Capítulo 11 - Lo Inesperado
Louise se encontraba junto con Eugene en una cafetería cercana a la universidad, ambos hablaban de diferentes cosas que habían sucedido en el último tiempo. A pesar de que para Louise él no le parecía muy agradable, finalmente había decidido darle una oportunidad.
—No debiste hablarle así, Eugene.
—¿De qué hablas? —preguntó Eugene mientras terminaba de darle un sorbo a bebida.
—Oh, vamos, te hablo sobre cómo le hablaste a Antoine.
—¿Antoine? —Eugene se quedó pensando por algunos segundos—. ¡Oh, ya! El nerd ese que te estaba hablando, ¿no es así? —dijo Eugene mientras soltaba una ligera risa—. Por favor Louise, no tenía nada qué hacer ahí, era lo mínimo que se merecía.
—¡Es mi amigo, torpe! —reclamó Louise soltando un ligero golpe en el brazo de Eugene.
—¡Oye! ¿Y yo cómo iba a saber? Yo pensé que era algún otro cualquiera de tus fans que tienes, como tienes casi a toda la escuela viéndote.
—¿Qué insinúas? No somos nada eh.
—¿Vamos a empezar otra vez? Y no, no insinúo nada, Louise, solamente quiero dejar claro que yo quiero estar con una mujer que sólo tenga ojos para mí, eso es todo —dijo Eugene con un tono algo coqueto e intimidante mirando fijamente a Louise.
—¿Y tú crees que yo no soy así?
—No lo sé, por eso quiero salir más seguido contigo y conocerte más.
—Ya me preocupa que dudes eso de mí.
—Siempre hay que asegurarse, ¿no? Y es que a mí me encantas demasiado, y no quisiera llevarme una decepción al final, ¿sabes?
Louise desvió la mirada de los ojos penetrantes de Eugene el cual tenía su mirada fija en ella; Louise no negaba que la forma en la que Eugene le decía las cosas la había puesto algo nerviosa, ella no quería tener a alguien posesivo y que se pusiera celoso y en un mal plan por cualquier cosa, eso le preocupaba bastante a ella y le empezaba a producir más dudas.
—¿Te sientes bien, guapa? —preguntó Eugene intentando buscar la mirada de Louise.
—Me tengo que ir, adiós.
Louise sin pensarlo se levantó en seguida, pero Eugene la interrumpió tomándola por la fuerza del brazo.
—¿Pero a dónde vas?
—¿Qué te pasa? Suéltame por favor, que estamos aquí con toda la gente —dijo Louise inquieta en voz baja dando una mirada rápida a las personas que se encontraban en la cafetería.
—Me importa un carajo que nos vean, ya me cansé de intentarlo y que no me hagas caso, necesito que me escuches y que no huyas por una vez en tu vida.
—Estás loco...
—Anda, siéntate, déjate de tonterías —soltó Eugene mientras forzaba a Louise a volver a la mesa.
Louise trataba de disimular aquella escena que estaban provocando la cual empezaba a provocar algunas miradas incómodas de las personas que se encontraban en el sitio.
Pero por más que Louise trató de llevar las cosas con calma, finalmente explotó.
—¡Que no quiero, idiota! —gritó Louise dando una cachetada a Eugene provocando la atención inmediata de las personas en ellos.
Louise se quedó viendo unos segundos a Eugene pero sin pensarlo tanto, salió corriendo del establecimiento.
Louise no podía creer que Eugene había provocado un escenario así con toda esa gente, para ella era cada vez más claro que las palabras y que todo lo que sus amigas le habían dicho anteriormente sobre él eran ciertas, que simplemente Eugene era como cualquier otro y que no le importaba si eso la hacía sentir mal a ella, su felicidad y satisfacción era lo único que le importaba, y el ser el novio de la capitana del equipo de voleibol le parecía que lo iba a hacer a él mucho más popular.
Por otro lado, Florence, la madre de Antoine llegaba de su trabajo en la enfermería, había sido un día algo cansado por lo que tan sólo estacionó su auto fuera de la casa y caminó hacia dentro.
Antoine se encontraba en el club de ajedrez por lo que Florence se encontraba sola. Para ella era a veces algo complicada esa situación, el hecho de llegar a casa y no poder saludar a alguien resultaba en una sensación vacía y que la hacía reflexionar, por lo que el hecho de poder llegar junto con Antoine cada vez que le tocaba ir por él a la universidad le provocaba una gran alegría.
Florence se sentó en la sala cansada y cuando se acomodaba en la sala dio un vistazo rápido a la cocina y se dio cuenta que la bolsa de la basura se encontraba aún ahí.
—¡Oh, no puede ser! ¡Qué tonta!
Florence había olvidado sacar la basura en la mañana por lo que tendría que esperar hasta que volviera a pasar. Aunque quizás era un problema algo menor, para ella el que se juntara eso con otras cosas le provocaba cierto estrés ya que sentía que cada vez tenía más tareas que resolver.
Sin más, la mujer de cabello oscuro se volvió a levantar del sillón, tomó la bolsa y salió. Cansada de su situación en ese momento dejó la bolsa rápidamente en el bote pero cuando estaba por entrar nuevamente a la casa una voz la interrumpió.
—Emm... disculpe vecina, no es por molestarla pero creo que por accidente tiró su basura en mi bote.
—¡¿Cómo?! ¿Perdón? —Florence abrió los ojos como platos y volteó en seguida hacia la voz.
—Su basura, es que creo que la dejó aquí en mi bote —soltó el vecino con una pequeña risa.
—¡Oh Dios mío! ¡No puede ser! —Florence se llevó las manos a la cara y negaba con la cabeza—. Perdóneme, perdóneme en serio, en seguida la saco.
—Nah, descuide no pasa nada, déjelo así, es sólo basura, tampoco es para tanto. Veo que hoy se le olvidó sacarla —el vecino soltaba una risa.
—Sí, la verdad es que sí —Florence reía algo avergonzada—, fue un día tan cansado hoy desde temprano que es que hasta se me olvidó algo como esto.
—Entiendo. ¿Se siente bien? No es por querer meterme ni nada, pero casi siempre la veo presionada, a veces veo que llega sola, sé que quizás no hemos hablado mucho más allá de saludarnos pero sinceramente el hecho de que sea mi vecina me hace preocuparme.
—Sí, gracias, y tiene razón, siempre nos saludamos pero nunca platicamos, y le agradezco su preocupación. Y pues la realidad es que a veces llego algo desmotivada, llevo haciendo lo mismo desde hace años, que aunque me gusta no puedo negar que sí llega a veces a ser algo cansado, y el hecho de no tener a nadie cuando llego a casa más allá de cuando mi hijo no está ocupado en la universidad realmente me provoca una sensación de soledad.
—La entiendo, mi esposa falleció hace tres años, por cáncer, vivo solo, la única compañía como tal que tengo es mi perro, mis hijos se independizaron ya hace unos años, a veces me vienen a visitar pero el que ya hayan formado una vida realmente ha sido algo complicado pero creo que me he acostumbrado.
—Siento mucho lo de su esposa, y pues sí, yo en mi caso vivo sola desde hace algunos años más, cuando mi esposo se separó de mí, mi hijo aún estaba chico, prácticamente me tocó a mí sola criar a mi hijo y darle todo, su padre no lo ha vuelto a ver desde ese entonces.
—Lo lamento tanto, debe ser difícil ser un contexto así para una madre.
—Pues sí, pero como usted dice, creo que yo igualmente me he acostumbrado.
El vecino esbozaba una sonrisa.
—Mire, llámame Simon, ¿sí? Simon Collard.
—Yo me llamo Florence, Florence Reinier —dijo Florence con una sonrisa estrechando su mano a Simon.
Ambos se saludaron y sonrieron.
—Y por favor, hay que tutearnos, ¿de acuerdo? Somos vecinos a fin de cuentas.
—De acuerdo.
—Florence, si necesitas algo de compañía o alguien con quién platicar estaré aquí, ¿de acuerdo? Lo que no quiero es que te sientas sola y vacía, como te digo, eres mi vecina a fin de cuentas, y no me gustaría que alguien cercano a mí le pase algo.
—Sí, muchas gracias, Simon, lo tomaré en cuenta.
Ambos se quedaron algunos segundos mirándose pero Florence rompió el silencio.
—Bueno, emm, tengo que volver a la casa, ha sido un día cansado —dijo Florence con timidez.
—Oh, sí, entiendo, bueno, estaré en mi casa igual si me necesitas.
—Sí, Simon, muchas gracias. Igualmente. ¡Nos vemos!
Florence entró a la casa. En cuanto cerró la puerta un montón de pensamientos vinieron a su cabeza, en lo que más pensaba ella es cómo a pesar de que ya eran vecinos desde hace un buen tiempo nunca se habían animado a hablar más allá de unos cuántos saludos. Florence sentía que el hecho de haber pasado tanto tiempo sola había provocado un poco que esa capacidad de abrirse a más personas la perdió y hacía que se tomara más en conocer a la gente o sólo encerrarse al círculo que ya conocía.
Esta situación que vivió le hizo reflexionar que a veces las amistades con las personas pueden llegar en cuanto menos se lo espere uno.
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