en ella que la convertían en una mujer sumamente especial y única. Tenía algo que la diferenciaba notoriamente del resto. Algo mágico que destellaba desde su interior haciéndola resplandecer. Su calidez, su amor, su ternura inigualable, el cómo lo besaba y lo abrazaba, cómo gemía entre sus brazos durante todas esas noches en las que se amaban hasta el amanecer, la manera en la que lo amaba a él y también en la que amaba a su hijo. ¡Maldición! Ariana era perfecta. Era un tesoro. Su tesoro.

Él se sentía como un perro indigno a su lado, pero ahí permanecía y ahí permanecería por siempre, con la lengua de fuera, siempre dispuesto a cuidar de ella, a velar por su bienestar y seguridad, a cumplirle hasta el más mínimo capricho, dispuesto a hacer cualquier cosa porque ella riera y sonriera. Y también reacio a dejarla ir, fueran cuales fueran las circunstancias. Jamás la dejaría. Jamás.

–¿Alguna vez imaginaste esto?– le preguntó entonces. La pregunta salió de sus labios sin pretenderlo, pero una vez que lo hizo esperó pacientemente la respuesta.

–¿Qué cosa?–

–Que un día estaríamos tú y yo aquí. Que prepararías el desayuno para el chico rudo de Worthington, y que estaríamos casados–

Ariana le mostró esa divina sonrisa enmarcada por sus dos hoyuelos. Después soltó una adorable risita.

–Ni de broma– contestó siendo honesta enteramente.

¿Ella casada con el friki? ¿Amándose hasta la locura? ¿Compartiendo su amor, su vida juntos, y un hijo?

Ni por la cabeza se le habría pasado.

Jack soltó una carcajada.

–Lo sé. Es de locos, ¿no crees?–

–¡Mucho!– asintió Ariana con expresión divertida.

A los dos les encantaba bromear sobre eso. Incluso en una de aquellas noches de pasión habían recurrido a ese jueguito de roles en el que la engreída Ariana Butera y el silencioso y atemorizante Jack Reed tenían sexo desenfrenado, aun y cuando no se agradaban y se llevaban de la patada.

–No se lo puedes decir a nadie– le había dicho la castaña mirándolo fija y amenazadoramente. –Si lo haces lo negaré todo, y diré que no eres más que un idiota obsesionado conmigo–

–¿Crees que dejaría que me relacionaran contigo, niñita boba? Primero muerto. Pero fuiste un buen revolcón, no me quejo– había sido la respuesta descarada de Jack.

Ella simplemente había entornado la mirada, y una sonrisa calculadora se había dejado entrever en sus labios hinchados ya por tantos besos.

La experiencia había sido... Placentera. Sólo eso podían decir, pero les había encantado.

Los dos se dieron cuenta de que los mismos recuerdos habían acudido a sus mentes.

De inmediato los alejaron, pues su hijo estaba ahí. ¡Por todos los cielos!

A pesar de que las mejillas de Ariana se habían encendido, ella controló bien su reacción.

Jack por su parte tomó un vaso de agua helada y lo bebió intentando pensar en otra cosa.

–Suspendieron las clases hoy en la Academia por la colocación del nuevo piso– dijo ella de pronto.

–Suena bien, así podrás descansar y tomarte la tarde libre– comentó Jack más relajado.

–No lo sé. Me aburriré muchísimo. Sabes que no puedo estar quieta, me pone en un mood insoportable–

Aquella era cien por ciento cierto. Ariana era demasiado extrovertida, dinámica y activa. Descansar no estaba en su vocabulario, salvo cuando estuvo embarazada de Aaron y todo el tiempo estaba cansada.

–Es verdad. Cancelaré mi entrenamiento de esta tarde y te llevaré al cine–

–Ya has cancelado muchos entrenamientos por culpa mía. Noah querrá matarme si cancelas uno más. No te preocupes. Quizás vaya a pasear por ahí con Aaron. Pasaré el día con mi bebé hermoso– acarició la cabecita del niño que desayunaba su cereal muy concentrado.

Jack se acercó a ella tomándola de las caderas.

–¿Y en la noche serás mía solamente?– le dijo en un susurro para que el pequeño no lo escuchara.

–Oh, había olvidado que mi otro bebé también necesita de mi atención–

–Mucha de tu atención– corrigió Jack sin soltarla. –Amo cuando me llamas tu otro bebé–

¡Oh, genial!

Si sus oponentes de pelea o incluso Noah se enteraran de que la Bestia Reed había dicho aquello y que encima había hecho un ridículo puchero de mierda, estaría acabado. Por fortuna ninguno de ellos estaba ahí.

Ariana lo tomó de ambas mejillas con sus manos y lo hizo inclinarse para poder besarlo apasionadamente.

No pasaron más de cinco segundos cuando el celular de Jack comenzó a sonar.

–Ese debe ser Maculay, lo voy a matar– murmuró molesto.

Ariana rió.

–No lo mates, es de gran ayuda en tus talleres, y por cierto, ya deberías ir en camino, ¿no lo crees?–

El éxito del taller mecánico se debía a que Jack le había puesto todo su empeño. Nunca debía olvidar eso.

Exhaló.

–Tienes razón. Ya debo irme– se inclinó para darle un beso más en los labios. –Diviértete con Aaron–

–Lo haré–

–¿Estarás esperándome desnuda?– le pregunto al oído para que sólo ella pudiese escuchar.

–Por supuesto que no. Aaron se duerme mucho después de que tú llegas–

–Cierto. Sería buena idea que una tarde de estas lo mandemos a hacer pijamada con los gemelos o con Balto– dijo refiriéndose al nuevo perro que Noah y Elizabeth habían adquirido.

Ariana rió porque todo lo que Jack decía siempre la hacía reír.

–Estás loco–

–Por ti, muñeca– le guiñó un ojo coquetamente.

Ella se sonrojo. No podía evitarlo.

El peleador tomó su maleta deportiva, las llaves de su camioneta y su celular, pero antes de marcharse volvió a su esposa para besarla de nueva cuenta. A su hijo le dio un sonoro beso en la mejilla.

–Cuida a tu mami, ¿de acuerdo hombrecito?– Aaron asintió gustoso. –No dejes que ningún cretino se le acerque, ¿vale?– mostró su puño para que el niño chocara el suyo, y él así lo hizo.

Ariana rodó los ojos ante la evidente expansión de testosterona.

Jack rió inocentemente. Se acercó a ella, y le dio un cuarto beso más, y un quinto, y un sexto y un séptimo y un octavo.

Después, sin más se marchó dejando a la castaña con esa sensación en el pecho de estar más enamorada que nunca.

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Halston caminó por aquella transcurrida calle mirando sobre su hombro una y otra vez, temerosa de que alguien fuese a verla.

Últimamente la había perseguido esa sensación de que estaba siendo observada, de que la seguían a todas partes, incluso dentro de su casa. Era algo sofocante.

Le habían dicho que estaba loca, pero maldición, ¡no lo estaba!

No lo estaba.

Cerró los ojos y tomó aire. Su expresión perturbada cambió al segundo a una neutral.

Cuando visualizó el elegante Ferrari, cruzó la acera. Miró detrás de su hombro una vez más y tembló por una extraña razón. Después abrió la puerta del costosísimo vehículo, y entró sin decir nada.

–Llegas tarde– le dijo la voz masculina proveniente de la persona que la esperaba en el interior.

–Estaba ocupada. No pude llegar antes– respondió secamente. La verdad era que había tenido una crisis nerviosa mientras se cepillaba el cabello frente al espejo. Esa horrorosa cara que había visto en el espejo se había estado burlando de ella descaradamente. Por eso le había soltado un puñetazo.

Y debido a eso ahora debía llevar una banda médica en sus mano, cubriendo así sus nudillos cortados.

–¿Qué te ocurrió en la mano?– le preguntó el hombre que señaló su herida.

Halston de inmediato la ocultó tras su chaqueta.

–Nada–

Él frunció el ceño.

–De acuerdo. No me lo digas– la vida de esa drogadicta no podía importarle menos. –Vayamos al grano–

Estaban ahí reunidos por una razón en específico. Algo que los unía y eso era todo lo que importaba.

Se habían conocido un par de días atrás en la barra de un conocido bar.

Él había ido a beber unos tragos para intentar olvidarse aunque fuese un rato de todos sus problemas. Halston por su parte había ido con la intención de enredarse con algún hombre y obtener así bebidas y cocaína gratis.

Había sido una noche normal, tan común y corriente como cualquier otra. El barman atendía a los consumidores, a algunos incluso los conocía bien y no hacía falta que le dijeran que beberían, el empleado tenía buena memoria y sabía bien lo que les serviría. Al otro extremo unos cuantos hombres jugaban póker, y a su derecha un par de borrachos intentaban darle al blanco con dardos. No lo habían conseguido. La televisión se encontraba fija en uno de los canales locales, y transmitía la pelea de la Bestia Reed.

–Maldito imbécil...– había siseado él justamente cuando Jack obtenía la victoria y celebraba.

–Lo es– Halston había rodado los ojos con desprecio, y desde luego había secundado el insulto hacia quien fuese su amante años atrás.

El hombre había bebido de su cerveza y había fruncido el ceño al darse cuenta de que era la mujer a su lado quien había respondido.

–¿Tampoco te cae bien ese peleador de cuarta?–

Halston se había hundido de hombros.

–En realidad es mi ex–

–¿Ah sí?– aquello había despertado todavía más el interés de él. –¿Hace cuánto tiempo salían juntos?–

–No salíamos– puntualizó la rubia sin poder hacer nada por esconder la rabia que la había estado carcomiendo por tanto y tanto tiempo. –Follábamos. Sólo eso–

–¿Lo dejaron?–

–Fue él quien me dejó–

–Ya veo–

El sujeto la había observado entonces con lentitud. Ciertamente esa era la primera vez que ambos se veían. No se conocían de antes, así que resultaba imposible para él, saber que con anterioridad había sido, si bien no una mujer muy hermosa, pero sí atractiva y seductora. En esos momentos lo que el extraño veía no era más que algo lamentoso que de poco en poco iba perdiendo vida. Ojos hundidos, rostro esquelético y expresión de terror en la cara.

–Me dejó por una muñequita estúpida. Los odio a los dos–

El pecho del hombre había dado un vuelco en su pecho. Él lo había sabido. Había sabido que Ariana estaba junto a ese tipejo que en sus años de preparatoria había sido conocido por ser el bravucón de Worthington, alguien que no tenía amigos y a quien todos temían. Un completo ermitaño que jamás pensó podría llegar a conseguir que la chica más hermosa de la escuela terminara siendo su esposa. ¡Vaya mierda!

Entonces había exhalado furioso y apretado los puños aunque manteniendo la calma.

–Entiendo– había asentido simplemente.

–¿Y tú por qué lo odias?– Halston le había preguntado con gran curiosidad.

Los dedos del hombre se había apretado alrededor del vaso de tequila.

–Porque hace años me robó algo que... que desde un principio debía ser mío–

–¿A qué te refieres?–

–No quiero hablar más de eso–

Pero Halston no iba a quedarse así.

–¿Ariana?–

El hombre no había respondido pero el brillo de odio en sus ojos le habían confirmado en ese momento a la rubia que en efecto todo se trataba de la enana aquella.

–Entonces tenemos más cosas en común de las que habíamos imaginado, junior– lo había nombrado así porque el aspecto que él presentaba era sin duda el de uno. Ropa y zapatos caros. Cabello bien peinado, IPhone de última generación y ese bonito Rolex en su muñeca.

Halston no había podido evitar pensar en cuántos gramos podría comprarse con ese costoso reloj.

–Eso parece–

–¿No crees que es esto una gran coincidencia?–

–Sí, claro–

–¿Tú invitas?– le había preguntado mientras se terminaba la cerveza que bebía. –Se ve que estás forrado de dinero–

–Eh... sí. Supongo–

–¿Entonces?–

–¿Entonces qué?–

–Tú y yo podríamos asociarnos–

–¿Tú y yo? ¿Asociarnos?–

–Aja–

–¿Para qué?–

–Para separar a Jack y a Ariana. Así yo obtengo mi preciada venganza, y tú recuperas al amor de tu vida. ¿Qué dices? ¿Te interesa?–

Él lo había dudado. Verdaderamente lo había hecho. Jamás le había hecho daño a nadie. No quería comenzar con Ariana a quien tanto había querido. A quien seguía queriendo...

–No lo sé–

–No lo dudes. Sólo di que sí. Puedo ver en tu rostro que esa estúpida te gusta mucho. El estorbo aquí es que ella ama a otro. Si arruinamos su matrimonio pasaría a convertirse en una mujer libre. ¿No sueñas con eso?–

El hombre había tragado saliva.

No había necesitado pensar más.

–Sueño con más que eso. Acepto. Pero no hablemos aquí. Dame tu número de celular. Mañana te llamaré y acordaremos una cita–

La sonrisa de Halston había sido en extremo satisfactoria. Pero ella había sabido bien que no sería tan grande y reluciente como el día en que por fin completara su objetivo. Eso que había alimentado su odio durante todos esos años. El verlos sufrir.

Y ahora ahí estaban. A punto de empezar a idear su plan.

–¿Ya pensaste en algo?– cuestionó el hombre. –Porque yo tengo la mente bloqueada– lo que en realidad había sucedido era que él nunca le había hecho nada inmoral. No tenía ni idea de cómo hacerlo pero por Ariana... Con tal de recuperar la oportunidad de estar a su lado, por ella lo haría.

La rubia se dio cuenta entonces de que tendría que ser la mente maestra. El chico no iba a servirle de mucho salvo de apoyo monetario en caso de que fuesen a necesitarlo.

–Desde luego que lo hice– respondió y mostró su sonrisa malévola. –Llevo años planeándolo. Tú sólo debes hacer lo que yo te diga. Uniremos fuerzas y así conseguiremos nuestro objetivo–

–¿Y estás segura de que resultará? ¿Jack y Ariana terminarán separados?–

–Más que eso. Terminarán odiándose. Te lo juro–

–Bien. Entonces cuéntame qué es lo que tienes–

–Préstame mucha atención, juniorcito. Y escucha...– Halston abrió la boca para comenzar a hablar.

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Aquella tarde Ariana tomó las llaves de su auto, subió a su hijo a su sillita y arrancó con dirección al centro comercial.

–Hoy nos divertiremos mucho, mi amor– le dijo mientras conducía y le echaba un vistazo por el espejo retrovisor.

Aaron mostró esa hermosa sonrisa que ella bien sabía, algún día sería la fuente de inspiración de muchas chicas.

–¿Mami, me vas a compad una peota?– le preguntó ilusionado.

La castaña arqueó las cejas y volvió a mirarlo por el espejo.

La expresión en su carita fue tan tierna y adorable que no pudo decirle que no.

Entendía perfecto por qué todas las personas a su alrededor lo mimaban demasiado. Sin embargo Ariana deseaba criarlo de manera distinta a como había sido criada ella, llena de mimos y caprichos cumplidos. No iba a permitir de ninguna manera que su hijo creciera soberbio y creyéndose que sus deseos eran órdenes, sino que entendiera el valor de cada cosa, y que debía trabajar para ganárselas.

–¿Prometes que me ayudarás a regar las plantitas del patio?–

–Sí, mami– asintió gustoso.

–Bien, entonces tendrás tu pelota nueva– prometió.

Desde su asiento Aaron se emocionó muchísimo.

El primer lugar al que entraron cuando llegaron al mall fue, por supuesto, a una tienda de ropa. Los años habían transcurrido y una de las más grandes aficiones de Ariana seguía siendo aumentar cada vez más su guardarropa y lucir siempre increíble, aunque siempre lo hacía de manera moderada. Las circunstancias le habían enseñado que el dinero no era para despilfarrar, y mucho menos sabiendo lo mucho que le costaba a ella y a Jack ganarlo.

–¿Te gusta este vestido, Aaron?– le preguntó a su hijo mientras le mostraba el bonito vestido de corte redondo en color azul marino que estaba a punto de adquirir. Se acercaba su aniversario de bodas con Jack, y deseaba verse muy hermosa para la ocasión. –Quiero verme muy bonita para tu papi. ¿Qué dices? ¿Le fascinará?–

Entusiasmado y como si comprendiera todo lo que su madre decía, Aaron asintió numerosas veces.

–Ees muy bonita, mami–

La tierna vocecita hizo que el corazón de la castaña se apretujara de amor absoluto.

–¡Aww! ¿Eso crees, mi amor?–

–¡Sí!– respondió Aaron de inmediato.

Ariana no lo resistió mucho tiempo y de inmediato se inclinó para abrazarlo con muchas fuerzas.

–Creo que te has ganado un premio más, además de tu pelota–

Los preciosísimo ojitos marrones que el pequeño había heredado de ella, destellaron de emoción.

–¿Helado?– preguntó muy ilusionado.

Ariana odiaba darle azúcares saturadas, pero cielo santo, ¿cómo iba a negarle algo a esa carita? Era adorable y lo amaba. Ella podía regresar a ser la madre estricta al día siguiente. Mientras tanto iba a consentirlo.

–Claro que sí, mi amor. Mami comprará un helado para ti– le guiñó el ojo y Aaron dio muchos saltitos de alegría.

Se dirigieron entonces con la dependienta para poder pagar sus compras y enseguida salieron de ahí cargados con unas cuantas bolsas.

–¡Helado! ¡Helado!– Aaron saltaba muy emocionado.

Ella sonreía mientras lo observaba ser el niño más feliz del mundo con detalles tan pequeños e insignificantes pero que para él eran lo más estupendo.

Una vez que compraron el helado con crema batida y chispitas de chocolate, y un chai tea con pajita para ella, caminaron hasta la mesas del área de comedores y tomaron asiento.

Aaron era un niño demasiado expresivo y hablador. Hablaba demasiado a pesar de que por su corta edad la mayoría de las veces todo lo que decía era inentendible. Aún así Ariana lo escuchaba atentamente y se mostraba siempre interesada en todo lo que dijera, asegurándose de que su pequeño creciera con la convicción de que para su madre no había cosa más importante que no fuese él y que siempre estaría a su lado. Le encantaba lo inteligente que era, lo observador y curioso.

Ella no podía hacer más que reír porque siempre era muy gracioso.

Estuvieron ahí una hora completa riendo y hablando hasta que Ariana decidió que era hora de marcharse.

Tomó a su hijo de la manita y se dispusieron a salir del centro comercial, sin embargo antes de que diera si quiera un paso, alguien completamente desconocido se acercó a ella.

–Buenas tardes, señorita– la saludó extendiéndole la mano. Misma que la castaña miró fijamente para después subir la mirada al nada conocido rostro. Desde luego no la tomó.

–Señora– corrigió al darse cuenta de que el hombre no dejaba de mirarle los pechos. Comenzó a ponerse entonces realmente muy nerviosa y también incómoda. –¿Podría hacerse a un lado para que pueda pasar?– le pidió, pues estaba bloqueándole el paso.

–Por favor, espera. Sólo quiero charlar–

Charlar y un cuerno. Era un imbécil. Ella podía vérselo en la cara. Además ni siquiera hacía intentos por esconder la lujuria con la que estaba mirándola. Se sintió asqueada y apretó con más fuerza la manita de su hijo.

–Estoy segura de que no tengo nada que hablar con usted. Ni siquiera lo conozco– de nuevo hizo intento de rodearlo para marcharse, pero el sujeto se movió al mismo tiempo. Su mano estuvo a punto de tocarla.

–¿Por qué te marchas?–

–No se atreva a tocarme– le advirtió Ariana. Estaba perdiendo la paciencia. ¿Cómo se atrevía ese idiota a importunarla? ¡Y enfrente de su hijo!

Como demostrándole que iba en paz y que no era ningún asesino serial o alguien peligroso, el desconocido se alejó un paso y alzó sus manos en señal de paz.

–Vamos, no soy peligroso– sonrió y aseguró. –Sólo quiero conocerte dulzura– su mirada volvió a recorrerla de la cabeza a los pies. Regresó a sus pechos de nueva cuenta y después la alzó para mirarla a la cara. ¿Te parece si me das tu número? Otro día podemos conseguir a una niñera para tu hermanito, y así tú y yo... no sé, ir a mi departamento tal vez, te invitaré una copa, tú podrías invitarme unos cuantos besos–

Ariana estuvo entonces a un segundo de ponerle un freno a ese patán. Cachetearlo por su indeseado atrevimiento cuando sucedió algo que la dejó más sorprendida que nada con anterioridad.

Aaron, ¡Su Aaron! Le propinó una patada al sujeto bien acertada en el tobillo, haciéndolo redoblarse de dolor.

–¡Ketino!– le gritó muy enfadado.

Desde luego había notado la tensión de su joven y bonita madre. Y no le había gustado aquello para nada.

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Cuando Ariana y Aaron volvieron a casa, la castaña todavía seguía bastante impresionada.

Durante todo el camino de vuelta no había podido decir nada pero sabía bien que tenía que hacerlo.

Dejó las compras sobre uno de los muebles de la sala.

El niño que parecía haberse olvidado de lo sucedido momentos antes en el centro comercial, jugaba alegremente con su pelota nueva.

–Aaron, ¿puedes venir aquí?– lo llamó.

Los ojitos infantiles y muy tiernos la miraron.

Obedientemente se acercó a ella.

–¿Mami?–

Ariana exhaló y se inclinó para quedar a su altura y hablarle de frente.

–Aaron, no estuvo nada bien que patearas a ese hombre en el mall. Estuvo mal, muy mal– sentenció.

–¿Muy mal?–

–Mucho. ¿Por qué lo hiciste? Fue grosero, y tú no eres un niño grosero–

–Hombe fue malo. Gosedo. ¡Él fue gosedo!– replicó Aaron un poco enfadado.

–Tranquilo– le dijo ella entonces arqueando una de sus cejas. Sabía cómo debía manejar las rabietas de su pequeño hijo, y hasta el momento lo había hecho bien.

–Mami, papi dijo que yo te cuido– argumentó el niño con frustración al sentirse regañado.

La respuesta dejó a Ariana sorprendida y sin palabras.

De pronto no pudo seguir regañándolo y una nueva preocupación la abarcó.

Bajó los hombros y suspiró.

–Caray...–

–¿Mami, puedo jugad en el patio?– preguntó inocentemente, esperando que a su madre se le hubiese pasado ya el enfado.

–Sí... sí. Sí puedes, mi amor, pero antes prepararemos la cena para cuando llegue papá–

–¡Sí!–

Ambos se dirigieron entonces a la cocina.

Ariana preparó un par de quesadillas para Aaron las colocó en un plato de Avangers. Preparó después dos sándwiches de pavo. Uno normal para ella, y otro de cuatro pisos para su glotón marido. También se encargó de hacer una jarra de limonada.

Lo llevó todo al patio trasero colocándolo en la mesita de cristal. Ahí esperarían a que Jack llegara. Esa era justo la hora en la que regresaba.

Aaron comenzó a comer sus quesadillas a toda prisa porque estaba ansioso por irse a jugar.

Aprovechó de pronto un momento en que su progenitora se distrajo con un mensaje casual en su celular, para bajarse de la silla e irse a divertir.

La castaña lo observó. Normalmente no le permitía retirarse de la mesa antes de que acabara su comida pero en esos momentos no tuvo deseos de regañarlo más.

El pequeño jugaba con sus juguetes en el césped del patio y después volvía para darle otra mordida a su comida.

Era muy alegre, inteligente, curioso y lleno de energía. Ariana lo adoraba, y adoraba verlo disfrutar la vida y su niñez.

Haber traído al mundo a un niño como él era sin duda lo mejor que le había sucedido.

Había pasado de ser aquella niñita mimada a convertirse en una mamá muy amorosa y sobreprotectora. Casi no podía creérselo.

Lo había amado desde el primer instante, y desde que llegara a su vida había pasado momentos increíbles a su lado. Momentos que jamás imaginó que algún día llegaría a vivir, y aun menos que le encantarían, o que la harían sentirse en aprietos.

–¿Papi tiene pene?– le había preguntado Aaron una de aquellas mañanas mientras lo bañaba. Lo había escuchado entonces llamarle pipi a esa específica parte de su cuerpo, así que había decidido corregirle diciéndole que se llamaba pene, no pipi.

–Pues...– pero realmente nada en sus años vividos la había preparado para intentar explicarle algo así a su hijo. –Sí, porque papi es niño, como tú–

–¿Como este?– Aaron había tomado el suyo con sus manos, y se lo había mostrado.

Perpleja, ella se había quedado sin saber qué decir por unos cuantos segundos.

–Eh... bueno... No exactamente como ese, pero...–

–¿Tú tienes uno?–

¡Cielo santo!

–Eh... no, cariño, mami no tiene pene. Mami es niña– le había explicado.

Ella había sido una adolescente superficial, muy, muy superficial. Arrogante y engreída también. Ególatra y egoísta además. Quizás demasiado.

Todo había cambiado gracias a ese pequeño revoltoso que en esos momentos le sonreía.

Aaron exploraba, corría, trepaba árboles, tentaba el peligro haciéndole sentir que el corazón se le paraba por temor a que fuese a ocurrirle algo. Por otra parte reía muchísimo con todas sus ocurrencias y criarlo era prácticamente hacerlo sin ningún drama de por medio, todo lo contrario a si hubiese sido una niña idéntica a ella. Además era muy práctico vestirlo. Claro que también se veía obligada a desechar mucha de su ropa porque constantemente la rompía y la llenaba de manchas que eran imposibles de quitar.

Ariana se sentía con una enorme responsabilidad al ser su madre porque quizás en esos momentos Aaron era su pequeño bebé, su niño, pero en un futuro crecería, y para el mundo sería un hombre. Uno que, entre algunas otras situaciones importantes, sería la primera cita de alguien, el primer beso, el primer amor... Por ello era su deber hacer de él un ser humano respetuoso, honesto, alguien que respetara y cuidara a toda mujer, que tuviese palabra y la hiciera valer, que defendiera al más débil, que diera la cara cuando se equivocara, que hablara y actuara siempre con principios y verdad. Tan solo eso.

Ella estaba tan pensativa en todo aquello que ni siquiera escuchó cuando Jack por fin llegó.

Aaron abrió sus ojitos emocionado en cuanto lo vio, y de inmediato corrió a sus brazos.

–¡Papi!–

–¡Hola, hombrecito!– su padre lo recibió con brazos abiertos y muy amorosos. Le llenó la carita de besos y el niño explotó en tiernas risitas. Juguetearon por unos cuantos momentos y después volvió a dejarlo en el suelo. Se acercó a su esposa inclinándose para darle un beso en los labios.

–Oh, genial, estoy hambriento– exclamó contento cuando vio el apetitoso sándwich que le aguardaba en la mesa. Se dirigió entonces a lavarse las manos en la cocina, y después volvió tomando asiento junto a Ariana. Tomó un vaso y se sirvió un poco de limonada para darle un gran sorbo. –¿Cómo estuvo tu día, nena? ¿Se divirtieron tú y Aaron?–

Ella exhaló.

–No del todo–

Jack estuvo a punto de darle una gigantesca mordida a su emparedado pero se detuvo. Frunció el ceño.

–¿Por qué–

–Aaron agredió a un hombre– lo dijo sin más.

–¿Qué? ¿Cómo?–

–Lo agredió, Jack–

–¿Aaron? ¿Nuestro Aaron agredió a un hombre? Joder, tiene cuatro años, ¿de qué hablas?–

–Sí, él... le soltó una patada a un sujeto en el mall–

Completamente sorprendido, Jack alzó su rostro para mirar a su pequeño, después volvió la vista hacia su mujer. Se alteró de inmediato.

–Ese hombre le hizo algo. Mi hijo no reacciona así nada más porque sí. Dime qué demonios le hizo, Ariana, y dime quién es–

–Es que no sé quién era. Era un desconocido. No le hizo nada a Aaron. El sujeto sólo... comenzó a acosarme–

–¿Acosarte?–

–No te alteres– le pidió la castaña de inmediato.

–¿Cómo me dices que no me altere, Ariana? Me estás diciendo que un extraño te acosó en el centro comercial–

–Déjame terminar de decirte todo lo que sucedió, ¿vale? Este sujeto, se portó un poco impertinente. Comencé a enfadarme. Me sentí muy incómoda y creo que Aaron lo notó, después simplemente lo pateó–

La expresión en el rostro de Jack cambió del enfado a la satisfacción. Sonrió de oreja a oreja.

–Jodidamente fantástico– exclamó feliz y orgulloso de su hijo. Lo miró y aplaudió.

Ajeno a la charla de sus padres, Aaron jugaba soplando burbujas e intentando reventarlas todas una vez que estas flotaban en el aire.

–¿Qué? ¿Vas a aplaudirle este comportamiento?– Ariana miró a su marido con mirada reprobatoria.

–¿Y qué iba a hacer si no?– cuestionó Jack.

Ella no se lo pudo creer.

–Bueno, yo esperaba que me ayudaras a decidir qué hacer. No sé siquiera cómo regañarlo o si debo castigarlo–

–¿Castigarlo? Olvídalo. No harás eso–

–Jack, no quiero que Aaron se convierta en un hombre violento, o que quiera solucionarlo todo a golpes... Estoy hablando en serio– le dijo al verlo rodar los ojos. –Te recuerdo que tú te metiste en cientos de problemas por golpear a todo el mundo–

El peleador se hizo el indignado.

–Oye, yo no golpeo a todo el mundo. Sólo a los que te molestan, y a mis oponentes en el octágono. Además, Aaron no será violento, él tan sólo hizo lo que todo verdadero hombre haría, y eso es defender a su chica de un maldito pervertido–

Ariana soltó un suspiro.

–Jack...–

–Escúchame, Ari– le pidió él, y la tomó de las manos. –Estoy seguro de que Aaron lo único que quiso hacer fue defenderte de ese idiota. No puedes culparlo por eso. Quizá no lo entiendas, pero yo sí lo hago. Eres lo más valioso que tenemos, por eso sentimos que es nuestro deber cuidarte. El hombrecito será todo un caballero, comenzando con su madre. Sólo míralo, es un chico estupendo–

Aaron reía y jugaba adentrado en su propio mundo de inocencia.

Jack y Ariana lo observaban. Se daban cuenta de que su hijo era mucho más que un chico estupendo. Eran un niño único y especial. Muy especial. Era el mejor regalo que la vida les hubiese podido dar.

Luego de unos cuantos segundos se miraron el uno al otro.

–Los has hecho estupendo, nena– le dijo Jack con toda sinceridad en su corazón. Realmente estaba orgulloso de ella.

Ariana negó.

–Los hemos...– corrigió. –hecho genial–

A Jack se le calentó el corazón. Cálidos sentimientos lo embargaron. Pensó en lo feliz que era, en lo agradecido que estaba con el destino por haber llevado hasta su puerta y hasta su vida a esa maravillosa mujer junto a ese maravilloso ser que había llevado cargado en su vientre.

La cogió entonces del cuello acercándola a él y le dio un suave beso.

Comenzaron a disfrutar del momento familiar sin embargo en esos momentos ocurrió algo terrible.

Sólo un breve descuido bastó.

Aaron intentó trepar el gran árbol que adornaba el bonito patio pero antes de que pudiese siquiera llamar a sus padres para saludarlos desde la altura, cayó sin poder hacer nada por sujetarse.

El pequeño e infantil cuerpo cayo al césped por fortuna, sin embargo su cabeza golpeó contra el tronco haciendo que su rostro comenzara a sangrar.

El grito horrorizado de su madre se escuchó al instante.

Jack corrió hacia él para cogerle en brazos.

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Más tarde en urgencias, Ariana sentía que los nervios estaban a punto de hacerle estallar.

Jack se mantuvo a su lado en todo momento intentando tranquilizarla.

–Vamos, Ari. Aaron estará bien, ya verás. Por favor deja de llorar– le pasó sus manos por los hombros y hasta sus brazos.

–Había mucha sangre en su carita...– sollozó la castaña recordando y estremeciéndose de miedo.

Sí, él también lo recordaba, y también estaba tremendamente preocupado por su hijo.

La abrazó.

Noah y Elizabeth llegaron entonces. Los dos lucían asustados. Habían estado en su nueva casa disfrutando de un partido de pretemporada de los Dolphins. Ambos llevaban puestas sus jerseys del equipo.

–¡Ari!– la mejor amiga de Ariana caminó hacia ella. Compartieron un corto abrazo.

–¿Ya salió el doctor a decirles algo?– Noah también estaba preocupado.

–Aún no– respondió Jack. El moreno palmeó su hombro en señal de apoyo. –Gracias por haber venido– ni él ni la castaña habían querido preocupar a sus madres, así que únicamente los habían llamado a ellos.

–¿Pero qué fue lo que ocurrió?– preguntó Elizabeth.

Ariana se hundió de hombros todavía lamentándose el haber descuidado a su hijo.

–Estábamos cenando en la mesa del patio. Aaron jugaba cerca del árbol, no pensé en que fuese a ocurrírsele treparlo. Nos distrajimos unos minutos, y después... cayó de él. Se golpeó la frente, y... sangró demasiado– de nuevo se hundió en el fuerte pecho de su marido.

Jack la rodeó con sus brazos.

Por fortuna el doctor apareció en ese instante. Sonreía hacia ellos, así que eso los tranquilizó.

–¿Cómo está mi hijo?– Ariana fue la primera en hablar. La consternación y el temor brillaban en sus ojos marrones humedecidos por las lágrimas.

–Tranquilícense, señor y señora Reed. Aaron está muy bien. Es un niño muy resistente–

–Pe...pero la sangre...– la madre del pequeño no podía olvidarla.

–Fue sólo un golpe externo. Con la caída Aaron se hizo una herida en la frente pero no fue tan grave como se los pareció, eso se los aseguro. Hubo mucha sangre porque esa es una zona que contiene muchísimo vasos sanguíneos y se rompieron unos cuantos pero los recuperará inmediatamente y el corte cicatrizará–

–Gracias al cielo–

Ariana se abrazó de su marido.

–Muchas gracias, doc– Jack le estrechó la mano al médico en agradecimiento.

–¿Pero dónde lo tienen? ¿Está asustado?–

–¿Asustado?– el doctor soltó una suave risa. –Para nada. El pequeño es muy valiente. Y muy curioso también. Estuvo muy atento a todas las indicaciones y siguió mis instrucciones al pie de la letra. También jugueteó un poco. Quedó encantado con el estetoscopio. Quiso escuchar los latidos de su corazón, los del mío, y el de las enfermeras– quienes habían quedado encantadas con él. –Oh, y quería llevárselo a casa para escuchar los latidos del gato de su vecina–

Jack y Ariana se sonrieron el uno al otro. Exactamente así era su hijo.

–¿Podemos pasar a verlo?–

–De hecho no es necesario que esté más tiempo aquí. Pueden llevárselo ya mismo. Sólo necesitaré a uno de los padres para que entre por el niño y a firmar unos documentos–

–Yo entraré– Jack besó la mejilla de su esposa diciéndole que no tardaría y enseguida se ocupó de seguir al médico.

–Ánimo, amiga. Ya escuchaste al doctor. Aaron está perfectamente. No le pasó nada grave y podrán irse a casa cuanto antes– Elizabeth intentó animarla.

–Sí, Ari, ya viste que Aaron es una bestia como su padre, y resistió muy bien ese golpe que se dio– le dijo Noah con su gran sonrisa. –Además creo que tienes que acostumbrarte a estas visitas exprés a la sala de urgencias–

–¿Qué quieres decir con eso?– le preguntó Ariana sobresaltada.

–Bueno, eres mamá de un chico, los chicos somos, ya sabes, extra wild– bromeó pero hablaba en serio.

Eso la hizo soltar un suspiro. Aquella parte de ser madre no iba a ser agradable, se daba cuenta. Deseaba que su bebé estuviese siempre bien, sano y a salvo. Ella haría todo por protegerlo. Absolutamente todo. Aún así era consciente de que habrían ciertos golpes y rasguños contra los que no podía hacer nada. Eran parte de la niñez de cada niño.

El momento fue interrumpido entonces por un alerta de mensaje en el celular de Noah.

El moreno leyó con atención frunciendo el ceño y al darse cuenta de qué se trataba, alzó su mirada hacia su novia y la miró con reproche.

–¿Quieres explicarme qué demonios es esto, Liz?– le mostró.

Se trataba de un correo proveniente del veterinario del perro de ambos.

–La cita para la operación de Balto. Ya habíamos hablado de esto, Noah, y no voy a discutirlo aquí–

–No. Tú solita decidiste, ni siquiera tomaste en cuenta mi opinión. Olvídalo, Liz, no voy a castrar a Balto–

–No lo harás tú– respondió Elizabeth. –Lo hará el veterinario, así que despreocúpate por eso–

Ariana se alejó un poco de los dos en vista de que estaban teniendo una de sus primeras peleas como roomies.

Sin embargo aquello pasó a segundo término cuando vio que Jack regresaba con Aaron en los brazos.

Lo primero que hizo ella fue correr hasta su hijo para poder abrazarlo.

–Hola, mami– la saludó el pequeño travieso.

Verlo sonreír y comportarse naturalmente como él era hizo que el corazón de su madre se apretujara de puro amor y alivio.

–Hola, mi cielo– le acarició la carita y lo llenó de muchos besos mientras Jack lo sujetaba bien y lo alzaba hacia ella. –Me asustaste muchísimo–

–¡Mira, dodtol me dio paleta!– se la mostró.

Aaron estaba hermosísimo sonriéndole contento. Una pequeña bandita médica color blanco cubría su herida ahora limpia y curada.

Elizabeth y Noah se acercaron para llenar de mimos a su sobrino, dejando su anterior discusión de lado, sólo porque estaban muy contentos de verlo bien.

–¿Mami, me das pemiso?– preguntó el niño mostrándole el caramelo. Él bien sabía que los dulces estaban prohibidos, al menos la mayoría del tiempo, y especialmente a esas horas de la noche. Aún así se atrevió a preguntar esperanzado por que su madre se lo permitiera.

–Claro que sí, mi amor– Ariana no iba a negárselo.

Todos caminaron hasta la salida.

Gustoso, Aaron disfrutaba de la paleta que había pintado su lengua de azul.

–Nos da mucho gusto que estés bien, precioso– le dijo Elizabeth cariñosamente.

Todavía en brazos de su padre, el niño le mostró a su madrina la golosina que devoraba.

–Tía Liz, paleta– estaba muy feliz.

–Sí, mi amor, paleta–

–Quedo ved a Balto–

–Oh, podrás ver a Balto después de su operación–

Noah rodó los ojos ante las palabras de su novia.

–Eso sí yo dejo que le hagan eso tan horrendo– murmuró.

­–Noah...– Elizabeth entornó la mirada.

–Tía Liz y yo nos marchamos. Adiós, campeón–

–Adiós, tío Nowah–

Elizabeth compartió con su amiga una mirada en la que ambas se quejaban de los hombres. Se sonrieron como despedida, y luego le dio un cariñoso beso a su sobrino. Se despidió de igual modo de Jack y pronto caminó hasta su auto que habían dejado aparcado al otro extremo.

Jack metió a Aaron a su camioneta, y Ariana se encargó de amarrarlo en su sillita.

–No te veo buena cara, Noah– le dijo entonces a su amigo.

–¿Algún consejo que puedas darme?– él y Elizabeth jamás habían discutido con anterioridad, pero el verdadero problema era que ninguno quería ceder. Ambos creían que estaban haciendo lo mejor para su perro a quien querían como a un hijo.

–¿Sobre una discusión con Liz? Claro, mi experiencia con Ariana me dejará decirte que... has perdido. No sé de qué vaya su pelea, pero has perdido. Liz ganó, y es así de simple–

–Demonios–

–¿Por qué se han peleado?–

–Liz cree que es buena idea castrar a Balto. ¿Puedes creerlo? Sólo de pensarlo me estremezco–

A Jack le sucedió lo mismo.

–Auch, lo lamento por Balto. A mí no me gustaría perder mis bolas. Suerte con eso, viejo–

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Eran cerca de las nueve de la noche cuando Jason Reed consiguió llegar hasta la salida de aquel bar de mala muerte que solía frecuentar a diario.

Sus reflejos eran malos y también su coordinación, debido a todo el alcohol ingerido.

Utilizó entonces la poca fuerza de su cuerpo para empujar la puerta. Sus rodillas le fallaron al momento y se dejó caer contra ella cayendo de bruces en el concreto de la calle una vez que logró salir.

–¡De puta madre!– exclamó entre risas y quejidos.

Intentó ponerse en pie pero no lo logró. Abrió su boca y mostró sus amarillentos dientes manchados de tabaco en lo que parecía el intento de una sonrisa.

Había bebido demasiado. Pero aquello mismo era lo que hacía todos los días.

Su vida se resumía a eso.

No tenía ni siquiera un trabajo estable nada que hiciera de él un ciudadano de bien.

Se dedicaba a vender droga cuando podía conseguirla, a robar y a estafar gente para después gastárselo todo bebiendo hasta perder la consciencia.

–¡Imbéciles!– les gritó a un grupo de chicos que pasaron junto a él vaciándole encima lo que restaba de una lata de cerveza. –¡Jodidos cabrones! ¡Vengan aquí! ¡Vengan! ¡Voy a pasarles mis huevos por la cara! ¡Perdedores de mierda!–

Jason lanzó patadas al aire pero ninguna acertó. Los sujetos se habían alejado entre risas.

Estaba tan cabreado y tan borracho que ni siquiera fue consciente de dos motocicletas que se detuvieron en la acera de enfrente.

De ella bajaron dos hombres que se acercaron a él a pasos rápidos.

Cuando Jason observó sus caras y reconoció quiénes eran, su expresión de furia cambió a una de total terror.

–¡No!– les gritó. –¡No, no, por favor!– de nuevo hizo intento de ponerse en pie. Lo logró y trató de huir pero no fue lo suficientemente veloz.

Ellos lo atraparon empujándolo de nuevo al suelo.

–¿A dónde crees que vas, gusano?–

–¡Quieto!– le ordenaron.

Jason tembló de miedo.

–¿Qué...qué me van a hacer? ¡Les juro que ya estoy juntando el dinero! ¡Se los juro!– estaba horrorizado.

La cosa ahí era que esos dos no estaban ahí para cobrarle lo que debía, sino para dejarle un pequeño mensajito solamente.

Los matones sólo sonrieron en complicidad.

Un segundo más tarde se abalanzaron contra él para golpearlo.

Golpe tras otro, la cara de Jason se fue tiñendo de rojo.

Los hombres le soltaron puñetazos y patadas haciéndolo gritar y gemir de dolor.

Continuaron machacándolo hasta que se cansaron pero tuvieron el buen cuidado de dejarlo vivo porque así se los había ordenado su jefe.

Cuando terminaron con él, lo tomaron de la camisa ensangrentada y lo arrojaron a unos cuantos metros.

Uno de ellos volvió a su motocicleta para abordarla y ponerse el casco.

El otro estuvo a punto de seguirlo pero antes de hacerlo se acercó a Jason que sollozaba como un bebé ante todas sus heridas.

–Tienes contados los días, Reed. O saldas tu deuda o pagas con tu vida. Tú decides, amigo– le sonrió. Se montó en su moto y encendió el motor. –Charlie Hunnam te envía sus saludos–

Enseguida se marcharon.

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Luego de que Aaron terminara de comerse su paleta, Jack y Ariana habían tardado horas para poder dormirlo. Una pequeña dosis de azúcar causaba eso en él y hasta más.

Por fortuna antes de la media noche el pequeño travieso se quedó profundamente dormido.

Lo recostaron sobre la cama y lo arroparon con su sábana de Cars.

Al salir de la habitación de su hijo, se abrazaron.

Él le dio un amoroso beso en la frente.

Su musculoso brazo la apretó más contra él.

–¿Sabes? Estoy muy orgulloso de mi hijo– le dijo Jack muy feliz.

–Yo también– admitió la castaña. Después soltó un suspiro.

Bajaron a la sala para relajarse un poco antes de dormir y tomaron asiento en uno de los sofás de la sala.

Jack extendió los brazos sobre el respaldo y subió ambos pies a la mesilla de centro. Ariana se acurrucó a su lado, recostándose en su pecho y subiendo sus piernas hacia un lado.

–¿Puedo contarte algo?–

–Desde luego que sí, muñeca. ¿Qué cosa?–

–A veces todavía tengo miedo–

–¿Miedo?– él la miró confundido.

Ella se hundió de hombros.

–Yo... me equivoqué demasiado en el pasado. Cometí muchos errores, pero... creo firmemente en que Aaron no fue uno de ellos–

–Desde luego que no lo fue– negó Jack inmediatamente.

–Lo único que quiero ahora es no equivocarme con él–

Su marido la miró conmovido.

–No lo harás, Ari, ya te lo dije, has sido una estupenda madre. El hombrecito no podría tener mejor suerte–

–Creo que la afortunada soy yo por tenerlo. Cuando lo miro... todos mis miedos se van y... siento la certeza de que puedo con esto y más. Me sucede lo mismo cuando te miro a ti–

Jack le sonrió levemente.

–Sé a qué te refieres. Y lo sé porque es lo mismo que me sucede a mí. Creo que yo nunca te lo dije pero... al principio también estaba aterrado–

–¿Tú?–

–Desde luego–

–¿Por qué?–

–Llegaste a mi puerta con un bebé en el vientre y tu vida destrozada– le recordó mientras la miraba a los ojos. La mirada color miel y la oscura destellaron al mismo tiempo. El amor se desbordó de ambas miradas. –Y lo único que yo deseé desde el primer momento fue protegerlos– oh sí, Jack lo recordaba bien. Ariana se había encontrado sola, sin nadie que viera por ella, sin un papá para su hijo, y la desesperación por ser él quien supliera ese lugar que tan estúpidamente había rechazado Drew Van Acker, lo había llenado de terror y valentía a partes iguales. Algo loco de explicar. –Me asustaba no poder ser lo suficientemente bueno para ustedes dos–

Ariana seguía mirándolo fijamente. Con su mano acarició el mentón varonil y su mejilla áspera por la sombra de barba que siempre lo acompañaba aunque se afeitara.

–Fuiste exactamente lo que estábamos necesitando. Estoy feliz de haber ido a parar a tu puerta aquella noche–

–También yo– respondió Jack. Sin duda la mejor noche de su vida.

Los dos la recordarían por siempre porque había sido el inicio de aquella extraña e inusual historia de amor. La chica popular embarazada de su ex, y el chico malo de la escuela enamorados hasta la locura. Completamente lo opuesto a lo cliché. Algo que no sucedía ni siquiera en las películas.

–Ahora me siento invencible, nena. Siento que lo tengo todo, que no me hace falta nada, y no estoy hablando de cosas materiales. Tú me hiciste creer en mí, y Aaron me hizo desear ser un mejor hombre. Siempre le agradeceré al cielo por haberlos traído a mis brazos–

–Aquí es donde pertenecemos, Jack. Creo que ya estaba en el destino–

Sí, él también lo creía.

Se inclinó entonces hacia ella para poder besarla.

Sin decir alguna otra cosa más, se puso en pie y la cargó.

No dejó de besarla ni un solo instante.

La llevó a la habitación que compartían.

Había sido un día muy largo pero le esperaba una larga noche.

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Había llegado a Boca Ratón ese mismo día.

Proveniente de Hong Kong, había sido un viaje exhaustivo.

Horas y horas de estar en un avión por los aires, lo habían dejado demasiado cansado.

Aún así todavía no quería subir a su habitación para dormir. Hacía tantos años que no había estado ahí que ahora no la sentía realmente como suya. A decir verdad se sentía como un extraño en su propia casa.

Por fortuna al volver se había encontrado con la ausencia de sus padres.

Según le había contado el ama de llaves, ellos había volado rumbo a Washington el día anterior, aparentemente a solucionar uno de los tantos problemas de Jesse, que evidentemente, y a pesar de los años transcurridos no había madurado ni siquiera un poco.

Drew se acercó al minibar del estudio de su papá, y se sirvió un poco de coñac en un vaso de cristal. Ni siquiera se preocupó de prender las luces.

Se sentó entonces en el asiento de cuero y se giró para observar la luz de la luna que se colaba por la ventana y alumbraba la oscuridad.

Le dio un sorbo y apretó los dientes.

Su apariencia aún así era calmada.

El tiempo había transcurrido, desde luego en él. Su rostro juvenil y ojos soñadores habían cambiado. Su cara y su mirada eran ahora las de un hombre. Uno al que las cosas no le habían salido tan bien como hubiese querido. Uno que se había equivocado demasiado.

Había estado cuatro años en California acabando su carrera en Marketing, y luego de eso se había ido a China a terminar un master en Economía y Finanzas.

Tenía veintitrés años, casi veinticuatro, y a su joven edad, estaba por tomar las riendas de Van Acker Investments, la empresa que había pertenecido a su familia por generaciones.

Drew le dio otro largo sorbo a su coñac.

No pudo evitar pensar en todo lo que había sido de su vida durante todo aquel tiempo, en cómo Selena había pasado de ser su gran amor a un simple recuerdo no deseado.

Se había dado cuenta entonces de que no había sido amor lo que lo había unido a ella. Lo terrible del asunto era que lo había hecho demasiado tarde.

En esos momentos, bien sabía, debía sentirse tranquilo. Incluso contento con su vida y con lo que tenía.

Había terminado la carrera de sus sueños y estaba a punto de ver otro hecho realidad al encargarse del negocio de su padre. Era joven, atractivo y rico. Además se había librado de casarse con una mujer a la que no amaba, y quien tampoco lo amaba a él. Un matrimonio sin amor que hubiese terminado de manera fatal.

La gran ventaja era que tenía todos los medios para empezar su vida desde cero. Generar éxito y orgullo a su papá. Enamorarse, ser feliz.

Sin embargo no podía. Su pasado que se lo impedía.

Debía sentirse completo pero no era así.

Algo le faltaba.

Algo le había hecho falta durante todos esos años.

Y ahora había regresado. Estaba de vuelta ahí y deseaba recuperar aquello que había perdido.

Pondría todo su empeño en hacerlo.

Miró la hora en su preciado Rolex. Ese costoso reloj que le habían obsequiado sus progenitores el día que se graduó de la universidad.

Se había llegado el tiempo de irse a dormir.

Al día siguiente se encargaría de planearlo todo.

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