Capítulo 17
He de hacer un verdadero esfuerzo para ser capaz de levantarme por la mañana. Durante los primeros minutos después de despertar, sopeso la posibilidad de girar sobre mí misma y seguir durmiendo, pero no tardo en recordar que he de entregar varios trabajos antes de las vacaciones y para eso apenas faltan dos semanas.
Después de una ducha con agua más fría de lo habitual, salgo de la habitación dispuesta a bajar a la cocina pero en el segundo escalón oigo a mi padre hablando con María dentro de ella.
—Ya no sé qué hacer. Cada vez que tengo la sensación de que consigo avanzar con Alma, sucede algo que lo echa todo a perder. No consigo ganarme su confianza.
Noto tristeza en su voz y mi corazón se encoge un poquito.
—¿Acaso pensaba que sería fácil? —pregunta ella tranquilamente.
—¡No! No, claro que no... sé que nos estamos acostumbrados el uno al otro, que no dejamos de ser dos extraños en la misma casa. Era una niña cuando me aparté de su vida y ahora intento comprender a una joven a la que no conozco. No ayuda el que cada vez que la miro, veo a Elisa. Los mismos gestos, el mismo temperamento...
Oigo resoplar a María. Sé que no tiene la respuesta que mi padre necesita.
—Debería darle tiempo... no puede hacer nada más.
—Lo sé. Es solo... si tan solo estuviera dispuesta a hablar conmigo... —Guarda silencio durante unos minutos—. Tengo miedo de que se marche de esta casa y perderla de nuevo. En fin, he de irme al trabajo. Gracias, María.
—Sabe que no tiene que agradecerme nada.
Subo los escalones y aguardo en el pasillo mientras le oigo cruzar el salón y salir de casa. No quiero que descubra que estaba escuchando.
Entro en la cocina y ocupo mi lugar de todos los días, donde el zumo ya me espera. Apenas he dado un trago, cuando María se acerca.
—Sé que no soy nadie para entrometerme en tu vida, pero deberías hablar con tu padre.
—Buenos días a ti también, María.
La verdad es que no se ha cortado ni un pelo a la hora de dar su opinión.
—¿Y bien? —insiste.
—Ayer le estuve esperando, pero debió llegar muy tarde. —La miro de reojo y al ver que espera algo más de mí, continúo—. Está bien, intentaré hablar con él hoy. Pero te aviso que no tengo ni idea de lo que voy a decirle.
—¡Muchacha! Te aseguro que no tengo ningún interés en hacer de intermediaria entre los dos, sin embargo me da una pena tremenda que vuestra relación sea así. Puede que no haya estado contigo durante estos años, pero tu padre te quiere. No dudes ni un momento de ello.
Dejo de untar mi tostada y pienso en esas palabras.
—No se trata de que me quiera o no. Es solo que hay temas que no... no puedo hablar con él.
—Deberías, mi niña. Él es un buen hombre. Mejor de lo que tú crees y lo único que quiere es formar parte de tu vida. No desperdicies la oportunidad de tenerle a tu lado, ¿de acuerdo?
Asiento levemente. Realmente no tengo ganas de seguir hablando del tema, es muy pronto por la mañana para conversaciones tan trascendentales, así que me cuelgo el bolso y cojo la tostada.
—Lo intentaré, María. Pero no prometo nada.
Voy a la parada del autobús y paso el resto del tiempo hasta que llego a la Escuela de Arte, dando vueltas al asunto. Sé que a Ezra le conté lo ocurrido con mi madre, fue duro hacerlo, sin embargo creo que el hecho de que sea una persona ajena a esa situación hizo que resultara más fácil hablar de ello. Pero mi padre... volqué tanta rabia, tanta culpa en su figura... Resultó tan sencillo odiarle por no estar... por dejarme a mí la carga de cuidar de mi madre, por no darme los abrazos de consuelo que tantas veces necesité...
Sé que mi madre lo apartó de nosotras y conociéndola, también sé que no hubiera permitido que regresara para cuidar de ella, pero una cosa es que yo sea consciente de que mi padre no tuvo más opción que quedarse al margen y esperar, y otra muy distinta, que mi corazón y mi cabeza estén dispuestos a aceptarlo. No es fácil hacer borrón y cuenta nueva.
Durante las primeras clases, sigo ausente, con la cabeza en otro sitio y no regreso a la realidad hasta que Oli me saca de mi ensimismamiento.
—Tía, últimamente estás de lo más rara.
—Soy rara —certifico.
Suelta una risotada y varios compañeros nos miran con curiosidad. Nos sentamos en un banco y compartimos una bolsa de patatas fritas antes de que se acabe el descanso.
—Ya sabes lo que quiero decir. Estás más rara de lo habitual. ¿Es Ezra? ¿No te quiere? ¿No le quieres tú? —Pone una vocecita de lo más cursi y no puedo evitar sonreír. Oli y sus cosas—. ¡Ya lo sé! No es bueno follando.
Pongo los ojos en blanco pues sé que lo mejor que puedo hacer, es aceptarla tal y como es. No tiene filtros y con el sexo menos.
—No hay ningún problema con Ezra. Lo pasamos bien juntos y ya está. No hay nada más.
—Vaaale... me parece genial. No seré yo la que te diga nada, ya sabes que tengo costumbre de cambiar de pareja a menudo. Mientras los dos estéis en el mismo punto, no hay ningún problema.
¿Estamos Ezra y yo en el mismo punto?
—Creo que sí, es decir... yo... le dejé claro que no estaba en un momento en el que fuera capaz de sentir nada por nadie... si él ha seguido adelante, entiendo que ha sido ateniéndose a las consecuencias, ¿no?
Llego al final de la frase dudando de mis propias palabras y Oli me lo nota en el gesto.
—Ejem... ya veo que ha sido una buena idea sacar este tema... no te vuelvas loca ni nada pensando en ello, ¿eh? Es más, vuelve hacia atrás en el tiempo y haz como que no te he dicho nada.
Sin embargo, está dicho y ahora tengo otra cuestión más en la que pensar.
—¿Y tú? ¿Con quién andas ahora? —pregunto deseosa de centrar la conversación en ella.
—A ver... ¿te acuerdas de Tania? ¿La chica que te dije en el bar? Bueno, me enrollé con ella la otra noche, pero no sé... no fue algo memorable ¿me entiendes?
No puedo evitar preguntar.
—¿No será que cada vez eres más exigente?
Oli se da golpecitos en la barbilla mientras valora lo que planteo.
—Pues ahora que lo dices, puede que tengas razón. Con cuanta más gente me lío, más experiencia tengo y más alto coloco el listón. Quizás... debería sentar la cabeza y echarme una pareja en serio.
Nos miramos a los ojos por un segundo y ambas soltamos una carcajada. Puede que algún día cambie y tenga otras necesidades diferentes o puede que no. Lo que sé, es que ella es feliz siendo como es. Ojalá yo pudiera tener las cosas tan claras como ella.
Paso el resto de la mañana igual de descentrada, ya que mi conversación con Oli no me ha ayudado en nada. Es más, me hace pensar una y otra vez si Ezra se está tomando nuestra "no relación" de la misma manera. No digo que se trate solo de sexo, está claro que también somos amigos... hemos pasado mucho tiempo juntos, nos conocemos y hay una confianza que antes no existía. ¡Si incluso le hablé de mi pasado! Ezra me ha apoyado, consolado y escuchado en todo momento pero no creo que se esté enamorando de mí. No... de eso estoy segura. O eso quiero creer, porque si estuviera enamorado de mí, entonces sí que tendría un problema.
La clase de pintura se convierte en un infierno. El profesor Massini es un genio pero nadie podrá negar que también está chiflado. A estas alturas me he convencido de que tiene un trastorno bipolar grave. Hoy está arriba, mañana abajo. Hoy triste, mañana alegre. Hoy nos quiere, mañana nos odia.
Últimamente Ezra no está en muchas de sus clases y casi lo prefiero. En alguna de ellas le he visto apretar los dientes cuando el profesor ha criticado mi trabajo o mi actitud y me preocupa que llegue un día en el que salte y se busque un problema por mí. Realmente no sé qué hacer para mejorar en la asignatura. Aunque creo que estoy avanzando, está claro que no al ritmo que Massini quiere y la presión me está matando. En una semana tengo que entregar una obra y ni tan siquiera he decidido sobre qué voy a pintar.
Cuando llego a casa, recuerdo la conversación que mantuve con María por la mañana y de buenas a primeras decido ir a visitar a mi padre a su bufete. Sé que mientras no hable con él, no podré centrarme en otra cosa. Dejo mis cosas y salgo de nuevo hacia la parada de bus mientras busco en el móvil la dirección y cómo llegar hasta allí. En el trayecto descubro que la oficina está en pleno centro y me cuesta mucho menos encontrarla de lo que esperaba. Subo en el ascensor hasta la última planta y mi sorpresa es mayúscula al ver que toda la planta pertenece al bufete.
El enorme rótulo "Castell & Navarro Abogados" en letras plateadas llama mi atención poderosamente y tardo unos minutos en darme cuenta de que el chico que está sentado en la mesa de recepción justo debajo del letrero espera que me dirija a él. Le miro sin saber qué decir y finalmente decide preguntar:
—Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarte?
—Verás... busco a... —No quiero decir "mi padre" así que tras dudar un momento continúo— Alejandro. Alejandro Castell.
Esboza una sonrisa un poco forzada y yo hago lo mismo.
—¿Tienes cita? —Da por hecho que no es así ya que añade—. El señor Castell no recibe a nadie sin cita.
Respiro hondo intentando mantener la calma. Quizás la culpa haya sido mía por no decir desde el principio quien soy. Pero sigue sin apetecerme dar explicaciones.
—Te aseguro que a mí si me recibirá. —Me apoyo en el mostrador acercándome a él en plan "simpática" ensanchando aún más mi sonrisa—. Tú llama y dile que Alma está aquí. Ya verás como tengo razón.
Durante un segundo duda, sin embargo mi seguridad le hace pensar que hablo en serio y decide no cuestionarme más. Coge el teléfono y marca la extensión correcta.
—Señor Castell —Ante mi mirada baja aún más el volumen—, hay... una chica preguntando por usted... Sí, se llama Alma. De acuerdo, señor.
Cuelga con gesto nervioso sin embargo, antes de que tenga opción a hablar, mi padre abre la doble puerta de cristal y se asoma.
—¡Vaya! Qué sorpresa... ¿ocurre algo? —veo su gesto de preocupación y entiendo que mi visita era lo último que esperaba recibir.
—No... —De pronto, dudo de si esto es una buena idea—. Solo pensé en pasarme y ver dónde trabajas. Pero si molesto...
Mi padre esboza una sincera sonrisa que hace que me relaje un poco. Abre más la puerta de cristal mientras me hace un gesto con la cabeza.
—Ven. Te enseñaré todo esto.
Antes de traspasar la puerta, echo un vistazo al muchacho de la recepción y su cara de asombro lo dice todo. Mi padre también se fija.
—Suárez, deje de alucinar... es mi hija.
No esperamos a escuchar un posible comentario por su parte y le sigo mientras me muestra los diferentes espacios. Me llama la atención, que las paredes tanto de los despachos como de las dos salas de reuniones son de cristal, haciendo que dé la sensación de un lugar diáfano y luminoso.
—Qué poca privacidad, ¿no? —comento.
—Los cristales se pueden oscurecer si estamos reunidos con un cliente. Pero la mayor parte del tiempo los mantenemos así. En realidad somos como una pequeña familia, poco tenemos que ocultar entre nosotros.
Me gusta lo que cuenta, pero encaja poco con la imagen que yo tenía de un bufete.
—¿Cuánta gente trabaja aquí?
Parece echar una cuenta mental antes de hablar.
—Siete, en este momento. Aunque tres de ellos están en prácticas. Ya has conocido a Suarez. Diana se ganó su puesto el año pasado. En prácticas están Raúl, Marisa y Lara. Y por último, Marco y yo. Ven, te presentaré a Raúl. El resto están fuera.
Le sigo obediente hasta el despacho del fondo. Desde fuera distingo una figura enterrada entre varios montones de papeles. Apenas se distingue la superficie de la mesa. Mi padre abre la puerta sin más y entra. Yo dudo durante un instante y al final doy un paso a su interior.
—Raúl, hora de descansar. Saca la cabeza de entre esos documentos.
—Solo un segundo... —responde una voz suave que denota la más profunda concentración.
—De eso nada, llevas ahí varias horas —insiste mi padre—. Además tenemos compañía y me gustaría presentártela.
Al oír esto último, el chico se pone de pié apresuradamente, tirando un montón de papeles al suelo. Este se agacha para recogerlos y yo me acerco a ayudarle.
—Vaya, qué desastre, tendré que ordenarlos de nuevo...
Se detiene al reparar por primera vez en mí y ambos mantenemos la mirada durante unos segundos. Cuando veo que una sonrisa se dibuja en sus labios, aparto la vista y continúo recogiendo.
—Ella es Alma, mi hija —aclara mi padre, al entrever su interés.
—¿Tu hija? —pregunta incrédulo—. ¡Tu hija! Vaya...
El peso de su mirada sobre mí, me hace enrojecer y decido incorporarme para apoyar el montón de papeles que sostengo solo para salir de su campo de visión. Me acerco de nuevo a mi padre y el chico no tarda en apilar el resto de hojas de nuevo sobre la mesa.
—Deberías vaciar un poco esa mesa si no quieres que te pase de nuevo lo mismo —
le aconseja.
—Sí claro. Es solo que estaba buscando información para el caso de la señora Martín. Ya sabes, algún caso que haya marcado jurisprudencia.
—Luego podrás seguir con eso. Mira ahí está el repartidor.
Salimos fuera del pequeño cuarto y veo a un joven con un carrito lleno de comida.
—Buenos días señores —saluda en tono jovial—. ¿Qué les apetece hoy?
—¿Has comido? —me pregunta mi padre. Al ver que niego con rotundidad, señala el carro—. Elige lo que quieras.
Finalmente cogemos unas ensaladas con pasta y pollo, algo de bebida y fruta. Después nos dirigimos a la sala de reuniones más pequeña y comenzamos a dar buena cuenta de la comida.
Mi padre y Raúl pasan los primero minutos comentando un par de casos que tienen entre manos y yo les observo en silencio. Quería hablar con mi padre y aclarar lo ocurrido, pero está claro que no lo puedo hacer con uno de sus trabajadores delante y por otro lado, veo a mi padre tan relajado que quizás sea mejor no remover lo ocurrido el fin de semana.
Cuando terminan de repasan lo que tienen pendiente, él se dedica a contarle a Raúl lo de mi beca y por un momento me hace pensar que realmente está orgulloso de mí. Siempre he creído que preferiría otro futuro para mí, pero no es la primera vez que le oigo hablar así de mis estudios y eso me hace sentir bien.
Suena su móvil y después de atender la llamada, sé por su expresión que tiene que irse.
—Lo siento. Tengo que ir a ver a un cliente ahora mismo.
Me encojo de hombros.
—No pasa nada. Al fin y al cabo he venido sin avisar. Ya es mucho que hayamos podido comer juntos.
—De todas formas, Raúl se ocupará de ti. Muchacho, invítala a un café y dedicate a contarle lo maravilloso que es su padre —le dice con cierta sorna.
El chico le mira divertido y sé que ese tono distendido es el que suele utilizar de forma habitual con ellos.
—Sí señor. Cumpliré sus órdenes con mucho gusto.
Mi padre me da una palmada en el hombro.
—Nos vemos en casa luego.
Se va y yo me dedico a recoger los restos de comida mientras noto que Raúl no me quita la vista de encima.
—¿Sueles mirar a todas las chicas así? —le pregunto sin cortarme ni un poco.
Durante un instante se queda totalmente serio, hasta el punto de hacerme pensar que mi comentario le ha sentado mal, pero acto seguido comienza a reírse.
—No es eso... es solo que no te imaginaba así...
No entiendo por qué debería imaginarme de alguna forma así que insisto.
—¿A no? ¿Y en qué te basabas para imaginarme de una u otra manera?
Abre los ojos, sorprendido al parecer de que sea tan directa.
—No sé, vale que en la foto del despacho se ve que solo eras una cría, pero no te reconozco... tus rasgos han cambiado mucho.
Intento encajar sus palabras. ¿Despacho? ¿Foto? ¿Qué foto?
—¿Me la puedes enseñar?
Raúl asiente y cuando sale de la sala de reuniones, no dudo en ir tras él. Entra en el despacho que hay dos puertas hacia la derecha y me acerco con prisa a la mesa de trabajo de mi padre. Solo hay un portaretratos en ella y lo cojo con miedo, como si temiera que al tocarlo, la imagen se rompiera en mil pedazos. La foto muestra un momento que aunque intento, no consigo recordar. En ella no tengo más de siete años y estoy sentada sobre las rodillas de mi padre. Ambos sonreímos a cámara y no puedo evitar pensar, cuánto queda de esas dos personas en nosotros. La vida nos ha cambiado, nuestras sonrisas ya no son las mismas...
—Tienes razón —digo con un susurro—. Yo tampoco me reconozco en esta imagen.
Aun así, saco el móvil y saco una foto. Sé que querré volver a verla. Después, la deposito en su lugar y me dirijo a la puerta, dispuesta a irme.
—Bueno, gracias por todo.
—¿Te estás despidiendo? —me pregunta extrañado acercándose a mí—. Recuerda que he de invitarte a un café.
Tiene que estar de broma.
—Sabes que no es necesario.
—Primero de todo, si tu padre me ha dicho que lo haga, no iré en contra de una orden de mi jefe. Y segundo... realmente me gustaría tomar ese café contigo.
Resoplo un poco contrariada.
—Está bien. Todo sea por evitar que tengas un problema con "tu jefe".
Me lleva a una cafetería frente a las oficinas y nos sentamos en un rincón del local con nuestros cafés. Le observo mientras doy el primer sorbo, él está en ambiente y se nota en su actitud relajada. La mayoría de la clientela lleva traje al igual que él, no como yo que llamo la atención con mis vaqueros viejos y mi camiseta manchada de pintura. En el despacho no me había dado cuenta de cuanto desentonaba, pero aquí es más que evidente. De todas formas él no parece avergonzarse de mi compañía. O lo disimula muy bien.
—Tu padre nos había hablado de ti, pero creo que tu visita le ha sorprendido.
Directo al grano.
—Lo sé. ¿Te gusta trabajar para él?
—Sí, claro. Es una gran oportunidad.
Bufff... me rechina su formalismo. Tengo la sensación de que habla conmigo como si estuviera contestando al cuestionario de una entrevista de trabajo. No tardo en darme cuenta de cuál es el problema.
—¿Crees que voy a ir contándole a mi padre lo que hablemos aquí?
Veo su gesto nervioso. Está claro que le he pillado.
—¿Lo vas a hacer?
—Puedes estar tranquilo. Apenas hablo con él.
Raúl da vueltas a su café con la cucharilla pensativo.
—Aun así, creo que se trata de un gran trabajo.
Ahora sí me lo creo. En realidad ha dicho lo mismo que antes, pero parece haber abandonado su pose de abogado prometedor y esta vez, su tono de voz parece sincero. Levanta la vista y me fijo en sus ojos color caramelo.
—¿Y cuales son tus aspiraciones? ¿Ser mejor que tus compañeras y ganarte un puesto en el bufete? ¿Dedicarte toda tu vida a defender a señores ricachones que se bañan en champán? —Me ha salido la vena cínica y al acabar, pienso que me debería haber mordido la lengua.
—En realidad me gustaría defender a gente sin recursos...
—¡Ja! —le interrumpo—. He aquí un idealista. Te voy a contar algo que igual no sabes. Puede que tus intenciones sean esas, pero acabarás vendiéndote por un puñado de dinero, como todos. Como mi padre.
Raúl frunce el ceño y la sonrisa que se dibuja en su rostro me descoloca.
—Tú no tienes ni idea de lo que hace el bufete de tu padre, ¿verdad?
—Ya te he dicho que apenas hablo con él.
—Es cierto que Marco y Alejandro se dedican a atender a grandes compañías y administran las cuentas de varios peces gordos del país, pero parte del dinero que gana el bufete, lo utilizan para que Diana y los que estamos en prácticas, nos encarguemos de atender a clientes que no pueden permitirse un abogado. Es por así decirlo, su labor solidaria. En vez de donar dinero, directamente lo emplean en su propio negocio, dándonos trabajo a nosotros que nos encargamos de defender a esas personas.
Abro la boca para decir algo, sin embargo la vuelvo a cerrar pues me siento de lo más estúpida en este momento. ¿Mi padre usa su bufete para ayudar a otras personas? Sé que debería alegrarme por descubrirlo, sin embargo me siento mal por haberle juzgado sin saber la verdad.
—Siento... siento lo que te he dicho antes —Apenas me sale un hilo de voz.
—Ey, no pasa nada. Estoy acostumbrado a que la gente piense eso de mí en cuanto escuchan que soy abogado. No quiero que te lleves un mal rato por esto.
Sonrío agradecida, otro en su lugar no hubiera sido tan comprensivo.
—¿Qué tal si hacemos borrón y cuenta nueva? ¿Qué tal si solo somos Alma y Raúl?
—Por mí perfecto.
Llego a casa un buen rato después. Raúl ha resultado ser un chico de lo más divertido y cuando nos hemos despedido, he aceptado tomar otro café con él. Hubiera estado más tiempo charlando, sin embargo tenía una cita a las cuatro con un cliente y no podía llegar tarde. Tendremos que continuar la conversación otro día...
Decido centrarme en el trabajo que tengo que entregar a Massini y le doy vueltas a una idea que me ha surgido mientras volvía en el bus. Coloco un nuevo lienzo en el caballete y comienzo a trazar las líneas del esbozo que tengo en mente. Cuando ya está anocheciendo, miro el cuadro que tengo ante mí y veo en él la reproducción de la fotografía que encontré en su despacho. Suspiro satisfecha, aunque la gama de colores, grises y azules quizás le dan un aire más melancólico a la escena. Me fijo en mí, una pequeña niña feliz sobre las rodillas de su padre y él... su sonrisa lo llena todo, hasta el punto de que esa sonrisa empieza a causarme un dolor desgarrador. "Esa imagen no es real. No erais felices. ¿Olvidaste las discusiones?¿Olvidaste el abandono?¿ Olvidaste la tristeza de encontrarte sola, llevando sobre tus hombros la carga de la situación?"
Mis ojos se llenan de lágrimas mientras la rabia llena y satura cada poro de mi piel, enfadada paso mis dedos por la paleta, manchándolos de pintura y los arrastro a lo largo de la figura de mi padre, emborronándola, convirtiéndola en una sombra, en un espectro siniestro que mantiene a una niña sentada sobre él. Solo queda de él, su mirada serena y entonces me doy cuenta. Caigo de rodillas en el suelo y lloro desconsoladamente. No odio a mi padre, odio lo que pudo ser y no fue. Odio haber perdido durante todos esos años la posibilidad de ser feliz. Pero no le odio a él, no le odio...
La ducha, más allá de limpiar la pintura y mis lágrimas, me tranquiliza y cuando salgo de ella me siento diferente. Miro el cuadro y sé que si esto no consigue contentar a Massini, nada lo hará. El resultado final ha surgido de mis entrañas, del dolor y del reconocimiento. Me ha liberado de una de las tantas cargas que llevo mucho tiempo soportando y todo lo que el cuadro refleja, es un sentimiento puro y genuino.
Bajo a la cocina y me asusto al encontrar a mi padre con la cabeza metida dentro de frigorífico.
—Hay algo de jamón al horno. —Mi padre sobresaltado mira hacia atrás—.Podemos cenar unos sándwiches.
—Qué susto me has dado. Claro, eso mismo estará bien.
Me acerco a él y saco varios ingredientes: el jamón, lechuga, tomate, queso y mayonesa. Me sitúo en la encimera y él se coloca a mi lado.
—Ve cortando los tomates ¿serás capaz? —pregunto a sabiendas de que la cocina no es lo suyo.
—Bueno, una cosa es que no sepa cocinar un estofado y otra, que ni siquiera me las pueda apañar con un tomate.
Me río de su comentario pero aun así, insisto.
—Va en serio. Tú no te cortes, no me apetece tener que ir a urgencias contigo y con un dedo en una bolsa con hielos.
Nos ponemos en faena y mi padre no tarda en preguntar.
—¿Qué tal con Raúl? Cuando le he visto después parecía entusiasmado contigo.
Me choca su comentario, no creo que yo sea una persona con la que alguien pueda "entusiasmarse".
—¿De verdad?
—¡Aja!
—Bueno, ha sido muy amable.
Distribuyo los ingredientes sobre el pan de molde y añado un poco más de mayonesa antes de cerrar el sándwich. Una vez listos, sacamos bebida y nos sentamos a cenar allí mismo.
—Me alegra que decidieras pasar por mi despacho.
—Y a mí me alegra saber que no eres un abogado sin escrúpulos —digo sonriendo.
Pasamos un buen rato hablando de su trabajo. Me cuenta cómo surgió lo que Marco y él llamaron "El plan B" ya que ambos estaban de acuerdo en que tenían suficiente dinero como para utilizar una parte para pagar a unos pocos abogados jóvenes e idealistas y que estos se dedicaran a defender a gente que de verdad lo necesita. No me sorprende cuando me dice que Raúl tiene todas las papeletas para ganarse un puesto fijo, pues según él, es difícil encontrar a alguien con tanto tesón y cabezonería por sacar un caso adelante.
Por la noche, tumbada en la cama pienso en lo que hoy he descubierto al tomar una decisión tan simple como la de visitar a mi padre. Mi móvil vibra en la mesilla y al mirar, leo un mensaje de Ezra.
—Se me hace extraño no haber sabido de ti en todo el día, pero entiendo que tienes mucho en lo que pensar. Solo espero que entre tanto pensamiento haya un hueco para mí.
Daría lo que fuera porque él pudiera estar en este momento a mi lado, abrazándome. Parece que hace un siglo de la última vez que nos besamos y apenas ha pasado un día. No sé hasta qué punto es bueno que le eche así de menos, pero creo que poco remedio tiene. Tecleo un mensaje para él:
—Han pasado muchas cosas hoy. Cuando nos veamos te cuento. Pensar en ti, es añorar tus besos y te aseguro que los echo en falta...
—No me hagas pensar en ello o me colaré en tu cuarto aun a riesgo de que tu padre nos pille. No, en serio, en cuanto pueda, pondré remedio a tu añoranza. Duerme bien.
Y pensando en sus besos, me quedo dormida.
¡¡Hola a todxs!! ¿Qué os ha parecido el nuevo capítulo? Ya sé, se os habrá hecho raro que haya dejado un poco al margen a Ezra, pero creo que era importante centrar este capítulo en la relación con su padre.
También tenemos un personaje nuevo, Raúl... ¡ejem! no diré nada, más adelante ganará importancia en la historia. Ahí lo dejo.
He elegido este vídeo de Marco Mengoni porque me parece que tiene un mensaje estupendo. Deberíamos escuchar canciones así una y otra vez.
Espero que os haya gustado el capítulo. Y si hoy os sentís generosxs, podéis votar y comentar, yo estaré encantada, os lo aseguro.
Mil gracias por leerme. ¡Besitosss!
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