Capítulo 2
El agradable sonido de una cascada de agua, acompañada del canto de diversas aves salvajes, me despierta. Busco a tientas el móvil mientras tomo nota mental de cambiar esa puñetera melodía. Deslizo el dedo por la pantalla de mala gana y abro los ojos para convencerme de que estoy en casa de mi padre. Por un momento, al despertar, pensé que estaba en mi pequeño dormitorio, pero el suave tacto de las sábanas me ha traído de vuelta a la realidad: en mi casa las sábanas estaban ásperas por el desgaste.
Después el dolor me golpea, aunque ahora, me repongo en unos pocos minutos y apenas un par de lágrimas escapan de mis ojos. Antes tardaba más de una hora en poder levantarme de la cama y lo hacía con los ojos enrojecidos por el llanto, la congoja trepando por mi garganta y esas insoportables ganas de morirme.
Me asomo a la terraza para ver que hoy ha amanecido un día soleado y caluroso. Tendré que acostumbrarme, pues aquí es lo habitual. El tiempo ayer me dio la bienvenida, acompañando mi humor con nubes y lluvia, pero está claro que eso no podía durar. Regreso a mi habitación y revuelvo el armario para terminar vestida con unos vaqueros gastados, camiseta y zapatillas. Cojo la mochila en la que llevo el material de dibujo y bajo temerosa del ambiente con el que me pueda encontrar a primera hora de la mañana en la casa.
Antes de llegar a la entrada de la cocina, distingo la figura de María moviéndose con remango de un lado a otro mientras canturrea algo que soy incapaz de adivinar. Seguramente los gustos Musicales de María estén muy alejados de los míos.
Entro en la cocina sin saber muy bien qué decir pero ella se me adelanta.
—Buenos días, cielo.
Me pregunto cómo ha notado mi presencia si está de espaldas cortando unas naranjas.
—Buenos días, María.
Me hace un gesto con la cabeza señalando un lado de la isla en el que hay un mantel individual, un plato con tostadas, mantequilla y mermelada, unos bollos que parecen de arándanos y una taza.
—Date prisa. El autobús pasa por la parada en quince minutos.
Suelto la mochila en la encimera y me siento con cierta vergüenza. No me encuentro cómoda con alguien preparando mi desayuno. Después de una vida de tazón de leche y cereales...
Salgo de mi ensimismamiento cuando deja a mi lado el vaso de zumo recién exprimido.
—No... debes molestarte conmigo, María. Puedo preparar mi propio desayuno. Seguro que tienes otras mil cosas que hacer y no quiero ser una carga para ti. Estoy acostumbrada a ocuparme de una casa y de mis cosas...
Me observa extrañada y finalmente sonríe con calidez.
—Mi niña, no pienses así. ¡Y desayuna! No puedes ir a clase sin el estómago lleno.
Se me hace raro que una persona que me acaba de conocer me hable de forma cariñosa, aunque tengo que reconocer que estoy tan falta de afecto que agradezco sus palabras.
Me como una tostada y uno de los bollos para que se dé por satisfecha y además del zumo, tomo una taza de café. María me envuelve el otro bollo y me lo tiende.
—Por si tienes hambre a media mañana.
Lo guardo sin protestar. Creo que con ella de poco serviría.
—Gracias por el desayuno —digo con sinceridad—. ¿Dónde está la parada del bus?
—Al salir de casa, sube hacia la izquierda y no tardarás en verla. Tienes que coger la línea 7, hace alguna parada pero la última es en la zona de las universidades y es el bus más directo.
Asiento mientras intento no olvidar lo que me acaba de decir.
—De acuerdo. Hasta luego.
Me cuelgo la mochila y al llegar a la puerta, María me alcanza a la carrera.
—Espera, qué cabeza la mía. Se me ha olvidado darte las llaves.
Busca en el cajón de la entrada y me da un llavero horroroso con un gato.
—Esta es de la puerta, esta de la valla, aunque suele estar abierta. Esta otra del garaje. Bien, vete o perderás el autobús.
Salgo a toda prisa y llego a la parada justo cuando el 7 se detiene. Apenas suben dos personas y yo me siento junto a la ventanilla en una de las primeras filas. Guardo las llaves en mi monedero y paso el resto del trayecto observando la pequeña ciudad por la ventanilla. Nunca antes había estado aquí y aunque lo que veo no me disgusta, me encantaba mi hogar. Un lugar con cuatro estaciones para disfrutar, no como aquí que parece un perpetuo verano. Allí con dar cuatro pasos podía adentrarme en un frondoso bosque y respirar aire puro...
Llego al final de mi trayecto perdida en mi nostalgia de un hogar que ya no es tal para mí. Al bajar miro a mi alrededor totalmente perdida y busco entre mis cosas el papel con los datos del centro y mi horario. En este campus está la escuela de arte y la escuela de negocios. Por nada del mundo me gustaría equivocarme de edificio. Aunque a mi padre le encantaría que la beca fuera para estudiar administración de empresas o algo por el estilo. Mi padre... al pensar en él me doy cuenta de que ni siquiera le he preguntado a María dónde estaba. Sin embargo tampoco tenía sentido hacer la pregunta, sé de sobra que llevará horas trabajando.
Pregunto a la primera persona que me cruzo y cinco minutos después llego a secretaría donde después de esperar una interminable cola, ponen todos mis papeles en orden justo a tiempo para dirigirme a la primera clase.
Tres clases después estoy sentada en el césped del exterior del edificio comiendo el bollo que me ha dado María. No tengo ganas de hacer cola también en la cafetería y necesito despejar la cabeza pues las clases teóricas no son lo mío. Empezar con "Introducción a la historia" y "Cultura y contextos" no es lo que yo llamo la mejor forma de empezar.
Una chica se sienta a mi lado y aunque pretendo ignorarla, el hecho de que me mire fijamente me hace pensar que quiere hablar conmigo. Y yo que solo quería estar un rato tranquila...
—Hola.
Levanto la cabeza resignada y reconozco a una de mis compañeras de clase. No es que me haya fijado mucho, pero lleva el pelo rapado excepto por un flequillo de color azul cielo que cruza su frente de menos a más hasta rozar su barbilla. Le hago un gesto con la cabeza a modo de saludo.
—Me llamo Olivia, pero todos me llaman Oli —comenta en tono alegre.
Fuerzo una sonrisa antinatural en mi rostro y continúo comiendo mi bollo. La chica no se da por vencida.
—No estaría mal que me dijeras tu nombre...
Resignada me decido a contestar.
—Alma.
—Guau... Alma, que profundo suena... —Deja escapar una pequeña risita—. Verás, pensarás que estoy loca, pero no conozco a nadie, te he visto aquí sola y he pensado que quizás tú tampoco conocías a nadie.
Miro a mi alrededor fijando mi mirada en las muchas personas que al igual que yo están solas comiendo algo, consultando sus móviles. ¿Por qué me ha elegido a mí? Oli, como si captara mi pensamiento, se apresura a darme una explicación.
—Vale, me has pillado. Te he elegido porque me has dado buenas vibraciones. Me guio mucho por esas cosas y no sé... tú... me has dado buen rollo.
Vaya por Dios. En un campus lleno de gente, le he dado "buenas vibraciones" yo, que seguramente sea la persona menos receptiva en estos momentos, de varios kilómetros a la redonda.
—Pues creo que ese radar tuyo falla. En estos momentos no soy muy buena compañía.
—Bueno, deja que eso lo decida yo.
Esboza una enorme sonrisa que le ilumina la cara y me doy cuenta de que no voy a conseguir que cambie de opinión hoy. Lo único que puedo hacer es dejar que pasen los días y ella misma se dé cuenta de que su elección ha sido totalmente errónea.
—Tú sabrás.
—¿Eres nueva en la ciudad?
Vaya, encima le gusta hacer preguntas.
—Sí. ¿En qué lo has notado?
—Estás demasiado pálida o sea que vienes de una zona en la que ahora hace más frio. Aquí todo el mundo está bronceado. También me lo confirma tu ropa, vas demasiado tapada, lo que significa que todavía no eres muy consciente de la temperatura que hace.
—Ayer hacía más frío... —me justifico.
—Sí, bueno... ya te anuncio que no suele haber muchos días como ayer.
Tengo que acordarme de guardar la ropa de invierno. O tirarla.
—Genial.
—Yo también soy de fuera, estoy viviendo en casa de mi tía, ya que de otro modo no podría estudiar aquí.
Por suerte, la gente comienza a levantarse para acudir a las dos últimas clases de la mañana y yo agradezco regresar a clase, solo para librarme de más preguntas de Oli. El alivio me dura dos segundos pues "Tecnicas de expresión en el contexto moderno" no me resulta nada apasionante. ¿Seguro que era arte lo que quería estudiar? Me recuerdo a mí misma que es algo que llevo dentro de mí, nunca ha sido una decisión, simplemente no puedo ser otra cosa. Solo espero que la parte teórica no ahogue mi talento.
Cuando por fin me dirijo a clase de pintura, Oli me sigue, decidida a no abandonarme en ningún momento. Me pregunto en qué momento se ha convertido en mi "muy mejor amiga"...
Entro en el taller y respiro hondo para disfrutar del olor a pintura y madera. Se me había olvidado cuánto echaba de menos esa mezcla de olores. Hay lienzos colocados sobre los caballetes y cada alumno ocupamos un lugar, quedándonos Oli y yo al final de la clase.
Un chico está ordenando la mesa del profesor y al girarse descubro que es el mismo que acudió en mi ayuda cuando me puse a gritar como una loca en medio de la playa. ¿Esto no es una ciudad? ¿No se supone que debería ser remotamente imposible volver a coincidir con él? Pues está visto que no.
—Hola a todos, soy Ezra y no soy vuestro profesor.
La gente suelta una carcajada ante la ocurrencia.
—Vuestro profesor es Aldo Massini pero ya sabéis lo que ocurre con los genios... no tienen mucho sentido de la obligación. Solo entienden de inspiración, lo que hace que muchas veces, pierda la noción del tiempo y se olvide de acudir a su clase. Yo estoy para suplir su falta en esas ocasiones y os puedo asegurar que aunque no lo parezca, es un privilegio ser el ayudante de un artista de su talla. Con tres clases que recibáis de él, aprenderéis más que con veinte profesores. Y dicho esto...empecemos.
En el mismo instante en el que acaba la frase sus ojos se encuentran con los míos, lo que hace que pierda el hilo de sus propias palabras. ¿Me ha reconocido? Algo de ese breve instante, me dice que sí.
—Como decía, yo solo os supervisaré. Será el profesor el que evalúe vuestros trabajos, así que no me hagáis la pelota porque yo no tendré nada que ver en vuestras notas finales. Bien, tenéis un lienzo frente a vosotros. Haced algo que demuestre porqué estáis aquí. Cuando acabéis, podéis iros. No antes. Empezad.
Miro a mis compañeros, que no tardan en ponerse con la tarea. Yo sin embargo, observo el lienzo en blanco, esperando que la inspiración llegue a mí. Pero no llega.
Un rato después, Ezra comienza a pasearse entre los lienzos, dando pequeños consejos a quien considera oportuno. Le observo con disimulo ya que el día anterior no me fijé en él en absoluto.
Es la viva imagen de un surfista y me apuesto lo que sea a que no ando desencaminada. Es alto y delgado, tiene la piel bronceada cosa que hace que su pelo rubio contraste aún más. Lo lleva un poco largo y ondulado, no sé si por moda o por dejadez, aunque diría que se trata de lo segundo ya que con un solo vistazo puedo afirmar que no es alguien que se preocupe por su aspecto. Lleva unos vaqueros cortos aún más gastados que los míos y sus zapatillas tipo Vans han conocido tiempos mejores. La camiseta está llena de manchas de pintura de varios colores, sin embargo, creo que eso es algo que compartimos todos los que nos dedicamos a esto: por mucho que te pongas un delantal, siempre acabas con alguna salpicadura.
Me concentro de nuevo en el inmaculado lienzo pero ninguna idea viene a mi mente. Comienzo a ponerme nerviosa, pues algunos de mis compañeros llevan buen ritmo y no tardarán en acabar.
Miro a Oli de reojo y no me sorprende ver una sucesión de trazos de diferentes colores sin ningún sentido aparente. Su rostro está colorado y no puede evitar sacar la lengua de lado mientras perfecciona su obra. Y yo pensaba que era rara.
Un escalofrío me recorre cuando noto la presencia de Ezra a mis espaldas, se detiene un momento y yo espero un comentario, pero este no llega. Continúa su paseo por el aula, frunciendo el ceño al observar algunas de las obras y yo intento, por tercera vez concentrarme.
No lo consigo. Pocos minutos después, algunos de los alumnos abandonan el aula y mi nerviosismo aumenta de forma considerable. ¿Y si no puedo pintar? ¿Y si no queda nada dentro de mí? ¿Nada que sacar? ¿Nada que salvar?
Aprieto los puños mientras intento calmar mi respiración. Solo me faltaba montar un espectáculo el primer día de clase. "Concéntrate. Busca algo que pintar para poder escapar de aquí ya".
Mis compañeros siguen saliendo silenciosamente y veo que Oli, aunque parece haber acabado, está haciendo tiempo para no dejarme sola. Ezra da una segunda vuelta y en ese tiempo el resto finalizan la tarea. Oli mira la hora con impaciencia y finalmente me susurra un "Lo siento, me tengo que ir" dejándome sola en el taller con él.
Ezra me ignora y ocupa su tiempo etiquetando cada uno de los lienzos para que nuestro profesor pueda evaluarlos. Cuando finaliza su tarea mira el reloj y por fin se acerca a mí poniendo los brazos en jarras en actitud seria.
—Sabes que no puedes abandonar la clase hasta que pintes algo.
—Lo siento, pero no... no puedo. No soy capaz de...
Me observa durante un instante y yo me siento vulnerable. No me gusta sentirme así y menos ante un desconocido. Para colmo, es la segunda vez que me pasa con él.
—No soy yo el que pone las normas. Esto es una escuela de arte... y no puedes pintar. ¿Tienes problemas?
Me pongo a la defensiva.
—Mira, ayer tuve un momento de debilidad, pero eso no significa que vaya a hablarte de mi vida. ¿De acuerdo?
Ezra pone las manos en alto como excusándose.
—No te confundas, aquí la que no puede llenar un lienzo vacío eres tú. Yo solo quería ayudar.
—No necesito tu ayuda.
Aprieto los labios en un gesto de enfado.
—De acuerdo, pero no te irás sin cumplir con tu tarea. —Y entonces esboza una sonrisa de superioridad evidenciando que estoy en un aprieto.
La ira decide tomar las riendas de mis actos en ese preciso instante y antes de que me dé cuenta le estoy gritando.
— ¿A sí? Pues cumpliré con tu maldito encargo. —Cojo el pincel más grueso y echo un montón de pintura negra en la paleta. Sin dudar cubro el lienzo entero hasta no dejar ni una pinta blanca—. ¡Ahí tienes!
Su expresión de desaprobación me cohíbe por un momento pero aún me puede el cabreo, así que sin esperar nada por su parte, cojo mis cosas y abandono el aula.
Salgo al exterior del edificio con paso acelerado y cuando el aire libre llena mis pulmones, mi enfado se desinfla como un globo y pienso ¿qué demonios acabo de hacer?
¿Qué os ha parecido el nuevo capítulo? Seguro que pensáis que es mucha casualidad que Alma se haya encontrado con Ezra en la escuela de de arte, pero... soy de las que pienso que la vida está llena de ese tipo de casualidades.
Si os ha gustado, no os olvidéis de votar y comentar.
Besitosss y no hagáis como Alma... ¡Disfrutad de la vida!
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