Capítulo 26
Mi cumpleaños resultó mucho mejor de lo que yo esperaba. Quizás fuera la falta de expectativas, el caso es cuando regresamos a casa, después de todo el domingo fuera, tenía la sensación de haber disfrutado de uno de los mejores cumpleaños de mi vida. No es que hiciéramos nada fuera de lo normal, simplemente cogimos el coche nos aventuramos por la carretera de la costa. Paseamos por la playa, comimos en un pequeño local desde el que había unas espectaculares vistas y sobre todo hablamos. Conocí más de mi padre en esas pocas horas que en todos estos años y creo que a él le sucedió lo mismo conmigo. El caso es que al regresar a casa, realmente me sentía como una persona nueva, alguien que en los últimos días se había quitado un peso extra que llevaba meses arrastrando.
Sin embargo, la mayor sorpresa me la llevé cuando mi padre sacó del buzón un pequeño paquete con mi nombre escrito en él. Lo sostuve entre las manos extrañada y él simplemente se encogió de hombros en plan "yo de esto no sé nada". Me despedí, agradeciéndole que hubiera compartido el día conmigo y subí a mi cuarto dispuesta a averiguar quién me enviaba el regalo. Como siempre, me senté en el suelo y muerta de la curiosidad, rasgué el envoltorio y abrí la cajita. De su interior, saqué una fina cadena de plata de la que colgaba un trozo de vidrio pulido de color verde del que salían unas pequeñas alas moldeadas con algún metal que no logré identificar. Ya no me hizo falta más para saber que era Ezra quien lo había hecho para mí...
Y aquí estoy, tumbada en la cama dando vueltas a mis ideas mientras acaricio el colgante que llevo puesto al cuello. Es jueves por la noche y desde el domingo estoy pensando en enviarle a Ezra un mensaje de agradecimiento que no termino de escribir nunca. Cada vez que me armo de valor, me echo atrás en el último segundo, alegando que el que me haya hecho un regalo, no significa nada. Si él sintiera aún algo por mí, ¿no me lo hubiera entregado en persona?
Me sobresalto al oír el móvil sonar, como llevo haciendo toda la semana, esperando que en alguna de las ocasiones, sea él, pero mi sorpresa es mayúscula al mirar la pantalla y ver que es Noah. Me intriga tanto su llamada, que no dudo en contestar.
—¿Noah? ¿Qué ocurre?
Oigo música de fondo y no me cuesta imaginar que se encuentra en una fiesta.
—Alma, verás... siento llamarte a estas horas...
Noto preocupación en su voz, lo que me lleva a pensar que está en problemas.
—¿Que ocurre Noah? Si no me lo cuentas, no puedo ayudarte y supongo que si me has llamado es porque no te las puedes apañar tú solo.
—¡Es que si llamo a Ezra me va a castigar de por vida!
En eso no puedo quitarle razón. Me siento en la cama, contrariada.
—Habla conmigo, no puedo ser adivina.
—Es que... estoy en una fiesta. Patricia se empeñó en venir y bueno... una de sus amigas ha bebido más de la cuenta y no sabemos qué hacer. Se encuentra realmente mal, le cuesta mantenerse despierta.
Me froto la frente intentando pensar.
—Tenéis que llamar a una ambulancia.
—¡No puedo hacer eso! La fiesta es en casa de un chico del instituto y si hacemos eso se la va a cargar.
Me esta empezando a cabrear el asunto.
—¡Debería cargársela por organizar una fiesta con alcohol siendo menor! —Respiro hondo intentando calmar los nervios—. Está bien, dime dónde estás, iré a buscaros.
Apunto en un papel y cuelgo. Me levanto de un salto y me pongo lo primero que pillo, recojo mi pelo en una coleta y echo mano del bolso. Cuando llego a la entrada, cojo las llaves del coche de mi padre y me alegro de haberlo conducido durante un rato el domingo. Después de estos últimos meses sin ponerme al volante, recordé que realmente me gustaba conducir. De camino al lugar que me ha indicado Noah, me pregunto, cómo es que están de fiesta un jueves por la noche. Eso me lleva a pensar que muchos de ellos hayan acudido sin permiso de sus padres y no quiero saber en qué podría desembocar todo esto si surgiera algún problema. No tardo en llegar al lugar, beneficios de utilizar un Gps y le envío un mensaje a Noah para saber dónde están. Me contesta al instante y después de leerlo, me encamino hacia el jardín trasero. Aunque hay varios grupos, no tardo en localizarles, Noah pasea nervioso de un lado a otro mientras Patricia está sentada en el borde de la tumbona en la que una chica permanece tumbada. Cuando me ve se acerca, mientras se pasa las manos por el pelo y ese gesto me recuerda a su hermano.
—Gracias por venir Alma. De verdad que no sabía qué hacer...
—Vamos a solucionar esto, ¿vale?
Me agacho al lado de Patricia y zarandeo suavemente a su amiga, esta murmura algo pero ni siquiera consigue abrir los ojos. No seré yo la que me arriesgue a que la situación empeore.
—¿Puedes llevarla en brazos hasta el coche?
Noah asiente y le ayudamos a cargarla. Mientras nos acercamos al vehículo, Patricia se sitúa a mi lado.
—Muchas gracias por ayudarnos —dice con un hilo de voz.
—No penséis que esto significa que vuestros padres no vayan a enterarse de nada —digo con cierta dureza en la voz—. ¿Saben que estáis aquí o piensan que lleváis horas durmiendo?
Patricia se para en seco y veo el miedo en sus ojos.
—Yo...
—Mira, sé que parece muy "guay" eso de desobedecer a los padres, de saltarse las normas... pero ya veis, el resultado puede ser este o peor —Señalo a su amiga.
La colocamos en el asiento trasero y Patricia monta a su lado. Noah sube delante y en silencio nos dirigimos al hospital. Una vez allí, la meten en un box y Patricia se encarga de facilitar sus datos. Cuando vuelve le digo sin dudar:
—Ahora llama a tus padres y pásamelos.
No sé de dónde me ha salido esta vena tan proteccionista, pero de pronto me siento responsable de estos chicos. Ella marca el número sin rechistar y cuando consigue calmar a su madre me pasa el teléfono. Después de explicarles lo ocurrido, quedo en llevarla hasta su casa cuando salgamos del hospital. Al acabar, miro a Noah.
—Se lo vas a contar a Ezra, ¿verdad?
—Yo no, se lo vas a contar tú —digo con una sonrisa que no deja lugar a dudas.
Justo en ese momento su teléfono comienza a sonar y veo el pánico dibujado en su rostro. No hace falta que me diga quién está llamando. Carraspea varias veces antes de contestar y aún así su voz suena extraña y aguda.
—¿Sí?
—¿Se puede saber dónde estás? Me acaban de avisar de que te han visto en una fiesta y yo he dicho, "no puede ser, si está durmiendo en su cama", pero ¿sabes qué? ¡Resulta que no estás durmiendo en tu cama!
A pesar de que me encuentro a cierta distancia, puedo oír perfectamente la voz de Ezra a través del pequeño aparato.
—Yo, verás...
Así va por mal camino. Sin pensarlo, le quito el teléfono dispuesta a interceder por él.
—Ezra...
Un instante de silencio antes de escuchar su tono de incredulidad.
—¿Alma? ¿Qué haces tú ahí?
—Es una larga historia, ¿te importa que te la contemos cuando le lleve de vuelta a casa? No tardaremos mucho, ¿de acuerdo?
—Está bien.
Cuelgo sabiendo que lo más difícil de la noche está por llegar. Antes de irnos, averiguo el estado de la chica, para nuestra tranquilidad, un lavado de estómago, unas horas de reposo con suero y estará como nueva. Sabiendo que sus padres ya están de camino, regresamos al coche y me apresuro a llevar a Patricia hasta su casa. En cuanto esta pone un pie en la acera, unos preocupados padres salen de la casa y su madre no duda en acercarse y agradecerme que me haya ocupado de ella. En cambio, la mirada que le dedica a Noah no es tan halagüeña y la chica atraviesa la puerta con la cabeza baja y sin despedirse de nosotros.
—No te preocupes, con el tiempo, a sus padres se les olvidará esto.
—Ni siquiera fue idea mía lo de la fiesta.
Me río sonoramente.
—Para ellos, te aseguro que la idea habrá sido tuya. Preferirán culparte a ti que a su maravillosa hija. Desde el primer momento, se han convencido de que tú la arrastraste a esa peligrosa fiesta, haciendo que se saltara las normas y se escapara de casa un jueves por la noche. Es ley de vida, Noah.
—Siempre fastidio las cosas.
Su tono derrotista me ablanda un poquito el corazón.
—No te quitaré tu parte de culpa. Saliste de casa sin permiso para ir a una fiesta. Eso no tiene disculpa, ni siquiera el que lo hicieras porque tu novia insistió. Seguro que no querías parecer un pringado diciéndole que no, pero hay veces que es de tontos dejarte arrastrar solo por el qué dirán. Eso lo aprenderás con los años, es mejor tener un poco de personalidad que dejarte llevar siempre por lo que hagan la mayoría. Si no llegas a tener mi número ¿qué hubieras hecho?
Recuerdo cuando se lo di después de Nochevieja, dispuesta a prestarle mi ayuda si en algún momento necesitaba consejo respecto a Patricia. Lo que no me esperaba era que el día que necesitara mi ayuda fuera para salvarle el culo.
—No lo sé... nos hemos asustado cuando hemos visto que Lis no era capaz de mantenerse en pie.
—¿Tanto había bebido?
Alza las manos frustrado.
—¡No tengo ni idea! No estaba muy pendiente de ella que digamos. Se fue a buscar algo para tomar y lo cierto es que tardó bastante en regresar. No pensamos que durante todo este tiempo hubiera estado bebiendo, pero debió ser así, porque al poco de volver, comenzó a sentirse mareada.
Quizás se vio alentada a beber.
—¿Suele comportarse así en las fiestas?
—¡No! Es decir, es una chica formal, igual que Patricia. Se pueden tomar un trago, dos como mucho. Nada más.
Realmente no hay posibilidad de que averigüemos ahora mismo lo que ocurrió en la casa. Seguramente hasta que hablen con ella y les cuente lo que estuvo haciendo, no podremos saber más.
Llegamos a su casa y al igual que en el caso de Natalia, antes de que hayamos bajado del coche, Ezra está en la puerta, esperando. Al darse cuenta de que he bajado del asiento del conductor, se frena sorprendido y por un momento, se olvida de lo enfadado que está con Noah.
—¿Has venido conduciendo? —pregunta con un tono de sorpresa mal disimulada en su voz.
—No había muchas más opciones —digo encogiéndome de hombros.
Al momento vuelve a centrar su atención en Noah.
—¡Tú! Entra ahora mismo en casa y espérame en la cocina. ¿Cómo se te ocurre salir a escondidas? ¡Y para ir a una fiesta!
—Yo... —comienza Noah.
—¡Ni se te ocurra decir nada!
El joven me mira un instante y vocaliza un "gracias" antes de pasar al lado de Ezra camino de la cocina. Este me mira y no sé exactamente qué es lo que está pensando.
—¿Tienes prisa? —me pregunta. Niego lentamente—. ¿Podrías esperarme en mi cuarto? Estoy seguro de que con Noah no voy a tardar mucho...
—No seas muy duro con él, ¿vale? Sabe de sobra que ha metido la pata y ya se siente mal por ello. Además, no creas que ha sido tan inconsciente como parece.
Me dirijo a su cuarto mientras él entra en la casa. Aunque cuando ya estoy dentro del taller, no enciendo la luz, al instante me doy cuenta de que el trabajo de fin de carrera de Ezra ya no está en su lugar. Atravieso el lugar en penumbra y subo al piso de arriba mientras calculo la fecha en la que estamos. De golpe caigo en la cuenta, mañana es la exposición de los trabajos y yo lo había olvidado por completo. Me asaltan las dudas. ¿Debería ir? Lo cierto es que siento la misma curiosidad que el primer día por ver su trabajo, pero dado que las circunstancias ya no son las mismas, no sé si es una buena idea. En realidad, ni siquiera me ha invitado a asistir. Cuando entro en el cuarto, imágenes de los momentos allí vividos con él me asaltan y no puedo evitar estremecerme. Algunos de los mejores instantes de estos últimos meses han pasado entre estas cuatro paredes. Decido salir a la terraza para intentar despejar un poco la cabeza. Lo último que necesito es darle vueltas a todo lo vivido con él desde que llegué a esta ciudad. Me concentro en admirar la ondulante imagen de la luna sobre el mar nocturno, mientras dejo que el sonido de las olas me relaje. No sé cuanto tiempo pasa hasta que oigo pasos en la escalera y me asomo. Ezra entra y se sienta en la cama, durante un momento apoya la cabeza entre sus manos. Parece agotado.
—¿Qué tal ha ido? —pregunto en voz baja.
—Me gustaría saber qué es lo que estoy haciendo mal con él. —Levanta la vista y me mira—. ¿Qué estoy haciendo mal Alma?
No entiendo por qué piensa eso.
—No estás haciendo nada mal. Noah tiene suerte de contar con un hermano como tú.
—Sin embargo te ha llamado a ti —dice con un deje de rencor.
¿Qué está insinuando? Que... ¿he sido capaz de ganarme a Noah y él no?
—Eres su hermano, tú tienes que encargarte de marcar los límites, de enseñarle lo que está bien y lo que está mal. Te tiene respeto, por eso recurrió a mí. Tenía miedo porque sabía que estarías decepcionado y en realidad no ha hecho nada que tú no hicieras a su edad.
Se levanta y da unos pasos hacia mí.
—Gracias.
No puedo evitar ponerme nerviosa.
—Gracias, ¿por qué? Es Noah, como no voy a ayudarle.
—No tenías por qué. Realmente eres alguien importante para él, por eso ha recurrido a ti.
Me encojo de hombros.
—Me alegro de que me considere una amiga. Sobre todo ahora que ya no nos vemos tanto.
Me doy cuenta que igual no ha sido una buena idea hacer ese comentario al verle bajar la vista.
—Lo sé. Últimamente no nos hemos visto mucho...
—¡Ja! Vaya eufemismo... ¿no nos hemos visto mucho? ¡No nos hemos visto! Ni mucho ni poco, ¡nada! —estallo —. Ya ni siquiera coincidimos en el hospital.
Cierro la boca de golpe y ahora soy yo la que desvío la mirada. Más me valdría estar callada...
—Creí que sería mejor que mantuviéramos cierta distancia.
—¿Mejor para quién? ¿Para mí, para ti, para el universo?
Se acerca a mí con las manos en los bolsillos. Intento mantener mi postura firme, pero me resulta complicado teniéndole a esa distancia.
—Para todos. Lo siento, sé que te he fallado como amigo. Sé que dije que estaría para ti y no ha sido así. Pero creo que es lo mejor, tú estás siguiendo adelante con tu vida y por lo que veo lo estás haciendo muy bien y yo...
Se calla de golpe.
—¿Y tú?
—Da igual cómo esté yo. Lo importante es que tú... ¡pareces otra! ¡Mírate! Hace unos meses ni te planteabas ponerte al volante y hoy... —Carraspea incómodo y no termino de saber qué es lo que está pensando—. Es tarde, deberías irte.
¿Me está echando? Realmente esta conversación ha salido mucho peor de lo que yo imaginaba. Me da rabia que le resulte tan fácil deshacerse de mí.
—Sí, debería irme —digo con la voz estrangulada. Me están entrando ganas de llorar y ni siquiera sé por qué. ¿Por el rechazo? Pero ¿qué esperaba? Cuando paso a su lado, dispuesta a abandonar la habitación, veo que está apretando los puños. Ese gesto me hace dudar —. ¿De verdad quieres que me vaya?
—No.
Su mano roza la mía y en el momento en el que la sujeta, tira de mí y me envuelve entre sus brazos. Puedo jurar que en ese momento las piernas me flaquean y la cabeza me empieza a dar vueltas. No entiendo nada, en todo momento se ha comportado de una forma fría y distante y de pronto me encuentro con la cabeza apoyada contra su pecho oyendo su agitada respiración. No me atrevo a moverme, pues temo que si me separo lo más mínimo, un mínimo de cordura regrese a él y me deje marchar. Y si algo tengo claro es que no quiero irme, no quiero alejarme de Ezra. Ni hoy, ni nunca.
Sin embargo el momento no puede durar eternamente e igual que empezó, acaba. Me suelta y da un paso hacia atrás para dejar cierta distancia entre nosotros. Estoy a punto de derrumbarme, pero algo en mi rostro hace que se acerque de nuevo y me bese.
Tardo en entender lo que está pasando, pues lo último que esperaba era un arranque como ese por su parte. Sentir sus labios sobre los míos hace que todo mi cuerpo reaccione. Sus manos sujetan mis caderas y yo coloco las mías en su cuello mientras acorto las distancias entre nosotros. Nos bebemos la desesperación del otro, como si esta fuera la última noche del mundo y tuviéramos que aprovechar cada minuto, cada suspiro, cada aliento.
Cuando de nuevo se separa de mí y veo su expresión contrariada, sé que se arrepiente de haber tenido ese impulso. Siento un fuerte dolor en el pecho al entender que preferiría no haberme besado.
—Lo siento, este es el motivo por el que dije que era mejor que te marcharas. No quiero que pienses que era algo que tenía pensado hacer, es solo que, cuando estoy cerca, me cuesta... —Se revuelve el pelo nervioso—. Espero no haberte causado un problema. Esto no ha sido nada...
Ahora sí que tengo ganas de llorar. ¿Cómo puede besarme y decir que no ha sido nada? De todas formas hay algo que no entiendo...
—¿Por qué esto me podría resultar un problema?
—Lo digo por el chico ese... Raúl.
Abro la boca de puro asombro.
—¿Raúl? ¿Qué tiene que ver Raúl en todo esto?
Entonces me doy cuenta de que él cree que estamos juntos, aunque me gustaría saber cómo ha llegado a esa conclusión.
—Si yo estuviera saliendo contigo no me gustaría enterarme que has besado a otro por ahí. Aunque sea porque ese otro haya tomado la iniciativa.
Me fastidia que me crea capaz de hacer algo así.
—Yo no salgo con Raúl.
—Bueno, ya sé... "tú no sales con nadie", pues como quieras llamarlo...
Me acerco a él y busco su mirada con la mía.
—No Ezra, va en serio. Entre Raúl y yo no hay nada. Hemos salido varias veces pero solo como amigos.
—Pensé... es decir, pregunté a Oli y me dijo...
Niego con rotundidad. Me acerco a la terraza y miro hacia el exterior.
—Intenté que me gustara, de verdad que sí... Raúl es un chico genial y se merece encontrar a alguien que realmente esté para él, sin embargo no me ayudó a olvidarme de...
Me callo al darme cuenta de lo que estoy a punto de decir. Él se adelanta y termina la frase.
—¿De mí? —Me sobresalto al notarle tan cerca de mi espalda. Siento su aliento contra mi cuello y cuando acaricia mis brazos, un escalofrío me recorre —. Quizás no deberías intentar olvidarme. Quizás solo deberías... dejarte llevar.
Su voz ronca hace que una necesidad olvidada durante las últimas semanas, surja de nuevo. Quiero estar con él, no puedo pensar en otra cosa más que en lo mucho que deseo que me arrastre hasta su cama, sin embargo...
—Ezra yo...
Me da la vuelta y toma mi barbilla para que levante la vista.
—¿Qué ocurre Alma? Puedes contármelo, necesito saber lo que es, porque no soporto que simplemente me apartes de tu lado sin ser del todo clara.
—Tengo miedo —reconozco —. Miedo de lo que siento, de no saber lo que puede pasar mañana, me aterra la idea de que quienes están a mi lado, un día puedan faltar como ha ocurrido con mi madre. Sé que es absurdo...
Acaricia mi mejilla y mi cuerpo comienza a temblar.
—Sé que no puedo prometerte que estaré siempre a tu lado, porque el mañana sigue siendo un misterio para nosotros, pero no permitiré que algo así sea lo que nos separe. Deja que te haga feliz, déjame que te quiera durante dos días o durante toda la vida, eso ya se verá. Pero déjame intentarlo, por favor —Sujeta mi cara con ambas manos y acerca sus labios a los míos—. Déjame hacerte feliz.
Cierro los ojos mientras una lágrima resbala por mi mejilla y no tardo en notar sus labios calientes sobre los míos. Me envuelve entre sus brazos y siento que lo que encierra este beso es un sentimiento profundo y verdadero. No algo que pueda desaparecer de la noche a la mañana.
—Te quiero —murmura contra mi boca. Yo respondo besándole con un hambre difícil de saciar y ambos nos dirigimos hacia la cama a trompicones.
Hay veces que no son necesarias las palabras para demostrar lo que se siente.
Hola, hola
Bueno, aquí tenéis el penúltimo capítulo de esta historia. Igual que en La vida de Ux, no me gusta estirar las historias de forma innecesaria así que es hora de que llegue a su fin.
En este capítulo reaparece Ezra y espero que os haya gustado la escena final. ¿Qué ocurrirá al día siguiente? Pronto lo sabréis.
Si os ha gustado, espero vuestros votos y comentarios. Muchas gracias por regalarme parte de vuestro tiempo.
Besitosss
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