Capítulo 13



Mi primer pensamiento al despertarme, es el de coger mis cosas y huir pero las palabras de Ezra vuelven a mi mente antes siquiera de que abra los ojos: "Mañana, seguirás aquí, ¿no?". Pestañeo varias veces para conseguir enfocar la vista, pues la claridad que inunda la habitación hace que me sea difícil distinguir nada. Cuando por fin el techo toma forma, también toman forma los recuerdos de las últimas horas. Noto el cosquilleo que me recorre el cuerpo hasta instalarse en mi estómago, al recordar cada momento, cada beso, cada caricia... Buf, demasiado intenso para querer que solo se trate de sexo. ¿Realmente podremos ser solo dos personas que se gustan sin ir más allá?

—Dime que no estás pensando en que lo de anoche fue una mala idea.

Giro la cabeza y analizo la expresión de Ezra. ¿Está preocupado?

—Se dice "buenos días" —respondo con sarcasmo pero sonriendo.

—Vale. —Se acerca a mí y me rodea la cintura con sus brazos mientras hunde la cabeza en mi cuello—. Buenos días. Y ahora dime que está todo bien.

Me doy cuenta de que no sabe qué esperar de mí y eso hace que me sienta fatal. Vale que ni yo misma me aclaro, pero Ezra no se merece tener que andar con pies de plomo por mi culpa.

—No me gusta pensar que andas a la expectativa porque no sabes como voy a reaccionar.

Suspira contra mi cuello antes de separarse un poco y mirarme a los ojos.

—No es eso. Dije en serio lo de que quería que estuvieras segura de esto.

—Y yo dije que mientras "esto" solo sea dos personas que pasan el rato juntas, no hay problema.

La sonrisa de Ezra se ensancha y por un momento me da miedo lo que pueda estar pensando.

—Entonces se me ocurre algo que podemos hacer antes de ir a desayunar...

Cuando se acerca para besarme, le tapo la boca con la mano.

—No lo dirás en serio. Luc debe estar durmiendo ahí al lado. O puede que ya esté levantado. ¿Y si entra?

—A Luc nunca se le ocurriría entrar sin llamar. No te preocupes por eso.

Coge la palma de mi mano y la besa, antes de seguir dejando besos a lo largo de mi brazo hasta llegar al cuello y alcanzar mi boca. Por un momento pienso en frenarle de nuevo pero luego pienso "¡Qué demonios!". Por una vez me siento bien, él me hace sentir bien y estoy dispuesta a aprovecharlo mientras dure. Me ciño aún más a su cuerpo y entierro los dedos en sus rizos, olvidando todo lo que me agobia y me bloquea, al menos por un rato.

El agua de la ducha me reconforta y salgo del baño dispuesta a afrontar un nuevo día. Por suerte, llevaba en el bolso una muda y otra camiseta así que cuando entro de nuevo en la habitación Ezra me mira sorprendido.

— ¡Venga ya! Es imposible que llevaras ropa limpia ahí dentro...

—Es típico consejo de madre, decirte que si vas a hacer un viaje, aunque sea corto, lleves muda por si acaso.

Se pone de píe de un salto y se coloca los pantalones.

—Pues a la mía se le olvidó ese consejo. Tendré que pedirle a Luc algo de ropa.

Salimos y no puedo evitar fijarme en su contorneada espalda mientras le sigo por el pasillo camino de la cocina. Al recordar que hace nada estaba entre sus brazos envuelta en un remolino de sensaciones, enrojezco sin remedio y sin darme cuenta, cierro los ojos y agito la cabeza intentando liberar mi mente de esos sucios pensamientos.

Nos encontramos a Luc sentado en la zona de comedor que hay al lado de la cocina, desayunando tranquilamente.

—Buenos días, dormilones —nos saluda sin levantar la vista del periódico.

—Buenos días —respondo educadamente.

—Oye tío, ¿me puedes prestar algo de ropa?

—Sí claro. Ya sabes dónde... —De pronto Luc se pone en pie de un salto—. Espera, ya te busco yo algo si eso.

Ezra y yo nos miramos interrogantes mientras le vemos correr en dirección a su cuarto y no tarda en aparecer con varias prendas en la mano. Se las lanza a Ezra que las coge al vuelo antes de dirigirse al baño.

—Gracias, voy a darme una ducha.

Luc me mira al verme allí de pie sin saber muy bien qué hacer.

—Sírvete lo que quieras. Tienes café recién hecho allí.

Asiento levemente y me dirijo al lugar que me ha señalado dispuesta a llenarme una taza. Le miro de reojo y veo que vuelve a estar enfrascado en el periódico sin prestarme ni la más mínima atención, así que regreso a la mesa y me siento frente a él. Se me hace extraño estar en la casa de alguien que apenas conozco y aunque Luc me cae muy bien, no puedo evitar sentirme un poco rara. Doy un sorbo al café y finalmente me decido a coger una tostada, que mordisqueo sin mucho entusiasmo.

Ezra regresa minutos después. Por un momento parece que le extraña nuestro silencio, pero no tarda en servirse el desayuno y sentarse a mi lado.

—El fin de semana Luc duerme muy poco —me dice en voz baja como si así él no le oyera— por eso a estas horas no es muy amigable.

Este baja un poco el periódico, lo justo para enviarle una mirada asesina.

—Gracias por el cumplido, socio.

Estos comienzan a reírse a carcajadas y yo me uno a ellos con una tímida sonrisa.

De pronto veo a una chica aparecer por el pasillo y pestañeo varias veces pensando en si se tratará de una alucinación, pero al mirar a Ezra y ver su cara de sorpresa, sé que ella es real. Más aún cuando se acerca a nosotros y le da un beso a Luc en la cara.

—Hola a todos —saluda alegre. Coge un pequeño croisant y lo engulle de tres bocados—. Luc, tengo que irme. Quedamos otro día, ¿vale?

Ambos le miramos atónitos por la situación y este carraspea antes de hablar.

—Sí, claro. Ya hablamos.

La chica coge otro croisant y se va, no sin antes hacernos un gesto de despedida con la mano. En cuanto la puerta se cierra, Ezra habla.

—Vale... ahora entiendo por qué has saltado con un resorte para ir tú a buscar la ropa al cuarto... te has dado cuenta de que si yo entraba, me la encontraría en tu cama.

—Bueno, para Isa no hubiera sido un problema... bastante que no ha salido desnuda del cuarto...

Me guiña un ojo y yo opto por dar otro trago al café. Mejor no añadir nada, al fin y al cabo no la conozco y no me gusta opinar de los demás por las buenas.

Terminamos de desayunar sin prisas y dejo que se pongan de acuerdo en el plan para hoy. Al final, deciden ir al mercado en el coche, así, por la tarde, dejaremos a Luc en el bar y haremos el viaje de vuelta.

Llegamos al lugar cerca del mediodía, con el tiempo justo para echar un vistazo antes de comer y dejar las compras para la tarde. Había estado en varios mercadillos con anterioridad, pero lo que encuentro en este, me sorprende gratamente. Luc me explica mientras paseamos entre los pasillos, que hace un par de años se les ocurrió la idea de adecentar esa fábrica vacía para hacer un mercado un domingo al mes. La iniciativa tuvo tanto éxito entre vendedores y compradores que apenas dos meses después, el mercadillo comenzó a abrir cada domingo.

Muebles, artículos de decoración, libros y ropa tanto nuevos como de segunda mano. Puestos de dulces y plantas. Arte por doquier. No puedo evitar mirar embelesada todo cuanto me rodea sin ser capaz de saber qué me gusta más.

Rato después salimos a un enorme patio trasero donde varias food trucks sirven comida de todo tipo. Dejamos que Luc elija los menús y finalmente se decanta por pedir en diferentes puestos y repartir todo entre los tres. Tomamos asiento y disfrutamos de una agradable comida al sol, en un ambiente de lo más relajado. Con el apetito ya saciado pienso, por segunda vez en el fin de semana, en los kilos que voy a coger si sigo comiendo a este ritmo. Realmente no es algo que me importe sino al contrario, quizás por fin pueda volver a llenar los pantalones que desde los últimos meses me cuelgan de las caderas. Cuando ya no tienes interés por nada, la comida pasa a ser algo secundario, comes lo justo para no enfermar, pero dejas de disfrutar de ella, como del resto de las cosas. Me anima pensar que algo está cambiando, ya que de pronto incluso saborear un café especiado como estoy haciendo ahora mismo se convierte en algo especial. Quizás esté volviendo a apreciar las pequeñas cosas...

Salgo de mis pensamientos al fijarme que Ezra me observa sonriendo. ¿Me habrá preguntado algo y no me he dado cuenta?

—¿Ocurre algo? —le pregunto despistada.

Miro a mi alrededor al notar que Luc no está a mi lado y le veo a unos pocos metros comprando unos pastelitos.

—Es solo que estabas sonriendo. No sé qué es lo que pasaba por tu mente, pero se te veía feliz.

Feliz... qué extraño me resulta pensar en esa posibilidad. ¿Puedo ser feliz? Quizás en este momento lo sea, pero ¿y mañana? Mañana puede que todo se desmorone... intento alejar ese pensamiento que puede arruinar la tarde.

—En este momento me siento bien —reconozco mientras juego con la cucharilla del café— y eso es mucho, teniendo en cuenta mi último año.

—Realmente no sabía qué esperar de este fin de semana, pero después de lo que acabas de decir, me doy por satisfecho.

—¡Aquí tenéis! —Luc deja unos pasteles en el centro de la mesa— Los mejores pasteles de almendra de la ciudad.

Los miro con dudas, aunque tienen una pinta estupenda.

—Yo voy a tener una indigestión si sigo comiendo...

—Bueno, tranquila. Puedes llevártelos para el viaje de vuelta.

Retomamos nuestro paseo y no tardamos en cargarnos de cosas. Luc compra unos cuantos libros más para la biblioteca del bar, además de un par de litografías que consigue a buen precio después de regatear. Ezra se decanta por unas semillas para su madre, material para las pulseras de su hermana Sara y unas herramientas de marquetería para Noah. Además compra en un puesto varias piezas de vidrio que según él le servirán para su trabajo de fin de curso. El comerciante le mira extrañado pues creo que pensaba que nunca se iba a deshacer de ese material, pero está claro que solo Ezra sería capaz de sacarle partido a algo totalmente inservible.

Yo encuentro varias cosas interesantes. Unos carteles franceses de chapa de principios del siglo XX con los que pienso decorar mi habitación. Un marco de fotos de nácar. Varios libros de arte y de restauración de segunda mano que me salen muy baratos. Me hago también con semillas de varias plantas con intención de poner unos cuantos tiestos en la terraza. En un puesto de ropa y calzado encuentro unas botas militares pintadas a mano y no dudo en cogerlas para Oli. Al fin y al cabo, quiero agradecerle el que se preocupara de buscarme ropa para la fiesta. Algo me dice que le van a encantar.

Me detengo en un puesto y miro una pequeña cómoda. De estilo barroco, con las patas curvas, y cuatro cajones, no medirá de ancho más de veinticinco centímetros y me llega a la altura de la cintura.

—Cómprala —me dice al oído Ezra y yo me sobresalto pues no sabía que estaba tan cerca—. Es la tercera vez que te detienes a mirarla.

No sabía que mi interés había resultado tan obvio.

—No... es decir... seguro que es cara. Y además puede que no entre en el coche...

Ezra arquea las cejas.

—Excusas. Vale que el coche es una mierda, pero en el maletero entra. Y en cuanto al precio... ¿tu has visto cómo está? Solo la puede comprar alguien que sea capaz de restaurarla. ¡Vamos!

Me coge de la mano y tira de mí para acercarse al vendedor.

Minutos después vamos camino del coche, con la cómoda, claro.

—Ha resultado más fácil de lo que esperaba —digo sin creerme todavía lo poco que he pagado por ella.

—El buen hombre era consciente de que en este estado no tiene ningún valor.

—Eso sí, una vez restaurada, puedes sacar un dineral por ella —resuelve Luc convencido—. Por eso yo vine aquí a buscar material. Era imposible que pagara por los muebles ya restaurados. Una amiga les dio un pequeño lavado de cara y listo.

No le quito razón a lo que dice.

—Vale que restaurar un mueble implica gasto de materiales y sobre todo de tiempo, pero es cierto que las tiendas ponen unos precios desorbitados. Bueno —digo mirando mi adquisición—, espero poder hacer un buen trabajo con ella.

Llegamos al coche y nos lleva un buen rato conseguir colocar todo en el maletero. Cuando dejamos a Luc en el bar, me entristece despedirme de él. Debo haberme vuelto loca, ¡si apenas le conozco desde ayer! Antes de saber qué hacer, me envuelve dándome un fuerte abrazo y me planta un sonoro beso en la mejilla.

—Sabes que eres bienvenida aquí siempre —me dice y yo le sonrío agradecida sin ser capaz de articular una sola palabra.

Después ellos se funden también en un abrazo.

—Gracias por todo, tío.

—No me des las gracias. Y espero que no pase tanto tiempo como esta vez para la próxima visita.

—Seguro.

Montamos en el coche y pasamos varios minutos en silencio.

—Estás muy callada...

—Estaba pensando en la suerte que tienes de contar con él.

Ezra suelta una carcajada.

—Cuéntale eso a mi madre la próxima vez que la veas. No termina de creerse que Luc se haya reformado. Es lo que pasa cuando te haces una mala imagen de alguien, después es difícil cambiar eso.

Tiene razón. Imagino que su madre lo pasó fatal durante esos años de rebeldía y es difícil pensar que la gente cambie para bien.

—Pero tú has cambiado, si lo ha visto en ti, ¿por qué no lo ve en él?

—Solo sabe lo que yo le cuento y soy incapaz de convencer a Luc de que venga un día a casa para que mi madre vea que ya no es el delincuente de hace unos años. Creo que en el fondo se avergüenza tanto de aquello que le cuesta verla a ella, porque eso le recuerda lo que fue y todo lo que hizo.

No puedo evitar resoplar.

—Es difícil cuando echas la vista atrás y no te gusta lo que ves.

—Pero, recuerda lo que hablamos. Los errores nos sirven para aprender. Claro que a mí me gustaría no haberme comportado como un idiota todos esos años, sin embargo eso no tiene vuelta atrás. Ahora, me conformo con intentar hacer las cosas bien cada día. Nada más.

—Pues yo no puedo evitar sentirme mal. Aún no he encontrado la forma de evitar sentirme así. Hay días que casi consigo no pensar, pero otras, mi cabeza se empeña en recordar una y otra vez las mismas cosas. Da igual que sepa que eso me daña, mi mente va por libre.

Me fijo en el ceño fruncido de Ezra y me doy cuenta de que no debería hablar de estas cosas. Cada vez que me sincero con él, veo que se preocupa y no debería ser así. Es mi problema, solo mío.

—Pero ¿no estás mejor ahora que cuando llegaste?

—Sí, claro. Pero incluso en el mejor día, siempre hay un momento en el que algo me hace recordar otros tiempos y aunque cada vez me recupere antes del mal trago, eso sigue ahí, haciéndome daño y bloqueándome.

—Quizás aún tienes algo pendiente...

Trago saliva con dificultad.

—Sé que tengo algo pendiente, pero como te dije, de momento no quiero afrontarlo, ni pensar en ello. Creo que primero tengo que conseguir ser un poco más fuerte, no sé si me entiendes. Hay gente que piensa que una tirita es mejor quitar del tirón, pero no siempre es así. Sobre todo si está muy pegada. A veces, primero hace falta, no sé, humedecerla un poco para que sea más fácil despegarla.

Yo misma me echo a reír por la explicación y me tranquiliza ver que él también sonríe. No me gusta verle serio.

—Vale, lo pillo. De todas formas, ¿no has pensado en pedir ayuda?

Al momento sé a lo que se refiere.

—¿Un psicólogo? Ya pasé por eso, estuve unos meses a pastillas, pero un día me di cuenta de que para lo único que me servían era para tener el cuerpo y la mente anestesiados y no sentir nada. Continué con la terapia y me negué a tomar medicación, excepto para controlar mis ataques de ansiedad. Mi psicóloga me recomendó buscar a alguien para seguir la terapia aquí, pero creo que contigo tengo suficiente.

Ezra suelta una carcajada.

—Estamos apañados entonces. Ya ves qué bien salió mi idea de obligarte a entrar en el agua...

Me sube un escalofrío al recordar el agobio que sentí en ese momento.

—Sé que lo hiciste con buena intención, pero hay veces que necesito hacerme a la idea, para ser capaz de afrontarlo. Aquello me pilló del revés, así de sencillo. Pero, bueno... ¿podemos dejar de hablar de estas cosas? Sabes que mi nivel de tolerancia a hablar de mi misma tiene un tope.

—De acuerdo —se queda unos segundos pensando—. Oye, ¿dónde vas a restaurar la cómoda? Tienes una habitación o algo...

Ni me había parado a pensarlo. No creo que mi padre tenga una habitación vacía, en el cuarto no puede ser, pues por la noche me intoxicaría con el olor de los productos y estoy segura de que el garaje es el peor lugar donde podría ponerme a restaurar. Solo me faltaba manchar su Audi de pintura.

—Pues no... —respondo preocupada.

—Puedo hacerte sitio en mi taller.

Le miro sorprendida. Realmente cuando me ha hecho la pregunta ya contaba con ofrecerse él.

—¡No sé si es buena idea Ezra! Es decir, te lo agradezco mucho, pero no quiero ser una molestia. Tú tienes que trabajar en tu proyecto y que yo esté por ahí en medio...

Suelta la mano del volante para sostener la mía durante un instante.

—Alma... ¿crees que me ofrecería si pensara que no es una buena idea? Además yo tengo muchas herramientas, pinturas... y hay espacio de sobra para los dos. ¿No ves que el coche lo dejamos aparcado en la calle?

Me río. Es gracioso tener un garaje y dejar el coche fuera, porque dentro no hay sitio.

Respiro hondo un par de veces antes de decidirme.

—De acuerdo.

Ezra decide poner música y yo me relajo. Sin darme cuenta, cierro los ojos un instante y me quedo dormida. Cuando despierto, pensando que apenas habrán pasado un par de minutos, veo que el coche está aparcado frente a mi casa.

—¿Hemos llegado? —digo enderezándome en el asiento, sorprendida—. Si solo he cerrado los ojos un momento... ¡vaya compañera de viaje estoy hecha!

En parte me da pena haber desperdiciado ese rato con él, durmiendo.

—Tranquila, lo entiendo. Esta noche no hemos descansado mucho que digamos.

Me guiña un ojo, divertido. Salimos del coche y me ayuda a sacar mis cosas del maletero, excepto la cómoda. Me doy cuenta de que no podré yo sola con todo pues los carteles son bastante grandes y los libros pesan, así que me encamino hacia la casa con Ezra siguiéndome a pocos pasos. Cuando abro la puerta de entrada, rezo mentalmente para que mi padre no esté en casa. No tengo ninguna gana de tener que hacer las presentaciones de rigor. El silencio de siempre nos envuelve y respiro aliviada. Subo directamente a mi dormitorio y deposito los libros y demás cosas sobre la cama. Al darme la vuelta, le veo parado en el marco de la puerta cargado con los carteles sin saber muy bien qué hacer.

—Déjalos apoyados en esa pared. —Señalo un espacio libre al lado de las baldas. Ezra los deja allí y se entretiene un momento mirando mis libros. Después continúa analizando la habitación y sé lo que está pensando.

—Me está costando un poco pensar que esta es mi casa ahora —reconozco.

—Bueno, ahora entiendo lo de estos carteles, la cómoda, las semillas... seguro que se verá más acogedora con todas esas cosas.

Me apoyo en el borde de la cama y él se sienta a mi lado.

—Tampoco es que tenga pensado quedarme mucho tiempo aquí, pero de momento...

—Tengo que irme ya —dice mirando el móvil—. Mi madre tiene que trabajar y ya sabes que prefiere que no deje a las fieras solas mucho tiempo.

Me pongo de pie y él me imita.

—Sí, claro —lo entiendo perfectamente pero no me apetece que se vaya.

Me mira con una media sonrisa.

—Deja que me despida como es debido. —Elimina la distancia que hay entre ambos y me envuelve con sus brazos antes de besarme. Me besa con ansia, casi con necesidad y esa sensación me llena por completo. No recuerdo haberme sentido así con nadie y me deleito en ese beso como si fuera el último. Cuando dejo de sentir el contacto de sus labios, abro los ojos decepcionada, pues no deseaba que el momento acabara, sin embargo lo que más me sorprende es ver en él la misma expresión de fastidio. Se separa de mí y revuelve su pelo nervioso.

—¡Arrrg! No quiero irme. Es culpa tuya. —Me señala con un dedo acusador—. Si me hubieras mandado a paseo... pero no, me regalas un fin de semana estupendo, y ahora tengo que ir a mi casa y no me apetece ni lo más mínimo.

Se acerca de nuevo y vuelve a besarme entre risas. Me separo lo justo para hablar.

—Si lo prefieres te mando a paseo ahora...

—Quiero pensar que a ti también te ha gustado pasar el fin de semana conmigo —busca en mis ojos la respuesta, esperanzado.

—No ha estado mal.

Me da un último beso.

—Me conformo con eso.

Me coge de la mano y salimos de la habitación. Mira la casa fascinado.

—Esta casa es una pasada.

—Prefiero la tuya.

Me mira extrañado.

—Sí,claro.

—Lo digo en serio. Este lugar es demasiado frio.

A medio camino de la puerta de entrada, oímos esta abrirse y nos encontramos con mi padre que nos mira un tanto descolocado. Al momento, suelto la mano de Ezra, más por reflejo que por otra cosa y sonrío de forma forzada.

—Hola —saludo un tanto incómoda. Mi padre no le quita la vista de encima y entiendo que no tengo más remedio que presentarle—. Este es Ezra. Me estaba ayudando a descargar unas cosas que he comprado en la ciudad.

—Hola ¿qué tal?—Ezra le tiende la mano y mi padre se la estrecha educadamente.

—Hola Ezra. ¿Acabáis de llegar ahora?

—Sí —contesto —, apenas hace unos minutos.

—Bien. Ezra, ¿quieres quedarte a cenar con nosotros?

Abro mucho los ojos. Lo último que esperaba era una invitación por su parte.

—Muchas gracias, pero no puedo. Tengo que ir a cuidar de mis hermanos y la verdad es que se me está haciendo tarde ya.

—De acuerdo. Otro día entonces.

Ezra asiente.

—Por supuesto, otro día. —Me guiña un ojo y abre la puerta para salir—. Mañana nos vemos, Alma.

—Si, hasta mañana.

Se cierra la puerta y mi padre y yo nos miramos en silencio.

—¿Tu novio? —pregunta.

Pongo los ojos en blanco. Sí que ha tardado mucho.

—Quedamos en que no me harías preguntas sobre mi vida privada.

Mi padre levanta las manos en alto.

—Has estado todo el fin de semana fuera y no me he metido. No creo que sea tanta intromisión preguntar si es algo más que un amigo.

Suspiro resignada.

—No es mi novio, pero sí alguien importante para mí en este momento. ¿Te vale?

—Me vale. ¿Quieres que pida algo de cena?

Me alegro del cambio de tema.

—Vale. Pide lo que quieras. Voy un momento a mi habitación y ahora bajo.

Subo a mi cuarto y me pongo ropa cómoda. Cuando voy a salir, me acuerdo de algo. Rebusco entre las bolsas y cojo dos paquetes. Bajo con ellos al salón y mi padre me confirma:

—En diez minutos llega la comida. ¿Qué llevas ahí? —pregunta intrigado.

—Esto son pastelitos de almendra. Los tomaremos de postre, aunque hay que dejar un par de ellos para María. —Los dejo sobre la mesa. El otro paquete se lo tiendo a él—. Esto es para ti.

Lo coge extrañado y lo desenvuelve hasta descubrir el marco de nácar que compre en el mercado.

—Es para sustituir el que rompí. No estuvo bien lo que hice y quería reponerlo.

Veo emoción en los ojos de mi padre y durante un segundo me angustia que se ponga a llorar. No creo que sería capaz de manejar un momento así.

—Gracias, hija. Lo... —duda un instante— subiré a mi cuarto.

No esperaba que mi regalo le afectara, pero así ha sido. Me tomo los siguientes minutos para reponerme y llaman a la puerta justo cuando mi padre regresa. Recoge la comida del repartidor y no tardamos en estar sentados cenando. Pasamos un agradable rato contándonos nuestros respectivos fines de semana. Al final incluso me animo a hablarle de Luc, de su bar y del mercado. No me doy cuenta de lo mucho que he hablado hasta que estoy ya en la cama pensando en lo que ha ocurrido a lo largo del día. Sin darme cuenta, he conseguido estar cómoda en todo momento, ya fuera con Ezra y Luc o con mi padre. Quizás después de todo, mi vida esté empezando a cambiar.


Bueno, ¿qué os ha parecido el fin de semana de Ezra y Alma? Creo que les ha ayudado a conocerse un poco más. Además Alma parece que empieza a tener las cosas más claras, aunque no os confiéis. Antes de lo que pensáis, la historia os desvelará algo que os hará verlo todo de forma diferente y os ayudará a entender un poquito más a Alma.

Espero que os haya gustado, si es así, agradeceré vuestros votos y comentarios.

Mil gracias por leerme. Besitossss

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