Acampando con Emma.

Pues sí, tal y como lo dice el título, ¡estuve de campamento! Casi muero en el intento porque no tenía dónde bañarme y la lluvia dañó un poco el ambiente, pero fue una de las mejores experiencias de mi vida; fueron casi 4 días en los que aprendí más de mí misma y de los demás mientras ayudaba a personas que no han tenido la vida fácil. La razón por la cual terminé en una vereda a 5 horas de la ciudad en donde vivo fue porque durante estas vacaciones he estado haciendo un servicio de voluntariado para conseguir un certificado que necesito en el colegio, por lo que les voy a resumir un poco la historia:

Resulta que acá en Colombia existe algo llamado Servicio Social Obligatorio que es, en pocas palabras, un número específico de horas que empleas en hacer labores sociales sin remuneración alguna, y después de cumplirlas debes pedir un certificado para entregar en tu colegio y así poder graduarte; en mi caso, no pude encontrar un lugar cercano a mi casa a tiempo y terminé entrando en una fundación que hace una labor muy bonita: reciben voluntarios para construir casas prefabricadas para familias en condiciones de vida precarias. Mi jefe es todo un personaje, no sabría cómo describirlo, parece un niño de 5 años la mayoría del tiempo pero tiene un temple de acero y una voluntad admirable a la hora de trabajar por estas familias y manejar a 50 voluntarios que no pasan de los 35 años para no destrozar el lugar en el que nos quedamos.

Llegar a esta fundación fue una terapia de choque, desde tener que hacer llamadas para depurar una base de datos, hasta dejar de tomarme las cosas demasiado en serio y no ser tan precavida con las personas, creo que necesitaba darme cuenta de lo alejada que estaba de las personas y de lo cerrada que estaba respecto a mi círculo social. La primera semana fue la más dura, no conocía a nadie dentro de la fundación aparte de mi jefe y aunque las personas eran demasiado amables conmigo no me sentía con la confianza necesaria para entablar conversaciones con ellas.

Finalizando la primera semana, mi jefe me comentó del campamento que iba a tener lugar del jueves 23 de junio al domingo 26 para ir a construir casas en unas veredas a cinco horas de la ciudad; en un principio decidí aceptar porque ir significaba acabar más rápido las horas sociales que necesitaba, pero la voz en mi cabeza me seguía susurrando malas ideas, decía que lo iba a pasar mal, que me iba a enfermar y que nadie iba a integrarme a pesar de que mi jefe seguía insistiendo en que las cosas no iban a ser así, incluso mi familia estaba más emocionada que yo, mi papá me compró carpa, ollas, cubiertos especiales y cantidad de cosas para camping y ante esto yo ya sabía que negarme o arrepentirme iba a ser una decepción no solo para la fundación sino para mi familia.

El día que íbamos a salir me desperté sin emociones, llevaba dos mochilas completamente llenas aparte de la bolsa de la carpa y la bolsa para dormir y tuve que llevarlas en transporte público con ayuda de mi hermana hasta llegar a la fundación. Empecé a sentir miedo cuando mi hermana me dejó después de que mis papás la recogieran, las ganas de llorar iban y venían cada 10 minutos, mi jefe llegó después y gracias a las tareas que me puso a hacer para tener todos los materiales y demás implementos que se necesitaban a lo largo del campamento pude distraerme hasta que los voluntarios empezaron a llegar; llenar los buses fue difícil, porque no sabía con quién iba a terminar sentada, y fue en este momento cuando conocí al primer ángel en este campamento: Gus.

Gus resultó siendo el ser más social e intenso que he conocido EN MI VIDA, duramos hablando la mayoría del viaje, fue muy amable y me hizo reír demasiado, es peor que mi jefe en su edad mental pero disfruté el viaje con él y agradezco al Universo el haberle pedido sentarme con él. Fue un factor importante a la hora de obligarme a mí misma a socializar.

Dormir esa noche no fue mucho problema, a pesar de que Gus me decía que era imposible dormir sola con el frío del clima.

El viernes debíamos despertar a las 6 de la mañana porque la actividad del día era larga: una caminata que duraría todo el día ya que tenía integrada una variedad de actividades para "fortalecer lazos entre los voluntarios", empecé como siempre, un poco alejada y hablando muy de vez en cuando con las personas que tenía en el grupo; llegamos a la escuela del pueblo y paramos para hacer una actividad, consistía en entablar diferentes conversaciones con diferentes personas y después buscar estrategias para rotar una cuerda tensada para que un nudo volviera a una posición inicial. Admito que me divertí mucho hablado y jugando con las personas que tuve cerca, fue relajante y especial; al terminar de jugar, nos hicieron una retroalimentación por grupos además de dar un pronóstico del clima acorde a como nos sentíamos en ese momento... cuando llegó mi turno me puse a llorar, siempre tiendo a ser una persona que llora demasiado a la hora de expresarse desde el corazón o cuando mis sentimientos están involucrados y esta no fue la excepción, me abracé las piernas y escondí la cara por la vergüenza que sentía de llorar una vez más ante personas que en ese momento me eran desconocidas cuando grata fue la sorpresa de sentir a muchas personas abrazándome y dándome palabras de apoyo «eres valiente, Emma, tranquila», ese instante fue el primero de muchos que guardo en mi memoria como si fueran un tesoro.
Después de almorzar junto a una especie de lago/represa (porque es la hora en la que sigo sin saber qué es), Gus y sus amigos más locos empezaron a jugar a lanzarse en ropa interior al agua, ¡estaban locos! el frío que hacía superaba cualquier cosa y el agua estaba aún más fría... fue demasiado gracioso, y un momento agradable para aquellos que estuvimos de observadores. Regresar al campamento fue una odisea, era un camión más bien mediano, de esos en los que muchas veces transportan alimentos; ahora imaginen a alrededor de 50 personas, cada una de diferente tamaño, edad y estatura, metidas en este camión durante un trayecto de casi 40 minutos sobre una carretera destapada. Sí. Intenso.
El sábado fue el día de la construcción, un día agitado y lleno de altibajos pero satisfactorio al final. Empezó tras un sueño de 3 horas casi para subir nuevamente al camión estrella que nos dejaría a cada cuadrilla en un terreno asignado. Si lo miras desde fuera, construir una casa prefabricada suena sencillo, pero el desgaste físico y mental que esto conlleva, es fuerte, y se los dice alguien que no trabajó ni la cuarta parte de lo que trabajaron las otras personas de su cuadrilla debido a múltiples lesiones que tiene. El viento y la lluvia jugaron en contra de nosotros, pero, a mis ojos, la razón de que nadie quisiera rendirse era la siguiente: la satisfacción espiritual de cumplir un sueño. Muchas de estas familias viven día a día angustiadas de perder el techo que tienen debido a los extremos factores climáticos, y darles una vivienda mucho más estable es un sueño para ellas.

*Esta fue la casa que mi cuadrilla construyó para la familia que aparece en la foto.*
En la noche, el camión estrella nos llevó de regreso al campamento, me sentía morir lentamente, la lluvia, la tierra y el frío que tenía calado hasta los huesos causaban estragos en mí, lo único que quería hacer era meterme en mi carpa (húmeda por la lluvia) y dormir hasta el día siguiente, pero no pude, porque venía algo llamado actividad de quiebre.
Nos hicieron salir uno a uno del granero en el que estábamos mientras nos vendaban los ojos, bajo la comanda de no hablar ni quitarse la venda; el terror me invadía de nuevo, verme imposibilitada y dependiente de otra persona me generaba ansiedad. Nos llevaron a un claro, donde podías moverte a tus anchas cuidando de no romper la comanda inicial: sigue ciego, sigue mudo. Entendí que el nombre «actividad de quiebre» es, literalmente, admitir que estas quebrada por dentro y saber que no serás juzgada porque nadie sabe quién eres, eso fue lo que sentí.
Cuando tuve la opción de hablar, solté muchas de las cosas que guardo dentro día a día, grité, lloré, maldije, añoré, expresé mis temores y mis ambiciones; para cuando terminé sentí que, una vez más, 3 personas me abrazaron: Gus, mi jefe Andrés y otra líder llamada Mónica. La calidez que me invadió ahí mismo hizo que llorase aún más; me sentí querida y aceptada por ellos, fue como quitarme una roca de la espalda y respirar profundo por primera vez en mucho tiempo. Quise desesperadamente tener a mis amigas conmigo en ese momento, quería darles un abrazo y dejarlas contagiar de lo que yo estaba sintiendo.
Hubo una fogata cuando volvimos al campamento, pero las emociones habían agotado la adrenalina que me quedaba, luché por coger calor y poder dormirme hasta lograrlo...
Comprendí que en estas cosas las horas de sueño son mínimas, casi nulas, cuando me despertaron golpeando dos ollas una contra la otra: domingo. Día final. Nos organizamos entre todos y a las 10 de la mañana teníamos el campamento recogido, la cocina (prestada) limpia y el baño (también prestado) lo mejor organizado y aseado posible, sólo quedaba esperar a que el bus llegara.
Después de almorzar, nos entregaron algunos reconocimientos de acuerdo a nuestro desarrollo durante esos casi 4 días, y me sorprendió mucho haber ganado mi camiseta de voluntaria debido a mi avance como persona, fue lindo y me sentí orgullosa de ese pequeño paso en mis débiles habilidades sociales.
Andrés, mi jefe, sabe que escribo, y sabe que escribir es parte de mi procesamiento interno natural gracias a una conversación que tuvimos días antes de partir, y le agradezco enormemente el haberme mostrado esta oportunidad para abrirme yo misma los ojos.
Emma.
PD: ¡llegamos a más de mil lecturas! No saben lo que significa eso para , saltamontes, infinitas gracias a todos ustedes. Si fueron curiosos y revisaron, se habrán dado cuenta de que me inscribí en los Premios Wattys 2016, así que estoy muy nerviosa y espero seguir recibiendo su apoyo de la misma manera en que lo he recibido hasta ahora, los adoro a todos, de verdad,¡muchas gracias!

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