Capítulo 6


Dos días más tarde no he dejado de dar vueltas a mi última conversación con Ezra. Me planteo si es una buena idea mantener el trato ya que con él me siento más vulnerable de lo habitual. No quiero cometer de nuevo el error de hablar de mí y la única forma de evitarlo es guardar las distancias. Por suerte, en clase se comporta como si fuera una alumna más y espero que siga siendo así.

Con Oli es diferente, me entretiene lo justo para que no esté todo el tiempo analizando mis pesadillas pero no se entromete. Nunca pensé que agradecería tener una amiga pero me he dado cuenta de que me hace mucho bien los ratos que paso con ella.

—Bien, aquí las tienes.

Regreso al momento y miro a Oli totalmente despistada. Es viernes por la tarde y me he acercado a la cafetería del centro donde ella trabaja. No es que me apeteciera mucho salir, pero estaba empeñada en enseñarme las fotografías de su trabajo antes de tener que entregarlas el lunes.

Dejo de sostener la taza de café a medio tomar y cojo las fotos que Oli ha puesto sobre la mesa. Mi asombro es más que evidente al pasar las tres primeras.

—Te he sorprendido, ¿verdad? Estoy muy contenta con el resultado. Te juro que no tenía ni idea de qué hacer y de repente ¡bum! Se hizo la luz.

Sigo pasando una foto tras otra y en todas aparece la imagen de sus pies con diferente calzado.

—Sorprendente, sin duda. —Jamás se me hubiera ocurrido algo así—. Dime que todo este calzado no es tuyo...

Oli suelta una escandalosa carcajada que hace que varias personas se giren a mirar. Si son clientes habituales del local, ya estarán acostumbrados a ella, así que ni me inmuto. Yo también me he hecho a su personalidad.

—¡Qué va! Fui al centro comercial y me probé un montón de pares. Tuve que hacerle un poco la pelota al dependiente para que no se pusiera hecho un bicho y al final compré estas zapatillas. —Me señala una de las fotos—. Por las molestias.

No sé lo que pensará la profesora Lombard, pero lo que no podrá negar es la originalidad de su trabajo.

—Son estupendas, Oli.

—Tengo que seguir trabajando —me dice en voz baja mientras mira a su jefe que la observa desde la barra.

Amontono las fotos y ella las guarda con cuidado en un sobre.

—Sí, yo también debería irme ya. —Apuro lo que me queda del café y me pongo de pie—. Nos vemos el lunes.

—Pasa buen fin de semana. —Oli pone cara de fastidio—. Siento no quedar contigo mañana para salir y eso, pero Carlos me quiere llevar por ahí a celebrar que libra.

No entiendo que sienta la necesidad de excusarse.

—No te preocupes por mí. Además, tampoco tengo ganas de salir. Disfruta tú por las dos.

Antes de que pueda remediarlo, Oli me da un rápido abrazo.

—Tía, eres la mejor.

Vuelve a la barra donde veo cómo su jefe le echa una pequeña bronca por entretenerse conmigo y me rio de sus artimañas de chica lista con las que consigue que él acabe sonriendo. ¿Qué le habrá dicho?

Salgo de la cafetería y decido volver a casa andando. Nadie me espera así que puedo tomarme mi tiempo para regresar. Mi móvil vibra en el bolsillo de mis vaqueros y al sacarlo leo un mensaje de Ezra.

—¿Tienes algo que hacer mañana?

Me quedo mirando la pantalla más tiempo de lo habitual mientras pienso la respuesta. Un cosquilleo en mi interior me demuestra que en el fondo quiero verle pero eso hace que mi parte lógica me recuerde que debo alejarme de él. Quiero salir de mi bloqueo pero si para hacerlo tengo que volver a sentir, el precio me parece muy alto.

—Lo siento, estoy ocupada.

Tengo ciertos remordimientos, quizás porque no me gusta mentir y acabo de hacerlo. Sin embargo sigo pensando que es lo mejor.

Bajo a la playa para hacer el resto del camino por la arena. Hoy el día está más fresco de lo habitual y apenas hay gente. Veo varios surfistas en el agua y creo distinguir a Ezra entre ellos. No puedo evitar entretenerme mirando cómo se mueven sobre las olas, parece que bailan con ellas adaptándose a cada curva de la cresta...

Me recrimino a mí misma por quedarme embobada mirándole y sigo mi camino. Definitivamente tengo que centrarme. Aún me queda el trabajo de dibujo por hacer y tanto ese como el de fotografía son para el lunes. "¡Espabila Alma!".



Miro la hoja en blanco del bloc de dibujo sin ser capaz de decidir qué dibujar. Apenas llevo diez hojas de un total de cien.

—Esto es una auténtica locura —murmuro en voz baja.

Estoy sentada en el suelo de la habitación con la espalda apoyada en la cama y el bloc sobre mi regazo. Doy golpecitos con mi lápiz pensando en el siguiente dibujo pero todo lo que viene a mi mente son estupideces. Mi cabreo va en aumento según pasan los minutos y descubro que sigo estancada en el mismo punto.

—Sábado por la tarde y aquí estas... sin puñetera idea de cómo salir de este lío...

Pienso en buscar algo que me haga desconectar, muchas veces el cambiar de actividad sirve para aclarar las ideas, así que cualquier cosa me vendrá bien. Dejo de lado el cuaderno y me acerco a las baldas en las que coloqué mis libros. Si no fuera porque los he leído mil veces...

Opto por bajar al salón, supongo que mi padre tendrá libros en alguna parte que pueda dejarme prestados. Al llegar allí, le encuentro sentado en el sofá rodeado de un montón de papeles y me entristece pensar que ni siquiera es capaz de tomarse un rato del sábado para hacer algo diferente. Miro el mueble y el resto de las paredes desnudas del salón descubriendo que no hay ni un solo libro a la vista.

—¿Necesitas algo?

Me sobresalto al oír su voz, no pensaba que pudiera de separar la vista de sus papeles y prestarme atención.

—Solo buscaba algo para leer...

Inconscientemente vuelve la vista al texto que sostiene, incapaz de desconectar del todo de su ocupación.

—En mi habitación... me gusta tenerlos a mano. Puedes coger los que quieras.

—Genial.

Subo las escaleras al trote y voy directa a su cuarto. Desde que vivo en esta casa, nunca he entrado en su habitación. Primero porque no he tenido motivos, segundo porque si quiero que respete mi intimidad, he de respetar la suya.

Entro en ella y como era de esperar descubro que el mismo orden que reina en otras facetas de su vida se hace evidente también en su habitación. Por un momento pensé descubrir en ese lugar a alguien diferente, una pequeña grieta por la que llegar a él, con la que ver que no todo en su vida está bajo control.

Una enorme librería cubre la pared frente a la cama y me acerco a ella sorprendida de la cantidad de libros que llenan las baldas. La mayoría son novelas de diferentes géneros, aunque también encuentro un buen número de libros de arquitectura y arte. Jamás hubiera pensado encontrar semejantes tesoros entre estas cuatro paredes. ¿Desde cuándo a mi padre le gusta el arte? ¿Acaso es capaz de disfrutar de algo más que su trabajo?

Ojeo uno de arquitectura asiática y otro sobre Basquiat, decidida a comenzar por ellos, aunque sé que no tardaré en volver a por más. Cuando giro dispuesta a abandonar la habitación, algo llama mi atención sobre una de las mesitas de noche. El cristal del marco de fotos, hace cierto reflejo sobre la imagen, lo que me obliga a dar un paso hacia delante para poder apreciar lo que en ella aparece. Me puede la curiosidad, pues es la primera fotografía que veo en toda la casa. No sé qué esperaba encontrar, pero la escena me golpea de lleno cortándome la respiración. Los libros caen de mis manos y estas suben a tapar mi boca para callar el primer sollozo que quiere escapar de ella. Se me encoge el alma mientras me acerco al borde de la cama. Me siento y alargo la mano hacia la foto con miedo, temiendo que la imagen pudiera desaparecer como si de un espejismo se tratara.

La sostengo entre mis manos, en mi regazo, mientras observo a mis padres, jóvenes, felices, en un momento totalmente espontáneo, vivo, único...

El dolor de lo que antes fue y ya no volverá me golpea una y otra vez, hasta que un segundo de lucidez me hace plantearme la gran pregunta: ¿por qué mi padre conserva esa foto? ¿Por qué si su matrimonio hace mucho tiempo ya que fracasó? ¿Por qué cuando hace tanto que dejaron de hablarse? ¿Por qué, por qué, por qué?

Como siempre, el dolor precede a la rabia. Una rabia que crece dentro de mi ser y que está dispuesta a estallar en cualquier momento. O en el preciso instante en el que llego a una conclusión: mi padre no tiene derecho a conservar esa foto. No. En el momento en que dejó de preocuparse de nosotras, perdió el derecho a esos recuerdos, a esos momentos...

—¡Maldito seas! —grito incapaz de contenerme por más tiempo, mientras lanzo el portarretratos contra una de las paredes haciéndolo añicos.

Salgo de la habitación desesperada por alejarme de lo que siento, como si mi desesperación se pudiera quedar encerrada en ese cuarto, y choco con mi padre que me sujeta por los brazos mientras me mira asustado.

—¿Qué ha sido ese ruido? ¿Qué ocurre?

Por un segundo me creo su preocupación pero no tardo en recordarme a mí misma que este hombre se desentendió de mí hace mucho tiempo. Es un desconocido.

—¡Suéltame! Tengo que salir de aquí...

Me aparto con un tirón y entro en mi cuarto para coger el bolso. Al volver al pasillo le encuentro en el umbral de su dormitorio y por la expresión de su cara ya ha entendido cuál es el problema.

—¿ A dónde vas?

—He quedado —miento.

—No te vas a ir sin hablar conmigo —Da un paso hacia mí y yo retrocedo por instinto. Necesito mantener la distancia.

—¿De verdad quieres hablar? Vale, dime, ¿por qué tenías esa foto en tu cuarto? ¿Por qué te crees con derecho a tener esa maldita foto en tu cuarto? —grito con todas mis fuerzas, sacando lo peor de mí, volcando todo mi odio en cada una de mis palabras.

Noto como algo se resquebraja en su interior. La mirada de mi padre, herida, me descoloca por completo pues dejo de ver al hombre perfecto que ha sido siempre y veo a una persona triste y sola. Aun así mi propio dolor quiere ganar la batalla y con lo que ha visto no le es suficiente.

—Dejamos de ser tu familia hace mucho tiempo, desde el mismo instante en que te desentendiste de nosotras. No creas que una foto en tu mesilla y unas palabras amables, pueden llenar el vacío de tu presencia durante todos estos años. No eres mi padre, no eres nadie para mí.

Paso por su lado sabiendo que no va a intentar frenarme y salgo de la casa sin tener a dónde ir. Bajo a la playa pensando que la brisa me ayudará a calmarme, pero en el instante en que soy consciente de cada palabra que ha salido por mi boca me derrumbo. Las lágrimas resbalan por mis mejillas y recuerdo con nitidez en cuántos momentos de mi vida he echado de menos tener a mi padre cerca. Los primeros años, preguntaba a mi madre continuamente dónde estaba, creyendo que en cualquier momento regresaría porque no podría soportar estar separado de nosotras. Con el tiempo, dejé de echarle de menos, así de simple y terminó por ser un recuerdo borroso como tantos otros.

No quiero regresar a esa casa, hoy no y el agobio se empeña en no desaparecer. Sin pensar en lo que hago, busco el móvil en el bolso y llamo a Ezra. Al segundo tono me entra el pánico y justo cuando voy a colgar escucho su voz al otro lado del aparato.

—¿Sí?

Suena somnoliento, ¿estaría durmiendo la siesta? Está claro que tengo el don de la oportunidad. Me doy cuenta de que aún no he contestado pero él se adelanta de nuevo.

—¿Alma?

Me seco las lágrimas de forma apresurada, como si por el móvil pudiera verlas.

—Hola... —Mi voz suena congestionada. Mierda— Lo siento. No sé por qué te he llamado...

Si quería parecer idiota, lo estoy consiguiendo. Me da un ataque, grito a mi padre y llamo a un chico al que he decidido no ver. ¿Qué pasa contigo Alma?

—¿Estás bien?

De nuevo ese tono de preocupación. Carraspeo intentando que mi voz suene clara de nuevo.

—Yo, bueno... Sí, estoy bien... una estúpida discusión con mi padre... nada importante.

—¿Dónde estás?

—No, oye tranquilo, no te preocupes. No debería haberte llamado, ha sido una tontería. Déjalo estar, ¿vale?

—Dime dónde estás —Esta vez su tono se ha vuelto serio—. Si me has llamado es porque necesitas compañía. Venga, es fácil, dime dónde, no me hagas buscarte por toda esta maldita ciudad.

¿Sería capaz de hacerlo?

—¿Saldrías a buscarme?

—Tenlo por seguro.

Aún con el dolor oprimiéndome en el pecho y la congoja en la garganta, una sonrisa pelea por dibujarse en mis labios.

—Vale. Estoy en la playa. Cerca de casa.

—No te muevas. Estoy ahí en cinco minutos.

Me siento en la arena y me abrazo las rodillas, escondiendo la cabeza entre mis brazos. ¿Con qué cara voy a mirar a mi padre cuando vuelva a casa? Parte de lo que le he dicho ha sido solo por hacerle daño y eso es lo que peor me hace sentir. Quería verle sufrir y he dejado que mi enfado se impusiera a la razón. Me concentro en el ruido de las olas e intento acompasar mi respiración con ellas...

—Hola.

Levanto la cabeza sorprendida de que los cinco minutos hayan pasado ya.

—¿Cómo has llegado tan rápido?

Ezra se sienta a mi lado y hace un gesto con la cabeza.

—Vivo más cerca de lo que piensas.

Miro hacia las casas extrañada y él lee en mi mirada lo que estoy pensando.

—Tranquila. No vivo en una mansión ni nada por el estilo. Entre las casas de todos estos ricos, aún quedan las humildes viviendas de los que se negaron a vender sus parcelas. Mi madre es una de esas personas. Cuando le ofrecieron una buena suma, dijo que su casa era parte de ella y que no la abandonaría por nada del mundo.

Siento simpatía por su madre aún sin conocerla.

—Yo tampoco hubiera vendido mi hogar —mis propias palabras me entristecen. Preferiría mil veces estar en el pequeño apartamento en el que he vivido durante estos diecinueve años que en la enorme casa que comparto ahora con mi padre.

—¿Cómo te encuentras? —dice cambiando radicalmente de tema.

La pregunta me pilla desprevenida y desvío la vista al mar.

—He tenido mejores momentos.

—Las peleas con la familia siempre son lo peor, ¿no?

Por lo que me contó, seguramente sea la persona que mejor puede entender lo que estoy pasando.

—Bueno, en realidad es la primera vez que discuto con mi padre. Pero creo que he batido el record a la peor pelea del mundo.

—Seguramente estás exagerando...

Niego rotundamente.

—No, si hubieras visto su cara... fui muy cruel. No es que no pensara algunas de las cosas que he dicho pero me he pasado muchísimo.

Siento su mirada y sé que quiere saber más. ¿Hasta dónde contar sin llegar a esa parte de mi vida de la que no quiero hablar?

—¿Cómo es que te llevas tan mal con él? —se atreve a preguntar y yo resoplo pensando la forma más resumida de contárselo.

—Dejó de formar parte de mi vida cuando tenía 8 años. Desde entonces le he visto en contadas ocasiones.

—Pero ahora vives con él...

Le miro arqueando las cejas.

—¿Estás intentando sonsacarme?

Ezra se encoge de hombros y esboza una tímida sonrisa.

—Te he preguntado por el presente. Eso sí vale, ¿no?

Tiene razón, no sería justo que me negara...

—A ver... es más fácil de lo que parece. No tengo dinero y la beca solo cubre los gastos académicos. La única posibilidad de asistir a esta escuela era mudarme con él, por mucho que a los dos nos costara hacernos a la idea. De todas formas, más adelante, pienso buscar un trabajo y miraré algún alquiler que pueda permitirme. Me basta con una habitación, así que espero encontrar algo.

—¿Ves?

No entiendo a qué se refiere.

—¿El qué?

—Has sido capaz de hablar de ti. No es tan difícil... solo tienes que abrirte un poco. Deja atrás este punto en el que te encuentras ahora y que te hace cerrarte a los demás.

—¿Por qué debería hacerlo? Quizás me gusta ser así.

La carcajada de Ezra me sobresalta.

—Sí, claro. Seguro que te encanta discutir con tu padre y estar triste y no dejar que nadie se acerque a ti. ¡Debe de ser genial!

Me da rabia lo que dice aunque en el fondo sé que tiene razón. A nadie le gusta vivir con esa desolación en su interior.

—¡Pues es lo que hay! Soy así.

—Soy yo y mis circunstancias.

—¿Qué? —De verdad que este chico es un poco raro.

—Seguro que eres de las que piensa "soy así por lo que me ha sucedido en la vida. Eso es lo que ha marcado mi actitud y mi personalidad".

Se queda esperando mi respuesta.

—Pues sí, es lo que pienso.

—Pero entonces pensarás que ha sido una evolución. Tú no eras así y las circunstancias a lo largo del tiempo, han marcado como eres ahora.

—Sí... —digo sin mucha convicción. No sé a dónde nos está llevando esta conversación.

—¿Entonces por qué estás estancada? Sigue evolucionando.

Deja de mirarme y centra su mirada en las olas que se detiene a escasos metros de nosotros. Ahora soy yo la que le observo embobada. Me pregunto cómo lo ha hecho, porque realmente me estoy planteando sus palabras y no puedo quitarle razón a lo que dice.

—No sé cómo salir del punto en el que estoy... —mis palabras son apenas un susurro y me ha costado un triunfo pronunciarlas.

—A base de "prueba y error". De hacer y deshacer. De intentar y equivocarte. Pero te aseguro que durante ese recorrido, puedes llenar tus recuerdos de buenos momentos.

—Tengo la sensación de que sabes de lo que hablas.

Se pone de pie de un salto y se sacude los pantalones.

—Yo cambié mi actitud y si yo lo hice, tú también puedes.

Me gusta oírle hablar con esa positividad que no abunda hoy en día. Ver a alguien que todavía cree en lo bueno de esta vida, en que no todo tienen que ser desgracias, que uno se forja su propio camino... consigue que crea que es posible.

Me pongo de pié y cojo el bolso del suelo.

—Tendré que intentarlo. Hoy me he avergonzado de mí misma y no quiero dejar salir al monstruo que puedo ser. Bueno —Ya le he entretenido bastante—, gracias por la hora de terapia. Deberías dedicarte a esto, se te da muy bien.

Ezra frunce el ceño a la vez que sonríe. Resulta gracioso verle hacer dos gestos contradictorios a la vez.

—¿Ya te estás deshaciendo de mí?

—Me ha venido bien hablar contigo, pero ni siquiera debería haberte llamado. Ha sido un impulso estúpido y seguro que tienes mil cosas que hacer.

—Ven a mi casa.

—¿A tu casa? ¿No tienes que trabajar? ¿O planes?

Se me ocurren un millón de cosas que puede hacer, mejores que perder el tiempo conmigo.

—Y tú, ¿tienes planes?

—No, pero...

—Pues vamos.

Me coge de la mano y una corriente eléctrica me sube hasta la nuca. Por instinto me suelto de un tirón y al momento me doy cuenta de que he sido demasiado brusca. Ezra se da la vuelta sorprendido pero al momento una sonrisa traviesa asoma en su boca. Se acerca de nuevo a mí y sin dudar coge mi mano de nuevo. Intento retirarla pero él aprieta lo justo para que no pueda soltarme.

—Yo... —balbuceo—yo no... estoy acostumbrada a que nadie me toque... suelo mantener las distancias...

—Eso será algo que tendremos que solucionar. De momento, ¿esto te resulta insoportable? —pregunta mientras alza nuestras manos unidas.

—No, pero...

—Entonces vamos —me interrumpe. Se pone en marcha y tira ligeramente de mí para que le siga.

Camino a su lado más rígida de lo que me gustaría pero es que por más que quiera, no soy capaz de dejar de pensar en el tacto de su mano sobre la mía, de cómo entrelaza sus dedos como si fuera algo de lo más natural. ¿Tendrá costumbre de coger de la mano a otras chicas? De repente me siento como una quinceañera torpe y nerviosa.

—¿Cómo es que sigues viviendo en casa? —le pregunto para intentar olvidarme del cosquilleo que noto en el estómago.

—Verás, mis hermanos aún son pequeños. Bueno, no le digas a Noah que he dicho eso, y a mi madre le viene bien que le eche una mano. Trabaja a turnos en la residencia de ancianos de la ciudad y se queda más tranquila sabiendo que estoy yo con ellos.

Apenas hemos andado cinco minutos y nos encaminamos hacia un sendero como el que asciende a casa de mi padre. Al llegar arriba me encuentro con una pequeña casa de madera que habrá conocido tiempos mejores. No sé cómo no me he fijado en ella cuando he pasado por la acera ya que contrasta muchísimo con las dos enormes casas de diseño que tiene a ambos lados. Me imagino la gracia que les hará a sus vecinos que se mantenga una construcción así rompiendo la estética de la zona... en cambio yo la prefiero. Simplemente porque esta parece un hogar. Al pasar la destartalada valla de madera veo una tumbona de colores y varias sillas de madera descolorida. Una muñeca flotando en una piscina de juguete, un balón y unas raquetas medio rotas.

—Perdona el desorden, tienen costumbre de ir dejando todo tirado por ahí —se excusa.

—Son niños... a mí tampoco me gustaba recoger.

—Vamos, estarán dentro.

Me suelta la mano para abrir la puerta trasera y dejarme pasar. Me detengo en el umbral no muy convencida de todo esto, pero él apoya su mano en mi espalda para darme el empujón que me falta. Se oyen risas en una habitación al fondo y Ezra me arrastra hasta ella sin que apenas pueda fijarme en lo que me rodea.

—Hola —saluda a todos.

Hemos entrado en la cocina y de golpe tengo seis pares de ojos observándome con interés. No sé si me pongo roja, morada o amarilla pero de lo que no tengo ninguna duda es de que estoy a punto de ponerme a sudar.

Ezra se acerca a su madre y le da un beso.

—Hola cielo.

Su madre es muy guapa, tiene el pelo del mismo tono que su hijo y una sonrisa sincera que hace que me sienta cómoda. Se parecen y mucho.

—Ella es Alma.

—¿La chica de la beca de arte?

Al momento se da cuenta de que ha metido la pata con ese comentario. Ezra la fulmina con la mirada y ella se tapa con la mano la risa que se empeña en salir de su boca.

—Encantada Alma. Tienes un nombre precioso.

La saludo con un gesto ya que las palabras no salen de mi boca. Mi cabeza no puede pensar en otra cosa que el motivo por el que Ezra ha podido hablar a su madre de mí.

—Hola, yo soy Sara.

Miro a la niña que acaba de enroscarse a mi cintura y me da un fuerte abrazo. No puedo evitar sonreír mientras espero pacientemente a que se decida a soltarme. Cuando lo hace, unos enormes ojos azules me observan con curiosidad.

—Noah, se educado y saluda —le ordena Ezra a su hermano.

Este le mira desde la mesa con la típica mirada de "déjame en paz", pero acto seguido me mira y saluda.

—Hola —es todo lo que sale por su boca.

Ambos vuelven a mirarse desafiantes y cuando creo que Ezra va a insistir de nuevo, su madre les interrumpe.

—Haya paz, chicos. Ezra cielo, ¿ya le has enseñado a Alma el jardín?

Él niega.

—Vamos sí, es buena idea.

Le sigo mientras salimos de la cocina y nos acercamos a la puerta principal. Fuera está comenzando a oscurecer, pero aún hay luz suficiente para que entienda por qué tenía que ver el jardín. Miro boquiabierta lo que tengo ante mis ojos: el jardín en sí es una obra de arte. Hay un estrecho camino de gravilla blanca que lleva de la entrada de la casa a la verja que da a la calle y ahora entiendo por qué no me he fijado. Una alta valla de madera rodea la propiedad, haciendo que desde la acera no se vea el interior.

A los lados del caminito hay arbustos y flores de distintos tamaños y colores, pero lo que más me llama la atención no es eso, sino las numerosas esculturas de metal repartidas por todo el terreno. Están hechas con trozos de metales de diferentes tonalidades y tienen piezas móviles sujetas por argollas que ayudan a que se muevan con el aire. Me acerco a una de ellas que tiene forma de pez y paso la mano por los pequeños trozos de vidrio de diferentes colores que imitan las escamas. Otra es una veleta con un molino en su parte más alta que gira sin parar. Es increíble, mire a donde mire, hay una escultura, unas más elaboradas y otras más simples, pero todas ellas maravillosas.

—Esto es... —no soy capaz de describirlo con una sola palabra. Miro a Ezra que me observa ensimismado.

—Con tu sonrisa lo estás diciendo todo.

Lo dice como si realmente le llenara pero yo no entiendo como una sonrisa puede ser importante.

—¿Lo has hecho tú?

Pasa los dedos por donde yo lo he hecho apenas hace unos segundos.

—Comenzó mi madre justo cuando murió mi padre. Ella sabía que yo estaba triste y buscó algo que me hiciera feliz. Todos los días al volver de clase, trabajábamos en el jardín. Había tardes que lo único que hacíamos era buscar la pieza perfecta para una de las figuras, pero no me importaba. Estaba haciendo algo que amaba y compartiendo tiempo con mi madre, ¿qué más podía desear? Según Noah y Sara se fueron haciendo mayores, comenzaron a participar también, así que lo que aquí ves, nos pertenece a todos. Cada escultura tiene un poquito de cada uno de nosotros, porque intentamos mejorarlas cada día, añadiendo un detalle más.

—Lo que habéis conseguido es maravilloso, no por el resultado, sino por haberlo compartido entre los cuatro. Es algo que os une.

Me giro al oír cómo se abre la puerta principal y su madre sale a nuestro encuentro.

—He de irme al trabajo. ¿Te encargarás de que cenen?

—Claro.

—¿Y de que no incendien la casa? —pregunta con humor.

—Ya sabes que también.

Ella me mira.

—¿Qué te ha parecido nuestro pequeño paraíso?

—Es un lugar increíble.

—Encantada de conocerte, Alma. Espero verte más días por aquí. Seguro que podrías aportar alguna nueva idea.

—Gracias, sería genial.

Nos quedamos solos de nuevo y creo que ya va siendo hora de marcharme, no quiero volver, pero tampoco quiero resultar un estorbo.

—Bueno... debería irme ya. Tienes unos hermanos de los que ocuparte.

—¿Por qué quieres marcharte si lo que menos te apetece es volver a casa de tu padre?

¿Tan fácil es leerme el pensamiento?

—Mira, no quiero ser tu obra de caridad... —empiezo a pensar que soy su buena acción del mes.

Ezra me mira más serio de lo que esperaba. ¿Le ha sentado mal mi comentario?

—De verdad que eres la tía más rara que conozco. Estás continuamente marcando tu espacio y preocupada porque alguien pueda invadirlo. No soy tu enemigo, deja de verme así. Y por supuesto, no. No estoy intentando ganarme el cielo ayudándote.

—Pues no lo entiendo.

—En esta vida no todo tiene explicación —dice para dejar el tema zanjado—. Encarguemos unas pizzas para la cena.

Sopeso mis opciones: quedarme aquí o volver a casa y ver a mi padre. Creo que aún necesito unas horas antes de ser capaz de regresar así que le sigo al interior de la casa.

Sara se emociona al saber que me quedo a cenar y rápidamente me sienta a la mesa con ella para que la ayude con lo que se trae entre manos. Está haciendo pulseras con hilos de colores y se afana en explicarme el esquema que sigue para que pueda hacer una. El tiempo se me pasa volando y cuando él avisa de que las pizzas ya han llegado, le prometo a Sara que me pasaré otro día para acabar la pulsera. Ella me abraza de nuevo entusiasmada y esta vez, le devuelvo el abrazo.

—Ve a buscar a tu hermano, venga —le apremia Ezra.

Le ayudo a colocar las pizzas y la bebida en la mesa. Cuando Sara vuelve parece enfadada.

—Noah dice que no va a bajar. Que le dejemos en paz.

Ezra se levanta del asiento malhumorado y sale en su busca. No tardamos en oírle gritar en el piso de arriba.

—¡Ya estás bajando ahora mismo a cenar! No me hagas aumentar tu castigo o no vas a salir de casa en lo que queda de año.

Definitivamente se confirma mi creencia de que Ezra ha tenido que adoptar un papel de progenitor que no le corresponde en esa casa. Simplemente por no dejar que todo el peso recaiga sobre su madre.

Regresa a la cocina y Noah aparece en el umbral de la puerta apenas un minuto después. Está colorado y lleva los puños apretados. Como buen adolescente, le habrá costado un triunfo dar su brazo a torcer pero la posibilidad de un castigo a largo plazo seguramente será aún peor.

Se sientan a la mesa sin cruzar palabra y la cena comienza en completo silencio. Mordisqueo mi trozo de pizza saboreando la mezcla de ingredientes y he de reconocer que Ezra ha tenido buen gusto a la hora de elegirlas. Cuando creo que ya nadie va a hablar, Noah rompe el silencio.

—¿Eres su nueva novia?

La mano de Ezra es rápida y le da un suave capón.

—Estabas mejor callado. —Le mira malhumorado y después me explica—. No le hagas caso, está enfadado porque no puede salir los dos próximos fines de semana y no se da cuenta de que con esa actitud no soluciona nada.

—No es justo —refunfuña por lo bajo.

Ezra apoya su trozo de pizza, y se encara a él.

—¡Te pillaron fumando hierba en el instituto!

—¡Tú también fumabas! No vengas ahora con esa imagen de tío legal...

Ezra se le encara furioso.

—¡Pues no cometas los mismos errores que yo! Sé más listo...

Cuando ya creo que van a llegar a las manos, la suave voz de Sara les interrumpe.

—Vaya cena le estamos dando a Alma. ¡Así no va a querer volver!

Lo dice con tal inocencia que no podemos evitar reír.

—Tienes razón peque —admite Ezra sonriendo—. Los hombres de esta casa no saben comportarse.

Sé que lo de "hombres" lo ha dicho en deferencia a su hermano, para firmar una tregua y al parecer funciona.

—Lo siento —se disculpa Noah.

Una vez los malos rollos quedan de lado, las porciones de pizza van desapareciendo rápidamente.

—¿Qué queréis hacer después? —pregunta Ezra a sus hermanos.

Sara salta en su asiento entusiasmada.

—Peli en tu cuarto. Porfaaaa... hace mucho que no vemos una allí juntos.

Él mira a Noah y este se encoge de hombros confirmando que no se va a oponer.

—¿Te parece bien?

Esta vez se dirige a mí, pero no estoy muy convencida de que sea buena idea.

—Yo...

Sara decide por mí.

—Sí, quédate por favor. No dejaremos que te vayas.

Suspiro resignada, a esos ojos azules es imposible decirles que no.

Al acabar, Ezra me pide que le acompañe mientras los chicos recogen la cena. Salimos fuera de la casa y la rodeamos hasta llegar al garaje. Abre la puerta y enciende la luz antes de invitarme a entrar. En el lugar hay prácticamente cualquier cosa menos un coche. Está llena de trastos y herramientas por doquier.

—Tu... ¿taller? —pregunto.

—Así es. Aquí paso gran parte del tiempo.

Me acerco a una de las paredes llena de bocetos a lápiz y fotografías recortadas de revistas.

—Guardo todo lo que me sirve de inspiración.

—Ya veo...

Al fondo hay algo tapado por una sábana y mi intuición me dice que es su trabajo de fin de carrera.

—¿Eso de ahí es tu proyecto?

—Sí.

—¿Puedo verlo?

Duda un momento.

—Mejor más tarde. Los chicos no tardarán en venir.

Me suena a excusa.

—¿No será que no quieres enseñármelo?

—Te prometo que no es eso. Más tarde, ¿vale?

Decido no insistir y le sigo hasta unas escaleras que llevan al piso superior. Subimos y directamente estamos en su dormitorio. Apenas hay muebles, una cama grande, un sofá destartalado en una de las paredes, un armario y un mueble con una televisión de considerable tamaño.

—Ahora entiendo por qué tus hermanos quieren ver las películas en tu habitación.

—En realidad la compre por ellos, pero la tengo aquí para que no se pasen todo el día viendo la tele. Cuando eran más pequeños, no andábamos bien de dinero y no nos podíamos permitir ir al cine. Ahorré parte del dinero de uno de mis trabajos para comprarla y que por lo menos pudiéramos ver las películas aquí, todos juntos.

Paseo por la habitación, me fijo en los dibujos en las paredes, las torres de libros apilados sin orden ni sentido y descubro una pequeña terraza desde la que se ve el mar. Salgo fuera y un aire cálido me golpea el rostro. ¿Por qué me siento más en casa aquí con ellos que en casa de mi padre?

Justo en ese momento, el móvil me vibra en el bolsillo y al mirarlo descubro un mensaje de él, como si me hubiera leído el pensamiento.

—Si no vas a volver a dormir hoy, dime por lo menos que te encuentras bien.

No me apetece contestar, pero sería cruel si no lo hiciera.

—Estoy en casa de una amiga, no te preocupes. Puede que me quede aquí.

No es mi intención quedarme en casa de Ezra, pero quiero que mi padre se vaya a dormir. Solo me faltaba llegar a casa y encontrármelo en el salón dispuesto a hablar. Todavía no estoy preparada para hacerlo.

Sara aparece en la terraza y me coge del brazo, tirando de mí para que entre de nuevo. Ezra ha apagado las luces y está buscando qué película poner. Noah se ha tirado en el sofá y Sara me arrastra hasta la cama haciendo que me tumbe con ella.

Después de mucho discutir entre ellos tres, ella acaba ganando y vemos una de magia y aventuras en un reino perdido. Aunque Ezra se tumba a nuestro lado, guardando cierta distancia y Sara está por medio, no puedo dejar de pensar que estoy en su cama. Más aun cuando de nuevo coge mi mano y la acaricia sin mirarme, como si fuera algo cotidiano y no tuviera mayor importancia.

Al comenzar la película, no paramos de hacer comentarios y reírnos pero poco a poco el cansancio puede con todos nosotros. Sara apoya su cabeza en mi tripa y rato después veo que se ha quedado dormida. Noah no tarda en comenzar a roncar en el pequeño sofá y aunque yo estoy empeñada en no sucumbir, no tardo en cerrar los ojos también.

Espero que hayáis disfrutado del capítulo que me ha salido muy muy largo. Si esperábais beso... todavía os haré esperar un poco más, pero no os preocupéis, cada cosa a su tiempo.

Si os ha gustado, ya sabéis, votad y comentad. Mil gracias. Besitosss



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