Capítulo 4


"La noche del sábado no ha empezado bien" pienso mientras mantengo el paso al lado de Oli, camino de la puñetera fiesta de Michi. Aún me pregunto por qué no rechacé educadamente su invitación cuando me envió el mensaje, pero imaginé que eso solo daría pie a verme envuelta en algún otro plan con ella aún peor.

Durante el resto de semana me incomodaba tanto el simple pensamiento de acudir a aquella fiesta que se me ocurrió la brillante idea de animar a Oli para que me acompañara. Ella, aún sin estar muy convencida, ya que según sus propias palabras "no suele moverse en esos ambientes", acabó aceptando. Imagino que pensará que esto es un ejemplo de las cosas que una amiga hace por otra. Yo no lo sé, he pasado mucho tiempo sin amigas y estoy un poco oxidada.

Intento regresar al hilo de mis pensamientos, a por qué considero que la noche no marcha bien. Quizás sea porque voy camino de la fiesta de una tía que prácticamente me dijo que por querer ser artista sería una muerta de hambre. O quizás por la cara de mi padre al ver que de nuevo no me he molestado en arreglarme, gesto que ha empeorado cuando ha conocido a Oli con su flequillo azul y su camiseta llena de agujeros. Su expresión casi ha conseguido hacerme reír y creo que por fin ha entendido lo absurdo que resulta intentar que nos relacionemos con gente que poco tiene que ver con nosotras.

Me detengo ante la verja de una enorme casa de diseño, aún más grande que la de mi padre y observo a mi acompañante que se ha quedado boquiabierta.

—¡Madre mía! —exclama— ¿A dónde me has traído? Esto es un maldito palacio.

Dentro suena la música a todo volumen y me está dando una pereza horrible atravesar esa verja.

—No sé qué hago aquí, la verdad —resoplo malhumorada.

—Venga, veamos si estos pijos tienen cerveza —dice mientras me empuja con suavidad.

Atravesamos el jardín delantero y seguimos el sonido de la música hasta la parte de atrás donde un montón de gente se divierte.

—Mira, tienen piscina —me susurra Oli mirando de lado a lado—. Te juro que estas fiestas solo las he visto en las películas.

—Pues a mí me parece absurdo todo este despilfarro —sentencio mientras recorro con la vista el lugar. No puedo ver más allá de las apariencias, solo niños ricos divirtiéndose con el dinero de sus padres, vistiendo ropa de marca y bebiendo cócteles.

Un camarero se acerca con una bandeja y nos ofrece diferentes combinados. Yo rechazo la oferta, pero Oli no duda en coger uno. Alzo una ceja y ella se explica.

—Es para hacer tiempo hasta que encuentre la cerveza.

—Me da que tendrás que contentarte con esto. La cerveza es cosa del botellón y estos no saben lo que es eso.

En ese preciso instante mis ojos encuentran a Michelle que me observa a unos metros de distancia. Está rodeada de gente y lleva un llamativo vestido de fiesta que seguramente cueste más que toda la ropa que hay en mi armario. Sin apartar la vista de nosotras, susurra algo al oído del chico que tiene a su lado y no tardan en acercarse.

—Alma, has venido ¡qué bien!

Viste sus labios de la sonrisa más falsa que nadie se pueda imaginar y de nuevo me arrepiento de estar perdiendo el tiempo con esta gente.

—Hola Michelle.

Ella fija su mirada en Oli y no tiene ningún reparo en observarla de arriba abajo con detenimiento. No quiero saber lo que se le estará pasando por la cabeza.

—Ella es Oli, vamos juntas a clase.

Mi voz la saca de su ensimismamiento y deja de taladrar con su mirada las botas militares de Oli para centrarse de nuevo en mí.

—Ah, bien —señala al chico que está a su lado y que mantiene una perfecta sonrisa de anuncio—. Este es Nicolás, mi novio.

—¿Qué hay, chicas?

No me cuesta imaginar cuantas veces habrá ensayado la frase frente al espejo hasta conseguir ese grado de perfección. Si ella me parecía una Barbie teñida, él sin duda es Ken.

—Esto... ¿hay cerveza en alguna parte? —pregunta Oli intentando escapar.

—¿Cerveza?... no lo sé, puede que en la cocina —Michelle señala la puerta de cristal—. Entra por ahí, después del salón ve al pasillo de la...

—Michi cielo, deja que la acompañe yo... tu casa es un laberinto y lo más seguro es que se pierda.

Le hace un gesto a Oli y esta se encoge de hombros antes de seguirle, dejándonos a Michelle y a mí allí. Se hace un silencio incómodo que ella se encarga de romper.

—Un poco peculiar tu amiga.

Por ese camino mal vamos.

—¿Peculiar? ¿Por qué? ¿Porque no viste de Prada? ¿Porque su sonrisa es la más sincera que he visto aquí? Al menos ella es única y en esta fiesta todos estáis cortados por el mismo patrón.

—Eso no es cierto —responde visiblemente enfadada.

—¿A no? ¿Cuántos de esta fiesta no van a la Escuela de Negocios como tú? ¿Cuántos no van a ser empresarios, abogados, etc. como sus padres?

Su rostro enrojece de rabia.

—¡No entiendo qué haces aquí entonces!

Yo tampoco.

—Solo he venido por cumplir, ya que mi padre se ha tomado la molestia de presentarnos.

Una sonrisa maliciosa se forma en sus labios.

—Eso es cierto, tu padre siente lástima de ti... por eso nos pidió ayuda. Cree que no serás capaz de hacerte al cambio. Después de todo lo que has pasado...

Un miedo atroz asciende hasta mi garganta impidiéndome respirar. ¿Qué sabe esta chica de mí? ¿Acaso mi padre les ha contado algo? No puede ser, no creo que haya sido capaz...

Miro su expresión de superioridad.

—Olvídate de mí, ¿vale? No tenemos ninguna necesidad de hacer el paripé, ni por mi padre, ni por nadie.

Doy la vuelta y entro en la casa con la excusa de buscar a Oli y así poder huir de la arpía de Michelle. Al llegar al pasillo vacío, me apoyo en la pared necesitada de un respiro para poder recuperar el control.

¿Por qué he venido? Sabía de sobra que esto era una mala idea y aun así he sido tan estúpida como para caer en la trampa. Michelle solo buscaba una nueva ocasión para humillarme.

Intento no pensar en sus palabras, pero no puedo evitarlo. "Tu padre siente lástima de ti". Una punzada me atraviesa el pecho. Siempre he hecho frente a lo que me ha tocado vivir y por muy duro que haya sido, he sobrevivido a ello. Lo último que quiero es dar lástima.

Gente como Michelle me recuerda por qué tengo tan poco interés en conocer gente. No tengo ganas de descubrir ni lo bueno, ni lo malo de los demás. No quiero ilusionarme, no quiero desanimarme, no quiero tener esperanza...

Soy un caos emocional en este momento y cuanto más lejos esté del resto del mundo, mejor. Inspiro varias veces mientras observo mis zapatillas hasta que noto que la calma definitivamente vuelve a mí.

Decidida a abandonar la fiesta, me enderezo dispuesta a encontrar a Oli y en el primer paso choco con alguien estrepitosamente.

—Perdona —digo sin levantar la vista.

—¡Vaya! Sí que vas despistada.

Reconozco la voz inmediatamente y al alzar el rostro me encuentro con unos ojos curiosos que me miran con atención.

—¿Ezra? —esto es el colmo— Venga ya... ¿es que estás en todas partes?

Este es el último sitio donde hubiera pensado encontrarle. Él no parece entender mi enfado.

—Yo también me alegro de verte —responde dejando escapar una risa de lo más sarcástica.

—No es eso... pero desde que he llegado aquí, siempre apareces en mis "mejores momentos".

—¿Ha ocurrido algo? —me pregunta aparentemente preocupado.

—Nada que no haya sido culpa mía. He venido en contra de lo que mi sentido común me gritaba y así me ha ido.

—Vaya, veo que ya has conocido a lo "mejorcito" de la ciudad.

Entrecierro los ojos intentando averiguar si habla en serio o no.

— ¿Y se puede saber qué haces tú aquí?

Miro su ropa que desentona tanto como la mía. Se apoya en la pared y por su expresión sé que está tramando algo.

—Te lo cuento si aceptas lo que te proponga después. Te aseguro que será mejor que esto.

Sé que me arriesgo, pero me puede la curiosidad.

—De acuerdo.

—He traído parte de la comida que se van a tragar esa panda de energúmenos. Trabajo en uno de los bares del puerto y nuestra comida les encanta a estos pijos. Bueno, a todo el mundo en realidad.

Miro su rostro relajado, intentando reconocer al Ezra que le encanta criticar mi comportamiento, pero no veo ni rastro de él.

—De acuerdo, ¿y cuál es el precio que tendré que pagar?

Frunce un poco el ceño contrariado.

—¡No lo digas como si fuera un castigo! Solo he pensado que si ya te habías cansado de esta "estupenda" fiesta, podías pasarte por el bar a tomar algo.

Lo medito durante unos segundos llegando a la conclusión de que no parece un plan tan terrible. Si regreso ahora a casa, mi padre sabrá que he huido de aquí. De esta manera él creerá que he pasado todo el tiempo en la fiesta y no insistirá.

De pronto me acuerdo de que no he venido sola.

—He venido con Oli. La estaba buscando...

Ezra se encoge de hombros.

—Yo tengo que volver al local, pero mi turno no acaba hasta la una. Tienes tiempo de buscarla y acercaros hasta allí. Os invitaré a una ronda.

Realmente no tengo un plan mejor.

—Bien. Buscaré a Oli. Espero que no esté ya como una cuba.

—Ok. Nos vemos más tarde —echa a andar y yo le sigo con la mirada. Se detiene a los pocos pasos y se acerca a mí de nuevo—. Vale, quizás si te digo dónde trabajo...

—En "The Bounty" —respondo.

Me mira totalmente desconcertado.

—¿Cómo sabes...?

—Tu camiseta... —explico— por detrás pone el nombre del local.

Ezra sonríe ante su propio despiste.

—Genial. Pensarás si se puede ser más idiota.

—Si te hace sentir mejor, haré como que esto último no ha pasado —señalo el otro lado del pasillo—. Voy a buscar a Oli.

Me alejo y me pierdo dos veces antes de conseguir llegar a la cocina, pero en ella solo veo camareros. Después de preguntar a dos de ellos, averiguo que ha salido por la puerta de servicio y allí la encuentro charlando animadamente con un chico de nuestra edad. Al verme, Oli sonríe mientras él apaga el cigarrillo que está fumando y se despide.

—Tengo que volver al curro, ¿me das tu número y quedamos?

Oli suelta una risa que calificaría de seductora.

—Sí, claro. Déjame tu móvil.

Apunta su número y al devolverle el aparato, le da un beso en la mejilla a modo de despedida.

—Nos vemos.

—Hasta otra —responde ella mientras le ve alejarse.

Llego a su lado preguntándome cómo le ha resultado tan fácil ligarse a ese chico cuando yo soy incapaz de mantener una simple conversación si sentirme incómoda.

—¿Has visto qué guapo? No he conseguido cerveza, pero a cambio le he encontrado a él.

Definitivamente, Oli es única.

—Creo que has salido ganando con el cambio.

Se queda pensativa un momento.

—Yo también lo creo. Y bien, ¿qué hacemos? En este tiempo me he tomado dos copas de esas y si no cambio a una refrescante cerveza, voy a acabar muy mal.

Otro motivo más para salir de esta casa cuanto antes.

—¿Está muy lejos el puerto de aquí?

—No... tu calle hacia abajo. Hay que andar un poco pero no está lejos —me observa interrogante—. ¿Por qué lo preguntas?

—Vamos, te lo cuento de camino. Nos ha surgido un plan que seguro te gusta.

Cuando termino de explicarme, Oli tiene dudas. Yo también.

—¿No te parece un poco rara su invitación? ¿Pasa de echarte literalmente la bronca a invitarte a tomar algo?

—Invitarnos —corrijo—. No sé, seguramente se dio cuenta de que estábamos fuera de ambiente y me ofreció una alternativa.

En realidad creo que notó mi agobio, pero eso es algo que no quiero contarle a Oli.

—¿Sabes que el tío ese... el novio de tu amiga, se me ha insinuado?

El Ken de sonrisa plastificada.

—¿Nicolás?

—¡Sí! Antes de llegar al pasillo ya me había puesto la mano en el culo.

Vaya listo. Seguro que Michi no sabe lo "espabilado" que es su novio.

—¿Y tú qué has hecho? —miedo me da escuchar su respuesta.

—Reírle las gracias. Eso he hecho —señala su cabeza con gesto serio—. Tenemos que ser más listas que ellos. A los tíos como él, guapos y con dinero les sigues un poco la corriente y puedes obtener mucho de ellos.

La observo totalmente alucinada.

—¿De verdad piensas así?

Oli suelta una sonora carcajada.

—¡Ni de coña! Le he dado un manotazo y le he dicho que si vuelve a tocarme sin permiso le rompo algún hueso.

Qué tía más rara, pero me cae genial.

— ¿Y él qué ha hecho? —tengo curiosidad.

—Me ha señalado dónde estaba la cocina y ha huido como un cobarde. Casi no le dan las piernas para escapar. Luego he conocido a Carlos, el camarero y me ha ayudado a olvidar al otro idiota rápidamente.

Miro a nuestro alrededor, las casas del borde de la playa han desaparecido y estamos en el paseo que lleva al puerto. En estos días solo he hecho el trayecto de clase a casa en bus, así que la mayor parte de la ciudad, aún no la conozco.

—¿Has estado aquí antes? —pregunto.

Ella niega.

—Apenas llevo tres semanas en casa de mi tía y está en el centro así que suelo moverme por allí. Busqué trabajo en la zona y poco más ¿y tú?

—No hace ni una semana que llegué. Todavía estoy haciéndome a la idea.

Oli asiente efusivamente.

—¡Genial! Estamos en igualdad de condiciones. ¡Dos chicas nuevas perdidas en la ciudad!

Me pregunto cómo puede estar siempre de tan buen humor y siento cierta envidia ante esa actitud. Yo que lo único que quiero es desaparecer...

Llegamos a la zona de ocio del puerto, llena de bares, restaurantes y pequeñas tiendas. Hay mucha gente disfrutando de la agradable temperatura nocturna, las conversaciones y las risas inundan el lugar.

Buscamos el local y finalmente lo encontramos en uno de los muelles. Parece una mezcla entre un bar irlandés y un restaurante marinero. Madera oscura, timones, una sirena... En la terraza, mesas y sillas disparejas seguramente conseguidas en un rastro, en las que la gente cena animadamente a la luz de unos faroles. A través de las cristaleras distingo el interior: barra de madera maciza, paredes decoradas con carteles de chapa antiguos y fotos de pescadores de otras épocas y otro puñado de mesas también llenas.

—Este lugar está a tope —grita Oli intentando hacerse oír a través del bullicio— ¿Ves a Ezra?

Niego rotundamente mientras entro en el local y le busco con la mirada. Veo un par de taburetes libres en la barra y no desperdicio la oportunidad.

Tomamos asiento y el camarero se acerca a atendernos.

—¿Qué os pongo?

—Tranquilo, yo me ocupo de ellas —oigo a nuestras espaldas.

Ezra está allí, con una bandeja recién recogida.

—Siento que no haya una mesa libre.

Le hago un gesto con la mano.

—No hay problema. Aquí estamos bien.

Nos mira a ambas un instante.

—Bien. Voy a dejar esto en la cocina y os pongo lo que queráis. Ahora vuelvo.

Desaparece por la puerta de la izquierda y yo miro a Oli que mantiene una enorme sonrisa en su rostro.

—Vaya, ¿quién es este y dónde ha dejado a Ezra el "ayudante de profesor malhumorado"?

Ella también se ha dado cuenta.

—Sí, parece más relajado.

—¿Relajado? ¿Pero has visto qué sonrisa más fabulosa tiene?

Alzo las cejas sorprendida. ¿Realmente la tiene? Como siempre, es algo que me ha pasado totalmente desapercibido. Es lo que tiene ser una persona que no quiere implicarse emocionalmente, hace que no me fije en esos detalles.

—Y cómo te mira... ¡Dios! Ahora entiendo lo de la invitación...

—Creo que estás viendo cosas que no hay, Oli...

En ese instante Ezra aparece de nuevo, esta vez por el lado de la barra, llevando un enorme plato de patatas con salsa que deposita frente a nosotras.

—Una de las especialidades de la casa —explica—. ¿Qué queréis tomar?

Oli no duda.

—¡Cerveza! —dice con entusiasmo mientras prueba una patata— Guau, están buenísimas.

Ezra me mira esperando.

—Una cerveza estará bien —respondo con cierta incomodidad. No puedo evitar pensar en lo que me ha dicho ella.

—¡Pica, esto pica! ¡Y mucho! —Oli hace gestos con las manos, como si abanicarse la boca funcionara en estos casos.

Por primera vez en muchos meses no puedo evitar reírme al ver cómo se le enrojecen las mejillas por el sofoco y le comienzan a llorar los ojos.

—Eso te pasa por ansiosa —afirmo entre risas.

Ezra le pasa el botellín de cerveza para que pueda dar un trago pero en vez de mirarla a ella me está observando a mí. Es como si estuviera fascinado al verme reír y yo ante su mirada me ruborizo. No estoy acostumbrada a que me miren así.

Cojo el botellín que ha dejado frente a mí y le doy un generoso trago mientras espero a que Oli recupere la compostura.

—¡Arg! Qué mal... pero están buenísimas —y vuelve a coger otra—. ¿No vas a probarlas?

—Quizá tiene miedo... —Ezra me reta.

Este no me conoce.

—¿Miedo? Me encanta el picante.

Meto una en la boca y aunque al principio no noto nada, solo el sabor de las especias mezcladas con salsa de tomate, pronto un terrible ardor comienza a formarse en mi lengua y no tarda en extenderse por toda la boca. Sé que solo se trata de acostumbrarme, así que cojo otra patata y ante la atenta mirada de ambos, continúo comiendo.

—Jo, ya te vale, podías toser un poco al menos —Oli se cruza de brazos evidentemente ofendida—. Por no dejarme mal y eso.

Finjo una tos.

—¿Así mejor?

Ella se ríe sonoramente, mientras come otra patata.

—Cuando comes varias ya no se nota tanto —razona—. De todas formas Ezra, ¿esto qué es? ¿Una prueba para novatas?

—Qué va. Simplemente es uno de los platos favoritos de nuestros clientes —mira más allá de nosotras—. Tengo que atender unas mesas. ¿Seguiréis aquí un rato más?

—Sí, claro —responde ella sin dejarme opción alguna.

Él sale de la barra dejándonos de nuevo a solas con nuestras patatas. Seguimos comiendo mientras le vemos moverse de una mesa a otra con rapidez. Se nota que la mayoría de la gente le conoce y más de una chica le saluda con efusividad.

—Me parece que tiene a más de una tía detrás —suspira Oli—. No me extraña, cuando se muestra encantador, resulta irresistible.

No sé por qué me da que si Oli tuviera oportunidad, no dudaría en lanzarse a sus brazos.

—¿Sabes? —continua— Él entró en la Escuela de Arte con la misma beca que tú. Me han contado que es el mejor de su promoción.

Le observo con disimulo, curiosa por primera vez. ¿El mejor? Me gustaría comprobar si eso es cierto...

—Debe ser muy bueno, entonces...

Recuerdo cuando me abroncó por mi actitud del primer día. Él mejor que nadie sabe lo que supone tener esa beca y mantenerse a la altura de las circunstancias.

Oli saca su móvil que vibra insistente en su mano. La veo mantener una breve conversación y cuando cuelga y me mira, ya me imagino lo que va a decir.

—Era Carlos. Ya ha acabado en la fiesta y quiere que nos veamos un rato, no te importa, ¿verdad? —Me pone ojitos de cordero degollado y yo no soy nadie para impedirle ir. Aunque eso signifique quedarme sola.

—No, claro. ¡Disfruta!

Se pone de pie y da un último trago a su cerveza.

—El lunes te cuento.

La veo salir y miro el reloj, pensando en volver a casa. Ezra se acerca y apoya la bandeja en el mostrador.

—¡No estarás pensando en irte ya! Quédate un poco más, mi turno está a punto de acabar y podré tomarme una cerveza contigo.

No negaré que el local es acogedor y cuanto más tarde llegue a casa, mejor.

—De acuerdo.

Poco rato después, sale de nuevo de la cocina ya sin delantal y con dos botellines de cerveza en las manos.

—Ven, sígueme.

Me levanto obediente y veo que sale del local. Muchas de las mesas ya están vacías y nos acercamos a una que está al lado de la barandilla de madera. Me siento frente a él mientras observo las pequeñas luces de los muchos barcos atracados en el muelle. Un pensamiento escapa por mi boca.

—Es bonito este lugar.

—Por eso me gusta trabajar aquí —me explica mientras da un trago a su cerveza—. No me canso de las vistas. Ni del ambiente.

Le observo mientras doy vueltas a mi botellín.

—¿Por qué me has invitado? —otra vez que me traiciona mi mente.

Veo extrañeza en su mirada y por primera vez me fijo en que sus ojos son de un azul grisáceo que me recuerdan a un cielo tormentoso.

—¿Por qué no?

—¿Sueles invitar al primero que pillas?

Se le escapa una suave risa.

—Pues más veces de las que imaginas. Me gusta conocer gente. Nunca sabes quién te va a sorprender y pasar a formar parte de tu vida.

—Nunca lo había visto de esa manera.

—¿Cómo haces tú para conocer gente?

Me encojo de hombros.

—No me interesa conocer gente.

Niega rotundamente.

—No te entiendo. No te interesa pero Oli es tu amiga y hoy estabas en una fiesta llena de gente y ahora estás aquí charlando conmigo.

Dicho así suena contradictorio.

—Digamos que desde que he llegado aquí las cosas son un poco diferentes.

—Espero que para bien.

—Aún no lo sé. Me tienes un poco desconcertada...

Responde a mi entrecejo fruncido, arqueando las cejas.

—¿Me puedes explicar por qué?

—No hemos empezado con muy buen pie y si el lunes me hubieran dicho que hoy estaría aquí tomando algo contigo...

—La Escuela de Arte es algo serio. Aldo es un profesor muy exigente que va a querer sacar el máximo de cada uno de vosotros, yo solo quiero que seas consciente de ello. Siento si fui demasiado brusco, pero me cabreé al pensar que echarías por tierra tu beca sin intentarlo siquiera.

Bajo la mirada avergonzada.

—Yo tampoco reaccioné de la mejor manera...

—¿Empezamos de nuevo?

—Mira, agradezco las molestias que te estás tomando, pero últimamente no soy una buena compañía para nadie. Harías bien en no perder más tiempo conmigo.

—Pues de momento lo estás haciendo muy bien. ¿Por qué no dejas que decida yo con quién quiero pasar el rato? A menos de que esta sea tu manera de decir que la que no quieres perder el tiempo conmigo eres tú...

Me enfado un poco, pues ha sacado mis palabras de contexto.

—No cambies lo que yo he dicho. Solo creo que no soy nadie para que me prestes atención. No me conoces. Y yo no te conozco.

—Eso se soluciona hablando.

Le miro incrédula.

—Está bien —decide—. Empieza preguntando tú.

Medito unos minutos sin saber qué preguntar. No me gusta que se inmiscuyan en mi vida y sé que según qué le pregunte, me vendrá a mí de vuelta. Cuando ya creo que esto ha sido muy mala idea, recuerdo lo que apenas hace un rato picó mi curiosidad.

—¿Es cierto que eres el mejor de tu promoción?

Una sonrisa torcida se dibuja en su rostro.

—¿Eso has oído por ahí? Sería un poco pretencioso por mi parte decir que así es, ¿no?

—Te aseguro que no pensaré eso, pero quiero que seas sincero.

Se pone serio sopesando sus palabras.

—Supongo que es así, pero no porque yo lo crea... cada curso Aldo elige a un alumno de cuarto para que haga las prácticas como su ayudante. Y siempre elige al mejor. No se conforma con menos.

Me inclino hacia delante apoyando los codos en la mesa y hablo en un susurro.

—Tengo la sensación de que le admiras.

—Cierto. Lo entenderás cuando le conozcas. Es un genio y como todo genio está loco. Pero en el buen sentido. Intenta exprimirte hasta conseguir que saques todo lo que llevas dentro.

Me sorprende ver a Ezra hablar con tanta pasión, con sus palabras me demuestra que realmente el arte es su vida.

—¿Qué vertiente artística te interesa más? —No puedo evitar querer saber.

—Me gusta la pintura, pero creo que lo que más me llena es la escultura, por lo menos es en lo que más centrado estoy ahora.

—¿Y eso?

Se revuelve el pelo con ambas manos como si mi pregunta le pusiera nervioso.

—En último curso hay que presentar un trabajo de fin de carrera. Gran parte de la nota te la juegas ahí. Es un proyecto importante.

—¿Y estás haciendo una escultura?

Asiente efusivamente.

—Con metal y otros materiales. Si sale como yo espero, va a ser algo increíble. Eso o dirán que es basura. Ya sabes que en esto no hay término medio.

—Espero que consigas lo que quieres —digo con sinceridad.

Me pongo un poco nerviosa pensando que yo también me tendré que enfrentar a ese trabajo, si todo va bien. A día de hoy, no tengo ni idea de qué podría hacer.

—Me toca preguntar... ¿Cuál es el motivo de tu bloqueo?

Abro mucho los ojos ante la pregunta. No se ha cortado ni un poco a la hora de hacerla.

—Veto.

Me mira extrañado.

—¿Veto? ¿Cómo que veto?

—¿No se hace así? Con eso quiero decir que me niego a contestar tu pregunta.

Ezra suelta una suave risa.

—¿Sabes? Eres muy graciosa.

¿Graciosa? Creo que es lo único que no me han llamado nunca.

—Lo digo en serio. No me gusta hablar de mí y mucho menos de mi pasado.

Me cruzo de brazos y él me imita observándome durante un momento.

—Vale, nada de pasado. Y bien... ¿cómo vas a superar tu bloqueo? Así sí vale, ¿no?

—Eres un poco capullo...

—No es por fastidiar, pero me gustaría saberlo. ¿Tienes un plan?

Resoplo desanimada.

—Claro que no tengo un plan. No tengo ni idea de cómo solucionarlo. No lo controlo, me ocurre y ya está.

—Pero sabes dónde está el origen de tu problema.

Claro que lo sé. Todos los días tanto mi cabeza como mi corazón se encargan de recordármelo.

—Sí, pero mi bloqueo tiene que ver con mi pasado y...

—Y de eso no quieres hablar. ¡Me lo pones difícil para ayudarte!

Me pongo a la defensiva.

—Yo no te he pedido ayuda. Mira, gracias por la invitación pero creo que ha llegado el momento de volver a casa.

Me levanto y echo a andar sin esperar a ver si tiene algo que añadir. Antes de salir del muelle me alcanza y acompasa su zancada a la mía. Caminamos varios metros en silencio hasta que me detengo de golpe y le miro desafiante.

—¿Se puede saber qué haces?

—Acompañarte.

Este tío es el colmo.

—Te estaba dejando plantado.

—Pues te ha salido mal —me guiña un ojo y he de reconocer que me gusta su actitud. Tiene una seguridad pasmosa.

Sigo caminando sin añadir nada más y rato después reconozco que estoy disfrutando del paseo aunque no estemos hablando. Por algún extraño motivo me encuentro cómoda con él y eso es algo que no me suele suceder. Frena frente a la entrada de la casa de mi padre y yo miro el lugar sorprendida de que hayamos llegado ya.

—Gracias por acompañarme. No era necesario, pero te lo agradezco.

—Lo de antes lo decía en serio, creo que puedo ayudarte con tu bloqueo.

Le miro con desconfianza.

—Ya te he dicho que no voy a contarte nada.

—¿Por qué no me dejas intentarlo? Dijiste que la beca te importaba, ¿no? Entonces tienes que solucionarlo.

Sopeso sus palabras. Tiene razón, es mi carrera la que está en juego. Ezra insiste.

—No te preguntaré nada de tu pasado, tienes mi palabra.

—¿Por qué quieres ayudarme? —Me resulta imposible encontrar un solo motivo por el que quiera perder el tiempo conmigo— ¿Qué sacas tú de todo esto?

—La gente no siempre se mueve por interés... no busco nada a cambio. Ya te lo dije, vi tus dibujos y creo que tienes mucho talento. Sería una pena que lo desperdiciaras...

—¿Y cómo piensas sacarme de mi bloqueo?

Se queda pensativo mientras se da golpecitos en el labio con un dedo.

—Llevará su tiempo, Probaremos con distintas cosas y tienes que estar dispuesta a hacer lo que te diga. Tampoco podrás cuestionarme, ¿vale?

No pierdo nada por intentarlo.

—De acuerdo.

Me hace un gesto con la mano.

—Déjame tu móvil. Te guardaré mi número.

Lo hago obediente. Teclea con rapidez y aprovecha para guardar también mi número en su móvil.

—Bien. Ya tengo el tuyo.

Guardo mi teléfono en el bolso y abro la puerta.

—Buenas noches —me despido.

—Qué descanses.

Ezra se aleja y de pronto caigo en que no hemos quedado en nada.

—¡Eh! —se gira— ¿Cuándo me llamarás?

Aunque está a cierta distancia veo cómo se encoge de hombros.

—No lo sé, pero ten por seguro que lo haré.


Espero que hayáis disfrutado de este capítulo. ¿Os gusta el personaje de Alma? ¿Y Ezra? Sé que todavía no se entiende por qué Alma tiene esa actitud frente a todo y a todos pero os aseguro que lo iréis descubriendo poco a poco. ¿Tenéis curiosidad por saber lo que se le ocurrirá a Ezra? Tendréis que seguir leyendo...

Si os ha gustado espero vuestros votos y si dejáis un comentario, mejor que mejor.

Gracias por leer mi humilde historia.

Besitosss


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