Capítulo 5


Me despierto gritando. La respiración desbocada como los latidos de mi corazón, y una fría capa de sudor me cubre el cuerpo haciendo que un escalofrío me recorra de arriba abajo. Trato de recuperar la calma mientras pienso en la pesadilla, pero apenas unas pocas imágenes inconexas quedan en mi recuerdo. No me hace falta más, sé que es lo de siempre, lo de cada día.

Intento concentrarme en otra cosa para poder deshacerme de la sensación que me invade en este momento. Pienso en Ezra y en si ha sido buena idea aceptar su proposición. Cuando llegué aquí, lo único que quería era morirme y no seguir con este malestar que me golpea cada día al despertarme. Ninguna esperanza, ninguna ilusión, nada...

Pero al empezar las clases he recordado cuanto me llena coger un lápiz, hacer un boceto. Ensuciar mi paleta con varios colores y entremezclarlos, inspirar ese penetrante olor a pintura, madera, lienzo...

Me he dado cuenta de que el arte es lo único que despierta algo todavía en mí, algo bueno, algo que no sea desolación, rencor, tristeza... Me ha dado la esperanza de pensar que hay algo que salvar en mí, que aún hay un motivo para vivir, para seguir adelante. Que no debo rendirme, por lo menos, no sin intentarlo primero. Y esta es la parte de la ecuación en la que entra Ezra, quizás pueda ayudarme porque él entiende el arte como yo. Desde dentro, desde las entrañas...

Me doy una larga ducha para intentar alejar mis incertidumbres y bajo a desayunar con el tiempo justo.

Para mi sorpresa, me encuentro a mi padre desayunando en la cocina y por el cruce de miradas entre él y María sé que me han oído gritar. "Genial". Espero que por lo menos se abstengan de hacer comentarios al respecto.

—Buenos días —digo en tono seco. Me resulta incómodo ser el centro de atención.

—Buenos días, cielo —me responde María mientras coloca en mi lugar el vaso de zumo como todos los días.

Mi padre hace un gesto de cabeza a modo de saludo y carraspea un poco antes de hablar.

—Estamos a miércoles y aún no me has contado qué tal la fiesta.

Estamos a miércoles y yo esperaba que ya se hubiera olvidado del tema.

—Bien. Tuve oportunidad de conocer a gente muy interesante —y lo digo pensando en los camareros.

—Me alegra saberlo.

Mira su reloj y frunce el ceño. Seguramente nuestra "pequeña charla" ya le ha retrasado en su perfecto y milimetrado horario. Bebe de un trago lo que le queda de café y se despide a toda prisa.

—Espero que hoy podamos cenar juntos Alma. Hasta luego.

Me hace gracia el comentario ya que gran parte de las noches tiene cenas de negocios o simplemente se queda hasta tarde en su despacho y yo ceno sola. María deja un momento lo que está haciendo y se acerca a mí.

—¿Y bien niña? A mí no puedes engañarme... ¿qué tal fue la fiesta?

Me asombra cómo María es capaz de tenernos calados. La he observado hablando con mi padre y no se le escapa ni una. Ahora ha vuelto a demostrar que lo suyo va más allá de las artes adivinatorias.

—¿Seguro que quieres saberlo?

Asiente con rotundidad y me dedico el resto del desayuno a narrarle la "estupenda" velada en casa de Michi.

Cuando salgo de la última clase del día con Oli, esta me insiste con Ezra. Después del sábado le tuve que contar con pelos y señales lo que ocurrió con él y desde ese día no deja de preguntarme por él.

—¿Y no te ha llamado?

—Ya sabes que no. —Intento restarle importancia al asunto, aunque según pasan los días estoy más cabreada al respecto. Y no me gusta sentirme así.

—Quizás todavía no ha pensado en nada...

Me encojo de hombros. Ni siquiera quiero perder tiempo hablando de ello.

—Él dijo que llevaría su tiempo, pero no sé en qué estaba pensando o si lo decía en serio.

—Buff, encima no hacen más que mandarnos trabajos —protesta—. No sé cuál es peor si el de dibujo o el de fotografía.

Se me hace un nudo en el estómago solo de pensar en ellos. En ambos es importante la inspiración y yo en estos momentos carezco de ella.

—Tengo que pensar en algo rápido. Solo tenemos unos días.

—Ojalá pudiera ayudarte, pero apenas mi inspiración llega para mí. No creo que consiga sacar buena nota.

"Vaya dos nos hemos ido a juntar" pienso con resignación. Oli me despide en la parada de autobús y vuelvo a casa donde como en soledad un sándwich vegetal. María ha dejado estofado preparado, pero tengo tan poca hambre que prefiero dejarlo para la cena.

Después subo a mi cuarto y me doy una ducha para quitarme la sensación de calor. Al salir decido sacar del armario mi ropa de abrigo. Está claro que aquí no la voy a usar. Busco unas tijeras y recorto un par de vaqueros hasta dejarlos en shorts. No me apetece comprar ropa de momento, quizás como mucho algún par de sandalias, así que dedico parte de la tarde en recortar tanto mangas de camisetas como pantalones. Apenas tengo tres vestidos que hasta ahora no usaba, aunque con el calor quizás me anime. Finalmente me pongo unos shorts y una camiseta que hasta hace unos minutos era de manga larga y que ahora es de tirantes. Recojo todas las prendas de invierno que he sacado hasta hacer un buen montón que tiraré a un contenedor de reciclaje en cuanto tenga oportunidad. De soslayo, veo las cajas que dejé sin vaciar, esas que todavía no tengo valor de abrir, pues no quiero encontrarme con los recuerdos que en ellas encierro. Todo aquello de lo que no quiero hablar, está allí dentro. Un lánguido suspiro escapa de mis labios justo en el instante en que mi móvil vibra. Me acerco a él con pereza y para mi sorpresa es un mensaje de Ezra.

—¿Quieres ayuda con el trabajo de fotografía?

Vaya, mi salvador. Pienso en las posibilidades que tengo de sacar adelante el trabajo yo sola, pero partiendo del hecho de que no tengo ni idea de qué tema elegir, quizás no me venga mal su ayuda.

—Vale. ¿Qué me propones?

—Baja a la playa en 10 minutos y no te olvides la cámara.

—Ok.

Me paso ese tiempo buscando la cámara, cuando por fin la encuentro echo mano de las llaves y el móvil y salgo por la puerta trasera de la casa. Voy descalza, por lo que espero que lo que haya pensado sea en la playa o tendré que subir a buscar calzado.

Bajo el estrecho camino y al pie del mismo veo a Ezra ya esperándome. Él tampoco lleva calzado, así que creo haber acertado.

Se sube las gafas de sol al distinguirme a mitad del camino y una enorme sonrisa se dibuja en su rostro. Si no conociera nuestra situación real, podría parecer que somos una pareja que hemos quedado para una cita. Me pongo nerviosa al pensar en ello, pero rápidamente recuerdo que él solamente se ha ofrecido a ayudarme y que poco hay de romántico en ello. Bueno me equivoco, sí es por amor, pero por amor al arte.

—Hola —saludo.

—Espero que esto no sea muy precipitado —se disculpa.

Echo a andar a su lado mientras nos acercamos a la orilla para que el agua nos moje los pies mientras andamos.

—No, me viene perfecto y más si con esto soluciono el trabajo. Aunque me gustaría saber cómo lo sabías.

—Los profesores siguen el temario a rajatabla. Lisa Lombard no es la excepción. Siempre manda el primer trabajo en la segunda semana de clase.

Algún truco había...

—Pues podrías decirme cuáles son los siguientes y así voy adelantando...

Ezra suelta una carcajada.

—Una cosa es que te eche una mano y otra que hagas trampas.

Casi me siento mal por haberlo propuesto.

—Haz como que no me has escuchado, ¿vale? —digo abochornada.

—¡Eh! No te sientas mal... tenías que intentarlo.

Andamos unos minutos más antes de que me atreva a preguntarle.

—¿Me vas a decir a dónde vamos?

—No —responde con una sonrisa.

—¿Se puede saber por qué no?

—Porque es una sorpresa. Te darás cuenta en cuanto lleguemos.

Seguimos caminando en silencio y de nuevo me siento cómoda a su lado. Siempre he pensado que es tan importante una buena conversación como un buen silencio. No puedo negar que estoy disfrutando del paseo, de notar las olas lamiendo mis pies, y los rayos de sol bañando mi cuerpo...

De pronto me fijo en algo que se mueve en el aire a cierta distancia y entrecierro los ojos para distinguir de que se trata. Una cometa... una no, dos, tres, ¿una docena? ¿Más?

Miro a Ezra sorprendida y no puedo evitar acelerar el paso para acercarme más. En una parte de la playa donde el aire sopla con más fuerza, gente de todas las edades se concentran en manejar sus cometas y hacerlas bailar sobre el cielo azul. Es una imagen maravillosa y antes de darme cuenta, enfoco con mi cámara y comienzo a disparar una y otra vez. Lo fotografío todo, me empapo de cada escena que se crea ante mis ojos: varias cometas mezclándose en el cielo, un niño con su abuelo en el suelo riendo mientras intentan mantener la suya en el aire, niños corriendo detrás de las que están más bajas... Deseo captar con el objetivo lo mismo que se respira en el ambiente, una felicidad absoluta que se contagia con facilidad.

No me doy cuenta del tiempo que pasa ni vuelvo a pensar en Ezra hasta que sé que he agotado toda foto posible. Entonces busco a mi alrededor y le encuentro sentado a cierta distancia.

—¿Has acabado?

Asiento.

—He acabado.

—Ven, vamos a tomar algo.

Subimos por unas escaleras de madera a un pequeño bar que asoma a pocos metros de altura. Me siento en una mesa de la terraza desde donde se pueden ver las cometas y disparo unas cuantas fotos más mientras Ezra va a por un par de cervezas.

Cuando regresa me observa en silencio con una sonrisa en los labios.

—Gracias —digo con sinceridad.

—¿Gracias por qué? ¿Por la cerveza?

Qué gracioso.

—Por traerme aquí...

—Por esa sonrisa, vale la pena.

Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba sonriendo. Hago caso omiso al comentario y miro en la pantalla las fotos. Creo que con esto aprobaré el trabajo. Ezra me quita la cámara de las manos y desliza las imágenes por la pantalla.

—Vaya, algunas son muy buenas... sacarás nota alta.

—¿Cómo sabías que estarían aquí?

—Suelo estar al tanto del viento y las corrientes para salir a hacer surf. Cuando he visto la velocidad de hoy me lo he imaginado, es el mejor lugar de toda la playa para volar una cometa. Incluso yo suelo traer a mis hermanos.

Se me atraganta la cerveza. ¿Ha dicho hermanos? ¿Hermanos pequeños?

—¿Tienes hermanos pequeños? ¿Cuántos? —pregunto con enorme curiosidad.

—Dos. Sara tiene nueve y Noah ya se cree todo un hombre porque tiene catorce. Antes estaba deseando que se levantara viento para que les trajera aquí con sus cometas. Ahora Noah "pasa". Ya sabes, lo dice con ese tono despectivo típico de los adolescentes...

Me quedo embobada viéndole hablar de sus hermanos. No sé por qué tengo tendencia a pensar que la gente no tiene hermanos y oír ese tono protector en su voz hace que me dé cuenta del fuerte vínculo que les une.

—Todos nos hemos comportado así a esas edades... —digo justificando a Noah.

—No me puedo quejar —dice entre risas—. Yo he sido mucho peor que él. Ahora pienso en lo mal que se lo hice pasar a mi madre...

Su gesto se vuelve serio de pronto. Me gustaría saber más, pero ¿hasta qué punto sería justo cuando yo misma no quiero responder a sus preguntas? Bueno, lo peor que puede pasar, es que no quiera contestar.

—No me digas que eras el típico adolescente conflictivo.

Una carcajada escapa entre sus dientes. Se revuelve el pelo con ambas manos mientras reflexiona su respuesta.

—El psicólogo lo achacó a la falta de figura paterna. Lo típico. Pero la verdad es que era un perfecto cretino. Faltaba a clase, fumaba hierba, me metía en broncas cada dos por tres...

—Una verdadera joya.

—Mi madre estaba desesperada, imagínatela con dos niños pequeños y un adolescente dando por saco todo el día. Yo no me daba cuenta de lo que le estaba haciendo pasar y cuando intentaba hablar conmigo lo único que quería era que me dejara en paz.

Observo su gesto de culpabilidad, está claro que ya no es el que era.

—¿Qué te hizo cambiar?

Entrecierra los ojos como si analizara mi interés.

—¿Por qué crees que he cambiado?

—Hablas con pesar de aquel momento, es obvio que te arrepientes y mucho. Apenas te conozco pero de momento he visto a alguien que se toma en serio sus estudios y su trabajo.

Asiente.

—Tuve un accidente. —Sacude la cabeza—. Verás, me siento un estúpido cada vez que hablo de ello porque sé lo idiota que fui en ese momento, pero sucedió y no puedo hacer nada para cambiarlo. Le cogí el coche a mi madre para ir a ver a unos amigos. Yo no tenía aún el carnet, pero era algo que hacía de vez en cuando. Ella me llamó para pedirme que fuera a buscar a Noah al colegio. Se le había hecho tarde y sabía que él estaría ya esperando. Cuando llegué con el coche, Noah no quería montar conmigo y le hice subir a la fuerza. Fuimos todo el camino discutiendo, porque me amenazó con decírselo a nuestra madre y lo único que yo necesitaba era otro motivo para discutir con ella. Estaba cabreadísimo por la actitud de mi hermano y en un semáforo se me puso al lado el típico imbécil con ganas de bronca. Y piqué, nos enzarzamos en una estúpida carrera, en una de las curvas perdí el control del coche y choqué contra una farola. Su rostro se ve ensombrecido por sus palabras y yo trago saliva con dificultad. No era ese tipo de historia el que yo esperaba.

—¿Y tu hermano?

—Por suerte, solo se rompió un brazo. Si llega a pasarle algo más, no... no lo hubiera soportado. Nunca olvidaré su expresión, era solo un niño y estaba aterrorizado. Aterrorizado por mi culpa, por comportarme como un estúpido. Mi madre nunca me dijo nada, sabía que no hacía falta, que yo había aprendido, de la peor manera, y que a partir de ese momento no volvería a cometer un error así.

Puedo imaginar su agobio al pensar que podía haber dañado a alguien que él quería.

—¿Te detuvieron?

—¡Por supuesto! Pero hasta en eso tuve suerte. Faltaban unas semanas para que cumpliera 18, así que me trataron como menor. Me juzgaron por conducción temeraria sin carnet y por destrozo de mobiliario urbano. Unas horas de psicólogo y un montón de ellas de trabajos sociales y todo solucionado. Eso sí, cada día me recuerdo a mí mismo, que tuvimos una segunda oportunidad y cada día pienso que tengo que aprovecharla.

Sus últimas palabras me calan hondo, ¿estoy teniendo yo una segunda oportunidad? ¿Esta nueva vida, es una nueva oportunidad?

—No esperaba que mi historia te dejara tan pensativa...

Le miro como si observara a una persona totalmente diferente. Es lo que pasa cuando tus percepciones dejan paso a la realidad. Es como si vieras al otro por primera vez. Si las vivencias forjan nuestra personalidad, ¿en quién me he convertido con el paso de los años? ¿Soy de la manera que creo o soy distinta?

—Escuchando tu historia me he dado cuenta de que no me conozco a mí misma. Tengo la sensación de que tú sabes exactamente en qué punto estás, que lo que te pasó te ha hecho reaccionar y convertirte en quien eres. En cambio yo... no sé quién soy.

Ezra me mira a los ojos con atención, como si intentara leer en ellos algo que yo desconozco y que él ansía descubrir.

—Solo te pido que no cometas un error como el mío para encontrar tu camino. No tengas prisa.

No sé en qué momento la conversación se ha vuelto tan trascendental pero de pronto me incomoda sentirme comprendida por Ezra. Mis propias palabras me han traicionado y me siento como si hubiera desnudado una pequeña parte de mí.

Carraspeo y doy un último trago a la cerveza.

—Debería volver a casa, tengo que preparar las fotografías y eso me llevará un buen rato.

Esquivo su mirada cuando veo que en ella se refleja extrañeza. Por suerte, no añade nada y se pone en pie, dispuesto a irse. Bajamos de nuevo a la playa y regresamos en silencio. Al acercarme a la subida que lleva a la casa, habla, y sus palabras me descolocan.

—¿He hecho algo mal?

Su tono de voz es serio, ni un atisbo de su habitual desenfado en él.

—No... es decir, ¿por qué dices eso?

Mete las manos en los bolsillos de sus vaqueros mientras se encoje de hombros.

—No sé a qué atenerme contigo. Cuando parece que he conseguido que estés cómoda, todo cambia de golpe y vuelvo a ver esa tristeza en tus ojos.

Miro al suelo sin saber qué decir. ¿Qué espera que le diga?

—Te dije que no perdieras el tiempo conmigo.

—Ya... pero soy un cabezota, ¿y sabes? Cada vez que sonríes es como si todo a tu alrededor se iluminara. Es imposible que me dé por vencido, cuando lo único que quiero es ver tu sonrisa otra vez. Y sé que lo que bloquea tu inspiración es lo mismo que te impide ser feliz y disfrutar.

Intento decir algo, pero me ha dejado sin palabras. Lo último que esperaba es que alguien tuviera interés en verme feliz. Por más que intento entenderlo no soy capaz. Noto una presión en el estómago que soy incapaz de encontrarle sentido. ¿Es buena o mala esta sensación? No recuerdo la última vez que sentí algo parecido...

Ezra se acerca a mí, lo justo como para invadir mi propio espacio, suficientemente lejos como para no llegar a rozarme.

—¿Dejarás que lo siga intentando?

—¿El qué? —digo con voz entrecortada.

—Tú simplemente di sí —responde con una seguridad aplastante mientras estudia mi rostro con detenimiento.

—¿Sí?

—Esperaba algo más contundente, pero me conformaré con eso.

Se da la vuelta y se aleja. Me hace un gesto de despedida con la mano a sabiendas de que aún le estoy observando. Respiro hondo al darme cuenta de que mientras le he tenido tan cerca he aguantado la respiración. Un cosquilleo recorre mi piel mientras pienso en sus palabras "¿Dejarás que lo siga intentando?".


¿Qué os ha parecido el nuevo capítulo? Me encanta el final, sobre todo porque no esperaba acabar así el capítulo, pero ya sabéis... hay veces que las historias te llevan por donde quieren.

Quiero recordar a todo el que se anime a leer esta historia, que está escrita sobre la marcha, lo que implica que más adelante, al repasar, pueda tener pequeños cambios y correcciones. Espero que aun así estéis disfrutando con ella y acompañéis a Alma en este viaje de descubrimiento de su propio yo.

Mil gracias a todos.



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